Las probables demandas masivas de estudios jurídicos internacionales contra el Presidente y las iniciativas de juicio político no son las únicas consecuencias del tuit presidencial que dejó decenas de miles de estafados en el mundo la noche de San Valentín. La reputación de Milei queda dañada en las áreas en las que se presenta como un experto: la economía y las finanzas. Más allá de las complejidades del mundo cripto y la tecnología blockchain, para un economista serio sobraban los motivos para desconfiar del proyecto $LIBRA como una burbuja destinada a explotar. Por ignorante o por estafador, Milei ya no será el mismo a los ojos de unos cuantos.
Pero más allá de lo que significa este episodio para la política argentina y el increíble arco narrativo de Milei, una pregunta más estructural sobrevuela la democracia argentina: ¿Cómo es posible que un Presidente haga esto, que sea la pieza esencial de un fraude cripto-financiero? La estafa excede la coyuntura nacional y arroja luz sobre este momento histórico del capitalismo. La promesa de Milei da cuenta de un vínculo de escala global: la alianza entre el capital financiero y el capital informático, con las empresas de plataformas y las criptomonedas como máximos exponentes.
Un sentido común estallado
En ocasiones se hace una demarcación rígida de las posibilidades de éxito del gobierno libertario. Si domina la inflación y atrae inversiones, se dice, no importan los “excesos” de la “batalla cultural”: la reivindicación velada de la última dictadura militar y la agenda antiwoke. Pero en cada terreno, tanto en el económico como en el cultural, se consolida un régimen de la opinión que tiende a desplazar las fronteras simbólicas entre lo verdadero y lo falso hacia el reino del número que se legitima a sí mismo, desde los precios de los bonos a la cantidad de likes. Del presidente cripto al presidente troll hay pura continuidad.
El endeudamiento de las familias, las facilidades para invertir en acciones a través de billeteras virtuales y la participación adolescente en las apuestas online confirman la inclusión generalizada de la población en los mercados financieros. El tuit de Milei es la última muestra de este movimiento expansivo, que se traduce en la proliferación del vocabulario cripto en el sentido común.
La tecnología blockchain implica desafíos teóricos y políticos, porque desliga la circulación del dinero y la creación de moneda del control de los Estados. Por fuera de la discusión en torno a cuánto Milei entiende y promueve esta tecnología, su poder de seducción en las fuerzas del cielo radica en las promesas de libertad para eludir las regulaciones estatales.
Las burbujas financieras no son una novedad en la alianza entre el capital financiero y el informático. La “crisis de los puntocom” en el 2000, que arrastró a la baja las acciones de las primeras empresas de internet, marca un antecedente histórico con un mecanismo similar al de $LIBRA en su lanzamiento.
Milei vendió $LIBRA como una inversión seria, pero su destino se asemejó al de las memecoins, criptomonedas que montan una estrategia publicitaria en torno a una figura popular para atraer confianza. Las burbujas financieras son también comunicacionales, más aún en la época de las plataformas: las informaciones sobre el dinero se vuelven más importantes que el dinero mismo, no solo en las memecoins sino en el funcionamiento normal del mercado financiero. Así lo señala Joseph Vogl en su libro Capital y resentimiento.
El presidente cripto es el mismo que dijo evitar una inflación potencial de 15.000% cuando asumió. “No hay plata”, comentó también en aquel entonces, pero ahora queda claro que la hay si se trata de inversiones especulativas de cortísimo plazo. Un tuit bastó para atraer un volumen de entre 80 y 100 millones de dólares y para dejar en evidencia los agujeros de un sentido común.
Más allá de la fractura expuesta de los criptobros
Milei, el personaje famoso en esta historia fraudulenta, lanzó una carnada informativa que se hizo irresistible en el río revuelto de inversores deseosos de multiplicar sus ahorros. Los seguidores picaron, pero el pescador se escondió y los dejó malheridos. Milei lleva cuarenta y ocho horas en silencio. El Presidente de la verba incontenible hirió a los suyos y ahora se replegó como nunca.
