Fotos: Sonia Budassi
En febrero de 1992 el estudiante secundario Bu-Wei vio por televisión al líder de la República Popular China Deng Xiaoping. Desde la casa de sus padres campesinos, al sureste del país, el joven fijó la vista en el tubo que proyectaba al veterano dirigente hablando desde un terreno pantanoso en la orilla opuesta al Bund, el enclave económico que se construyó en Shanghai en la década del ’30, decenas de edificios de estilo arquitectónico europeo que alojaban a las casas matrices de compañías financieras y comerciales. Desde la otra orilla, Deng hizo una promesa que entusiasmó al joven Bu-Wei y a su familia.
—Las finanzas son muy importantes, porque son el corazón de la economía moderna. Cuando funcionan, son como una buena movida en el ajedrez, pueden salvar el juego completo. Debemos desarrollar el Pundog con ideas frescas y a una velocidad más rápida.
Aquel lugar llano y verde habitado por granjas y depósitos se transformó en menos de 20 años. Bu-Wei jamás hubiera imaginado un paisaje como el de Pudong, ni un país como el de hoy.
Como París con su torre Eiffel, o Nueva York con su estatua de la libertad, la imagen de “Pudong skyline” de Shanghai se multiplica en fotos, llaveros, souvenirs de todo tipo y, en estos días, en las imágenes de los medios de todo el mundo. El edificio “destapador de cerveza” o el Pearl Tower son los íconos recientes de la histórica capital económica y financiera de China.
—Antes, la gente era más idealista, ahora es pragmática —dice Bu-Wei, hoy convertido en doctor en historia.
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Tras crecer más del 160% durante un año la Bolsa de Shanghai, con sede en el Pudong, se desplomó el 40% en julio y agosto de 2015. Con su caída, arrastró a la baja a casi todas las plazas financieras del mundo. El gobierno chino respondió utilizando sus cuantiosas reservas y devaluó la moneda en el nivel más grande en veinte años. Luego, coordinó la capitalización con fondos de empresas estatales y permitió a los bancos tomar más dinero del Banco Central. La situación generó preocupación por el impacto que podría tener una desaceleración del crecimiento de esta economía, principal compradora de los porotos de soja norteamericanos, brasileros y argentinos, del petróleo venezolano, de las maquinarias alemanas y del cobre chileno. El miedo al gigante oriental y a las consecuencias de los vaivenes económicos no es nuevo, aunque sus manifestaciones, en la actual etapa de globalización, se debate en la prensa y en la calle como nunca antes. Y afecta la vida cotidiana de cientos de millones de ciudadanos chinos. Lejos del antiguo imaginario comunista, Shanghai fue uno de los centros de vanguardia en el comercio bursátil en pleno Siglo XIX y sus habitantes, hoy, se adaptan de distintas formas al escenario de socialismo con mercado. El resto de los países también.
A contraluz, el Pudong parece el centro operativo de gigantes robots transformers detenidos, a punto de avanzar sobre la otra orilla. El Bund, restaurado, aún goza de su antiguo glamour mientras flamean, desde lo alto de varios edificios, banderas chinas sobre el Shanghai Pudong Development Bank, el Bank of China, y el Shanghai Custom House.
Los turistas cruzan para ver uno y otro lado, pero el mirador hacia Pudong es más ancho; permite la circulación de, por lo menos, el triple de personas que su vecino de enfrente, cuyo corredor suele inundarse con la crecida del río: los voluntariosos deben mirar el Bund trepando por el borde de los canteros para no mojarse. Marcas internacionales de nicho como Cartier, Dolce Gabbana, Louis Vuitton –entre muchísimas otras- y populares como Mc Donalds o Kentucky Fried Chicken se instalan en ambos lados; en las dos orillas, sobre las paredes exteriores cerca de People´s Square y sobre el shopping junto a Pearl Tower, carteles de led móvil informan la cotización de la bolsa.
Tras la muerte de Mao en 1976, el Partido Comunista de China (PCCh), liderado por Deng Xioping -del ala “aperturista” del partido- introdujo reformas para abrir algunas actividades económicas al mercado. Se permitió la creación de empresas privadas para chinos, la inversión extranjera, supervisada y asociada al Estado, y la transformación de la economía rural, desarmando la colectivización. Entre fines de los años ochenta y los noventa redujo la incidencia estatal en la economía, con privatizaciones parciales y modificó algunos monopolios. Desde ese entonces, con un modelo basado en la planificación e intervención estatal y el desarrollo de las relaciones de mercado, la economía creció a tasas cercanas a 9%. Este año se prevé será del 5, 6 o 7%.
