Cuando le pidieron a Virginia Woolf que opinara sobre las mujeres y la novela, ella respondió con el libro/ensayo Un cuarto propio: “Solo puedo ofrecerles una opinión sobre un tema menor: para escribir novelas, una mujer debe tener dinero y un cuarto propio”.
En la época en la que Woolf dijo estas palabras, hacía un año que las mujeres mayores de 21 años votaban por primera vez en Gran Bretaña, pero aún no tenían ese derecho en ningún otro país del mundo. Para ellas, la forma de tener voz pública por excelencia era la escritura o cualquier otro tipo de arte.
El voto femenino se fue extendiendo. Cada vez más mujeres pudieron escribir novelas, cuentos o poemas no necesariamente por tener un cuarto propio sino por hacerse espacio en un mundo en el que la desigualdad persistió a pesar de las conquistas que se fueron dando en las siguientes décadas.
Casi un siglo después, ¿de qué manera hacen que se escuche su voz las mujeres? A través de la representación política, muchas veces, o por pares que lideran en sus distintas disciplinas: arte, ciencia, deporte, escritoras, academia, el mundo (esquivo) de los negocios. La voz pública de las que pudieron llegar.
Las redes sociales permitieron que las mujeres tuvieran también voz en las esfera pública sin mediaciones. Con o sin cuarto propio, sin necesidad de una situación de privilegio para poder participar en actividades y a la vez ser las responsables de los cuidados, mientras hacían la tarea con los hijos o llegaban exhaustas de trabajar, encontraron una manera de llegar a la agenda pública. Encontraron/encontramos un lugar para hablar, reclamar, tejer redes. El hashtag como punto de reunión.
Así, en el 2011 las mujeres de Arabia Saudita salieron con el #WomenToDrive para que les permitieran conducir autos. Dos años después se pedía por la liberación de las activistas detenidas en Rusia con el #FreePussyRiot. En mayo del 2014 más de 3,2 millones de usuarios salieron con el hashtag #BringBackOurGirls (#DevuelvanANuestrasNiñas) para pedir la liberación de las más de 270 estudiantes secuestradas en un colegio de Nigeria a mediados de abril. En nuestro país se inició el #NiUnaMenos el 3 de junio de 2015, a partir de un tuit de la periodista Marcela Ojeda que terminó movilizando a más de 500 mil personas en la Argentina y en los años siguientes se extendió como movimiento a al menos 29 países. Siguieron la el #MeToo, la #WomenMarch en Estados Unidos, el #ViajoSola en Ecuador, el #RepealThe8th en Irlanda y muchos hashtags más que provocaron cambios, casi todos en ampliación de derechos civiles o una mayor presencia de las mujeres.
De repente, el espacio virtual era una plataforma democratizadora, apta para convocar a salir a las calles, denunciar injusticias y proponer cambios.
¿Y qué pasó?
Las mujeres, las personas LGTB, las organizaciones antirracistas no fueron las únicas que se dieron cuenta del poder que implican las redes sociales. Los trolls, esos usuarios de redes que con impunidad atacan a otras cuentas, ya no eran bots o individuos aislados, y empezaron a organizarse. Los ataques dejaron de ser de individuos contra individuos, como corresponde a cualquier discusión que se quiera dar. Empezaron los acosos, las fakes news, las amenazas.
Como dice José Agustina, penalista español especializado en cibercrimen, de la mano de los avances en la tecnología: “el modo de relacionarnos los seres humanos y de causarnos daño ha experimentado mutaciones significativas, proporcionando una diversidad de medios y formas de ataque antes inimaginables.” Y de esa forma, la desigualdad y la violencia de género trasladadas a los entornos digitales se convirtió en una red de tentáculos interminable.
La violencia contra mujeres y niñas navega libremente en el escenario online-offline, en el que lo virtual es real, como plantean las organizaciones y los activismos que buscan que este tipo de violencia se tome en serio. Como bien señala la Relatora Especial de Naciones Unidas sobre violencia contra las Mujeres y las Niñas, “[i]nternet se está utilizando en un entorno más amplio de discriminación y violencia por razón de género, generalizado, estructural y sistemático contra las mujeres y las niñas, que determina su acceso a Internet y otras TIC y su uso de estas”.
