Madres paralelas es una historia de mujeres, sobre mujeres. Sobre la maternidad, ese concepto tan polisémico, tan subjetivo y tan eminentemente político. Es también una narración sobre la memoria de los pueblos y la búsqueda de la verdad. Ahí está su corazón.
A los ocho minutos de comenzada la película, la escena muestra la fachada de un edificio blanco con letras azules que forman la palabra: maternidad. Enseguida, el personaje de Penélope Cruz -bata con pintitas azules, una vía- se agarra la panza hasta que la contracción pasa. Luego, la que aguanta la puntada es su compañera de habitación, interpretada por Milena Smit.
—Respira por la nariz, profundo. No tengas miedo.
Janis consuela a la joven. Ella ronda los 40 y es una fotógrafa exitosa. Ana es adolescente, su vida está a punto de transformarse para siempre y lo sabe. Ahora están sentadas en el borde de la misma cama. Ana inicia una conversación:
—¿Estás casada?
—No. ¿Y tú?
—¿Yo? No.
—Pues las dos somos madres solteras. Lo mío fue un accidente, pero estoy tan contenta…
—Lo mío también fue un accidente.
—Yo no me arrepiento, eh.
—Yo sí.
—Pobre, no digas eso. Todo va a salir bien, ya verás.
Luego caminan lento, juntas, por el pasillo. De fondo se escuchan llantos de bebés.
La de Janis y Ana es una clásica escena de hospital.
Madres paralelas muestra a una comunidad de mujeres que cría. Muestra que la madre nunca es en singular, ni literal ni metafóricamente. Que el cuidado está socializado, aunque siempre entre mujeres. Muestra que hay amigas, abuelas, tías que forman una red y asumen responsabilidades en torno a las infancias. Que ocupan el rol materno con diversas formas de maternar. Porque hay maternidades deseadas y otras que no lo son, también las hay forzadas, ajenas, prestadas. Hay tantas maternidades como deseos posibles. Este es un tema central en la obra de Almodóvar nominada a dos premios Oscar: el deseo y sus alcances.
El mandato sobre la maternidad que será deseada o no será apareció con fuerza en las calles de nuestro país en el marco de las luchas por la legalización del aborto. El sentido es claro en términos de derecho, sin embargo se vuelve más difuso al llevarlo al plano personal. El deseo de maternar pone en tensión la libertad, la posibilidad de desarrollarse a nivel laboral, de articular con otro tipo de amores. El deseo de maternar puede atravesar situaciones de profunda injusticia y violencia.
Sin escapar a estas tensiones y desde dilemas morales profundos, lo que emerge en Madres Paralelas, lo que salva es (una vez más) el vínculo entre mujeres que se hacen presentes, sostienen, maternan. Incluso las que cuidan de manera rentada: “madres de día”, “nannys” y empleadas de casas particulares.
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En la película de Almodóvar los varones no aparecen haciéndose cargo de esas tareas. ¿Es un recorte del guión? ¿Hasta qué punto representa una realidad? Una respuesta posible la aporta los datos del panorama nacional: en Argentina, según la Encuesta sobre Trabajo No Remunerado y Uso del Tiempo (EAHU-INDEC, 2013), las mujeres realizan el 76% de las tareas domésticas no pagas, y les dedican un promedio de 6,4 horas semanales. La participación de los varones es del 57,9%, lo que implica 3,4 horas semanales. La brecha se amplía todavía más si en la casa hay niños y niñas.
En nuestro país, casi 3 millones de mujeres trabajan en sectores de cuidados (educación, salud, trabajo social, trabajo doméstico). Es decir: cuatro de cada diez pertenecen a lo que se conoce como “economía del cuidado” (OIT, 2020), un área que además de estar feminizada tiene como rasgo particular la violencia, el acoso y la penalización en la remuneración (OIT, 2019).
