Villa Fiorito, el barrio en el que nació Diego Maradona hace sesenta años, sigue siendo uno de los más ―eufemísticamente llamados― “vulnerables” del gran cinturón de pobreza que rodea a la reina del Plata. Estigmatizado por los grandes medios de comunicación como “violento y peligroso”, rodeado de zanjones de agua sucia que no se han canalizado, el barrio natal del Diego apenas se movió de su situación en estas décadas, y digamos que no para mejorarla. Ese territorio quedó cada vez más distante de la inmensa popularidad mundial de su ídolo, un hijo de migrantes pobres del norte argentino.
Sin embargo, pasa algo que tal vez es imperceptible para quienes lo miran desde afuera: el barrio ha tenido en los últimos años una lenta y sutil modificación que me parece trascendente.
Desde 2003, la curadora Fernanda Laguna lleva adelante allí con otrxs artistas y poetas un proyecto cultural orientado a lxs niñxs y adolescentes: la Escuelita y Galería de Arte Belleza y Felicidad Fiorito. Se trata de una deriva mucho más duradera y acaso más radical que aquel ya mítico espacio de arte fundado por ella y Cecilia Pavón en 1999: Belleza y Felicidad, que funcionó en la esquina de Acuña de Figueroa y Guardia Vieja, en el local de una antigua farmacia del barrio de Almagro hasta 2007.
En 2008, Laguna junto con Roberto Jacoby encararon juntos un proyecto sostenido y financiado por la Fundación HaudenschildGarage, con sede en San Diego (“¿Casualidad?”, comenta risueño Jacoby). Lo llamaron Donaciones. A partir de someter a crítica los conceptos de copia, reproducción, réplica, simil, modelo, maqueta, falsificación, duplicación, facsimil, prototipo, molde, matriz, como nociones que cuestionan el valor de la obra de arte original, firmaron un acuerdo con el Museo de Calcos Ernesto de la Cárcova. Se dispusieron a encarar la producción de calcos que allí se reservan y exhiben desde su fundación en 1923 como Escuela Superior de Bellas Artes, para llevarlos a Villa Fiorito y fundar otro Museo de Calcos.
Recordemos un momento el origen de ese Museo, emplazado en la Costanera Sur de Buenos Aires. Esos calcos tuvieron un fin didáctico en la Escuela Superior de Bellas Artes, tal vez la obra más importante de Ernesto de la Cárcova, aquel “dandy socialista” que creía firmemente en el poder transformador del arte y en el canon que esos calcos representaban. Miembro fundador del Partido Socialista, patrono de becarios en Europa, en 1923 Cárcova logró que el Ministerio de Agricultura le cediera el local “Caballeriza” del Lazareto Cuarentenario de Animales en el Balneario Municipal para instalar en aquel lugar extraño e inhóspito la Escuela Superior de Bellas Artes como “bottega” o Academia Libre.
Los primeros estudiantes la llamaron “El Paraíso” y recordaban los largos viajes en carreta para llegar allí y su ocupación principal en los primeros tiempos: sacar bosta con palas de los galpones que serían sus aulas. En medio de una intensa polémica, en 2005 se cerró aquella Escuela Superior de Bellas Artes, tras la creación del Instituto Universitario Nacional de Arte (IUNA) en 1996. Hoy es el Museo de Calcos y Escultura Comparada Ernesto de la Cárcova, ubicado donde siempre, a pasos de la Reserva Ecológica.
Esos calcos habían sido adquiridos por él y Eduardo Schiaffino en los primeros años del siglo XX. Algunos de ellos, como el del David de Miguel Angel, tienen un valor extraordinario por su calidad y por el hecho de que hace ya mucho que no se permite hacer calcos directos de esas esculturas canónicas, tan valiosas como antiguas.