Según los cálculos más conservadores, China había logrado sacar a 500 millones de personas de la pobreza: la movilidad social ascendente más grande de la historia de la humanidad. Mientras tanto, la expansión del consumo y los nuevos estilos de vida conviven con las consecuencias de la industrialización y urbanización acelerada sobre la ecología. La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda una concentración de PM2,5 no superior a los 25 microgramos por metro cuadrado. En la semana de la caída, en Shanghai dicha sustancia llegó a 116 microgramos; el sol, por momentos se veía apenas, bajo un filtro gris.
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Durante el descenso abrupto del mercado de valores de Shanghai, los principales medios especializados mencionaron que la causa del problema eran los 90 millones de inversores individuales privados chinos. Al no tener, supuestamente, una educación financiera madura, corrían a vender acciones al menor dato negativo sobre la economía del país. Por ejemplo, la divulgación de la información con la contracción del 9% en la actividad industrial de junio de 2015, inició el ciclo descendente.
El tráfico de la zona de Xingzhi Road, a más de 15 km del centro es tan desordenado e intenso como en el Pudong o el Bund. A pesar del alto costo del carnet de conducir --1000 dólares- entre otras medidas para desalentar la circulación de vehículos, los autos persisten, de a muchos y con modales a veces prepotentes. El riesgo para el transeúnte no acostumbrado se debe, en especial, a que los rodados, junto a motos y bicicletas tienen permitido girar, aunque el semáforo esté en rojo.
Un hombre de traje naranja fluo y gorro cónico que lo protege del sol y, en días como hoy, de la lluvia, empuja su carro de barrendero y una bicicleta lo engancha y sigue de largo. Él parece no registrar el incidente, se detiene, deja el contenedor en la calle y entra a un local frente a la verdulería y a la licorería –en la puerta, el juego que invita poner dos monedas de un Yuan (60 centavos de dólar, aproximadamente), mover una palanca que activa garfios metálicos para intentar atrapar cajas de cigarrillos. El hombre entra en la casa de compra y venta de acciones de Hualing Road 849. No se detiene a leer las carteleras con las páginas financieras del Shanghai Security Journal ni el China Security Journal. Adentro las cinco filas de sillas de plástico están vacías; de las 4 computadoras del mostrador más cercano, sólo una atiende. El hombre no querrá contestar ninguna pregunta: sólo dirá “Disculpas, no”. Lo mismo que otros nueve clientes que ingresan a lo largo de tres horas. Sólo una mujer jubilada se justifica: “Temo decir algo feo de China”.
No es necesario ir a Pudong o tener computadora para “jugar a la bolsa”. Puntos de venta de este tipo son comunes en todos los barrios de la ciudad. Aquí vive gente de clase media en edificios estilo monoblocks; cada departamento de 100 metros cuadrados puede llegar a valer medio millón de dólares. Al local de este barrio, concurren, en su gran mayoría, jubilados que buscan ampliar su fortuna para ayudar a comprar un inmueble, pagar la universidad de sus nietos o mejorar su bienestar. Tienen más tiempo libre que en décadas pasadas: suele vérselos en plazas, bailando, coordinados o practicando tai chi.
Es martes 25 de agosto y hace unas horas, las noticias anunciaron la caída de la bolsa del 7,63%. Televisores empotrados en la pared frente a hileras de sillas suelen mostrarlos movimientos bursátiles. Hoy han apagado las luces de ese sector, las pantallas en negro tienen sólo un testigo devastado. El hombre las mira, sentado, quieto, durante horas; los empleados de seguridad, en un escritorio a pocos metros, charlan sin prestarle atención.
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Lin tiene 25 años, estudia Letras y no sabe cuál es la tasa de inflación, ni el PBI anual de China. Es uno de los noventa millones de accionistas privados de la bolsa. Los días en que la contaminación es baja y las nubes se van, puede ver, desde el sexto piso del complejo de la Universidad de Shanghai donde vive, a 20 kilómetros del Pudong, el “edificio destapador”. Su habitación es igual a las otras: cuatro camas empotradas en la pared, sobre cuatros escritorios y cuatro sillas en 2,5 por 6 metros cuadrados. Sobre su mesa de trabajo la notebook, un oso de peluche, un termo de té, una botella vacía de agua y varios libros: muestra con orgullo dos de Alice Munro, la ganadora del premio Nobel 2013 sobre cuya obra está escribiendo su tesis. Una percha cuelga de la cama con una toalla húmeda. Sobre el suelo, un muñeco Miñon del tamaño de un metro y medio resta espacio de circulación. En el piso del balcón, colillas apagadas de cigarrillos.
