Un bebé precioso y sonriente está sentado en el piso. No tiene más que un pañal. Cada gesto, cada pequeño movimiento que hace, es celebrado por todos los que lo rodean. El bebé se ríe. Alguien, una voz, grita:
—¡Acción!
Y cuatro baldazos de agua tibia chocan contra el bebé que comienza a llorar con violencia. Los ocho kilos reciben el impacto de esos cincuenta y dos litros de agua: esos golpes mojados. Alguien se acerca a consolarlo. No lo pueden calmar.
En el estudio hay cámaras, cables, luces hambrientas, y adultos que necesitan que llore, pero no tanto. La toma, así, no sirve. Hay que secar al bebé y volver a empezar.
Se le acerca una adulta con gestos cariñosos. No es la madre. Le lleva juguetes, le canta canciones en voz baja mientras otra adulta le cambia el pañal, le seca el pelo y acondiciona la escena para una nueva toma. Todo transcurre como si el llanto de hace minutos no hubiera ocurrido.
—¡Acción!
El agua de los cuatro baldes cae sobre el bebé, que esta vez llora, claro, pero un poco menos. Tal vez, en dos o tres intentos puedan lograr la toma perfecta.
Los padres del bebé están en otra habitación y pueden ver la escena a través de televisores. No pueden participar, ni opinar, ni agarrar a su hijo y huir. Se han firmado contratos, avales y consentimientos. Los padres no expresan angustia. Cada tanda de baldazos es celebrada con risas o, al menos, sonrisas. Tal vez son gestos nerviosos, tal vez cómplices o, simplemente, expresiones de conformidad. No dicen ni una palabra. Su hijo, su “creación”, no sólo ha sido elegido entre muchos, sino que será la cara (y el cuerpo) de la publicidad de una marca de pañales que se quiere mostrar como la solución a las “inundaciones” de los pañales. Hay orgullo, hay proyección y hay jactancia en esas risas y sonrisas. Y también, hay necesidad: ese cuerpito baldeado va a permitirles terminar con unas deudas por lo cual, más tranquilos financieramente, le podrán brindar mejores condiciones de vida a ese bebé.
Lo cuenta Claudia López, actriz, bailarina y co-protagonista de esa publicidad de niñito mojado y pañales infalibles. En la escena, ella era un hada madrina que “salvaba” al bebé de las inundaciones, lo secaba y lo dejaba en manos de un oso gigante que lo llevaba a un lugar seguro. El oso gigante, tenebroso según cuenta, también hacía llorar mucho al bebé y eso demandó varias tomas para lograr la esperada: una de las experiencias más traumáticas para la actriz que lleva doce años en el ambiente.
***
El mundo de los chicos que trabajan en los medios de comunicación masivos se teje alrededor de roles ejercidos por adultos que actúan antes y después del casting, la puerta de entrada. Allí es donde todo comienza. Las “castineras”, las agencias que trabajan en la búsqueda de ese niño exacto convocan a posibles candidatos, registrados en una base de datos: características físicas, edades, pertenencias sociales. Son ellos quienes llaman. Hablan con los padres. Le dan un día y un horario. No importa si el nene tiene clases o alguna actividad para hacer: ese día hay casting y eso se festeja. La sala de espera de las castineras funciona como tienda de campaña.
—¿Podés calmarte que te vas a despeinar toda? —dice la que debe ser la madre a una nena de seis años. La puerta se abre.
—¿Ludmi?
La señora se apresura en responder.
— Es ella.
— Pasá, que mami te espera afuera.
— Pensé que podía pasar con ella.
—No, mami, en tres minutitos Ludmi sale y la ves.
Ludmi entra a una habitación con una adulta que con suavidad la lleva por el hombro. Tiene que mirar a cámara, presentarse, dejar que le saquen fotos. Este casting es, ante todo, una prueba de cámara. Sin estudiar nada ni memorizar diálogos. La adulta juega un rol clave: es la coach o baby wrangler. El nombre cambia según la edad del chico aunque la tarea es similar: amenizar la estadía del menor durante las pruebas o filmaciones. La coach es la que ayuda, ordena, dirige y contribuye a que los más chicos procesen los roles que deben asumir en clave lúdica. Es el puente entre todos los involucrados: debe garantizar que los chicos hagan lo que de ellos se espera y, sobre todo, elegir, seleccionar y, por supuesto, descartar a los que no sirvan.
