“Lo cierto es que el argentino es un individuo, no un ciudadano” (J. L. Borges)
Simetría política
¿Por qué pensar ahora, en un contexto marcado por “el vacío de poder” y el “fracaso electoral”, las innovaciones políticas que Cambiemos introdujo en estos cuatro años? Porque las resistencias de ciertos ámbitos intelectuales a analizar un probable legado del macrismo en el largo alcance empobrecen la discusión pública: pareciera que la evaluación del gobierno se asoció demasiado rápido al resultado en las urnas. Aunque la expectativa esté puesta en el muy probable recambio institucional, el quehacer político de Cambiemos innovó de maneras que, aventuramos, serán significativas para cualquier futuro proyecto de poder. Por eso, antes que en los ostensibles fracasos en los campos de la economía y de la construcción de hegemonía política, nos interesa enfatizar en aspectos de la eficacia del discurso oficialista. Esto es: si bien Cambiemos conserva un núcleo de votantes y una narrativa consistente hacia un electorado que alcanza entre el 30 y 35%, es probable que aquello que nos legó persista más allá de este porcentaje.
El partido gobernante incorporó al mundo político argentino una serie de transformaciones, algunas de las cuales pueden resumirse en dos ejes centrales. El primero: fue la primera coalición de gobierno que interpeló al individuo en su carácter de tal y no como parte de un colectivo atravesado por la lógica de la lealtad o la identidad. El segundo: politizó esferas antes lejanas, o incluso antitéticas, al ideal normativo de “qué es lo político” (la vida saludable, la importancia de la ecología, la relación con los animales). Y, en ese mismo movimiento, despolitizó áreas y experiencias por largo tiempo consideradas targets característicos de la politización, como la interpretación conflictiva sobre la memoria del pasado reciente.
En todo estás vos
Suele observarse que el experimento Cambiemos reclutó fidelidades políticas y se alzó con un porcentaje sustantivo del electorado porque supo captar un voto anti-peronista, anti-kirchnerista o anti-populista. Este voto, que le era natural, se habría magnificado por el inconformismo de ciertas capas medias que se percibieron castigadas durante el tercer gobierno kirchnerista. Si estos sectores habían entendido al período anterior en términos de una debacle de las instituciones y una afrenta moral simbolizada en el PBI robado, el discurso moral anti-corrupción y pro-republicano del macrismo terminó de persuadirlos.
El diagnóstico es preciso sólo si se toma como su complemento necesario aquello que también conjugó un voto de confianza: Cambiemos tomó al individuo aislado y lo ubicó en el centro de un proyecto político. Fue la primera coalición partidaria que sumó al sentir antipopular algo tal vez más palpable y relevante para aquellos/as votantes distanciados/as del proyecto peronista: la entronización del individuo como entidad organizadora de la sociedad.
Esta novedad distinguió a Cambiemos incluso de aquellos modelos que también abrazaron cultural (y no sólo económicamente) el neoliberalismo, como el de Carlos Menem (basta recordar al ex ministro Roberto Dromi y su frase “nada de lo que deba ser estatal permanecerá en manos del Estado”, para comprobar que aquel gobierno no interpeló al individuo desde el propio proyecto de poder). Por primera vez en la política argentina, durante el proyecto que encabeza Mauricio Macri se promovió sin remordimientos la liberación de las restricciones al despliegue de las fuerzas creativas y productivas del individuo, en el marco de un proyecto neoliberal que, como sugiere Sergio Morresi, tiende a buscar la expansión de la libertad por medio de la mercantilización de objetos y sujetos en el marco de la búsqueda intencional de la desigualdad social y económica.
Cambiemos no demandó pertenencia o identidad política como base del voto. Se contentó con ofrecer promesas de desarrollo personal para aquellos/as que “los acompañasen” y se atrevieran a soñar con una Argentina “distinta” a la de los 70 años de error y de fracaso populista. Pero acompañar, sabemos, no es idéntico a votar por lealtad. Supone un/a votante que se siente y piensa un/a “individuo” antes que miembro de un colectivo y, en consecuencia, una relación infinitamente más laxa con el voto. En términos semejantes a los de Juan Carlos Torre, refiere a quienes se piensan a sí mismos/as más como simpatizantes que como adherentes.