Uno de los lastimados fue Ape, un influencer estadounidense que se grabó a sí mismo tras caer en la estafa. El adolescente se muestra en el vestuario de un gimnasio con el torso desnudo y un collar con una cruz cristiana. Apenas empieza el video, arroja un objeto de vidrio contra la pared de atrás, repleta de estantes. Cada músculo del torso esculpido se le marca con bronca mientras grita “¡I’m broke, i’m fucking broken!”. Va y viene en el plano mientras amenaza con encontrar a los responsables de la estafa y señala a la cámara con el dedo.
El video es ejemplar. En la furia del gym-criptobro puede reconocerse una combinación habitual en los influencers de las finanzas, que diseñan su alma financiera con la misma vehemencia con que se encierran en el gimnasio. El trabajo sobre el propio cuerpo parece forjar una actitud combativa para el mundo despiadado de los negocios. Pero cuando las cosas salen mal, solo hay lugar para el resentimiento, que asume en este caso las formas de la masculinidad patriarcal.
La violencia de Ape ilustra también la influencia del voto joven masculino en los triunfos de Trump y Milei, un voto custodiado por el ejército de youtubers que reivindican valores conservadores y machistas. Pero hay un riesgo en detenerse por demás en esta representación estereotípica del seguidor mileísta. Puede que acaso resulte tranquilizadora: por fin los criptobros, los exponentes de la pureza libertaria, habrían quedado al desnudo en su fragilidad, desenmascarada por la estafa presidencial. Por supuesto que sí, pero la lectura queda corta. Como lo confirman el nuevo triunfo de Trump y la vigencia de Bolsonaro en Brasil, el señalamiento de las contradicciones en el adversario no es suficiente para torcer el rumbo de una elección ni mucho menos el de una época.
La subsistencia de las nuevas derechas se explica por una multiplicidad de causas. A la par del fracaso de los proyectos políticos alternativos y del crecimiento estructural de la desigualdad desde la década del 70’, cuando la combinación entre neoliberalismo y autoritarismo desató las fuerzas de las finanzas, hoy destaca entre estas causas la plataformización de la vida social. Las empresas de plataformas se ubican en la intersección de una serie de transformaciones culturales y económicas que han hecho de las nuevas derechas una expresión quizás más “verdadera” de la época.
La verdad en reels
El presidente cripto llegó hasta la estafa de San Valentín con índices de popularidad elevados y la costumbre cotidiana de agredir al diferente en las redes sociales, se trate de adversarios políticos o de sectores cuyos derechos han sido históricamente vulnerados. Así logró dominar la agenda pública.
Hay en las maneras de Milei un triunfo de la modalidad algorítmica. También puede pensarse al revés, que Milei supo identificar un público diferente al de los medios tradicionales, dispuesto a escuchar verdades en reels. Contra la fabricación publicitaria de timbreos y la nostalgia de una década ganada que ya quedó lejos, el economista extravagante se impuso a fuerza de comentarios económicos que hablaban de los problemas cotidianos: dólar, inflación, casta.
Una generación de adolescentes que creció bajo el signo de la inflación, con familias demasiado preocupadas por llegar a fin de mes, encontró en un mismo contenido aquello que suele buscar en las plataformas: entretenimiento, opinión, información, tendencias. Eso es Milei. El tuit de San Valentín fue el que más lo dañó en su búsqueda constante de mantenerse al tope de la interacción plataformizada.
Los algoritmos cumplen una función editorial en esta época. Distribuyen los contenidos más gustados con el objetivo de que el espectador permanezca mayor tiempo ante la pantalla. En el scrolleo de Tik Tok, pero también en el feed del ya viejo Facebook, se conforma una cierta percepción del mundo, no solo por las publicaciones que reparten los algoritmos de acuerdo con los perfiles de los usuarios. La algoritmización sella una alianza entre lo que vemos y lo que ya creemos: los textos e imágenes que nos muestran el acontecer social y político en redes sociales tienden a confirmar nuestras creencias.
Demasiado ensimismado, ganador antes de tiempo, Milei cometió un error fatal: decepcionó a los suyos y cortó de un hachazo el nudo que ata la fe de las fuerzas del cielo al feed de X.
