Agosto 2021. Lula da Silva encabeza las encuestas. Gira por su nordeste natal, el histórico bastión del PT: visita seis estados en doce días y se muestra junto a gobernadores y movimientos sociales. Se siente confiado de poder articular un gran movimiento -un “frente amplio”, repite como un mantra- que ponga fin a la experiencia de Bolsonaro en el gobierno. Se lo ve rejuvenecido junto a su novia, la socióloga Rosângela Silva. Tanto que Ricardo Stuckert, ladero y fotógrafo del petista hace décadas, retrata a la pareja y logra una revolución en las redes sociales en Brasil: “Buenas noches, con esa luna llena de Ceará”, postea la enamorada, que en redes utiliza su apodo Janja. Lula aparece en sunga y todo Brasil comenta su estado físico: a los 75 años corre 9 kilómetros por día. Luego viene la lluvia de memes, los chistes que lo comparan con el más jovén -pero también más deteriorado- Bolsonaro. “Tengo la energía de un treintañero y el empuje político de un veinteañero”, repite en público y en privado.
Además de Stuckert, el CM de Lula es parte central del operativo: retrata al pernambucano boxeando mientras se desarrollan los Juegos Olímpicos de Japón; muestra al ex presidente con micrófonos y auriculares de gamer y campera de Corinthians comentando sobre la situación económica, social y política del país; logra más de 700 mil corazones con una foto de Lula chapoteando en el mar. Construyen un Lula politizado, preocupado por el día a día, pero no oxidado o con olor a naftalina. Vuelven a humanizar al presidente más humano que tuvo Brasil desde el retorno de la democracia.
Si los sectores concentrados intentan encasillar a los líderes nacional-populares que comandaron las experiencias de gobierno durante la primera década del siglo XXI en la categoría de pasado, el ex líder metalúrgico sabe que debe mostrar presente y, sobre todo, futuro.
¿Orden y progreso?
Septiembre 2021. “Orden y progreso”, emblema de la bandera brasileña: Bolsonaro no ha podido cumplir uno ni otro. Más bien todo lo contrario. Amenaza con intervenir al Supremo Tribunal Federal (STF) durante las movilizaciones del 7/9, día de la independencia de Brasil: “O el jefe de ese poder encuadra a los suyos o ese poder puede sufrir aquello que no queremos”, dice, como un mensaje a Fux, titular de la máxima instancia judicial del país. “Este presidente no cumplirá más”, desliza en torno a las decisiones de Alexandre de Moraes, el ministro del STF que había comenzado a investigarlo por sus declaraciones en torno al sistema de votación y a una serie de supuestos fraudes pasados (jamás comprobados). Es que Bolsonaro no solo cuestionó la elección en la cual Dilma venció a Aecio Neves en 2014. Llegó a deslizar, incluso, que hubo irregularidades en la presidencial que él mismo ganó, en 2018, bajo el supuesto de que había triunfado en la primera vuelta.
Si los sectores concentrados intentan encasillar a los líderes populares dentro de la categoría de pasado, el ex líder metalúrgico sabe que debe mostrar presente y, sobre todo, futuro.
Pero Fux no se amilana tras el discurso incendiario del presidente. “Ofenden a los Ministros. Incitan a la población a propagar discursos de odio. Incentivan el incumplimiento de decisiones. Son prácticas antidemocráticas e intolerables”, dice con seriedad y firmeza. Y pronuncia las palabras clave, aquellas que Bolsonaro no quería escuchar: “crimen de responsabilidad”. Las que habilitan el impeachment en caso de que el Congreso (y sobre todo el Centrao, el bloque de partidos pragmáticos aún aliados a Bolsonaro que en ese entonces discutían la anómala situación) quisiera avanzar.