Lo mismo pasa en el sector de las trabajadoras de cuidado comunitario. Esto lo denunciamos hasta el hartazgo durante la pandemia: la políticas de resolución de la crisis sanitaria se sostuvieron en gran parte sobre los hombros de esas trabajadoras a través de asistencia alimentaria, difusión y concientización sobre pautas y protocolos, apoyo escolar a niños, niñas y adolescentes, cuidado directo en jardines socio comunitarios. Lideran la oferta de cuidado comunitario: según el RENATEP (2021), el 63% son mujeres y el 60% son trabajadores/as de comedores y merenderos.
El tema marca la agenda de este 8M, se plantea en las asambleas de los feminismos: el 2022 es, entre muchas otras urgencias, el año de los cuidados. Las trabajadoras comunitarias necesitan una mejora sustantiva en su situación laboral. Esta deuda es la piedra basal de las desigualdades y las violencias contra las mujeres e identidades LGBTIQ+. La distribución inequitativa colisiona de forma directa con el desarrollo de vidas libres, plenas, dignas de ser vividas. Es la raíz que explica las brechas salariales, de participación política y sindical, el desempleo, la feminización de la pobreza y la perpetuación de las violencias.
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—Hola, ¿Janis? Soy Ana.
—¿Qué Ana?
—Parimos juntas.
—Ayyy, Ana. Perdóname, bonita. Es que he tenido una bronca con el padre de mi hija y estoy que trino.
—Pensé que pasabas del padre.
—Sí, sí. Paso. No sabes cómo, eso no va a volver a ocurrir. ¿Y cómo estás tú? ¿Y tu Anita?
—Pues aquí la tengo, que la estoy cambiando. Está hermosa. Yo estoy un poco cansada, la verdad. Con sueño, pero bien.
—¿Tu madre no te echa una mano?
—Uy mi madre. Entra y sale… Está de gira con Doña Rosita la soltera.
—Pero tienes una niñera, ¿no?
—Sí. Clarisa la asistenta también me echa una mano. Tenías razón: Anita es un regalo, es lo único que me importa en la vida. ¿Y cómo está la tuya?
—La encuentro preciosa. Ya iré a verte, te la enseño y que se conozcan.
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En Argentina también hay madres e infancias paralelas, en tanto el acceso a servicios y políticas de cuidado no cubren las necesidades y demandas existentes. Esto afecta también a lxs niñxs. Quienes se encuentran en peores condiciones para cuidar son las mujeres pobres, que resuelven los cuidados de otras familias de mayores ingresos.
La presencia activa de un Estado que ocupe un rol protagónico en la garantía del derecho a cuidar y ser cuidadxs es la única vía para que esos caminos paralelos se conviertan en una línea recta. El destino es la universalidad de esos derechos más allá de la posición económica o de la densidad de las redes familiares (y la disponibilidad de mujeres que cuiden dentro de esas familias), incluso de la situación laboral en que se encuentren.
El derecho al cuidado no puede estar atado a las coyunturas y biografías individuales. En Argentina, los hogares monoparentales enfrentaron el mayor impacto negativo de la crisis por COVID-19, y son los más alcanzados por la pobreza y por la crisis de los cuidados. No poder compartir esas tareas con otra persona adulta en el hogar impacta, entre otros ámbitos, en la cantidad de recursos disponibles para conciliar su participación en el mercado de trabajo.
Para que no haya madres paralelas el cuidado debe ser entendido como una responsabilidad social en la que se ven involucrados una diversidad de actores, además de la familia.
¿De dónde sacar tiempo para cuidar? Ampliar y equiparar las distintas licencias que engloba la Ley de Contrato de Trabajo es una necesidad fundamental: Argentina está por debajo de las recomendaciones de la OIT (14 semanas de licencia por maternidad). La licencia por maternidad es de 90 días y la de paternidad, de 2. Si se extienden es por normas locales, provinciales o convenios por sector. El anuncio que hizo el Presidente Alberto Fernández durante el inicio de las sesiones legislativas del envío al Congreso de los proyectos de ley de Licencias parentales igualitarias y de creación de un Sistema Integral de Políticas de Cuidado retoma esta agenda y pone a los cuidados en el centro de la escena, imprimiendo de modo definitivo la noción de corresponsabilidad social en la discusión.