El presidente mudo, los trolls sin guión
El 15 de febrero será recordado como el día en que el Gordo Dan, autor de la frase célebre sobre los celulares como las nuevas armas del siglo XXI, recomendó distanciarse de los malditos dispositivos electrónicos que nos alejan de nuestros seres más queridos y envenenan el alma.
Los trolls no obedecieron la orden del comandante. Se mantuvieron firmes en la batalla plataformizada, que pareciera realizarse como el sentido de su existencia. Las redes sociales son un espacio propicio para el resentimiento, este afecto que según Vogl provoca una compulsión por compararse y un disfrute por juzgar a los otros. Las plataformas, amparadas en el derecho a la libertad de expresión y bajo la promesa de desatar la creatividad de la gente común, permiten que la impotencia se traduzca en un castigo espectacularizado. Milei y su escuadrón de influencers profesionalizaron el resentimiento y lo volvieron redituable.
Los trolls encuentran un antecedente decisivo en el nacimiento del cine. Benjamin, en La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, atribuye a la falta de contacto personal entre el público y el actor la emergencia de una postura evaluativa. Liberado del aquí y ahora de la presencia del otro, el espectador asume una posición de experto: evalúa, juzga, sanciona.
La evaluación y el resentimiento se entraman en las redes sociales, que trastocan la vincularidad cotidiana y la relación con lo común. Cualquiera se encuentra en condición de evaluar a cualquiera a la vista de todos los usuarios, bajo el funcionamiento algorítmico que premia reacciones cuantificables -likear, compartir, seguir, comentar-. Milei hace del resentimiento un modelo de comunicación gubernamental. Apunta, dispara y se impone. El troll experto se encuentra en condiciones de opinar de todo a cambio del reconocimiento. Un día ridiculiza a una persona con síndrome de Down para burlar a un gobernador y otro promueve una estafa cripto.
Cuando el troll se mete con los ahorros –piquete y cacerola, la lucha es una sola- su operatoria parece volverse más grave.
La resbalosa vida en las plataformas
No hay un punto de corte entre Davos y San Valentín, entre el ataque a la ESI y la promoción de las finanzas. Milei propone la libertad de enfrentar en soledad la dureza del mercado. Por eso, a fines de 2024, se autorizó a los adolescentes a invertir desde los 13 años y se designó como secretario de Niñez a un ex director de una empresa de apuestas online. Para que se acostumbren.
El año pasado se dedicaron textos, jornadas, capacitaciones y tantas otras instancias a una novedad en la que la alianza entre el capital financiero y el informático asomaba las narices con sigilo: las apuestas online. Aquello que aparecía como una preocupación por las adicciones, en el marco de la salud mental de las adolescencias, hoy puede ser puesto en serie con el presidente cripto.
El suelo social se está moviendo hacia la especulación financiera, que se imprime en prácticas cotidianas gracias a modalidades cada vez más extendidas que combinan el juego con la promesa incierta de ganar dinero. La plata dulce, el dinero fácil, hunde sus raíces en la dictadura y la tablita cambiaria de Martínez de Hoz, pero hoy su promesa se vuelve más eficaz por la crisis generalizada de los ingresos y la plataformización. Los influencers hacen de las inversiones financieras, que requieren de cierta formación, una operatoria al alcance de cualquiera. En una economía como la argentina, acechada por las devaluaciones y la inflación persistente, tradear se vuelve una tentación para sobrevivir a este sálvese quien pueda.
El dinero no solo se desliga de los Estados en las plataformas de criptomonedas. Aparece también como una variable de juego. En las apuestas deportivas, como en los mercados financieros, se debe seguir la evolución de los números en las pantallas. Las imágenes que muestran las catástrofes en Wall Street y otras bolsas del mundo se trasladan al hogar. El gamer y el trader se agarran la cabeza mientras miran la pantalla del celular o de la computadora. O se filman a las puteadas y lo comparten en X, como Ape.
