Capítulo 5
Varón, decime qué se siente
Bajarse de la cinta
El sentido común supone que el feminismo está contra los varones y el machismo a favor. No es así en la teoría. Y, mucho menos, en la práctica. El machismo perjudica a las mujeres y también perjudica a los varones.
A Tomás lo conocí el 19 de octubre del 2016, en el Paro de Mujeres, en la convocatoria posterior al asesinato de Lucía Pérez y con la consigna “Ni Una Menos, Vivas Nos Queremos” entre la lluvia que empapó nuestro abrazo y una marea de gente que nos movía, entre su madre y su hermano menor. Él tenía 14 años. Y yo lloré como se llora cuando se escribe con el cuerpo mojado y con el miedo y la garra con la que se ampara a los hijos. Yo lo conocía. Pero no lo había visto. Escribí muchos años sobre él sin conocerlo. Su mamá, Andrea, reclamaba porque la policía se los había arrebatado en un secuestro y ella no podía verlos. La entrevisté una y diez veces. Un ex candidato a Presidente pidió que no la saquen en una radio del prime time y el progenitor mandó cartas amenazantes sobre mi trabajo.
Tomás miraba por encima de la diagonal, revuelta de mujeres, pintadas, cantos y banderas, al gimnasio, con los oficinistas impolutos, corriendo hacia la nada, con la ñata contra el vidrio, pero sin conmoverse, sin participar, sin escuchar, empujados hacia una carrera sin llegada, pero sin stop.
—¿Qué hacen ahí? ¿Por qué no bajan? –increpó Tomás. Las mujeres estaban en marcha y los hombres en loop en su cinta. Los varones sin mirar, sin bajar, sin poder escuchar, sin animarse a correrse del protagonismo, ni a desafiar su camino y Tomás, desde abajo, pidiendo que bajen, que se conmueven, que lo escuchen, que lo miren. Y –también– que le den otros caminos como varón.
Cada vez que escucho la banalidad de afirmar que el feminismo es una guerra a los varones pienso en Tomás. Y en Gaby, que para los partidos de fútbol donde no dejan jugar a las pibas y en Nicanor, que su padre ex combatiente de Malvinas, mató a su mamá Librada y en Sebastián, que me contó en González Catán que la justicia era machista y que él tuvo que poner el pecho para sacar de su casa a su papá cuando le pegaba y en Hugo, que en una charla de colegio, contó cómo le dolía que el dueño del departamento que alquilaban violó a su mamá y en Luis que calló durante años que a su mamá la mató su ex pareja cuando llegaron de recibir su título de locutor y en Pepe que lo persiguen en el barrio al grito de puto y lo prepotean en su casa para burlarlo en calzoncillos.
El machismo perjudica más a las mujeres y niñas. Pero también perjudica a los pibes. Y la pelea es por ellos. Y por los varones que estén dispuestos a bajarse de la cinta: a escuchar, a frenar la violencia machista y a caminar cambiando el sentido de los caminos ya establecidos.
¿La liberación masculina para cuando?
“La diferencia de sexos brilla mucho mejor en la profunda
noche amorosa
cuando se conocen todos esos secretos que nos mantenían
enmascarados y ajenos”.
(Roque Dalton, Para un mejor amor)
De la poesía de Dalton, tal vez, la única palabra sesentista sea napalm. La diferencia de sexos –que ya llamamos géneros y retobamos de una grieta binaria a la que redoblamos en atajos o nuevas identidades no sólo es una categoría política. También es una categoría de mercado. Un mercado que –igual que el divide y reinarás– proclama el segmenta y venderás.
“El jabón de mujer te hace pensar como mujer”, chicaneó la propaganda del gel de ducha Axe que intento abrir el mercado de jabón para muchachos (como el de desodorante con olor solo para ellos) en el 2007. Pensar como mujer era asimilado a dejar la bombacha colgada en la manijita del baño. Pero lo peor es que si el muchacho no usaba jabón de varón, sino rosita, perseguía a las chicas con una iglesia y un anillo.
Pensar como mujer era querer casarse. Y, en cambio, pensar como varón era estar con dos muchachitas cariñosas en la ducha. Las diferencias eran un buen negocio para las empresas. Y un mal negocio para las mujeres y para los varones (menos dicho, pero igual de real) porque a veces casarse también es un deseo masculino (menoscabado) y a veces dos mujeres son multitud y no fantasía.
