Los días adentro del teatro
Entran por el costado izquierdo de la elegante fila de plateas como si caminaran por una pasarela. Van subiendo al escenario una por una con sus trajes de fiesta en color negro: vestidos largos, suaves, brillantes, de seda o con lentejuelas, con la espalda descubierta, con tajos en las piernas o con un solo hombro, vestidos al cuerpo delineando las siluetas, también un smoking, un moñito al cuello. Todo está listo para la noche, para la fiesta, todo en un negro luminoso, como si vinieran del pasado, desde el que nos miran a los ojos. Entonces, empiezan a contar.
¿Cómo se cuentan los días afuera? Se cuentan con números: 820, 889, 906, 1064, 1071, 1405, quién da más. Se cuentan con un relato: el regreso a la casa de la madre, la búsqueda de trabajo, el reencuentro con los hijos, el partido de fútbol, la pelea en la cancha, la función que estamos viendo. Se cuentan con una experiencia de los sentidos: caminar al sol sin parar, tirarse a dormir todo el día, sentir el viento al viajar en auto, tener miedo ante la policía, disfrutar del agua fresca de una pelopincho, mirar las estrellas. Y se cuentan, como lo hace Lola Arias, con los cuerpos distribuidos en escena haciendo una obra que reúne todos los otros modos de contar, llenando los números orgullosos de movimientos y palabras, de bailes y cantos, para que podamos ver y oír a este grupo de mujeres cis y personas trans arriba del escenario.
Para que conozcamos la historia. Son los días afuera de Estefi, Yoseli, Paulita, Noe, Carla, Nacho. Afuera de la cárcel de mujeres donde les seis estuvieron en situación de encierro, con privación de la libertad por haber cometido un delito que no se dará a conocer del todo pero que intuimos fue menor, una suerte de desliz o exceso que les puso al margen de la ley. Afuera de la cárcel: pagando todas las deudas, como dicen varias veces y repiten al final. “Lo que fuimos ya no importa, lo que viene se verá”, cantan a coro en la primera canción, antes de que se corra el telón y vuelvan a aparecer en shorts y remeras, de entrecasa, para que arranque el relato.
Los documentos
Los días afuera es la última obra de Lola Arias, después de la deslumbrante Campo minado (2016), en la que reunía a ex combatientes argentinos e ingleses de la guerra de Malvinas; de Atlas del comunismo (2016), donde personas de todas las edades narraban historias de mujeres en el socialismo alemán, o de Futureland (2019), protagonizada por un grupo de adolescentes refugiados en Alemania. Con esta nueva obra, a la vez documental y musical, creada con fragmentos de las historias de vida de quienes recuperaron su libertad tras cumplir su condena en una cárcel de mujeres, Lola Arias enfoca una situación que, pese a su alcance actual, por la universalidad del tema y la diversidad de sus protagonistas, es bien local, bien argentina, como en su momento lo fue Mi vida después (2009), en la que lxs hijxs narraban la historia de los padres hurgando en los archivos personales de la turbulenta década de los 70.
En el escenario, como en la cárcel, destinos en principio divergentes comparten de pronto, por un golpe del azar o por una acción sin retorno, un mismo espacio, un pedazo de pasado o de futuro (“Nadie elige su destino”, decía también el estribillo de la primera canción). Entre Estefi, que viene de un barrio tradicional de la ciudad de Buenos Aires, y Paulita, que viene de Lima y vive precariamente en las afueras, están Nacho, Yoseli y Carla, habitantes del conurbano bonaerense, y Noe, que dejó Rosario escapando del odio transgénero. En la cárcel, Estefi y Nacho se hicieron amigos veinte años atrás al armar una banda de rock, y ahí también, Yoseli y Paulita compartieron largas noches de viernes mirando películas de terror.
