Pedro Lemebel, cometa incendiada de deseo, madre excéntrica, abuela tierna y excesiva enseñándome los caminos dónde vive el lobo, donde aúllan las lobas. Ferviente adorador de maricones y de pobres, pero no de pobres maricones. Valedor de la noche boca abajo. Estrella distinta. Amazona en el caballo del dolor, en el caballo de la vida. Puta, loca, sabia. Dadora de alcohol y de belleza. Estás palabras que intento escribir a la manera suya son también la aceptación de un hecho irrevocable. Nadie es como Lemebel. No habrá más Lemebel en la tierra que ahora está tan sola. Se fue a esperar a su violador inca en una piedra de Sacsayhuamán. Se fue volando detrás de unos ojos achinados que lo miraron en el Jirón de la Unión. Se acabó la fiesta carcelaria. La liturgia orgiástica de las lenguas que se encuentran. Adios a mi concubina y a la tuya. Adiós a todas las felaciones barrocas. Nos quedamos, matriarcado sin matriarca, solas en este valle de lágrimas. Pero vivimos en un mundo nuevo gracias a seres como Pedro Lemebel. Pedro Lemebel. Dan ganas de repetir su nombre hasta que su nombre sea un brillo más en la frente perlada de los niños. Porque hubo sabiduría en todas sus palabras, cosas que merecen ser enseñadas a los hombrecitos, a las mujercitas, a los mariconcitos, a las niñas que sueñan con las niñas. Después de leer las mujeres no saben de esto, ellas lo chupan, en cambio las locas elaboran un bordado cantante en la sinfonía de su mamar, nunca más volví a cantar un himno de amor con el micrófono carnal de la misma manera. Lemebel y la bravura de las palabras bien acomodadas para que den su jugo. Lemebel y el compromiso militante con la fiesta de la vida.
Homenaje a Lemebel
Madre excéntrica, abuela tierna
La cronista Gabriela Wiener recuerda al escritor chileno como una estrella distinta, dadora de alcohol y belleza. Y pone en acto la autoconciencia de un hecho irrevocable: nadie es como Lemebel, de quien rescata su sabiduría y compromiso militante con la fiesta de la vida.