En 2008 la ley nacional Nº 26390 terminó con los tiempos en los que los niños llegaban solos a un casting o a una filmación y estaban a disposición de las indicaciones y demandas de los adultos a cargo (esto incluye tanto a los representantes de las productoras como a los acompañantes de los menores). La ley formalizó las condiciones del trabajo de los niños y adolescentes en los medios de comunicación. El Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social puso reglas y límites.
La posesión de un permiso es clave para poder trabajar. Ese permiso, gestionado por la productora en cuestión, protege a todos los involucrados (padres, productores y productora) de potenciales juicios por abuso de trabajo infantil. Sin autorización, no hay legalidad. La ley establece que ese permiso debe gestionarse en el Ministerio. También ordena el horario de trabajo: de día, entre las seis de la mañana y las ocho de la noche. Antes y después de esos horarios, no está permitido el trabajo infantil. Con o sin permiso, las condiciones horarias están planteadas en la legislación de manera clara aunque, según la coach de niños actores María Laura Berch, dentro de la legalidad hay margen de maniobra.
— Si se necesita por razones de fuerza mayor vinculadas al guión, que sea una filmación de noche, Ezeiza a la madrugada, se tramita un permiso especial y se espera que el Ministerio acceda.
Los menores de cinco años no pueden trabajar más de cuatro horas por día; los niños y niñas entre seis y diez años trabajan hasta cinco, y los mayores de once años tienen como tope seis horas diarias de trabajo. Ese horario, establece la ley, debe ordenarse en función de la escolaridad: los chicos no pueden faltar a la escuela. Aunque, como en todos los ámbitos, existe un “margen de maniobra”.
***
El piso de Gremiales en la sede de la Asociación Argentina de Actores, en el barrio de Congreso, es una fortaleza de archivos: carpetas grises y naranjas apiladas en estantes. Hay luces de tubo, escritorios, sillas en fila, números con los turnos y algunas personas que esperan. Al fondo, en una sala con ventanales, Gabriel Rovito, Mirta Israel y Carlos Berraymundo velan porque la ley y los convenios colectivos de trabajo se cumplan. A ellos les llegan los reportes de los inspectores que transitan los sets de filmación.
—Muchas veces, protegemos a los chicos de sus padres —dice Israel y rebana el aire con la mano.
La mujer cuenta que los padres presionan a los chicos para que trabajen más horas que las permitidas y que a veces, cuando llega una inspección de la Asociación, los llevan a dar una vuelta, los fuerzan a mentir diciendo que acaban de llegar.
— Nosotros preferiríamos que los chicos no trabajaran. De hecho, la ley dice que no pueden hacerlo: está prohibido. Cuando una madre nos dice “a mi hijo le encanta hacer teatro”. Le decimos que lo lleve a tomar clases.
Aseguran los representantes gremiales que muchas veces han retirado a chicos de teatros, sets de grabación de televisión y de publicidad que habían pasado (por mucho) la cantidad de horas establecidas. Pero el rol de la Asociación tiene un alcance reducido: pueden denunciar las irregularidades al Ministerio pero no tienen poder de policía y es por ello que muchas veces los niños (bajo la mirada de los padres) logran permanecer en sus puestos más horas que las permitidas. El control y la supervisión encuentran un límite: con los menores de tres años que son contratados para la televisión o las publicidades no se meten.
—Es nuestro límite. Si te cagan y vos hacés laburar a tu bebé, no es nuestro problema —dice Carlos Berraymundo.
No admiten explicaciones ni puntos intermedios: el gremio no supervisa ni asesora a los menores de tres años que trabajan en los medios. Es por ello que son más susceptibles a los manejos de los productores y a los abusos económicos y de tiempos de grabación.