Ya vimos a todes en Reas, la película musical documental que, acompañada por el mismo equipo, dirigió Lola Arias recreando la vida en prisión y desestigmatizándola, como primer tramo de un proyecto mayor que culmina con Los días afuera. Esa afectividad imprevista que vemos en Reas se amplía y reconvierte en el escenario porque es el resultado de meses compartidos de ensayo pero también porque, a lo largo de la hora y media de función, componen una pequeña comunidad solidaria en la que exponen y recrean partes de presente y de pasado ante el público.
La escenografía, de resolución atractiva y perfecta con diseño de Mariana Tirantte, reúne también todos los tiempos, con la estructura de caños en altura de tres niveles que se alza al fondo y corta la profundidad, el autazo amarillo que ocupa un tercio de escenario, el elástico transportable de múltiples usos: como si las nociones de prisión y libertad estuvieran distribuidas en el espacio y no solo en la vida. Subiendo y bajando por los caños, entrando y saliendo del auto, desplazando el elástico o trepándose a él, caminando o corriendo, se van armando las escenas en una sucesión que nunca nos muestra ni cuenta todo pero sí lo suficiente, lo necesario.
¿Qué saber y qué no de los protagonistas? ¿Cuánto mantener en la intimidad y cuánto revelar públicamente? El modo en que se entrega la información es, otra vez, uno de los puntos fuertes de la dramaturgia de Lola Arias: sabemos la cantidad de hijos pero no quiénes son exactamente sus padres; sabemos de tal o cual adicción pero no su relación exacta con los delitos; nos enteramos de la inocencia de alguna de las chicas pero no de las causas que la condujeron al engaño.
En Los días afuera no hay explicaciones, no hay porqués, no hay confesión. Lo que hay es una construcción narrativa a la vez personal y coral de historias de vida y de estados anímicos y sensoriales, por medio de secuencias que alternan breves monólogos y diálogos, recreación de situaciones vividas, bailes individuales y grupales, canciones alusivas y coreografiadas. Pasamos del monólogo de Estefi sobre el impacto emocional y tecnológico que sufrió al salir de la cárcel (donde al final “tenía todo resuelto”), al diálogo entre Nacho y Noe sobre los derechos civiles de las disidencias (y su lucha y persecución), a las escenas actuadas por todxs de las búsquedas de trabajo en blanco (frustradas ante la pregunta por los antecedentes penales), a la coreografía de una persecución policial que parece de película (a la manera de los ‘50 o como el remedo de un musical de Broadway), y a la canción sobre los deseos de Yoseli de conocer París (que la hicieron caer en la trampa y ser detenida en el aeropuerto: “París o Nueva York, Barcelona o Milán”). Aunque solo se trate de una sucesión de cuadros de vida que construyen fragmentariamente cada historia, tanto el tipo de información ofrecida como los procedimientos narrativos y visuales hacen que no nos preguntemos cuál es la historia completa. En cambio, accedemos por esa vía a una historia que es particular y común a la vez, porque cada historia, con sus fragmentos y en su precariedad, arma una comunidad que es ahora documental y también artística.
Los días afuera no alienta una curiosidad morbosa ni facilita la plena empatía. Sin miserabilismo y sin exaltación, la dramaturgia y la puesta producen aceptación y comprensión ante las diferentes situaciones y, sobre todo, nos invitan a compartir un festejo.
Letra, música y baile
Canciones y bailes, mucha música, coreografías de los cuerpos en escena. Cuando Paulita canta sola por primera vez, no podemos sino sorprendernos de esa voz que viene de muy lejos, de Perú y de la cárcel. Y cuando Noe hace ese baile furioso trepada al capó del auto tras el apriete homofóbico, nos impacta más allá de los movimientos sensuales del voguing o vogue travesti (que ya en Reas enseñaba a sus compañeras para que aprendieran a contar su historia con la hand performance) y nos contagia de revancha virtuosa. Si hasta Estefi se atreve con las boleadoras... Todxs cantan, todxs bailan.