Son muchos los estudios que evidencian la relación de continuidad de la violencia de género fuera y dentro del internet. En una investigación de la Association for Progressive Communication, por ejemplo, se identificó que la mitad de los responsables de violencia digital eran personas conocidas previamente por las mujeres víctimas. También se documentó que el 77% de las víctimas de ciberacoso experimentaron al menos una forma de violencia sexual y/o física por parte de una pareja íntima (European Union Agency for Fundamental Rights (FRA). Violence against women: an EU-wide survey).
Otras investigaciones mostraron que 54% de los casos de ciberacoso implicaron un primer encuentro fuera de línea, y que 50% de las mujeres dijeron que “algo había sucedido” en línea que las colocó en peligro físico.
Los nuevos retos del mundo tecnológico no encuentran a un mundo sorprendido. De hecho, el Convenio de Budapest sobre delitos cibernéticos, firmado en 2001, es el primer tratado internacional que busca hacer frente a los delitos informáticos y los delitos en Internet mediante la armonización de leyes entre naciones, la mejora de las técnicas de investigación y el aumento de la cooperación entre las naciones firmantes.1 Fue elaborado por el Consejo de Europa en Estrasburgo, pero tuvo la adhesión de países extra comunitarios, entre ellos Estados Unidos y Argentina.
Sin embargo, el enfoque de género siempre tarda en llegar. Así como la Argentina, que fue pionera en el mundo al juzgar por parte de la justicia civil a una dictadura militar, pero que tardó casi 40 años en considerar a la violencia sexual dentro de esa misma dictadura como delito de lesa humanidad, en el mundo cibernético la perspectiva de género se está haciendo esperar, con enormes costos para el debate democrático y la participación igualitaria.
Las mismas mujeres, en especial las que lideraron o tuvieron una participación más activa en las luchas por la ampliación de derechos, se convirtieron en las más atacadas en el ciberespacio. Muchas eligieron retirarse de alguna o todas las redes sociales en las que participaban, o limitaron sus intervenciones. No por miedo solamente, sino porque de repente sintieron que estaban en peligro ellas, sus familias, sus trabajos y su salud mental. Y también, sí, por miedo, ¿acaso no tenemos derecho también a eso? Otras resisten, pero a qué costo, sabiendo que un día podemos despertarnos con una fake letal sobre nosotras o con nuestras direcciones expuestas. Una vez más, para persistir hay que convertirse en heroínas, y que la fuerza de los haters no pare hasta hacernos perder la cabeza, la salud, el trabajo o la familia, o todo junto.
La Alianza por la Libertad de Expresión e Información de ONU Mujeres Argentina hizo un estudio cualitativo centrado en mujeres con voz pública en América Latina y el Caribe. El informe, que realizaron las periodistas argentinas Ingrid Beck, Florencia Alcaraz y Paula Rodríguez, indaga los casos de mujeres con voz pública de Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Cuba, Costa Rica, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras, México, Nicaragua, Paraguay, Uruguay y Venezuela. Todas ellas habían recibido fuertes ataques en línea por su condición de mujer, a raíz de su actividad periodística y sus activismos. “Todas las entrevistadas manifiestan que la violencia en línea tuvo impactos en su participación en la conversación pública: el 80% limitó su participación en las redes: omite opinar o manifestarse sobre determinados temas. La cuarta parte limitó su acceso a redes: cerró o dejó de postear en alguna de sus cuentas y solo mantiene activo Twitter, por cuestiones profesionales o por su activismo.”
Mientras tanto los algoritmos siguen perfeccionándose. Todo es tan vertiginoso que ya no sabemos qué hacer con todas las asistentes virtuales que nos hablan (mujeres, porque parece que lo de asistir nos pinta bien) y que, claro, no fueron víctimas de violencia de género ni de discriminaición.