Joao Doria, gobernador de San Pablo por el PSDB -el histórico partido de Cardoso- también pisa el acelerador. “Mi posición como gobernador es clara y amparada en el derecho y la Constitución. El presidente precisa sufrir un proceso de impeachment por los equívocos y por afrontar a la democracia en su discurso en Brasilia”, dice, mientras los dirigentes del heterogéneo MDB debatían qué hacer.
En ese momento de desconcierto, el presidente le manda un avión a Michel Temer, lo lleva a Brasilia y le pide tranquilizar la situación. Temer, hombre fuerte del Centrao y que algo de impeachments sabe luego del derrocamiento de Dilma que facilitó su asunción como presidente por el MDB, oficia de verdadero abogado del diablo. Bolsonaro lanza un texto, que el propio Temer se atribuye como propio a posteriori, titulado “Declaración a la Nación”. Allí el presidente dice, en el primer punto: “nunca tuve ninguna intención de agredir a cualquiera de los poderes”. “Mis declaraciones fueron al calor del momento”, enuncia, como si fuera un panelista de televisión, en el cuarto punto. En el punto número ocho va más allá: “Democracia es eso: Ejecutivo, Legislativo y Judicial trabajando juntos en favor del pueblo”. De Nerón a Ghandi en 48 horas. Recule não tem fim. Recurrir a Temer como factor moderador en esas horas aciagas da cuenta de los límites ultrapasados por el errático presidente sin partido.
Lula sí sabe de orden y progreso. Se anotó ambos casilleros durante sus dos mandatos, pero en otro Brasil y otro mundo. Y ahora parece dispuesto a volver a estampar esas dos consignas en una bandera que hoy, a los ojos del mundo, está deshilachada. En la búsqueda de ese “Frente Amplio” verdeamarelo, Lula se reunió, en mayo de 2021, con el expresidente Henrique Cardoso: el choque de puños difundido por el Instituto Lula, el tanque de pensamiento del petista, muestra a dos experimentados políticos intentando cerrar años de rencores e intrigas. Es el mismo Cardoso que igualó en el pasado, erradamente, a Haddad y Bolsonaro. Pero, para ser justos con el tucano, también era otro Brasil: hoy el autoritarismo es moneda corriente en el Palacio Planalto y el trumpista sin Trump llamado Jair Messias ha chocado la calesita -con y sin pandemia- enfrentando al PT, al Supremo Tribunal Federal, a Emmanuel Macron, a Alberto Fernández y un larguísimo etcétera.
Lula sabe de orden y progreso: se anotó esos casilleros durante sus dos mandatos, pero era otro Brasil y otro mundo. Ahora parece dispuesto a volver a estampar esa consigna en una bandera que a los ojos del mundo está deshilachada
“Brasil se ha convertido en un estado paria”, repite Lula y rememora la construcción de los BRICS, el bloque emergente multipolar conformado también por Rusia, India, China y Sudáfrica. Muy lejos queda, en este repaso, aquel 2009 en el que Foreign Policy catalogó a su entonces canciller, Celso Amorim, como el mejor Ministro de Asuntos Exteriores del mundo. O aquella reunión del G20 en Londres, en ese mismo año, donde Barack Obama definió a Lula como “el político más popular de la tierra”, intermediando en un encuentro de pasillo entre el petista y el entonces primer ministro de Australia, Kevin Rudd.
Muy cerca quedan las imágenes de Bolsonaro en New York, durante la Asamblea General de la ONU: el Jefe de Estado come pizza en las afueras un local neoyorquino, al que no puede acceder por no estar vacunado. O, peor para él, la negativa de ingreso al estadio para ver Santos vs Gremio dentro del país que él mismo gobierna, por no contar con el carnet de vacunación. Estado paria, presidente paria.
