Fotos: Instagram Emmanuel Macron, Marine le Pen.
Ante el próximo ballotage en Francia, es interesante analizar lo que sucedió en la primera vuelta en relación al sistema de partidos, las clases populares y el posicionamiento de los candidatos ante la Unión Europea, y también el impacto de los atentados.
Miremos en primer lugar el comportamiento de las clases populares. Para los obreros, por ejemplo, que representan el 20% de la población, pareciera que el principal partido es la abstención. ¿Cómo interpretar los porcentajes de votos cuando la mitad de ese grupo social no adhiere a ninguna de las propuestas políticas en disputa?
Y ese es un problema importante, porque con Marine Le Pen en esta segunda vuelta se rompe lo que en Francia llamamos el “frente republicano”, que consiste en una alianza para hacer frente al candidato del Frente Nacional en caso de ballotage. En ese caso, todos los partidos se comprometen a votar por quien enfrenta al candidato del FN, pero ese acuerdo hoy está mucho más resquebrajado que veces anteriores. Había funcionado con Jean Marie Le Pen y Jaques Chirac pero ahora no es tan seguro porque el grupo de Jean-Luc Mélenchon (que salió cuarto y es de ultraizquierda) no llamó a votar a Emmanuel Macron. Entonces puede haber una abstención más alta y mucho voto en blanco, lo que llevaría a que el porcentaje de votos del Frente Nacional sea más importante, no porque el volumen de votos aumente tanto, sino porque aumenta la proporción.
¿Cómo se distribuyó el voto a cada candidato entre la población? El voto a Emmanuel Macron fue un voto de los sectores medios y altos; tanto de altos ingresos y como de diplomas, además de tener un corte geográfico importante. El electorado popular se queda con Marine Le Pen como única candidata, porque todo el resto de la oferta política popular en sus diversas versiones desapareció en la segunda vuelta. Es muy difícil para un empleado, para un obrero o para un desocupado votar a Macron que es un tecnócrata, un banquero, un liberal pro-Unión Europea. Es decir, todo aquello que representa una buena parte del sufrimiento social de las clases populares.
Correrse al centro
La izquierda se fue alejando paulatinamente de los trabajadores. Se dice que en la elección del año 82 hubo una ruptura donde el Frente Nacional dejó de ser un grupúsculo de extrema derecha para convertirse en un partido de masas con fuerte adhesión de las clases populares. Pero en realidad es un proceso un poco más largo y complejo, con varios niveles. Uno es la descomposición de la izquierda, que va abandonando su raíz popular como motor político y se va convirtiendo en una izquierda más moderna, muy dominada por el Partido Socialista que deja de lado su raíz obrera. Y esto coincide con la pérdida de hegemonía de la clase obrera sobre las clases populares en Francia; hay un problema político y un problema social al mismo tiempo. La clase obrera empieza a perder efectivos, hay cada vez menos obreros, porque se da un proceso de desindustrialización muy grande. Pero no es tanto el volumen de obreros que baja, sino que crecen otros sectores económicos donde ellos pesan menos. Y además cambia la composición de la clase obrera porque hoy, en Francia, quedan pocos obreros de grandes concentraciones industriales y muchos de ellos están difusos en distintos sectores de empleo o distintos sectores económicos, incluidos los de servicios.
Históricamente, los partidos de izquierda franceses estaban profundamente atados a la condición obrera, que era muy fuerte y luego hubo un desbarajuste del Partido Comunista que pasó de tener cerca de 25% de los votos, como en la elección de Mitterrand; a un 3%, hoy. Y apareció una teoría política proveniente de la sociología que dice que la sociedad francesa se convirtió en una sociedad de clases medias. Y que como consecuencia, las elecciones se ganan en el centro; así tanto la derecha como la izquierda se corren al medio. Pero esa teoría termina de afianzarse en la estructura de los partidos políticos en el mismo momento en que eso deja de ser verdad, porque aparece la crisis, aparece la flexibilización -con ella la precariedad- y el desempleo. Empieza a haber allí lo que Gino Germani llamaría masas disponibles para un discurso. Pero el hecho de que el voto no sea obligatorio modifica los tiempos de expresión política de ese fenómeno porque puede ganarse una elección con muy pocos votos. Mal integradas, las clases populares se abstienen, provocando una sobrerepresentación política de las clases medias.