Pero, hace una década, el sexismo en la publicidad no tenía, casi, miradas críticas y actuaba con un desparpajo que dejaba la literalidad al palo. Tanto que la publicidad de Pepsi Max se llamaba “Poker de Pechochas”. En un boliche había tres amigos que apostaban cien pesos por debajo de una Pepsi a quién levantaba más mujeres. Eso de que el mandato masculino es coleccionar mujeres es demasiado real. “Apuesto cien”, decía uno y así todos hasta que mostraban sus cartas.
El primer apostador se sentó con dos chicas, el segundo con tres y el tercer amigo trajo a cinco e hizo escalera. La sorpresa de la noche fue que el primero, calladito, tenía dos cartas más bajo la manga. “¿Dónde estaban chicas, en el baño?”, preguntó a las que llegaban tarde, que –plus– lo hicieron ganar porque eran tetonas. “Poker de pechochas”, noqueó y cobra la apuesta.
Para la gaseosa número las mujeres eran iguales que cartas o que porotos del truco. Las mujeres no sólo no iban con los chicos por su deseo –ni eran buscadas por ser deseadas– sino que servían para mostrar –y ganarles a los amigos–. Y algo que no se veía en la fiebre publicitaria las mujeres no son las únicas que pierden en esa apuesta. Después de publicar la crítica sobre esa publicidad, me escribió uno de los actores. Se había sentido mal, filmando esa publicidad empujado a ser un ganador frustrado.
¿La liberación masculina para cuándo?
Endurecerse sin perder por ternura
“Una de las razones por las que el sexo casual me era difícil
de asumir era el temor a cómo sobrellevar el no volverlo a ver, si la
experiencia era buena. Y eso inevitablemente me sucedió. A los días
de estar con él, iba dimensionando lo que me había sucedido y quería
volverlo a ver. Aun sabiendo que no había ningún futuro posible y
que iba a estar mucho tiempo pensando en él, elegía volver a vivir esa
experiencia”
(Carolina Moules, El azar una y otra vez)
Eva Illouz Ben Porath es Profesora en el Departamento de Sociología y Antropología de la Universidad de Jerusalén, en Israel. Ella subraya: “Habría que lograr un modelo de masculinidad moderno, valioso, que no tenga que ver con tener una acumulación de parejas sexuales”. El médico y psicoanalista Juan Carlos Volnovich ensambla la necesidad de romper con la sobreprotección materna con un desapego masculino sin gotita que apegue a los cuerpos: “El laborioso trabajo de adquirir su identidad de género que comenzó de niños a partir de la ruptura de la simbiosis materno-filial (...) se continuó después como evitación sostenida a cualquier tipo de apego afectivo con una sola mujer. Son hombres que se jactan de su capacidad para conquistar mujeres pero su orgullo de varón se juega en no quedar prisioneros de ninguna. Son varones que hacen virtud de su independencia y autosuficiencia. Son varones sometidos, en fin, a esas convenciones vigentes que suponen a los hombre sin necesidades emocionales propias porque han aprendido, desde muy pequeños, que la enunciación de sus carencias afectivas es un indicio de una debilidad inaceptable para un hombre que se precie”.
El touch and go no es un fenómeno que se produce por arte de magia. El sexo de una vez tampoco. “Son varones a quienes les resulta mucho menos amenazante coger, sin otro tipo de compromiso sentimental, que el coger integrado a un contacto cariñoso que incluya, inevitablemente, una cuota de vulnerabilidad emocional, siempre incompatible con el ideal de masculinidad tradicional”, resalta Volnovich que define a la época como la glorificación del zapping de mujeres. Y también aclara que hay otros varones abocados a una conyugalidad exitosa con una gran libido en la familia y la crianza de sus hijas e hijos.
¿Se puede generar movimientos sociales que interpelen e intervengan sobre conductas que son leídas por las protagonistas como puro deseo? Esa es la pregunta. Illouz cree que los cambios en los paradigmas de masculinidad son imprescindibles para amorosidades menos ficticias y con menos costo para mujeres que –todavía– gusten de varones. “Una respuesta colectiva válida sería reclamar que los hombres y las mujeres no son tan distintos entre sí: los dos tienen necesidad de practicar sexo y lograr amor.