“Brasil se ha convertido en un estado paria”, repite Lula
La cabeza de la serpiente
El ex presidente estuvo 580 días injustamente detenido en una celda de 15 metros cuadrados en la ciudad de Curitiba por decisión del juez Moro. Sí, Moro, el mismo que luego formó parte del gobierno de Bolsonaro. En aquel 2018, Lula también giraba por el interior y encabezaba encuestas. Incluso ya enfrentaba una violencia política creciente: en marzo de ese año tres tiros impactaron en los micros que transportaban al petista en una gira en el Estado de Paraná. Pero su detención e inhabilitación inclinaron la balanza electoral: en la segunda vuelta Fernando Haddad cayó con un Bolsonaro cuyo comando de campaña utilizó las redes sociales, particularmente Whatsapp, para rodar una serie de Fake News en torno al programa de gobierno de su adversario. Los medios hicieron lo propio: Estado de Sao Paulo publicó el editorial “una elección muy difícil” en el que equiparaba a ambos candidatos.
No es caprichoso este racconto: el impeachment sin crimen de responsabilidad contra Dilma Rousseff, del cual ya se han cumplido 5 años, fue la base de sustentación del actual modelo brasileño. El objetivo fue claro: derrocar al Partido de los Trabajadores del Palacio de Planalto. Lula suele apuntar que el impeachment a Dilma tuvo que ver con el involucramiento de Brasil en un nuevo escenario internacional. Que el destierro del Partido de los Trabajadores fue apuntalado por el Departamento de Justicia de EEUU y por intereses de las petroleras norteamericanas.
"No tengo derecho a jubilarme ni a cargar odio y el Partido de los Trabajadores tiene la obligación de volver. Yo aún no soy candidato pero estoy en la fila”
Con el gobierno de Temer en funciones, el Lava Jato morista fue por la cabeza de la serpiente. Lula puso el pecho: se entregó frente a una multitud en el Sindicato de Metalúrgicos del ABC Paulista, allí donde apenas meses antes había velado a su compañera de vida, Marisa Leticia. No se exilió. No se refugió en una Embajada, a pesar de tener numerosas ofertas. Enfrentó la adversidad con la templanza de quien sabe que tendrá revancha.
Los mismos sectores que confiaban en que el petista purgaría una larga prisión, incluso hasta el final de sus días, fueron los que luego terminaron convalidando la decisión del Supremo Tribunal Federal de anular las condenas y rehabilitarlo políticamente.
La polarización 2022
"No tengo derecho a jubilarme, ni a quedarme parado, ni a cargar odio. Y el Partido de los Trabajadores tiene la obligación de volver. Más adelante definiremos la candidatura. Yo aún no soy candidato, pero estoy en la fila” dice el Lula 2021. Apenas segundos después reconoce en palabras lo que las imágenes dejan ver: “Voy a confesar que nunca tuve tantas ganas de ser presidente como ahora”. El petista mira la experiencia de Biden: el dirigente demócrata asumió con 78 años, en enero de 2021. Y, volviendo a la idea frenteamplista, también piensa en José Mujica: el histórico tupamaro dejó la presidencia de Uruguay a sus 80 años (y hoy, a los 86, sigue siendo influyente).
Lula está ante uno de los desafíos más importantes de su trayectoria política: correr del Planalto al máximo exponente, en funciones, de la extrema derecha mundial
Entre las conferencias de prensa de Lula en el nordeste se cuela una pregunta crucial. La polarización de cara a la campaña electoral 2022. Lula entrega una respuesta descarnada. Polarización hay en otros lugares, no acá.
Lo dice de esta manera:
“El problema de una campaña electoral no es la polarización. Existe en todos los países del mundo. Hubo polarización entre Biden y Trump. Existió en las campañas de Francia y Argentina. La polarización es normal cuando hay dos candidatos. Pero no es una polarización extremista. Acá tenemos de un lado una candidatura de la democracia (yo tengo una vida política de mucho tiempo) y del otro una candidatura del fascismo”.