Parece un tema trivial pero no lo es. Mientras la reconfiguración del mundo adquiere más y más velocidad, las mujeres siguen estando en minoría en las disciplinas STEM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas) y en el mundo laboral como en el académico. Y son solo el 22 por ciento de quienes trabajan en inteligencia artificial y menos de un tercio de la fuerza laboral en el sector tecnológico en todo el mundo.
Logramos instalar que lo personal es político, que queremos espacios públicos y privados seguros, pero ante la transformación de esos espacios estamos de nuevo en peligro de retroceder.
Sin representación igualitaria en estos campos, la participación de las mujeres en el diseño de la tecnología, la investigación, las inversiones y las políticas seguirá estando seriamente restringida.
Según los informes de la UNESCO, las mujeres que se deciden por entrar en el mundo de la tecnología a menudo se enfrentan a un entorno abiertamente hostil, con una notable brecha salarial (un 21 por ciento) y tasas de promoción considerablemente inferiores (52 mujeres por cada 100 hombres). Casi la mitad (un 48 por ciento) afirma haber sufrido acoso en el lugar de trabajo. Y un 22 por ciento afirma haber valorado la posibilidad de dejar el trabajo debido al trato recibido en el sector.
¿No vamos a hacer nada?
Como dijo la periodista Marcela Ojeda en Twitter en mayo del 2015, dando origen a la convocatoria para la primera marcha de Ni una menos en Argentina, que se nutrió muchísimo del hashtag #NiUnaMenos y de la viralización para la convocatoria, nos preguntamos ahora fuera de las redes, qué podemos hacer. Una vez más, la respuesta parecería ser que la única que nos queda es unir fuerzas.
Tanto desde las organizaciones no gubernamentales como desde los activismos y la academia, se está trabajando para visibilizar este backlash digital que tiene un claro correlato en el ejercicio de los derechos de las mujeres y colectivo LGTB, en su bienestar, desarrollo e igualdad.
Dos de estas organizaciones, Gentic (Género y Tic) y Grupo Ley Olimpia Argentina, promovieron la redacción, presentación y tratamiento de la Ley Olimpia, que impulsó la diputada Mónica Macha y luego recibió el apoyo de las principales fuerzas políticas, obteniendo dictamen en las Comisiones de Mujeres, Géneros y Diversidad y de Comunicaciones y Tecnología de la Cámara de Diputados.
Este proyecto incorpora a la ley 26485 la digital como una de las formas de las violencias basadas en el género. ¿Cómo prevenir, combatir y erradicar esa violencia si ni siquiera la tenemos nombrada en la legislación argentina? Otro acierto que tiene el proyecto es que incorpora dentro de la ESI los contenidos tecnológicos y promueve la alfabetización digital. Porque esta discusión no puede ser de pocas y para pocas, debemos tener herramientas igualitarias para participar de estas discusiones.Si no hay acceso a internet y ni educación tecnológica, ¿cómo desarrollarse, cómo alzar la voz y cómo defenderse?
La semana pasada la ley Olimpia tuvo media sanción en la Cámara de Diputados. Votaron a favor 191 diputadas y diputados, en contra solo 2, referentes de los espacios que han crecido gracias a este tipo de violencias, entre otras razones. La abstención vino de un diputado aliado, también de los llamados “libertarios”, pero que en nuestro país representan al conservadurismo más duro. Ahora solo resta esperar que se trate en el Senado, que la ley no quede postergada por una campaña electoral en la que estos temas deberían importar y mucho.
Hay otro proyecto en danza que aún no recibió tratamiento en las comisiones, que tipifica algunos delitos vinculados con el daño en las redes sociales. El nombre del proyecto es Belén, por Belén San Román, una chica de 25 años y dos hijos que vivía y trabajaba en Bragado. La difusión y viralización de un video íntimo sin su consentimiento hizo que se sintiera apabullada y decidió quitarse la vida. Se suman casos de mujeres y niñas que terminan suicidándose cuando son víctimas de estas agresiones. La Ley Olimpia a la posibilidad de tener medidas cautelares, pero la violencia sexual digital sigue sin tener una sanción penal en Argentina.