Para todas las personas que entienden que la contradicción fundamental de la sociedad era y es entre quienes reciben “de arriba” y aquellos que lo ganan “con sudor y lágrimas”, Cambiemos les otorgó el sentido de una verdad histórica. Esa verdad atravesó las clases sociales: cuentapropistas, monotributistas, capas medias ligadas al entrepeneurismo y profesionales que no trabajaban en el Estado ni estaban bajo los beneficios y la seguridad de las grandes empresas. Vastos sectores avalaron con su voto a un equipo que por fin daba cuenta de ellos/as como seres individuales antes que como miembros de colectivos identitarios.
Meritocracia. Esfuerzo individual. Competencia. Sacrificio. Todos estos valores fueron dispuestos con efectividad en contra de los “privilegios” (supuestamente detentados por los/as trabajadores estatales, los/as subsidiados/as, los sindicatos) y de la “pesada herencia”. El sentido que le otorgaron a esta última imagen refirió no sólo a los llamados “desequilibrios macroeconómicos” (déficit fiscal, inflación) legados por kirchnersimo, sino también a los modos de hacer heredados que entorpecen la liberación de nuestras energías a su máxima expresión; a aquello que deberíamos renunciar para que emerja el/la individuo. Para convertirnos en el/la emprendedor/a que todos/as llevamos dentro, el discurso de Cambiemos propuso despojarnos de las constricciones familiares, sociales e históricas que limitan nuestras energías creativas individuales, o como dice la filósofa Wendy Brown capturando el clima de época reinante: debemos devenir “capital humano de autoinversión”.
Estas ideas traccionaron políticamente a Cambiemos y dotaron de sentido político a sensibilidades por largo tiempo existentes pero nunca antes movilizadas de manera tan eficaz por una fuerza electoral. Los mitos que fundan la propia visión del mundo de Cambiemos -la modernización definitiva del país y la creación de una nueva cultura política anti-populista y republicana-liberal- tuvieron como condición de posibilidad la interpelación directa a los legítimos deseos y necesidades de los/as individuos, invitándolos/as a dejar atrás las determinaciones sociales y las modalidades de existencia no capitalizables. La campaña y el gobierno de Macri le hablaron a un/a ciudadano/a potencialmente capaz de devenir en un/a emprendedor/a a través de los sacrificios del presente, lo que incluía cortar de raíz con los modos de hacer no productivos y derrochadores, es decir, todo aquello que retrasara la potenciación de sí. El tan mentado “volver al pasado” cambiemita supuso abrazar un esquema en el que el/la individuo se debía desligar de las constricciones y lógicas de lo colectivo, y rechazar un modelo estado-céntrico y dirigista en el que las personas no son el resultado de la capitalización de sí mismas sino una condición de base que no ha sido ganada gracias a ningún esfuerzo. Por primera vez desde la aparición del peronismo se erradicó la culpa de no corporizar, al menos a nivel discursivo, una lógica de solidaridad y comunidad, de no tener al/a otro/a como referencia más que en calidad de competidor/a o eventual acompañante, a distancia, de un novedoso proyecto político.
Parafraseando a Antoni Dòmenech, Cambiemos pertenece a la constelación política que asume sin ninguna conciencia trágica el “eclipse de la fraternidad”, para enarbolar en su lugar la búsqueda de la libertad individual.
El ubicuo slogan del Gobierno porteño “En todo estás vos” ilustra bien la centralidad de ese/a individuo producido por el lenguaje político de Cambiemos. No solo describe la supuesta delicada consideración de las novedosas demandas y necesidades que tienen quienes habitan la ciudad (un skate park, un sistema de bicisendas, “estaciones saludables en los parques”), sino que reafirma la realización del/a individuo (en el doble sentido de advenir en existencia y de acumular logros personales) e insinúa el fin de la lógica colectiva. La comunicación algorítmica “directa” entre gobierno y ciudadano/a a través de mails personalizados; las charlas sobre seguridad con la policía de “tu barrio”; el vínculo personal con los/as dirigentes/as políticos/as a través de los “encuentros”; el aviso sobre la reparación del bache de tu cuadra y los llamados telefónicos grabados por algún funcionario de jerarquía de la Ciudad de Buenos Aires no son solo innovaciones en materia de comunicación política. También cumplen con la condición de colocar al/a individuo en el centro del discurso político, incluso apelando al “voseo” como natural vínculo de proximidad.