Hay otros dos roles clave: el del productor y el del director del casting, que ven a los candidatos (a veces “en vivo” y otras veces a través de fotografías o videos) y seleccionan quién se queda con el papel. Según la actriz Claudia López, que los ha visto en acción varias veces, a ellos no les importa nada más que encontrar la cara justa. La voz, si no “sirve”, puede doblarse pero la cara y las características del candidato ideal son buscados con lupa casi científica: no puede haber errores en la selección. No hay empatía con los niños y niñas, sólo son objetos que buscan satisfacer una demanda. El cliente es el único que no puede ser decepcionado.
***
No hubo una decisión familiar para que Florencia empezara a trabajar en la tele. Ella empezó a ir a una escuela de danza a los cuatro años en la escuela de Hugo Midón y a los cinco le hicieron una prueba. Desde entonces participó en obras de teatro, todo muy informal y pequeño.
Florencia no se llama Florencia. La madre pide preservar su nombre y el de la niña por razones contractuales de confidencialidad, pero cuenta el derrotero en su caso “feliz” que llevó a la pequeña a trabajar en una compañía internacional y a hacerlo de manera estable desde los nueve años. Un video enviado en el momento justo y una puerta que se abre: hoy su vida transcurre entre la escuela y las grabaciones del programa.
Afirmar que todos los padres que llevan a sus hijos a castings o a filmaciones quieren “vivir de ellos” o que “quieren salvarse” es una simplificación que invisibiliza el complejo entramado de las historias de vida de cada familia, de cada niño, de sus habilidades.
—Nos preocupamos tanto por los entrenamientos de hockey de la hermana como por sus grabaciones. No nos confundimos y estamos seguros de que por eso ella tampoco se confunde ni se la cree — dice la madre de la supuesta Florencia en la oficina en la que trabaja como abogada.
Algo parecido cuenta Agustina Cherry en una entrevista de la revista Garganta Poderosa. Allí cuenta que cuando llegaba a su casa de grabar “Chiquititas” sus padres la trataban y le exigían las mismas cosas que antes de comenzar a trabajar. Dice ahora, esa actitud “la salvó”: en una época en la que no podía salir a la calle por el acoso de los y las fans del programa era muy difícil no creérsela.
Si hay muchas grabaciones, los padres de la supuesta Florencia tienen cierta flexibilidad con las tareas escolares entre semana. De todos modos, la adaptación al trabajo no es sólo un trato entre padres e hija: está negociada con la escuela (privada) a la que concurre.
La cuestión del dinero no es menor. Los niños y los adultos se organizan con salarios mínimos equivalentes. Un niño con un trabajo fijo en los medios puede mantener una casa y hasta puede ganar más que la suma de los salarios de sus padres. El sueldo mínimo para un rol estable en la televisión es de $19.000.
—Ella sabe que cobra, pero no sabe cuánto, ni tampoco lo pregunta —dice la madre —Nosotros no tocamos un centavo de lo que ella gana, se lo guardamos de la manera que nosotros guardamos nuestros ahorros. Hace poco nos preguntó si le alcanzaba para comprarse un Samsung Galaxy 4 y le dijimos que sí, pero que íbamos a esperar al momento adecuado para comprarlo. Cuando sea grande, va a poder decidir qué hacer con esa plata.
La sala luminosa de la casona en Almagro tiene todavía migas sobre la mesa ratona. Son los rastros que dejaron las niñas que el día anterior ensayaron en el estudio de María Laura Berch, por el que pasaron los protagonistas de películas como Infancia Clandestina, Wakolda o Las mantenidas sin sueños; o, ahora, por ejemplo, los chicos de Caídos del mapa. Berch es cuidadosa con sus palabras. Incluso, graba la entrevista. Dice que le jugaron una mala pasada, que el tema, en alguna nota, fue tomado con prejuicio y arbitrariedad. Ella se dedica a explicar que su objetivo es, en este entorno en el que hay adultos y dinero, mantener la niñez.