El dinero cripto y las apuestas online se unen en un hilo delgado con los influencers, los conductores de Uber, los repartidores de Rappi, los freelancers de Fiverr y tantas otras plataformas de trabajo emprendedor. La “desintermediación” de las relaciones sociales es una de las características de la plataformización, que elude prácticas institucionales y la personificación de los vínculos. De la misma manera que un repartidor de Rappi o un conductor de Uber salen a trabajar sin un convenio laboral que encuadre su actividad ni un jefe al que reportarse, quienes tradean quedan en una relación con el dinero que se vive como inmediata gracias a la mediación de las plataformas.
Al eludir la institucionalidad existente, las plataformas se constituyen como una nueva institucionalidad, de otro orden y con una eficacia superior en la constitución subjetiva, porque las experiencias que posibilitan, justamente, se viven como “desintermediadas”: el inversor cripto, como el apostador online, está solo frente al dispositivo o, en todo caso, junto al grupo de amigos con el que se comparte la aventura.
Las plataformas promueven prácticas financieras novedosas, pero también de información, entretenimiento y trabajo. Las nuevas derechas empalman así con una experiencialidad de lo social que desborda a los integrantes de las fuerzas del cielo.
Nuevos ricos, nuevas desigualdades
El problema de las plataformas como una nueva mediación de lo social está en el corazón del escándalo y sus consecuencias. Los asesores legales del presidente sugieren que no hubo delito porque la recomendación de $LIBRA no se trató de un acto como presidente sino de un mensaje en su cuenta de X. ¿Existe un indicador que marque cuándo se trata del presidente en ejercicio de sus funciones y cuándo del influencer troll? ¿Acaso los trolls gozan de un derecho ilimitado a la libertad de expresión? ¿Cómo se miden los efectos de la palabra presidencial? ¿Las publicaciones en redes sociales son menos “reales” que un discurso en Davos?
Las criptomonedas operan sobre vacíos jurídicos. La opinión troll, también. Quince años atrás no había dudas de la necesidad política de regular la concentración mediática por el daño que efectuaba al derecho a la comunicación, que incluye y supera al de la libertad de expresión. Se sabía que el Grupo Clarín perjudicaba a la democracia, a la pluralidad y la diversidad. De esa certeza nació en 2009 la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual.
Hace tiempo que el periodismo dejó de controlar la información. Las redes sociales acaparan gran parte de las funciones que durante el siglo XX se atribuyeron a la tele, la radio, los diarios. El desafío regulatorio es de una complejidad quizás sin precedentes. El derecho a la comunicación se dirime en una infraestructura digital que pertenece a los empresarios más ricos de este periodo histórico del capitalismo, que lucran con la datificación de la vida social y ya no dejan dudas de su filiación ideológica luego de la asunción de Trump: por conveniencia o por convicción, se encuadran en las filas de la derecha.
La autorregulación de las plataformas, por lo tanto, es una regulación de la vida en común. Sería un error teórico y político disociar los comportamientos de los empresarios tecnológicos y sus grandes fortunas de los efectos culturales y subjetivos del funcionamiento de sus productos, que no es meramente tecnológico. Las plataformas no solo pertenecen a la derecha sino que también contribuyen a una vida de derecha, en especial las redes sociales. Para pasar al frente habrá que imaginar regulaciones que modifiquen las reglas de juego algorítmicas. La batalla fundamental no ocurre adentro de las redes sociales, en la disputa por los trends y los likes.
Los números finales de la estafa trazan una analogía brutal con la desigualdad que distingue a esta fase del capitalismo: nueve billeteras ganaron 87 millones de dólares y el resto perdió todo. El presidente cripto-troll tal vez sea el exponente más burdo, el más genuino, de la alianza entre el capital financiero y el informático. Pero vendrán otros, que aprenderán de los errores del experimento inicial, dispuestos a defender los intereses de las minorías financieras y a empeorar las condiciones materiales de las mayorías democráticas. En esa disputa, no alcanzará con buena voluntad, lamentos ante lo existente ni internas partidarias que solo entusiasman a los convencidos. Para los convencidos están las plataformas.