Foto de portada: Sarah Pabst
Un importante historiador del arte británico dijo, en los años 90, que el público necesita unos veinticinco años para reconocer la valía de un artista “verdaderamente original”. Esto quiere decir que el afortunado podría disfrutar de los beneficios de la fama, si acaso tuviera la suerte de vivir hasta una edad avanzada. [1]
Pasaron, paradójicamente, veinticinco años desde aquella aseveración y hoy el campo del arte, y el de la fotografía en particular (al menos en la Argentina), evolucionó en ciclos muy rápidos e imprevisibles. Marcos López o Adriana Lestido, son claros ejemplos de estos recorridos en el tiempo. Hoy podemos admirar algunas de sus obras en el Museo Nacional de Bellas Artes, entre otras importantes instituciones del país, mientras siguen produciendo obra con gran reconocimiento del público y la crítica en el mercado artístico local.
Como dice el dicho popular: “lo importante son los inicios”. Estos artistas en particular tuvieron que abrirse camino en un ambiente que no era para nada “conocedor” de la fotografía como expresión artística, y a la par que se formaban en sus disciplinas, supieron ayudar a la construcción de un campo donde producir, comunicar y comercializar sus obras.
El primer círculo de reconocimiento de un artista fotógrafo (como el de todo artista) es el de los amigos, los artistas contemporáneos, los jóvenes principiantes, los iguales. Con ellos comienza la primera y más rudimentaria de las operaciones comerciales: el trueque.
Es muy difícil, casi imposible, que un artista fotógrafo pueda ser considerado un artista, sin haber realizado su primera muestra pública de alguna importancia. Este es el renglón imprescindible en el curriculum para cualquier joven promesa. ¿Pero cómo se llega a esta instancia?
En el siglo XXI en Buenos Aires existen ya un número interesante de galerías comerciales que exponen y venden fotografía. Es muy raro que una galería se fije en el arte de un emergente, si este no acredita credenciales que hagan pensar que tiene un futuro en el campo y en el mercado del arte. ¿Pero cómo lograr esas credenciales si al mismo tiempo es casi imprescindible haber realizado una primera muestra individual para entrar al circuito de las galerías?
Hay varias respuestas a mano para este interrogante. En primer lugar, estamos en un ambiente donde la autogestión para la construcción de una audiencia propia es una herramienta al alcance de todos. El mecenas es un personaje del pasado, y si existe en el presente, no irá a fijarse en aquellos artistas nuevos que no han sobrepasado siquiera el primer círculo de reconocimiento (los amigos y los pares)
Estamos en tiempos de artistas autogestionados y que además se agrupan para optimizar recursos y tomar más impulso en sus propuestas. Así es como surgen pequeñas galerías, colectivos más o menos organizados, hasta instituciones privadas que hacen de la difusión de la fotografía su razón de existir.
En los últimos años, el Nano Festival de Fotografía se inició, en paralelo con otros emprendimientos hermanos, como un grupo de fotógrafos interesados en facilitarles “una pared” a los artistas emergentes que quieren salir del famoso primer círculo de reconocimiento.
Como grupo autogestionado y enfocado hacia la gestión cultural y no hacia la producción de obra, el Nano ha ido estrechando vínculos con la comunidad de artistas “nuevos” por medio de las sucesivas ediciones de su festival; un evento muy corto (siempre dura cinco días) para el trabajo de todo un año, curando un número de muestras convocadas en las redes sociales sin más condición de participación que el nivel de calidad de las obras.
El Nano Festival es entonces el puente “crítico” (o uno de ellos) que pueden atravesar aquellos que están interesados en desarrollarse como artistas, para lograr un grado de legitimación mayor en el errático mundillo de la fotografía local.
Si el primer círculo son los pares, el segundo es donde encontramos al Nano Festival en su salsa: la crítica. Nuestras convocatorias y nuestro método de selección de los autores, los debates en los que convocamos a artistas consagrados, los premios adquisición, y nuestro catálogo, cumplen esa importante función.
Los artistas, los emergentes y los consagrados, siempre aspiran a vivir de su obra. Es el sueño de todos poder dedicarse ciento por ciento a lo que es nuestra vocación. ¿Pero quién puede darse ese lujo?
No solo se trata entonces de ganar visibilidad logrando una “buena pared” donde colgar las obras. Esas obras tienen que estar en un contexto que ayude a la tarea de legitimación. FoLa (Fototeca Latinoamericana) es desde el año pasado, la institución que nos abre las puertas para desarrollar las actividades del festival. ¿Qué importancia tiene esto? FoLa es un museo privado, que se inició con la colección personal de su creador, Gastón Deleau, y que aspira a jugar un rol de importancia en el campo de la fotografía como expresión artística en América Latina. Los puentes ya son varios. No es “cualquier” pared. Son los muros de un museo en franco plan de expansión y crecimiento. Estamos subidos a ese barco con nuestro pequeño bote, y con nosotros los artistas emergentes que nos siguen.
Sabemos que entre nuestros seguidores hay varios que tienen el talento y la vocación para desafiar “la regla de los veinticinco años” de la que hablaba al principio de esta nota. Es por eso que desde este año, junto con FoLa, el Nano Festival ha instituido dos premios adquisición. Lo que importa no es la plata, si no que empecemos a pensar en aquella soñada posibilidad de “vivir del arte”. Y para lograrlo hay que entrenarse con esa idea, conocer los procedimientos, competir con otros, descubrir a los posibles compradores, entrar a jugar en un campo que pensábamos reservado a los grandes, a los mayores.
Por eso también invitamos a los amigos del colectivo La Incubadora para que desarrollen y muestren al público cómo es la experiencia del coleccionismo. El coleccionista es el que está pegado a los amigos y a los iguales en el primer círculo de reconocimiento, con la diferencia que no adquiere obra por medio del trueque. Nadie, o casi nadie, gasta su dinero en objetos sin valor. O por lo menos es lo que decimos si alguien nos pregunta. El coleccionista no es muy diferente al común de la gente, más allá de alguna condición neurótica que Pierre Bourdieu estudió tan profundamente. El coleccionista necesita saber que el riesgo que corre comprando una fotografía, será recompensado, no tanto por la cotización futura de la obra, sino por el prestigio que ese joven autor gane con el tiempo.
El Nano Festival pretende ser también un artífice de los sueños de sus seguidores, y al mismo tiempo ganarse un lugar legítimo en el campo artístico local.
[1] Bowness, Alan. The condition of success: how the modern artist rises to fame. Thames and Hudson, Nueva York, 1990