Ensayo

Análisis de su último discurso


Lula cumple

Hotspots del último discurso público de Lula da Silva antes de quedar detenido el pasado fin de semana. Su mensaje al empuñar la mano de políticos jóvenes y de sindicalistas que están por fuera del PT. Qué le quiso decir al juez Moro al celebrar el derecho a la educación superior. Cuánto tiene de inocencia, y cuánto de estrategia, declamar confianza en las instituciones que hoy desplazan al candidato presidencial más popular de Brasil.

Fotos: Midia Ninja

En su primer día en la cárcel, Lula pudo celebrar la victoria de su Corinthians por 1 a 0 contra Palmeras en la final del Campeonato Paulista 2018.

 

Fue el juez Sergio Moro quien autorizó el pedido de instalar una televisión en su celda para que pudiese mirar el partido, un gesto similar quizás al de los jugadores que se visten de modestia para saludar al equipo perdedor al final del juego.

 

¿Pero quién realmente se ganó esa disputa?

 

Fueron casi 48 horas de resistencia antes de que Lula se entregara a la Policía Federal de Curitiba, en el sur de Brasil, para cumplir el fallo ordenado por Moro el jueves 5 de abril.

 

Lula condujo su tiempo con maestría, y su última foto fuera de la cárcel no fue al lado de los agentes de la policía que lo llevaron, sino literalmente en los brazos del pueblo, en una imagen sacada desde arriba del edificio del Sindicato de los Metalúrgicos, en São Bernardo do Campo, por el fotógrafo y militante de 18 años, Francisco Proner Ramos.

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Ahí en ese Sindicato que vio nacer el líder político más importante de Brasil, el expresidente Lula pasó sus últimas horas en libertad.

 

Miles de personas lo acercaron hasta el búnker el viernes a la noche. Y hubo más de 40 actos autoconvocados por todo el país vecino, aunque los noticieros argentinos insistieron en que no había movilización popular en apoyo el expresidente.

 

Lula estaba en un lugar público, pero la Policía no fue por él.

 

Al día siguiente, participó de una misa por el cumpleaños de su esposa, Marisa Letícia, que falleció el año pasado. Y después volvió a subir al escenario para dar su último y ya histórico discurso en libertad.

 

-¡No te entregues!, gritaba la gente.

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Lula anunció que no se escondería, que no escaparía, que no pediría asilo político. Enfrentaría a sus enemigos cumpliendo el mandato de detención y probando su inocencia.

 

El último discurso duró 55 minutos. Y más de media hora estuvo dedicada a presentar a las personas que lo acompañan.

 

Al revés de lo esperado, Lula destacó a la militancia social-sindical antes que los políticos de su partido. Parado a su lado no estaba, por ejemplo, Jaques Wagner, ex ministro, ex gobernador de Bahía y uno de los más cotizados para sustituirlo como candidato a la presidencia por el PT. Otro de sus hombres de confianza, Fernando Haddad, ex intendente de São Paulo, también quedó en segundo plano en esta escena.

 

¿Por qué, en cambio, junto a Lula estaban dos precandidatos a la presidencia salidos de partidos que se ubican a la izquierda del PT? Ellos son: la diputada estadual feminista Manuela D’Ávila (PC do B) y el líder del movimiento popular MTST (Movimiento de los Trabajadores sin Techo), Guilherme Boulos (PSOL). Ambos tienen menos de 40 años. Lula los agarró de la mano y los presentó, con orgullo, como los jóvenes candidatos.

 

Quiso decir: son hijos de mi legado político.

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La coyuntura brasileña hizo que las brechas entre las demás fuerzas de izquierda y el PT se vinieran limando. Sus referentes se habían juntado la semana pasada en un acto a favor de la democracia. Concretamente, repudiaban la ejecución de la concejala Marielle Franco y el atentado sufrido por la caravana de Lula en el sur del país. Los representantes partidarios dejaron sus diferencias de lado para defender la formación de un frente contra el gobierno ilegítimo de Michel Temer, contra la ascensión del fascismo en Brasil y por el derecho de Lula a recuperar la libertad y a ser candidato en 2018.