Lin pasa casi todo el verano encorvado sobre su computadora, los lentes siempre puestos debajo del flequillo; en remera, un short escocés tan corto que parece un boxer y ojotas. Cuando va a dar clases particulares a algunos niños de la zona, se pone una chomba y un jean. Su padre es mecánico y su madre trabaja en una aseguradora. Ella, durante el boom del año 2007, comenzó a invertir en acciones en Hong Kong y Shanghai. Al principio ganó mucho dinero.
Luego, con los cambios en el mercado bursátil, perdió una parte. Con ese resto y otros capitales modificó la forma de invertir: puso todo en un Fondo de Inversión –dedicado a empresas estatales y de internet-, una herramienta financiera más estable, pero que requiere más dinero para entrar. En el último año, le dio una rentabilidad del 100% de su valor. Lin siguió los pasos de su madre hasta julio. Hace un año empezó a invertir en acciones clase A, en empresas de comida y de internet. Además de los juegos de estrategia, instaló en su celular apps que le daban información bursátil minuto a minuto y se hizo lector de suplementos financieros. Pero en julio, cuando fueron los primeros derrumbes, vendió todo y colocó los ahorros en su cuenta bancaria, que le da un efímero 0.3 % anual pero no le preocupa:
—Quiero apostar a lo seguro.
Dice que sus decisiones económicas están basadas en su propia experiencia personal y opera desde su computadora. Aunque, según lo que cuenta, también se ve la influencia de su familia y los medios de comunicación a la hora de decidir cómo manejar su dinero.
—Si la bolsa vuelve a subir —dice Lin— volvería a invertir. Si pudiera acumular suficiente, compraría propiedades en Canadá o en Australia.
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Shanghai no es un jugador nuevo del capitalismo financiero. Fue la primera ciudad china, a fines de 1860, en comerciar acciones. En 1891, inversores extranjeros fundaron la Bolsa de Comercio de Shanghai. Sin embargo, algunos operadores bursátiles crearon otro mercado paralelo y en competencia. En 1929, ambos se unificaron y operaron como uno de los principales centros financieros del Este de Asia hasta que, en diciembre de 1941, Japón invadió la ciudad. Tras la victoria china en la guerra, volvió a funcionar entre 1946 y la Revolución liderada por Mao en 1949. En 1981, se abrió la compraventa de bonos públicos. En 1990, retomó su funcionamiento. En 2014, se conectó con la bolsa de Hong Kong. Tiene dos tipos de acciones, la “A” para inversores locales y las “B” para ellos y extranjeros. Es uno de los epicentros de la economía mundial. Esta no es su primera crisis en el siglo XXI. Entre 2007 y 2008 descendió de su máximo histórico de 6000 puntos a menos de 2000. Dos terceras partes de la riqueza que había generado se desvanecieron. A fines de junio alcanzaba 5100 puntos; hoy opera en torno a los 3000.
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Los edificios característicos del barrio de Xintiandi son estilo Shikumen: ladrillo a la vista, mezcla elementos estéticos occidentales y locales. Zona comercial de lujo y residencial, se alzan shoppings que ocupan manzanas enteras y hasta seis pisos con marcas de cosmética, decoración, comidas y ropa nacional e internacional. Esta semana, en el mall cercano a los restaurantes más cotizados de la zona –la sofisticada comida thai es la más requerida por quienes residen en los edificios de alrededor- los locales exhiben motivos del pintor Vincent Van Gough. En rincones y junto a escaleras mecánicas los turistas chinos y extranjeros se toman fotos con reproducciones en maqueta de algunos de sus cuadros: un girasol gigante, la habitación con perspectiva deformada. El PCCh fue fundado a pocos metros en 1921; hoy tiene más de 70 millones de afiliados en un país de 1.364 millones. En la otra cuadra, un restaurant-karaoke y al lado un bar: letras de neón dicen “Pizza, café, beer”. Es competitivo: por un plato de papas fritas y una gaseosa se paga un 40% menos que en el resto de los locales. Su dueño, Zhen, se encarga de recibir a ciertos clientes hablando un italiano perfecto o inglés. A los seis años emigró a Milán con su familia, donde aprendió la lengua y la cultura. En 2007, cuando tenía 25, se mudó a Shanghai. Zhen no tuvo dificultades para instalar su comercio o no muchas más que en otro país capitalista: lidiar con la burocracia, presentar documentos y pedidos de habilitación.