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—Estoy muy nerviosa porque es la primera vez que nos separamos.
—No te preocupes por nada, voy a estar pendiente de tu bebé todo el tiempo. Esta va a ser como su segunda casa.
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Decidir tener unx hijx en un país con un piso alto en materia económica y social como España, donde hoy discuten cosas como la semana laboral de cuatro días, es quizás una experiencia más colectiva en el sentido de entender la crianza como algo que trasciende el ámbito estrictamente privado. Hay tiempo para criar y hay una red que sostiene. En ese país, desde marzo del 2019, las personas gestantes pueden tomar licencia durante 16 semanas; las primeras seis son obligatorias y el resto pueden tomarse en períodos semanales. El mismo esquema rige para los padres.
La película muestra también a las “Madres de día”, un recurso privado que ofrece “un hogar debidamente adaptado y equipado a un grupo reducido de niños (3 ó 4 dependiendo de la edad) en un ambiente cálido y familiar, que da a las familias una respuesta de calidad para afrontar las dificultades cotidianas”. Más allá de la crítica a la naturalización y a la feminización del rol cuidador, sí hay algo interesante es que el nombre del servicio descentraliza el rol de la madre biológica.
Madre no hay una sola. Son muchas en esta historia y son muchas también por fuera de la ficción, en la vida real, aunque acá todavía tengan que experimentar cierta obligación moral de ocupar ese rol con favoritismo y exclusividad.
En un momento Janis ocupa un lugar materno con Ana, como cuando le enseña a pelar las papas y a preparar una tortilla. Penélope Cruz lleva puesta una remera que dice: “We should all be feminists” (todxs deberíamos ser feministas) y un delantal con flores amarillas, rojas y violetas. Feminista de delantal, metida en la cocina, aliviada porque acaba de dormir a la niña. Que belleza. Dos más dos no es siempre cuatro. La otra, en camperita de cuero y pelo corto canchero y teñido de un rubio furioso, la asiste y aprende. La cámara las espía con delicadeza mientras ellas desmenuzan los ingredientes.
—No te vayas a cortar —dice Janis.
Madre, abuela, amante. Quién sabe. Nada es estático, otro punto nodal de la historia: aparecen distintas formas del amor, de la ternura en los vínculos que, como la vida misma, surgen de un modo entremezclado y con límites que se mueven a lo largo de la historia.
Esa forma de concebir el cuidado por fuera del rol biológico está en la película. Almodóvar lo pone en tensión de manera poética y política.
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La biología aparece como evidencia histórica pero también como desafío a la exclusividad. La causa con la que Janis embandera su vida es el desentierro de los restos de lxs fusiladxs por el franquismo en su pueblo natal, entre los que se encuentra su bisabuelo, un tema aún tabú para España. Y ahí la vemos, buscando certezas sobre su hija en análisis genéticos; intentando, sin éxito, traspasar cualquier dilema ético que esos resultados puedan generarle.
La tensión entre la biología y el deseo de maternar a como dé lugar que refleja Madres paralelas se presenta como una cuestión delicada si la situamos en Argentina. ¿Cuánto hay de amor? ¿Cuánto de egoísmo? ¿Cuáles son los límites del deseo y cuál es el costo por cumplirlo? Janis vomita la verdad cuando tiene que defender la memoria histórica de España. Ahí se desarma.
Respecto de estas tensiones vinculadas a la sangre como fundamento de la identidad y los lazos de filiación, en nuestro país hay una larga tradición de discusiones y estudios.
Los procesos de lucha por la recuperación de lxs nietxs desaparecidxs-apropiadxs y el ADN como argumento inapelable son fundamentales en la búsqueda de la memoria, la verdad y la justicia, y en el castigo de los responsables. Sin embargo, esto no siempre alcanza para construir un vínculo. Ni en la película ni en la lucha de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. En palabras de la filósofa María Quintana, “la restitución implica un trabajo de re-narrativización que hace del ADN (‘los genes’, ‘la sangre’, ‘las raíces’) el significante privilegiado a partir del cual re-fundar la identidad de –y con– los niños restituidos –aunque, precisamente, es también esa dimensión narrativa la que exhibe el esfuerzo, siempre fallido, de sutura y, por consiguiente, la imposibilidad de reducir la identidad a su aspecto biológico.”