También directora de casting de adultos, adolescentes y niños para el elenco de cada película, Berch estudió actuación en el IUNA y Ciencias de la Educación. Repite varias veces a lo largo de la charla que su tarea, ante todo, es preservar la niñez intacta, un desafío que tuvo desde su primer trabajo, que recuerda con detalles precisos.
El proyecto era para la película Las mantenidas sin sueños, de Vera Fogwill y Martín de Salvo, en el que contarían la relación de una madre joven y adicta y su pequeña hija. ¿Cómo preservar a la pequeña actriz de ese mundo doloroso y sórdido que se narraba? La respuesta era sencilla: a través del juego.
En el primer casting con la niña actriz (Lucía Snieg), Berch intentó entender lo que ella llama “sus competencias previas”, ciertas palabras que inevitablemente el personaje iba a encontrar en esa niña escolarizada, de clase media, hija de un médico y una actriz.
—Para mí la peor droga del mundo es el cigarrillo —dijo la nena cuando respondió a lo que entendía por adicción. Y ese fue el parámetro. Lucía no iba a enterarse de que su madre en la ficción sería cocainómana. Trabajó con la idea de que la adicción de su madre era a los cigarrillos.
—Todos nos teníamos que poner de acuerdo en que para Luly el cigarrillo era el peor vicio. En el set, Vera y Martín lo bajaron como regla. Después todo tiene que ver con la comprensión de los adultos—, aclara Berch.
Y resolvieron las cosas de esta manera:
En la pantalla, vemos que la niña mete el polvo blanco de una bolsa en su taza de chocolatada. Lucía, la niña actriz, entra en el juego de Berch: lo que ella sabe es que el polvo blanco es edulcorante, que así la chocolatada es fea, y por eso toma un sorbo y lo escupe. El personaje sí sabe cuál es la adicción de su madre, en tanto enfermedad, que la hace estar tirada en el sillón y demás- explica Berch-, pero puedo trabajar con eso. Si yo me meto, estoy siendo irresponsable y estoy abriendo un campo que no sé cómo es contenido después. Luego, como espectadores lo vemos y completamos la idea. Pero el niño no tiene por qué atravesarlo.
***
En un plano, el nene corre y sonríe. En el siguiente, una mujer espera, con los brazos abiertos. Lo que no sale en el plano es el backstage: detrás de las cámaras, las baby wranglers hacen algún juego (burbujas, morisquetas). Es hacia ellas, o hacia su juego, que corre el bebé.
Betina Steinberg, que junto a su hija Melina Furman manejan Babywranglers, la agencia de coachs de bebés más antigua del país, tiene un sistema que facilita la filmación, y el cumplimiento de la ley.
La castinera convoca a los bebés. Ellas, las baby wranglers, estudian el grupo selecto y ven posibilidades según lo que esperan los productores y las aptitudes de los niños de acuerdo a unas fichas que completan con información de cada chico. Antes, ya habrán analizado el guión, y luego, cuando están los elegidos, se encargarán de que jueguen.
—El bebé no siente el trabajo, porque se está divirtiendo. Si no juega, no se divierte. Y no si no se divierte, no podría hacer medios. Eso lo detectamos en el casting.
Steinberg y Furman coinciden en que funcionan los bebés independientes, que no están atentos a los movimientos de la madre, que pueden relacionarse con extraños. Y aclaran: a ellas llega una selección de tipo física que realizó la castinera. Las cuestiones fisonómicas no están en sus manos, aunque ambas señalan que en el último tiempo el bebé rubio de ojos celestes cedió espacio a otros tipos de pieles, a otros tipos de cabellos, porque los comerciales ahora se ven en toda América Latina y los parámetros varían un poco.