En marzo, el área de Protección de Datos Personales de la Defensoría del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires convocó a estas y otras organizaciones nacionales e internacionales, activistas y periodistas, a firmar una Carta Compromiso contra la Violencia Digital, con la consigna de #LoVirtualEsReal. Allí estuvieron desde UNICEF y ONU Mujeres Argentina, Faro Digital, Grooming Argentina, Women in Games Argentina, Gentic, Chicos Net, Ley Olimpia Argentina, Las de Sistemas, Chicas en Tecnología hasta Amnistía Internacional Argentina, la Red de Editoras de Género, Actrices Argentinas, la Carrera de Especialización en Derecho Informático de la Facultad de Derecho de la UBA, Grupo de Inteligencia Artificial, Filosofía y Tecnología (GIFT-SADAF-Conicet);la Fundación Avon, Bellamente, entre otras. Fueron tantas y había tanta gente representada que parece medio inexplicable que medios de comunicación y plataformas no hayan tomado registro aún de esta demanda.
Las voces y las demandas de las mujeres por una mayor igualdad siguen estando, aunque no se vean. Una muestra: una de las fuerzas políticas que hace su campaña basada en contra de los derechos adquiridos en los últimos años tiene una performance bastante baja en las elecciones distritales en la Argentina. Aún así, el resto de las fuerzas ya no nos “ve” tanto. Lo que ven es que si hablamos mucho nos atacan, entonces privilegiaron no poner el eje en la agenda de género. Quizás el análisis de sus algoritmos y sus comandos de campaña ultra masculinizados les estén jugando una mala pasada. Como desde 1983 en la Argentina, las mujeres son las que terminan definiendo la fórmula ganadora.
Hoy la tarea es trabajar en ese Feminismo para el 99 % del que hablaba Nancy Fraser. Recuperar espacios seguros en la discusión pública es poder hablar sin que nos amenacen con violar o que difundan la dirección de los colegios de nuestros hijos o los lugares donde nos compramos en los que trabajamos o con quién salimos. Pero también es prever que la tecnología tiene que ser una herramienta posible para todas y todos, porque si no se reproduce (una vez más) la desigualdad.
Hay un fallo muy interesante del Tribunal Constitucional Alemán sobre el caso de una diputada que fue víctima de fake news y de viralización de contenido de odio que la perjudicó. En los considerandos, luego de sopesar la libertad de expresión en las redes versus el cercenamiento a la libertad de expresión a partir de los ataques en las mismas redes, concluye: “En particular cuando la información se difunda a través de las redes sociales, la tutela efectiva de los derechos de la personalidad de políticos y funcionarios también es de interés público, lo que puede reforzar el peso de estos derechos en el equilibrio de intereses. Las personas solo estarán dispuestas a involucrarse en la vida pública y participar en el estado y la sociedad si se garantiza una protección suficiente de sus derechos de la personalidad”.
Los algoritmos aprenden sobre los sesgos existentes. No podemos dejar que la inteligencia artificial proyecte un mundo en el que lo que ocurrióen el pasado sea el modelo para construir el futuro, o que se base en la ausencia de las voces de quienes piden por mayor justicia de género e interseccional. Que haga predicciones basadas en las voces de asistentes virtuales. Todo bien con Emma, Alexa y Siri, pero la voz de las pibas, la nuestra y la de nuestras mayores, tiene que seguir estando, aunque no nos limitemos a hablar del clima o del mejor lugar para tomar una cerveza en el barrio. Porque así como las mujeres que menos ataques reciben en las redes son las que cuestionan al feminismo y la necesidad de incorporar perspectiva de género en la política, un día vamos a denunciar un nuevo abuso y una asistente virtual nos declarará “pero si a mí nunca me pasó”, y con eso se cerrará la discusión.
Fotos Télam + Prensa / Cuartoscuro