A los esfuerzos por reconstruir la trama genética se le suma la necesidad de realizar un trabajo narrativo que reinserte a ese sujeto en una familia. Eso que en nuestro país aún es un proceso inconcluso y doloroso de lucha por parte de los organismos de derechos humanos, en la película cobra otro devenir que se muestra como una acción moral drástica y un renunciamiento al lazo filial que, digámoslo, cuesta aceptar.
—Hija mía —le dice Ana a Cecilia cuando la niña llora.
Janis y ella la ven por la cámara que cuelga de la cuna. Pero quien acude a asistirla esta vez es Ana. Janis la escucha desde la cocina. Sus ojos negros no pestañean, respira agitada. Mientras le ruega que se quede, la ayuda a ponerse la mochila para portear a la beba, le ata las cintas, le encaja los piecitos en los agujeros. Las acompaña al ascensor, y cuando las puertas se cierran, quiebra en llanto.
Esa situación se resuelve rápido en un vínculo que rompe con la familia tradicional y se centra en el amor o los amores como sostén principal. Alerta spoiler: hacia el final de Madres Paralelas, Ana se refiere al bebé que está gestando Janis como el hermano de Cecilia. La sangre se expande, crea nuevos lazos, los transforma, reconfigura y desnaturaliza los mandatos.
En esa escena encontramos el eco de Blow Up, la película de Antonioni de 1966. Thomas, el protagonista, está en su laboratorio fotográfico. Trabaja con los negativos del rollo de una sesión que hizo en el parque. Los mira. Hay algo extraño. Amplía. Mira otra vez. Está ahí, a la vista pero escondido. Vuelve a ampliar. Se inquieta. Amplía todavía más y lo ve: el cuerpo muerto de una mujer. Descubre un homicidio. Se percibe ahí, al igual que en Madres Paralelas, la potencia de la fotografía, el rastro que perdura, la evidencia que permite.
La cita de Almodóvar es precisa. Janis, al igual que David Hemmings en el personaje de Thomas, hace zoom en el celular. Busca coincidencias en la beba que crió Ana y los varones que aparecen en la fotografía. No sabe cuál de ellos es el padre biológico porque la violaron en grupo. Atiende los gestos, los rasgos. Y finalmente lo detecta. Está ahí. Lo sabe. Porque también, la sangre no es agua.
La fotografía es parte estructural de la vida de Janis. Es lo que le permite comenzar la excavación para identificar su historia familiar y lo que le da la pauta de que la beba que ella parió, murió. Ahí está ella, con sus fotos y sus hisopos, en busca de la verdad, armando el puzzle de su vida.
La fotografía aparece así como una forma de narrar la identidad y la memoria.
Igual que a su bisabuelo, aferrado al sonajero. Ahí está Ana, acompañando a Janis, junto con Cecilia. Ahí están todas las mujeres del pueblo marchando ante sus muertos. Ahí está la memoria. Es espantoso, sí. Pero es necesario. Y reparador. Lxs argentinxs bien lo sabemos.
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—¿Esa hippie quién es?
—Mi madre.
—¿Y la niña eras tú?
—Sí. Tenía semanas. Estamos en Ibiza. Sabes que me puso Janis por Janis Joplin.
—¿Quién es Janis Joplin?
—Esta que canta. Y como Janis Joplin, mi madre murió a los 27 años con una sobredosis.
Era verano, y la vida no era fácil. Yo tenía 5 años pero ya vivía en el pueblo con mi abuela.
—¿Esa de la foto es tu abuela?
—No, es mi bisabuela. Mi abuela Cecilia fue la que me crió y me educó.
Ana le propone un brindis:
—Por tu abuela Cecilia, por tu madre, por tu hija y por tí.
—Y por tí.