¿Qué pasa con el rechazo? ¿Qué pasa con la ansiedad de los padres? Porque el éxito infantil en los medios tiene su propia olla al final del arco iris. Son las historias de figuras como Lorena Paola, Claudio María Domínguez, Andrea del Boca, Adrián Suar, Leonardo Sbaraglia, que comenzaron de pequeños, en tiempos lejanos, anteriores a la mano de Cris Morena y Chiquititas; a partir de sus temporadas se amplió el universo de tiras diarias, teatros, y hasta álbumes de figuritas y revistas sobre el tema. Agustina Cherri, Luisana Lopilato, la China Suarez, se sumaron a ese panteón del éxito precoz y la carrera asegurada. Son los nombres que en un momento dejaron de escuchar el “cualquier cosa te llamamos, mami” con el que despiden las castineras y pasaron a recibir un llamado detrás de otro con el que los convocaban a nuevas apariciones y trabajos.
El poder hipnótico de esa olla puede ser efectivo en los niños y, también, en los padres. Por eso, la expectativa por el desempeño del niño a veces es gomosa, casi sofocante.
— Ver la foto en la calle, en un tren, da satisfacción, obviamente – reconoce la coach y baby wrangler Betina Steinberg, mientras espera su limonada con menta en el café de Colegiales, a pocas cuadras de su estudio. Rubia y de ojos claros, con ese tono chispeante de quienes suelen trabajar con niños.
De satisfacciones y expectativas, de esas cosas también habla dos días después, en su sala de Almagro, María Laura Berch, cuando dice que si escucha de algún padre un “¿Lo hiciste bien?”, trata de intervenir.
—Yo les digo que todos lo hacen bien. Hay que entender que la familia tiene que cumplir un rol contenedor, no de evaluación- dice.
—¿Eso influye en la elección?
—Completamente. Juega en contra cuando siento esa expectativa del adulto, yo soy madre y sé que le promuevo toda esa parte musical porque me parece que le gusta, que la pasa bomba, y tal vez porque me hubiese encantado ser pianista….En una entrevista yo leo eso: desde cómo vienen visualmente con una producción, vestidos de determinada manera, desde pequeñas preguntas, veo cómo se arman para esta situación de venir a entrevistarse.
Berch no busca crucificar a los padres. Trata de entenderlos: trae el tema de la carga de frustración que ellos también reciben cuando a su hijo le dicen que no. La construcción del deseo de ellos, del propio, de lo que el director espera que se logre en cada escena.
***
El director de actores Esteban Mihalik fue el encargado, junto a Alberto Fernandez de Rosa, de elegir al primer elenco de Chiquititas. En los pasillos de Telefé, se enfrentaron a unos tres mil padres con sus hijos.
—Para nosotros era fundamental no solo que los niños y niñas fueran los que buscábamos, sino además que sus padres, por decirlo de alguna manera, pasaran también el casting, ya que te encontrabas situaciones muy complicadas, desde algunos que los traían superproducidos, en el caso de las niñas maquilladas y pintadas como si fueran vedettes, o retándolos sotto voce porque no decían bien su texto, o tratando que memoricen además cómo tenían que presentarse ante nosotros, con adulaciones y demás para caernos bien.
Los sets de filmación se arman entre un mundo de deseos y dinero. En los pasillos de esos sets se amontonan madres -sobre todo madres- con sus criaturas. En un punto, ambos –adulto y niño- participan del casting y son esos mayores, a veces, los que determinan el sí o el no para un papel, aunque no lo sepan. En aquel casting inicial para Chiquititas, mucho antes de que se convirtiera en un éxito sin precedentes, Mihalik cuenta que les preguntaba a los padres si sabían de qué manera los afectaría el hecho de que sus hijos trabajaran en televisión.
—En ese entonces no existía la regulación de la jornada laboral más corta para los menores—recuerda.
Los niños pasaban el día entero en el estudio. Algunos padres estaban felices ya que evidentemente la situación económica de la familia mejoraría circunstancialmente, otros respetaban el deseo de sus hijos de estar ahí, y estaban los que se creían estrellas. Y dentro de los más coherentes, los que abrirían una cuenta para que cuando sus hijos crecieran puedan decidir qué hacer con su dinero.
***
“Si hubieran sido una figura pública desde niños, si hubieran tenido que luchar por una vida que parecía real y honesta y normal a pesar de todo, tal vez ustedes también podrían valorar la privacidad por encima de todo. Privacidad. Algún día, en el futuro, la gente mirará atrás y recordará lo hermoso que era antes”. Aferrada a su premio a la trayectoria en la entrega de los Golden Globes del 2013, la actriz Jodie Foster hablaba de su pasado.