 

Los dos últimos actos encabezados por Lula auguran la formación de un frente amplio en las elecciones de este año. Si este frente no termina de armarse, como juzgan algunos cientistas políticos, el próximo presidente de Brasil puede ser proveniente de la extrema derecha.

 

De todas formas, el discurso de Lula fue ambiguo, a tono con la incertidumbre sobre su propio futuro como candidato. Por momentos parecía despedirse (“Ya no soy un ser humano, soy una idea, una idea mezclada a la idea de ustedes”), luego retrucaba (“Ya hice mucho, ¡pero voy a hacer mucho más!”).

 

- No voy a vender Petrobras. Vamos a hacer una nueva Constitución. Vamos a derogar las leyes sobre el petróleo de este gobierno. No vamos a dejar que destruyan a nuestro Banco de Brasil. Vamos a fortalecer la agricultura familiar, responsable del 70% del alimento que consumen las familias de este país.

 

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El ex presidente recordó -como suele hacer siempre-, algunos logros de su gobierno. En alusión al histórico discurso de Martin Luther King, Lula dijo que soñó que sería posible gobernar el país permitiendo el acceso de millones de personas a las universidades (durante su gestión se crearon 23 universidades públicas y 5 privadas, según el Instituto Nacional de Estudos e Pesquisas Educacionais Anísio Teixeira) y creando millones de empleos (11,2 millones de puestos se generaron en Brasil entre 2003 y 2010, según el Ministerio del Trabajo).

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¿Por qué Lula pone énfasis en la educación superior? Confía en que llegará el día en el que la generación de estudiantes de la periferia que su gobierno permitió llegar a la facultad va a hacer el cambio. Va a marcar una diferencia entre la elite que hoy domina los altos puestos judiciales. Igual, Lula aclaró que cree en la Justicia brasileña e incluso en la tendenciosa investigación Lava-Jato. “Si no creyera en la Justicia no hubiera creado un partido político, hubiera propuesto una revolución”, dijo.

 

Brasil jamás vivió un periodo de democracia plena. El genocidio de la población negra, al cual Lula alude en su discurso, es una prueba de eso. La desigualdad social que apenas empezó a mermar durante los gobiernos de Lula y Dilma también.

 

El golpe institucional de 2016 que detuvo ese proceso de transformación social significó un nuevo atentado a esa frágil democracia. Y abrió el camino para varias otras rupturas, que culminaron en la intervención militar que Temer instaló en Rio de Janeiro en febrero, en el asesinato de la concejala Marielle Franco, elegida para fiscalizar esa misma intervención, y en los intentos de las mismas Fuerzas Armadas de protegerse de sus potenciales violaciones a los derechos humanos en la acción.

 

El comandante del Ejército Brasileño, el general Eduardo Villas Bôas, fue el autor de dos declaraciones que recientemente estremecieron el país y sin embargo quedaron impunes. Afirmó que los militares que participen de la intervención en Rio “necesitan tener la garantía de que no enfrentarán en 30 años una nueva Comisión de la Verdad”. Y en la víspera del juicio sobre el habeas corpus de Lula en el Supremo Tribunal Federal, publicó en las redes sociales que “asegura a la Nación que el Ejército Brasileño comparte el anhelo de todos los ciudadanos de bien de repudio a la impunidad” y que se mantendría “atento a sus misiones institucionales”.

 

Aún a sabiendas de esta realidad, Lula es parte de una izquierda que insiste en confiar que las instituciones brasileñas mutiladas por el golpe revertirán la situación.

 

Para el filósofo brasileño Vladimir Safatle, el campo progresista del país necesita entender que el “pacto de normalidad política” ha terminado. Según dice, todas las veces que la política nacional sufrió un giro autoritario, “la izquierda fue la última en abandonar la esperanza en el Estado Democrático de Derecho. Se quedaban esperando por algo que ya no existía, mientras los reaccionarios organizaban la salida autoritaria”.