Los estables, los precarios y la reacción ante la Unión Europea
Existen otros componentes vinculados a una cuestión geográfica y una cuestión de edades. La izquierda del Partido Socialista se ha convertido cada vez más en un espacio de jóvenes, y de estables. Llamamos estables a quienes tienen un empleo fijo, es decir la inmensa mayoría de la población. No son necesariamente clases medias pero no están afectados por la precariedad. Ellos viven de una manera mucho más “feliz” el proceso de la Unión Europea, porque no están amenazados ni sienten su futuro en riesgo. En cambio los precarios sí están sufriendo desde hace muchos años pero no votan. Y los jóvenes, que sufren también la precariedad tampoco votan. La abstención es mayor cuanto más popular es el sector, en el sentido de empleados y obreros y de menor diploma, y cuanto más joven es la población. Y la abstención recula cuando los que votan son estables, tienen altos diplomas y tienen edad avanzada; con lo cual se termina perfilando casi un voto calificado.
La oferta política no les ofrece un camino a los precarios, y no hay ninguna duda de que todo lo que provoca precariedad es lo que Macron propone. Muchos de esos precarios son inmigrantes pero igualmente son una minoría (ellos votaron a Mélenchon, por ejemplo); si se mira el mapa, son los que votaron en París, y cerca de las grandes ciudades. Las clases populares francesas tienen una historia de varias generaciones para atrás; es un error grande de percepción creer que “pobre” es sinónimo de “hijo de inmigrantes”. Este es un grupo muy pequeño, lo que pasa es que es muy visible en París, y los turistas van allí y creen que los pobres son los negros y los árabes. Lo cierto es que la industria en Francia no se implantó sólo en las grandes ciudades; había una enorme infraestructura industrial en ciudades y pueblos pequeños. La estructura poblacional de la sociedad francesa es muy distinta a la argentina. No existen vastos territorios desiertos como La Pampa o la Patagonia, donde no vive nadie. Es un territorio muy densamente poblado. La desindustrialización de ciudades medianas y pequeñas genera los votos al Frente Nacional, por ejemplo en el norte: desde Lyon hasta la Normandía hay altísimo desempleo y altísimo voto del Frente Nacional.
Melenchon y la abstención
La apuesta de Mélenchon fue movilizar al electorado abstencionista. Él constituye un fenómeno relativamente nuevo, pese a que ya se había presentado como candidato en las elecciones anteriores, porque entonces fue bajo otro formato, como representante de un frente de partidos políticos. Y esta vez, si bien tuvo el apoyo del Partido Comunista, se presentó solo. Así volvió a existir un voto de clases populares de izquierda; a la izquierda del partido socialista. El electorado tradicional del Partido Comunista volvió a aparecer junto a un voto joven. Hicieron una elección muy importante: lograron más de 19%. Es mucho aunque no alcanzara para llegar a la segunda vuelta.
¿Cuál es, entonces, el escenario? Primero, debemos recordar que la elección presidencial no decide el gobierno: el presidente no gobierna. El gobierno lo decide la elección legislativa. Por eso no se sabe con quién va a gobernar Macron, si gana; qué parlamento va a tener y en consecuencia, qué gobierno: qué primer ministro, ni qué ministros. Eso saldrá de las elecciones del mes de junio. Y ahí es muy probable que los viejos aparatos partidarios vuelvan a recobrar importancia, toda la que perdieron en esta elección. Y eso podría suceder porque las elecciones se deciden en circunscripciones, y una cosa es tener redes sociales o grandes medios de prensa para hablarle al país y otra cosa es ir a cada distrito a pelear una elección local.
Quien gane las elecciones presidenciales va a tener muchísima influencia pero incluso el presidente electo va a estar un poco maniatado; va a intervenir en la campaña, sin dudas, pero no del mismo modo que si fuese un candidato más.
Hay muchísimos interrogantes, nadie sabe qué va a pasar, por ejemplo, con el partido socialista y con los republicanos. La inmensa mayoría de los cuadros del PS, la casi totalidad del gobierno, desde ministros a diputados, se fueron con Macron y abandonaron al candidato de su partido (Benoît Hamon), razón por la cual sacó sólo el 6% de los votos. Es muy probable que todos esos actores quieran recuperar el partido para las elecciones.
Los desafíos de la agenda política
Si pierde las elecciones, Marine Le Pen seguramente va a ser candidata a diputada en una circunscripción. El Frente Nacional hizo una muy mala elección pero fue un proceso electoral muy complejo, muy cargado de sorpresas. Hace un año casi todo el mundo estaba convencido de que el presidente iba a ser el republicano Alain Juppé que no pudo ni siquiera con la interna de su partido y quedó allá lejos.