Vivir de los medios, vivir en los medios: parece ser la fantasía de muchos. Foster, actriz consagrada y celebrada, presenta con sus palabras el otro lado del éxito, de los que llegan a cumplir sus sueños. Y tal vez la llave de todo reside exactamente en eso, en ver de qué maneras se construye el deseo de ir a un casting, de ser actor o actriz, de estar en la televisión o ser la cara de algún producto.
La respuesta está, no sorpresivamente, en los medios, en la manera en la que se crean representaciones de lo que significa ser, estar, pertenecer como tres verbos claves que involucran ya no solamente al niño o niña que trabaja sino, también, a sus padres, a los coach y a las baby wranglers, y a los colegios que acompañan la inserción armónica de los chicos en la escuela y en sus espacios de trabajo. El trabajo infantil implica a muchas personas que son, sin excepción, adultos. Esos adultos también desean que sus hijos hagan un camino que ellos no pudieron o que sus “creaciones” cumplan sus fantasías en la vida con su ayuda y apoyo. Crucificar a todos los adultos que trabajan alrededor de los niños es un error grave porque sin ellos los chicos estarían, sin lugar a dudas, en peores condiciones laborales. Ahora bien: con ellos hay muchas situaciones que se canalizan, que se simplifican y que se convierten en lúdicas sólo por la intervención de un especialista que oriente la expectativa del guión hacia dominios que sean funcionales.
Pero hay otras respuestas que son más globales y que demandan una reflexión sobre las transformaciones laborales, culturales y sociales en los últimos años: “llegar” y ser exitoso pareciera no estar vinculado con una carrera, parciales, finales, libros y papeles sino que tiene, según algunos de los entrevistados, componentes nuevos. En primer lugar, el componente genético que sería un gran abridor de puertas en el mundo de los castings y de la competencia por un rol (con el pelo rubio y los ojos claros, la ventaja es enorme). Si bien parece irrisorio afirmarlo, hay “caras” que son elegidas solo por reunir las características esperadas. En segundo lugar, el estudio de un rol o un papel pareciera realizarse mientras se prepara ese rol. Son pocos casos en los que hay estudios previos y, si los hubiere, se orientan a perfeccionar a ese niño o niña en función de lo que se imagina que el mercado va a “pedir”. En tercer lugar, la precarización laboral general abre puertas a nuevas fuentes de ingresos en el hogar. Más allá de las críticas que esto pueda suscitar, conseguir el sustento, incluso a través del trabajo (legal, claro) de un hijo, no deja de ser un mérito de los adultos que lo “crearon”. Ningún padre quiere que sus hijos trabajen, pero que lo hagan de lo que “les encanta” es un matiz que permite digerir mejor la situación.
Y si, sumado a eso, el niño colabora significativamente con el bienestar económico de la familia, ¿se puede simplemente pensar que todos los padres son “explotadores” de sus hijos? Claramente, la respuesta es no. Hay un rechazo general al trabajo infantil, pero pareciera no existir un análisis de la manera en la que los medios de comunicación están imponiendo nuevos imaginarios y trayectorias prometiendo, una y otra vez, la felicidad, el éxito y la fama.
Los niños que trabajan en los medios viven en un mundo en el que el azar y la suerte se combinan con diversión pero también y, sobre todo, mucho trabajo.
—Hola, soy Yamila —dice una niña desde el baño de su casa en un video de YouTube— Tengo doce años, soy de Mar del Plata. Estudié canto, danza y actuación y estoy lista para que me encuentren. Preparé una canción para ustedes, espero que les guste.
La chica habla bien cerca de la cámara, al fondo, una puerta, y una toalla que cuelga de la baranda. Cierra los ojos, canta, se lleva la mano al pecho. Al fondo, detrás de ella, sobre la pared se dibuja, enorme, la sombra del adulto que la graba.