Verde que te quiero verde
Cambiemos también politizó y desplegó acciones en aspectos de la vida que los/as detentores del saber político (funcionarios, armadores y analistas profesionales) suelen considerar como extrapolíticas. Ese desplazamiento de lo político expresado en la posibilidad de una nueva cultura política tuvo como epicentro a la Ciudad de Buenos Aires. La resignificación política en torno a la vida sana, a los espacios verdes, a las cabinas anti estrés en Palermo, así como a la salud deportiva, la ecología o los animales domésticos, muestran una cooptación paulatina de elementos, actividades y preocupaciones que la política más tradicional desatendió y subestimó como potencialmente politizables. Parte de su programa se centró en implementar acciones de gobierno que se percibieran como útiles y en ajustado acuerdo con las necesidades y demandas de la población a las que van orientadas, segmentando la oferta política con los criterios de mercado.
En contraposición con lo que desde el universo cambiemita se concibe como el tiempo improductivo e intrascendente de la política tradicional (la “rosca”, el discurso de liderazgo o las concentraciones organizadas), la política de Cambiemos apunta a lograr resultados concretos bajo el lema semi-explícito del eficientismo permanente. Para eso utilizan el big data y la algoritmización del discurso público, dos herramientas que permiten conocer a nivel agrupado pero muy concreto qué está esperando la ciudadanía votante. Tal concretismo expresaría una sintonía precisa entre elector/a y gobernante/a, un pacto entre ambas figuras que debe renovarse día a día.
El actual gobierno no entiende la política como una forma de lealtad e identidad ya dada y no “testeable” (uno viene, o no, de una tradición peronista, comunista o desarrollista, por ejemplo), sino como un vínculo que se renueva en la medida de que los/as gobernantes/as hayan satisfecho las expectativas de los/as gobernados/as. Esas concepciones desplazan la pregunta por la identidad partidaria del voto y calibran la relación voto/partido sobre la base de la eficacia de la gestión –y de la relación con los/as electores/as–, una gestión que en este caso incluye aquello que durante mucho tiempo se consideró más terreno del discurso publicitario que del político (los animales, la naturaleza y la vida saludable).
Hablar de eficacia de la gestión (los resultados concretos y palpables con que una parte del electorado mide el uso gubernamental de los recursos estatales), entonces, es hablar también de la eficacia de esa otra, nueva, relación política. Lejos de los grandes discursos y lo que para muchas personas son las formas abstractas y distantes del quehacer político (como las retóricas sobre la autonomía nacional, el desarrollo y la industria, los “grandes poderes” o incluso “el imperialismo”), esta otra política no se presenta a sí misma como tal sino como gestión, y se hace realidad a través de una lógica de interpelación clave: la individualización de las demandas y responsabilidades.
Aplicaciones como “Fila cero”; llamados a “cuidar un árbol” para mejorar el barrio y el ambiente “entre todos” o las interpelaciones a salir a pedalear la Ciudad y a sumarse a poner las bolsas de basura en contenedores no son sólo innovaciones políticas porque establecen una novedosa relación con el electorado, sino también porque se dirigen a un sujeto que debe hacerse cargo y asumir esas cuestiones como propias antes que como parte de una comunidad que lo contiene. Este discurso cuestiona aquella idea tradicional de que la política sólo la hacen “los que saben” y que habría algunos/as que entienden de política y otros que no. En cambio, capta demandas y formas de sentir ampliamente compartidas y propone que cualquier cambio de la cultura política es el resultado conjunto de la gestión y la ciudadanía. Cambiemos es un proyecto diseñado para los/as que “no saben” de política pero están dispuestos a acercarse al lejano dominio de lo público en la medida de que sea un terreno de experiencias más cercanas. En términos de nuestro propio análisis, estos sectores detentan también un saber –otro- sobre la política, uno que desdibuja sus definiciones y límites previos. En ello radica el origen de una nueva eficacia.