Lula, el resiliente, está ante uno de los desafíos más importantes de su trayectoria política: correr del Planalto al máximo exponente, en funciones, de la extrema derecha mundial. No es exageración: sin Trump en la Casa Blanca, el clan Bolsonaro es uno de los grandes articuladores de Vox (Brasil), AfD (Alemania), Vente Venezuela (Venezuela), Partido Republicano (Chile), Juntos por el Cambio (Argentina). El Foro de Madrid, creado para contraponerse al Grupo de Puebla y al Foro de San Pablo, tiene al bolsonarismo plantando bandera, asumiendo posiciones de liderazgo. Lula, uno de los creadores del Foro de San Pablo, también participa activamente del Grupo de Puebla, espacio que hoy cuenta con los gobiernos de Argentina, México y Bolivia.
Para garantizar un triunfo Lula deberá ensanchar alianzas. Buscar apoyos de empresarios (pequeños, medianos y grandes), medios de comunicación y referentes de los distintos credos. Lo hizo en Salvador, cuando se juntó con el Pastor Sargento Isidorio, de quien recibió una Biblia que agradeció en sus redes con la siguiente frase: “Fue Jesús el que más luchó por los pobres, quien más defendió a los que más necesitaban. Y fue crucificado por lo que él representaba”.
Lula, crucificado en Curitiba, busca ahora su renacimiento político.
En la América Latina pandémica los oficialismos tienen grandes dificultades a la hora de concurrir a las urnas: todos los sondeos en Brasil marcan que esa tendencia se repetiría en Brasil en 2022. Pero falta un año: una verdadera eternidad en tiempos electorales. Y algunos apuestan a la aparición de un tercer actor que pueda “despolarizar”: sectores del PSDB como del partido de centroderecha Demócratas hablan de la necesidad de avanzar en una “tercera vía”.
Operativo Brasilia
Octubre 2021. Lula viaja a Brasilia. Se reúne con legisladores propios y ajenos, articula con embajadores de países africanos, aquellos con los que trabajó la Cooperación Sur-Sur. Encabeza una inédita reunión virtual con 6 mil dirigentes de todos los estados de Brasil. “De ahora en adelante, vamos a las calles a conversar con las personas” invita. “El PT conquistó el derecho de andar con la cabeza en alto”, reflexiona. “Nuestro partido tiene la obligación de no dejar que este país quede así. Ya probamos que es posible”, arenga. La virtualidad no frena cierto impulso refundacional: tras años de persecución y hostigamiento mediático y judicial, ahí está el PT. Vivito y disputando. Con el fundador liderando el proceso.
Los medios brasileños comienzan a especular con una serie de nombres para la pre campaña del petista. El propio Amorim aparece en la lista. “Free thinking”, responde, amable y diplomático, ante una consulta por Whatsapp de este articulista. No dice que no. En la lista también asoma Paulo Pimenta: “es el diputado en el que Lula más confía, además de ser presidente del PT de Rio Grande do Sul”, enumera otra fuente petista. A ellos se sumarían Rui Falcao, ex presidente del PT, y José Guimaraes, interlocutor con muchos dirigentes de partidos de centro en el Nordeste natal de Lula, entre otros. El experimentado Franklin Martins ya se está haciendo cargo de la comunicación partidaria y tendrá un rol destacado en los próximos doce meses.
Lula, el resiliente, comienza a afrontar uno de los años más decisivos de su carrera política. Sabe que gobernar el Brasil postbolsonarista y pospandémico será aún más complicado que durante sus dos presidencias. Y por eso busca que no se “naftalinice” la discusión con sus logros, evidentes pero ya pauperizados por la seguidilla neoliberal.
Lula construye futuro. Con todas las complejidades que eso implica en un mundo vertiginoso, líquido. En un mundo de incertidumbres. El deseo mueve al hombre: nunca tuvo tantas ganas de ser presidente como ahora. Quiere orden y progreso, pero con inclusión. Quiere hacer grande a Brasil de nuevo. La historia dirá si le hace nuevamente un lugar en el Palacio Planalto.