¿Y cuál es el principal desafío que enfrentará el presidente electo? Hay un problema importante en la Unión Europea y cada vez más se afirma una hipótesis liberal sobre el destino de Francia: es la que intentará poner en marcha Macron, y que de alguna manera volvió a poner en funcionamiento François Hollande. Eso consistiría en armonizar los sistemas sociales entre Francia y Alemania. Es decir, una pérdida de derechos muy grande para la población francesa. Porque los liberales piensan que Francia no ha terminado de hacer la tarea que hizo Schröder en Alemania en los años ´90 y que de ahí viene el desequilibrio entre los dos gigantes del Euro.
Jean-Luc Mélenchon vino a decir que los partidos están obsoletos y el espectro político francés quedó dividido en tres grupos: un grupo nacionalista de ultraderecha que va de Fillon a Marine Le Pen, con Sarkozy dentro, un grupo ultraliberal que tiene el grueso del Partido Socialista y una parte de la derecha y el centro, y un polo de izquierda. Él piensa que esas son las tres fuerzas que recomponen el espectro político. Pero es un poco temprano para saber si esto va a ser así; puede que sí o puede que no. La ingeniería electoral del sistema político puede modificar eso tal como le pasó a Podemos en España. Ellos pensaron que el Partido Socialista estaba muerto porque hicieron un análisis teórico de las posibilidades del proyecto político que encarnaba, pero se olvidaron de pensar que, además, los partidos son organizaciones, o “aparatos”, si se prefiere.
Hoy no podemos saber mucho porque hay que esperar y ver si los partidos políticos van a recomponerse. Nosotros también tenemos ejemplos: pensemos en la Renovación en los años ´80. “El Partido Justicialista está muerto, hay que intentar otra cosa”, se decía. Pero no resultó tan fácil. Hay una situación de incertidumbre, de “no se sabe muy bien qué va a suceder”, adónde va a ir la Unión Europea y es muy importante lo que pase políticamente para cada sociedad, porque todo el mundo advierte que hay un déficit de democracia en el funcionamiento de las sociedades europeas. En buena medida, eso proviene de la aparición de un gobierno supranacional y de la aparición de nuevos fenómenos que no estaban tan presentes en las sociedades europeas antes de la unión. Por ejemplo, la Unión Europea está muy expuesta a los lobbies, a la americana, muy expuesta a ese tipo de funcionamiento de grandes empresas, de grandes grupos y sectores multinacionales presionando a los gobernantes. Esa presión de filiales de la economía -un producto químico, una molécula, un pesticida-, es muy mal vista en las sociedades locales. En Alemania sería casi imposible llevar a la luz esto de manera abierta, y en Francia igual. Pero entonces han encontrado una manera de actuar desde la Unión Europea que conlleva, un actor nuevo que escapa al funcionamiento corriente, tradicional o previo de las sociedades que componen la UE.
El problema de las naciones
La novedad es que por primera vez en la relación de Francia con la Unión Europea, Mélenchon permitió la emergencia de un discurso de izquierda crítico de la Unión Europea, con ciertos ribetes de nacionalismo. En Europa es muy difícil ser nacionalista y de izquierda. Esa es la razón por la cual las izquierdas europeas no entienden a América Latina y América Latina no entiende al Frente Nacional. Si traduzco un discurso de Marine Le Pen al español, y no digo dónde ni quién lo pronunció, muchos pasajes podrían llegar a ser tomados por los de un discurso de tipo “nacional y popular”. Comparten rasgos como el nacionalismo, la evocación de la patria, del pueblo, de la Nación, de la dominación extranjera y la pérdida de soberanía… más allá de la dimensión racista del FN.
La izquierda en general rechaza la hipótesis de una Europa de naciones, y pone el acento sobre la república. Ese es el discurso republicano de izquierda. Es como si dijeran: ‘No tenemos una identidad nacional, tenemos reglas de convivencia que nos mantienen juntos.. Que seamos todos católicos o todos galos es algo circunstancial’, que no puede ser lo que nos una. Pensar que “la patria nos une”, y demás discursos patrióticos, nacionalistas, de pueblo, es mucho más frecuente en América Latina. Mélenchon vuelve a pronunciar la palabra “pueblo” después de muchísimo tiempo, desde la izquierda. Y fue uno de los frenos más grandes que tuvo en los últimos momentos de la campaña donde se dijo de él, “es un chavista”. Y eso, para los ojos de una persona de izquierda europea, y para la inmensa mayoría de la gente es una especie de fascismo encubierto de izquierda, un autoritarismo antidemocrático y antirrepublicano.