Igual se queja: dice que paga un alquiler demasiado caro y muchos impuestos. En la vereda de enfrente está su principal competencia: una cervecería alemana. De todas formas, quienes trabajan en esta zona eligen locales fast food o el suyo para almorzar. Su mujer suele venir a la noche a hacerle compañía con su beba de ocho meses. El gobierno permite ahora tener dos hijos si sus antecesores cumplieron con la ley del hijo único, Zhen sueña con tener un varón y volverlo fan del AC Milán.
Si se le pregunta cuál es, según él, el origen de la crisis financiera no responde directamente sino con la historia de su mejor amigo, un ingeniero de la construcción.
—Tenía demasiados créditos.
El banco le dio un préstamo para comprar un departamento, luego un auto y, más tarde, para comprar acciones. Como la actividad de la construcción se mantiene, logró ampliar su capital y diversificar sus activos. Ahora que el mercado bajó, invirtió muchos miles de dólares en empresas estatales y privadas chinas –que perdieron menos, dado que tienen mayor inserción en el interior del país, donde las multinacionales tienen más dificultades. Espera que el gobierno intervenga y el mercado “rebote”, es decir, vuelva a su tendencia alcista y su ganancia crezca exponencialmente, por lo menos, al valor de hace seis meses atrás. En las economías de mercado, los actores que tienen más información y mayores recursos plantean estrategias para adaptarse a los vaivenes de la bolsa y obtener más beneficios en cada etapa de los ciclos ascendentes y descendentes.
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Los movimientos económicos abruptos registrados en los dos últimos meses se dan en un contexto de una nueva etapa de la globalización financiera local. En marzo de 2014, China e Inglaterra firmaron un memorándum por el cual el comercio internacional del renminbi (RMB) se realizará en Londres, donde ya se hace más de la mitad de esas operaciones. China busca que su moneda sea aceptada por el Fondo Monetario Internacional como divisa de reserva internacional, junto al dólar norteamericano, la libra esterlina, el euro y el yen japonés. Es decir, reconocida por el sistema que nació para sostener el entramado financiero de Bretton Woods, liderado por los países capitalistas vencedores de la Segunda Guerra Mundial. Pero para ello, China debía liberalizar las tasas de interés y dejar que el mercado fije el precio de su moneda. El inicio de estas medidas generó el descenso abrupto de las acciones y la devaluación del RMB, el 11 de agosto pasado, de 6,5% en tres días. Algunos analistas mencionaron que la depreciación de la moneda ayudará a abaratar los costos de los exportadores y contribuiría a evitar un estancamiento de la producción industrial.
La estrategia china se orienta, al mismo tiempo, a adaptar sus mercados financieros a la economía global, centrada en Estados Unidos, Japón y la Unión Europea y crear reglas e instituciones nuevas. Con los países que se incorporaron a los BRICS (Brasil, Rusia, India y Sudáfrica) decidió construir el Nuevo Banco de Desarrollo para costear proyectos de infraestructura y el Acuerdo de Reservas de Contingencia, para oficiar de prestamista en caso de falta de liquidez. También, junto a 57 países, entre los que se encuentran el Reino Unido, Alemania, Francia e Italia, conformó el Banco de Inversión e Infraestructura de Asia (AIIB), en el cual China es el principal socio financista. Estas tres instituciones compiten con el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y el Banco de Desarrollo de Asia. La geografía de las finanzas abarca cada vez más millones de personas, aunque cada una de ellas tiene acceso, información y posibilidades diferentes.
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Bertrand Russel, aristócrata británico, Premio Nobel de Literatura en 1950, visitó Rusia y China en 1920. Como resultado de las conferencias en la Universidad de Beijing publicó, en 1922, “El problema de China”. Según su apreciación, como ellos eran ya un cuarto de la humanidad, su evolución afectaría a todo el mundo por los siguientes doscientos años. En el libro se preguntaba si las virtudes chinas podían ser preservadas o, si para sobrevivir, China adquiriría los vicios que causan éxito y miseria en otros países. Si copia el modelo de las naciones con las que tiene contactos, ¿qué pasará con nosotros?, se interrogaba. También decía, casi en tono profético, que los chinos alcanzarían la independencia política con el cumplimiento de tres requisitos: un gobierno ordenado, un desarrollo industrial bajo control chino y la masificación de la educación. Hoy China, con su modelo de socialismo con mercado ocupa el segundo lugar en la economía mundial, aunque sus disparidades internas la ubican como la economía en desarrollo más grande del globo. Lo que acontece a los chinos, tal como decía Russel, afecta a todos.