Las letras y las melodías, en las que colaboran Ulises Conti, un histórico del equipo de Lola Arias, e Inés Copertino, son luminosas y pegadizas, aunque a veces sean suaves y a veces estridentes. Cuentan historias o ilustran estados de ánimo pero siempre nos dejan cantando como un modo de la compañía: “en una pared, tu nombre junto al mío”, “nadie sabe cómo es vivir en cuenta regresiva”, “el pasado te persigue, el futuro no puede llegar”. Y los cuerpos. Andrea Servera, una de las artistas más sensibles e inteligentes que ha apostado a la capacidad transformadora de la danza, como lo mostró al frente del juvenil y diverso Combinado Argentino de Danza, de la compañía travesti, trans y no binaria La Grupa, o con el pionero documental Ezeiza, filmado en la cárcel de mujeres a comienzos de los 2000, es una maga de los cuerpos. Servera hace magia porque ve en ellos lo que ellos mismos desconocen, los descubre, los anima, los libera, los revela, como otro modo de salir de prisión y transformarse.
Pero Los días afuera no es un “Yo sé” como aquellos del programa estudiantil Feliz domingo en el que cada participante mostraba su habilidad cantando o bailando para ver quién lo hacía mejor y ganarse un premio. Los días afuera muestra, más bien, todo lo que también “yo soy” o lo que “yo puedo ser”. Nada más diferente. Los días afuera es la potencia de un futuro acechado por el pasado pero a la vez abierto a posibilidades inimaginables. Entre ellas, ¿por qué no?, actuar en esta obra contando la propia vida y creando una comunidad que no solo pasa sus días afuera sino que también se va de gira por Europa. Además de, como dicen con humor, conseguir el primer trabajo en blanco.
“La noche es para bailar”
¿Qué se espera de una obra documental sobre los días afuera de una prisión de mujeres? Quizás nada pueda conformar del todo cuando se trata tal tema, porque como se preguntan en Reas: “¿quién me garantiza que lo que vos decís es verdad?”. Hacer denuncialismo duro o inmersión afectiva a partir de un yo documental casi seguramente conduce a los maniqueísmos de buenos y malos, el sentimentalismo sensiblero o la trampa de una identificación imposible. Y si en definitiva creemos que no hay posibilidades de representar en un teatro las voces y la experiencia reas con una dramaturga y directora que viene de una historia muy distinta y ante un público asiduo al consumo cultural de las grandes ciudades, ¿no estamos cortando los lazos comunitarios que no solo se hacen desde parámetros identitarios sino también desde la diferencia, la deuda o incluso la discrepancia?
Entonces, ni miserabilismo ni exaltación victimizante. En cambio, la excepcional obra de Lola Arias muestra las condiciones, a la vez de incerteza, vulnerabilidad y festejo, de una nueva oportunidad que, después de “vivir en cuenta regresiva” y de “pagar todas las deudas”, ofrece la vida. Y quizás allí radica lo más conmovedor: Los días afuera nos entrega personas que, más allá de haber sido culpables por sus actos, primero, o víctimas de la estigmatización social, después, son sujetos deseados y deseantes.Por todo eso, el canto y el baile no son los protagonistas de una fiesta sino parte del derecho al festejo, porque un musical que mezcla o dosifica tristezas y alegrías no hace más superficial los documentos de vida de las reas y sus días afuera. Dos escenas, para mí, son claves en este sentido. La escena en la que se muestran y describen esos numerosos tatuajes hechos antes, durante y después de prisión: porque no son imágenes superficiales sino inscripciones en el cuerpo, marcas en la piel que contienen el dibujo de una historia y anulan toda diferencia entre profundidad y superficie, igual a como lo hace esta obra. Y la bella y melancólica escena final, que ya no voy a contar acá, en la que todxs cantan “La noche es para bailar” y se mueven lentamente a su ritmo mientras esperan el día siguiente.