Legados
¿Las innovaciones políticas de Cambiemos llegaron para quedarse? ¿Tienen posibilidades de integrarse a un repertorio más estable de quehaceres políticos? Las ideas, las representaciones y los modos de hacer que puso en juego este gobierno, ¿quedarán en disponibilidad para que otros/as actores/as de ese polo socio-político las vuelvan a usar e interpretar en otros contextos? Si la lógica de Cambiemos es un modo de decir y hacer lo político moldeada por una razón política neoliberal cuya centralidad es el individuo, tal vez esas prácticas y discursos ya estén entre nosotros para quedarse.
Cambiemos demostró que esas pulsiones, que suelen aparecer como no-políticas y que giran en torno al bienestar individual, la preocupación por el ambiente, el futuro del planeta o nuestro vínculo con los animales, por nombrar algunas, pueden ser articuladas y representadas políticamente. Esa interpelación al individuo como núcleo central de Cambiemos no tiene límites identitarios precisos, sino que agrupa potencialmente a “cualquiera de nosotros/as”, porque todos/as estamos atravesados/as en mayor o menor medida por la lógica de la capitalización de nosotros/as mismos/as. Hoy, la pregunta no es por qué Cambiemos fracasó, sino cómo es que llegó a existir y qué elementos y preocupaciones de su campaña y su gestión de gobierno interpelaron de manera novedosa a un sujeto nunca antes valorado como el eje de un discurso político.
Aunque ahora en retirada, en estos años el gobierno de Macri amalgamó un conjunto de expectativas que estaban dispersas -pero que tienen una historia en la democracia reciente- y las elevó a opción de gobierno. Esa porción del mundo social que insiste en vivir a distancia y con relativa autonomía del Estado, y a la que tal vez no le interesa la política en términos tradicionales sino que comparte el diagnóstico de Cambiemos, va a buscar legítimamente ser representada de nuevo. Este reclamo es una voz que convendría escuchar, porque aquel aproximado e histórico 35% de un electorado antiperonista que Cambiemos reunió en una fórmula exitosa en la primera vuelta de 2015, para luego alzarse con el triunfo en el ballotage, volverá a estar disponible para un discurso que pueda integrarlo. Tal vez, incluso, un discurso en el que el Estado esté presente pero que al mismo tiempo dé lugar a esas energías individuales. Por supuesto, el 27 de octubre marcará un antes y un después, pendiente de los resultados de la Ciudad de Buenos Aires de cara a lo que será, seguramente, un reacomodamiento o una ruptura de esta coalición. Pero es probable que la derrota de Cambiemos no genere la inmediata dispersión y fragmentación de esa franja electoral ahora mayormente compacta, sobre todo porque viene de ser gobierno y no oposición.
Será un interesante ejercicio de imaginación política pensar qué estrategias podría desplegar un futuro gobierno de Alberto Fernández de cara a estos sectores sociales que, en principio, le son bastante hostiles. Porque en estos cuatro años se dio una proyección política y discursiva que, como vimos, encontró un modo de decir y hacer lo político que dialoga con muchas de las expectativas del mundo contemporáneo. ¿Tendrá sentido que un futuro gobierno de Alberto Fernández incorpore a su discurso demandas de estos sectores o más bien debería concentrarse en consolidar y amalgamar las expectativas de los sectores sociales y políticos que lo votaron? Más aún: ¿es posible para el candidato del Frente de Todos interpelar con alguna efectividad a esa franja electoral o se revelará de antemano como una tarea imposible? Por supuesto que dependerá de diversas cuestiones, objetivas y subjetivas, pero sobre todo de qué sucederá con la coalición de Cambiemos y su liderazgo de ahora en adelante, y si es posible que esta fuerza pueda conservar algún tipo de capacidad de representación para retener y evitar la disgregación de esa franja social históricamente dispersa.
Textos citados
Brown, W. (2015). El pueblo sin atributos. Barcelona: Malpaso Ediciones.
Dòmenech, A. (2004). El eclipse de la fraternidad. Barcelona: Crítica.
Morresi, S. La amenaza constante. Inflexiones del neoliberalismo argentino en su lectura sobre los totalitarismos”, Trabajo presentado en las Jornadas Visiones sobre el totalitarismo en la Argentina del siglo XX: recepciones, adaptaciones y debates. Buenos Aires, 15 y 16 de agosto 2019, Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani.
Torre, J. C. (2003). Los huérfanos de la política de partidos, Desarrollo Económico, 42(168), pp. 647-665.