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Los logros de los gobiernos Lula-Dilma dependieron en gran medida del éxito de ese pacto de conciliación que ahora se diluye. De 2002 a 2016, los dos expresidentes hicieron alianzas con líderes fundamentalistas, defensores de terratenientes y partidos como el MDB de Temer, que luego los traicionaría. Se desviaron de pautas progresistas como la ley de matrimonio igualitario, la descriminalización del aborto, la reforma agraria y la tasación de grandes riquezas.

 

Lula no abandona su título de gran negociador y conciliador de clases, pero en su discurso se vio obligado a asumir: “Sé quiénes son mis amigos eternos y quiénes son los eventuales. Los de corbatita, que antes me seguían, ahora han desaparecido. Mis amigos son los que de verdad necesitan al Estado”, dijo, y les agradeció su apoyo.

 

Su discurso y el que lo siguió, proferido por la presidenta de su partido, la senadora Gleisi Hoffman, fueron duros con la prensa que cumplió el rol de manipular la opinión pública en su contra, en especial la Red Globo.

 

Para Lula, su juicio estuvo subordinado a la prensa. “Si [un juez] quiere votar en base a la opinión pública, que deje la toga y vaya a ser candidato a diputado", dijo, defendiendo que el juicio tenga como base los autos del proceso. A modo de promesa de campaña afirmó que hará una Ley de Medios “para que el pueblo no sea víctima de las mentiras de todos los días”.

* * *

A los miles de personas que pedían que no se entregara, Lula dijo que atendería este fallo de cabeza erguida, porque “quiero hacer transferencia de responsabilidad, ellos piensan que soy culpable por todo lo que pasa en este país”.

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La idea dialoga con la anécdota con la que inició su discurso. En 1979, en plena dictadura militar, Lula lideró una gran huelga general de la categoría de los metalúrgicos de São Bernardo, Diadema, Santo André y São Caetano. Aunque querían seguir la resistencia, el líder sindical pidió a los trabajadores un voto de confianza, y negoció un reajuste salarial menor que los 78,1% que pedían. Los metalúrgicos volvieron al trabajo contrariados. Aún así esta fue la más grande conquista salarial del periodo.

 

El año siguiente, Lula recuperó su prestigio entre sus compañeros y convocó una nueva huelga de tiempo indefinido. Con los días y la falta de noticias de los empresarios, que habían dejado de negociar, la huelga perdió fuerza.

 

A los 17 días, Lula fue llevado a la cárcel. Allí hizo una huelga de hambre de seis días, mantuvo su actuación sindical y hasta se consiguió una televisión para mirar el partido de Corinthians y Botafogo.

 

Para Lula, haber mantenido la huelga aun en la cárcel no solo mostró a los trabajadores que su líder no era un entreguista y que merecía su confianza, como también les dio motivación para seguir la resistencia. “La mujeres hicieron una marcha muy linda en São Bernardo, después hubo ese primer de mayo histórico, en que estuvo Vinícius de Moraes, y la huelga duró unos 30 días más”, contó en su testimonio a la Comisión Nacional de la Verdad, en 2014.

 

El recuerdo en las horas previas a una nueva detención en 2018 posee un simbolismo grandioso. Inspira a relativizar la victoria y la derrota. Y permite que se mire más allá de este momento específico.

 

Al entregarse, Lula busca transferir dos responsabilidades. A los golpistas de hoy, transfiere la pecha de criminal que le imputaron. A los “companheiros”, transfiere el compromiso con la resistencia. “Quieren impedirme que recorra el país pero es inútil. Hay millones de Boulos, de Manuelas, de Dilmas Rousseffs que hoy caminan por mí”.

 

Un frente amplio de izquierda no debería aceptar nuevos acuerdos conciliatorios como los que firmó ese líder durante su gobierno. Y los que resisten probablemente no se van a hacer llamar “Lula”, como pidió en su discurso. Son muchxs y felizmente diversxs. Pero eso sí: Lula y su historia valen esta lucha.