Habría que lograr un modelo de masculinidad moderno valioso que no tenga que ver con tener una acumulación de parejas sexuales. Actualmente la acumulación de parejas sexuales juega un papel fundamental en el status masculino. Una manera en la que las mujeres podrían articular un mejor feminismo sería que formulen un modelo de masculinidad poderoso pero que no se base en la cantidad de parejas sexuales del hombre –incentiva– porque eso, de alguna manera, termina devaluando a la mujer heterosexual”.
Si el Che Guevara decía en los posters –aunque sea como mito– “Hay que endurecerse sin perder la ternura”– el triunfo del capitalismo total, después de la caída de los muros y los gobiernos populares con esbozos de más igualdad, refuerza el vivir para trabajar que excluye no solo el dinero para pagar un hotel, sino, básicamente, el deseo de estar, por ejemplo, manejando un taxi de noche para perder dinero en los costos invisibles o latentes del placer y, además, en lo que se deja de producir. La falta de tiempo y de dinero atentan contra el placer de tal manera que el Tío Sam no lo hubiera imaginado. “Son varones que le temen a la ternura porque, en realidad, le temen a la dependencia y, si hay algo que saben muy bien, es que tienen que mantenerse enteros para entregarse a las exigencias de trabajo”, delinea Volnovich.
No sos vos, son ellos
“Siempre a las mujeres nos preguntan qué se siente hacer tal cosa
/ siendo mujer ya pensando que nos cuesta más, como nos cuesta a todos
el amor, eso es algo que nos iguala”.
(Alejandra Benz, Glamour tropical)
“Volver a las pistas es más difícil si sos mujer. Si sos hombre, te
separaste y tenés hijos, “Ay, que divino, tiene instinto paternal”. Si sos
mujer, venís con un paquete, “¡Tres pibes tiene!”. Si sos hombre, y no
tenés hijos, estás a punto caramelo ¡estás para todo! Y si sos mujer, te
separaste y no tenés hijos ¡es que estás buscando un padre para tus hijos!
Y no...también podés buscar a alguien para coger...y que después sea el
padre de tus hijos”.
(Vero Lorca, Divas)
¿Sirve la sociología del amor? Hay psicólogas que dicen que hay que teorizar menos y hacer más; amigas que esperan que el amor soñado aparezca como un rayo dispuesto a contestar todos los guasap y tomar un whisky mientras se espera la cocción lenta del pastrón en una foto de pareja que se deshace en la ilusión; investigadoras hartas de leer papers y dispuestas a reventar Happn hasta encontrar alguien que pueda ir a escucharlas a una charla; compañeras de oficina que no quieren leer que esto les pasa a todos y que los desencuentros no son una casualidad permanente para no deprimirse; tortas que invitan (con toda razón) a pasarse a su cama para dejar de estar pendiente de varones más despechados, tiránicos y poco dispuestos a dar placer.
Todavía es inexplicable porque duele tanto el amor. Pero, ese terremoto de dolor o falta de autoestima, que quita el hambre y mete en la cama, quita la sonrisa y pulsa una catarata de lágrimas, no puede ser ignorado para solo enmarcar mujeres con los brazos en altos. Hablar, leer o escribir no frota la lámpara de Aladino y concede deseos. Pero sí calma, genera comprensión y –en algún punto– alivio.
Las prácticas de cambio también son más difíciles que los reclamos por la violencia, los derechos sexuales, laborales o económicos. ¿Hacemos una marcha para que nos quieran? Parece menos viable. Pero el análisis de la fractura histórica en la que latimos puede traer menos culpabilización personal y baja autoestima o desvalorización; desahogo; catarsis (¿quién dijo que era mala palabra?) y, en algún punto; manifiestos de deseos que también contribuyan a un mapa nuevo –e indispensable– de vínculos amorosos y sexuales donde el dolor esté amortiguado y el placer potenciado.
¿Y el hombre nuevo?
“Me la baja ser el chongo fijo de la semana, ese que entra y sale
del telo, del departamento o de la casa. Y que recibe mensajes justo unos
días antes de coger. ¡Oh... que casualidad! Me gusta poder besar en
público, y que les incomode a los moralistas. Me la baja, que ser chongo,
signifique ser más anónimo que testimonio en off”.