Mélenchon introdujo una novedad discursiva. Cuando la izquierda evocaba al pueblo antiguamente, evocaba en realidad, a la clase obrera. Hay una diferencia de tradiciones populares entre Europa y América Latina muy grande porque ese espacio del “pueblo” lo ocupó el fascismo en los años 30. Y sigue teniendo el monopolio de ese espacio discursivo. Por eso da mucho trabajo explicar en Francia que eso no es fascismo. Marine Le Pen dice sobre la Unión Europea lo mismo que nosotros podíamos escuchar en América Latina, en los años 90, sobre el Fondo Monetario Internacional. “Son tecnócratas que nos gobiernan desde el exterior y nos quitan nuestra soberanía”. Y esto puede generar una versión más retrógrada, vinculada con una especie de fundamentalismo católico que cree que el pueblo tiene, en Europa, una raíz cristiana que debe rescatarse. Y ahí aparece la xenofobia y la vinculación con el fascismo. En ese marco, mucho de lo que ocurre en Francia hoy –con un corrimiento muy fuerte de la sociedad hacia posiciones de derecha extrema- tiene que ver con los atentados de los últimos dos años y con la manera en que se buscó resolver el problema. La reivindicación islamista de los mismos alimenta la xenofobia, el nacionalismo y los pedidos de represión.
La reacción ante los atentados: de la marcha pacífica al discurso guerrero
Charlie Hebdo es una publicación anarquista con un público muy reducido: sesenta mil abonados aproximadamente en el momento del atentado. Cultivan rasgos del anarquismo tradicional, la caricatura, la burla del poder, la crítica radical de la religión, del Estado, de los poderosos, y del dinero. No está en internet, no tiene publicidad, solo se puede comprar en el quiosco o suscribirse, y tiene una presencia de las grandísimas plumas del dibujo crítico francés. Quienes murieron allí eran próceres del dibujo junto con otros más jóvenes. El atentado tuvo unas características particulares: fue un asesinato político fascista como tantos que hemos visto. Personas armadas que matan, por una cuestión ideológica o religiosa, en la redacción de una revista y se van.
La reacción del gobierno frente a eso fue convocar a una enorme movilización democrática. En aquel momento muchos pensábamos que si hubiera gobernado Nicolás Sarkozy, Francia hubiera bombardeado enseguida vaya uno a saber qué país. Pero el gobierno de François Hollande respondió con muchísima tranquilidad. El presidente se abrazó con los sobrevivientes en la calle aunque fuesen sus enemigos políticos, en medio de una gran conmoción popular.
Nueve meses más tarde se produce el segundo atentado, que es de una naturaleza muy distinta porque sucede en la calle, en un teatro, en los bares; un atentado en el que las víctimas son el corazón político del partido socialista: jóvenes estudiantes universitarios parisinos que van a escuchar conciertos de rock, que salen a los bares.
Ahí todo el arco político sale a decir: “esto es la consecuencia de la no-respuesta al atentado anterior. Este gobierno blando nos expone a eso”. Entonces Hollande, miembro del Partido Socialista, tiene como reflejo largar una serie de medidas muy duras, muy de derecha porque piensa que va a perder una batalla política muy grande. In extremis propone quitar la nacionalidad a los condenados por terrorismo (propuesta que fracasó y le costó el ala izquierda al gobierno); dice que Francia está en guerra, sale a bombardear, dicta el estado de urgencia y le da, en consecuencia, un poder enorme a todas las fuerzas de seguridad. Hay un cambio total: el gobierno pasa a un discurso muy guerrero. El giro a la derecha de la población francesa fue descomunal. Cuando frente al Congreso (que es la reunión de las dos cámaras) Hollande propone una reforma de la Constitución para sacarle la nacionalidad a quienes cometen un atentado, todo el arco político votó a favor, salvo unos pocos comunistas y verdes. El corrimiento de la prensa, de la opinión pública, de la población fue muy grande.
No se sabe cómo actuarán las clases populares en la segunda vuelta pero es muy probable que se abstengan de forma masiva, salvo aquellos que voten a Marine Le Pen. Porque es muy difícil que Macron suscite la adhesión de quienes más sufren; salvo quizá en aquellos grupos de origen popular que se consideran individuos meritocráticos exitosos, que es lo que Macron encarna. O sea, lo que propone el liberalismo, un mundo abierto donde todos tengan oportunidades. El problema es que en la coyuntura actual, los exitosos de las clases populares son pocos.
*Denis Merklen acaba de publicar “Bibliotecas el llamas. Cuando las clases populares cuestionan la política y la sociología (Ediciones UNGS, 2017)” , y "En quête des classes populaires. Un essai politique" (La Dispute, 2016 - junto a S. Béroud, P. Bouffartigue y H. Eckert). En su visita a Buenos Aires para la presentación de sendos libros, conversó con el equipo de Anfibia. De aquella charla surge este texto desgrabado.