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El 28 de noviembre de 2008, Fernanda Laguna y Roberto Jacoby firmaron públicamente un convenio con el Museo de Calcos. El taller del Museo reprodujo cuatro de sus obras: la cabeza de Palas Atenea, un Cristo románico, un Buda de la India y una cabeza de Afrodita. Por diversas razones ―bastante obvias, pues mide nada menos que 5.17 metros de altura y pesa más de 5.500 kilos― del David de Miguel solo se pudo producir una parte. Laguna y Jacoby decidieron que fuera el pie izquierdo, lo cual resultó en “un involuntario homenaje” ―dicen ellos―, a Diego Maradona, el más célebre nativo de Villa Fiorito, como puede escucharse en el video de 2008.
Las otras cuatro réplicas pasaron a integrar el Museo de Calcos de Fiorito. Pero el pie del David fue emplazado en un pedestal en una esquina del barrio, en el espacio público, o más bien: creando espacio público en Villa Fiorito.
Es el pie izquierdo de David, el del relato bíblico: el joven David que venció al gigante Goliat con una honda y una acertadísima pedrada en la frente. Este relato bíblico se volvió la metáfora más trascendente de la lucha del más débil contra el más fuerte. De la astucia venciendo a la fuerza del oponente que tenía todas las de ganar, de la causa justa defendida por un joven que logra derrotar al déspota poderoso, en fin… de muchas cosas.
Pero además ese pie izquierdo tiene una gran belleza. Es un fragmento de la escultura que dio fama y gloria a Miguel Angel Buonarotti (por entonces de 40 años) en Florencia en 1504 y le hizo ingresar como el primer (y único) artista viviente en entrar glorioso en el primer relato de la historia del arte, escrita por Giorgio Vasari en 1550. Miguel Angel asumió por entonces la difícil tarea de recuperar un valiosísimo y enorme trozo de mármol que ya había sido intervenido infructuosamente por otros escultores para crear una obra en una pieza única. Lo diseñó para aprovechar aquel gran trozo de piedra esquivando sus accidentes e intervenciones anteriores, y fue cuidadosamente preparada su presentación al pueblo de Florencia que venía sufriendo tensiones políticas muy graves.
El contraposto de la figura del David, que ha dado lugar a innumerables análisis e interpretaciones, definió esa pose que no es la de un luchador firmemente plantado sino la de un joven que se apresta a desafiar –o bien observa el resultado de su acción– a un enemigo poderoso. Es el pie débil el que habilita la figura serpentinada de su cuerpo. No es el que sostiene la acción. Es el pie que habilita la belleza serena de su pose, el pie débil, el más femenino de su lenguaje corporal.
La escultura de Miguel Ángel fue interpretada como una celebración y un homenaje al pueblo florentino en su lucha contra la tiranía y sus vecinos poderosos. Emplazado originalmente en la Piazza della Signoría de Florencia, al aire libre, hoy está preservado en un museo tras haber sufrido las inclemencias de su exposición al aire libre y sucesivas restauraciones y agresiones. Pero hay un calco en su emplazamiento original.
Desde enero de 2009 un calco del calco de su pie izquierdo está emplazado en una esquina de Villa Fiorito, a orillas del Riachuelo. Allí, desde hace más de diez años, se ha vuelto un punto de referencia del barrio, nos cuenta Fernanda Laguna. Los vecinos lo reconocen y comentan que es un homenaje a Diego Maradona. Lo cuidan, no ha sido vandalizado ni discutido. Es parte de la vida y la cultura de ese barrio castigado por la desigualdad social, sin estridencias.
Ese pie es ―de hecho― un monumento al zurdo de Villa Fiorito. Un zurdo en todo sentido: el físico y el ideológico. Pateaba la pelota con la zurda y se declaraba a favor de las causas de la izquierda. Tenía tatuados en su cuerpo al Che Guevara y a Fidel Castro. Pero además Diego fue un zurdo que logró la admiración y el respeto de quienes no eran y no son zurdos. Ese pie izquierdo es, sin duda, un gran monumento a Diego Maradona en su pueblo natal.