(Gaby Chavez, Me la baja)
—Pioneros por el comunismo, seremos como el Che –dice la frase con la que los niños se crían en Cuba como un grito que se hace remera, se hace pin, foto con estrella, tatuaje en la pierna, canción pegadiza, brazo en alto, película, biografía mil y que, sin embargo, aún en el mito, aún después de cincuenta años de su muerte, retumba como una ilusión de cambio, una mirada que no baja la vista ni ante su asesino y que está dispuesto al cambio. El Che proponía un hombre nuevo y solo le dejo el legado de la revolución cubana a sus hijos (Ernesto y Camilo), pero no a sus hijas (Hilda, Aleida y Celia) en su carta de despedida a Bolivia donde fue asesinado, hace ya medio siglo, el 8 de octubre de 1967.
—El papi era machista– le dijo una de sus hijas a la periodista (ya fallecida) Julia Constenla.
El Che fue machista como su generación y como su época. El Che fue un hijo de su época y fue un hijo del sexo furtivo, robado a las reglas y escondido para nacer sin tapujos, con el aire del goce asfixiado entre las libretas. Y con el borrón y cuenta nueva para re nacer libre de esos tapujos. El Che no sabía que el hombre nuevo iba a nacer mujer nueva. Pero sí fue el hijo de una mujer que nado contra la corriente y que su propio nacimiento explica la gestación de una sexualidad más libre.
El Che nació el 14 de mayo de 1928. Sin embargo, fue anotado un mes después, el 14 de junio, para ser presentado como sietemesino, porque Celia de la Serna le ocultó a su familia que dio el sí, quiero embarazada. Constenla reveló que el Che fue escondido para esconder el sexo sin permiso en el libro “Celia, la madre del Che”, que publicó en 2005.
—El Che no nace por la opresión sino contra la opresión, porque es hijo de una mujer que se libera y se anima a tener relaciones prematrimoniales. Pero falsea la fecha, porque sus tías se mueren si se enteran. El padre de Celia se suicidó cuando ella tenía cinco años y la madre murió cuando ella tenía trece. De modo que la criaron sus hermanas mayores y unas tías muy beatas, que si se imaginaban que la nena se quería casar, pero ya había tenido relaciones previas, se morían. Por eso, se fue hasta Rosario para dar a luz lejos de la familia y anotar al hijo un mes después. En definitiva, la fecha del nacimiento del Che corresponde a la opresión y su nacimiento a la liberación –me contó Celia cuando publicó su libro.
La liberación sexual también fue una revolución.
Sacarse la camiseta
Ezequiel Lavezzi se hizo conocido por festejar con cara de desaforado y sacarse la camiseta en el Mundial de Brasil 2014. Sacate Pocho, sacate todo. Cada una de las mujeres que se atrevieron a rogarle a San Pocho que les hiciera los hijos que ya no querían, que se les tirara del placard o que las moje con el agüita con la que tanto jodió al ex DT Alejandro Sabella.
“Ay, las mujeres cosifican” se horrorizaron los que desprenden de la pelea por la igualdad de género un ceño fruncido y un sexo seco y tupido, ciego de vistas y de goles. No, no cosificamos. Nos calentamos como una reverencia ante San Pocho que de santo no tiene nada y si quiere hacer abdominales lo acompañamos a respingar la nariz contra la punta de los dedos, pero su gracia no está en las líneas de su abdomen sino en la picardía prometedora con la que se revolcó en la cancha en la que se jugó la Copa América.
Si el Pocho se ríe no lo para nadie. Ni una valla, ni las publicidades del capitalismo tan cerca de donde el rasguña la pelota, ni el de seguridad apostado a sus espaldas (para que nadie se arrodille ante los jugadores como hizo un fan con Messi y como quisiéramos arrodillarnos ante Pocho) que le lleva diez cabezas y permanece inquebrantable ante la quebradura del jugador que tuitea en francés y le da play a unos pocos peligros sensatos, de Los Redonditos de Ricota.
Es cierto, no hay por qué hacer un relato épico de un triunfo futbolero ante Estados Unidos, ni de una picardía a flor de piel, ni de un salto que terminó en camilla y lo dejó afuera de la Copa. No serán la selección del 86. No será el Che entrando en La Habana contra el Imperialismo, sí, no será el hombre nuevo. Es un simple chico morochón, tatuado, con una barba más desconfigurada que hípster, pero con una sonrisa que lo convirtió en el único héroe en este lío.