Crónica

Macri y el periodismo


De las respuestas evasivas al discurso del poder

La corresponsal mexicana Cecilia González entrevistó a Mauricio Macri. Hizo preguntas que al presidente habitualmente no le hacen. Lo había entrevistado por primera vez hace diez años, cuando respondía con evasivas y no miraba a los ojos. En un momento en el que se discute la eficacia y los mecanismos de la comunicación política del macrismo, los contactos de su líder político con los medios extranjeros –los temas de los que habla, la gestualidad– permiten ver los cambios que experimentó a medida que se acercaba a la cima del poder.

Fotos: Archivo Cecilia Gonzalez / Prensa Casa Rosada

Mauricio Macri entra puntual, traje oscuro, camisa azul -ya es casi un uniforme- y corbata violeta, a un salón contiguo al despacho que ocupa en la Casa Rosada. Son las diez de la mañana del viernes 29 de julio y en un rato más recibirá a Enrique Peña Nieto, el presidente mexicano que llegó una noche antes y que realizará una breve pero intensa agenda. Estará apenas veinte horas en Buenos Aires para cumplirle al presidente argentino la promesa de visitarlo y ayudarle así en su campaña de promoción internacional. Lo importante son los compromisos mutuos de intercambio comercial e inversiones. De telón de fondo está el interés del gobierno macrista en la Alianza del Pacífico. El apoyo de México, el país más grande del bloque, es crucial.

Desde que la canciller Susana Malcorra me confirmó en mayo que Peña Nieto vendría a Buenos Aires, comencé a enviarle correos al vocero de Macri, Iván Pavlovsky, para pedirle una entrevista. En mi campaña de convencimiento, le expliqué que desde hace trece años soy la corresponsal de la agencia de noticias más grande de América Latina y que la información que envío repercute de inmediato en medios de México e hispanos de Estados Unidos.

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La respuesta positiva no es segura, pero sí posible, porque en sus casi siete meses de gobierno Macri ha dado entrevistas a los corresponsales todo el tiempo, ya sea cuando va a visitar otro país o cuando recibe a algún presidente. La apertura con la prensa, la relación profesional con los periodistas extranjeros, ha sido un sello del macrismo que se intensificó desde la campaña y se consolidó durante su gobierno. Hay un equipo especial que nos atiende (y revisa nuestra información) e incluso inauguraron una sala de prensa para corresponsales en Casa Rosada. La bautizaron José Luis Cabezas.

Tres correos y dos meses más tarde, recibo la respuesta un martes, cuando Peña Nieto está a punto de llegar. Sí, la entrevista será a las diez de la mañana del viernes. Y exclusiva. No habrá otros colegas de medios mexicanos, cosa que me sorprende. Pavlovsky me llama por teléfono y me dice que dispondré de media hora. Empieza el estrés. Tengo que contratar un camarógrafo, revisar que mi grabadora funcione bien y, sobre todo, preparar el cuestionario. Entrevistar a un presidente que habla todo el tiempo con los medios es difícil, pero tengo claro los temas que me interesan y que casi nadie le pregunta. Los dos días siguientes me la paso temiendo que cancelen la cita a última momento.

El viernes me levanto a las seis y media de la mañana y desayuno fuerte, estilo mexicano (huevos, licuado de frutilla con leche, café, tortillas) porque ya sé que el día va a ser largo y no sé a qué hora voy a poder comer. Gracias a la entrevista con Macri no tengo que cubrir la agenda de Peña Nieto. De todos los actos oficiales se encargará el enviado de mi agencia que viene en el grupo de más de 20 periodistas que siempre viajan con el presidente mexicano.

A las nueve en punto, una hora antes de la entrevista, llego a Casa Rosada y me encuentro en la entrada de Balcarce con Rodrigo, el camarógrafo, y sus dos ayudantes. Mientras los saludo, Ayelen Bobbio, parte del nuevo equipo macrista encargado de la prensa internacional, me pide por whatsapp que le avise cuando lleguemos para que vaya por nosotros a la recepción. “¡Llegamos!”, le respondo. Nos sentamos a esperar.

Las cosas han cambiado mucho para los corresponsales extranjeros con la presidencia de Macri. Néstor Kirchner nos recibió sólo en una rueda de prensa cuando era candidato, pero todo el tiempo se le notó incómodo. Cristina Fernández de Kirchner, ni eso. Nunca nos dio una conferencia (hubo una en agosto de 2008, en la que fueron invitados los corresponsales. Pero nunca hubo una conferencia para periodistas extranjeros). Tampoco nos invitaban a los actos oficiales. No podíamos entrar a Casa Rosada salvo alguna actividad puntual. En mi caso, como cuando Peña Nieto vino a visitarla en septiembre de 2012, en calidad de presidente electo. Los Kirchner dejaron el trato con corresponsales en manos de los cancilleres, pero los encuentros fueron escaseando conforme pasó el tiempo. Jorge Taiana nos citó varias veces; Rafael Bielsa, un par; y Timerman una vez. El último ministro de Relaciones Exteriores del kirchnerismo se caracterizaba por su desdén: nos retaba por las preguntas, por los medios a los que pertenecíamos, por los temas que nos interesaban. Se irritaba con facilidad. La sucesora, Susana Malcorra, ahora nos da una rueda de prensa mensual para explicarnos la política exterior del gobierno.

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Bobbio llega por nosotros a la recepción de la Casa Rosada y nos hace entrar por una puerta lateral, no por el Patio de las Palmeras. Recorremos un laberíntico camino, llegamos al primer piso, pasamos por el ascensor presidencial que sólo conocía por fotos (paredes y techo de roble, un mullido taburete tapizado en terciopelo rojo) y cuando veo caminar en una oficina a Anita Moschini, la legendaria secretaria de Macri, sospecho que vamos directo al despacho presidencial. Me equivoco. La entrevista será en un elegante y amplio salón alterno de paredes de madera, alfombrado, con sillones de bordes y respaldos dorados y una brillante mesa de madera y sillas tapizadas.

Pavlovsky nos recibe y está atento a lo que necesite el equipo de cámaras para instalar conexiones y luces. “Hace calor, está muy fuerte la calefacción”, le digo al vocero en tono de broma por la campaña de ahorro de energía que encabeza el presidente. Unos minutos más tarde, un empleado asoma para explicar que hace rato la calefacción está apagada. Se tomaron en serio mi chiste. Elegimos el mejor ángulo para las tomas: Macri se sentará en un sillón individual y yo en el de dos plazas. Un empleado trae un arreglo floral y lo coloca en la mesa de centro. Bobbio me pregunta si estoy nerviosa. Le digo que no. Estoy acostumbrada a hablar con políticos. No me intimidan (bueno, no sé qué pasaría con Justin Trudeau). Más bien, por deformación profesional, les tengo desconfianza. A todos y todas. Mi único temor es que alguna pregunta le moleste y corte la nota, pero eso no se lo confieso. Nos avisan que Macri está por llegar y repaso el cuestionario que llevo impreso en un par de hojas. No uso libreta porque no me gusta anotar, me distrae, prefiero concentrarme en mirar y escuchar al entrevistado, es lo que me permite reaccionar y hacer repreguntas cuando lo considero necesario.

En cuanto Macri entra, me pongo de pie y nos damos la mano. 

-Buenos días presidente, muchas gracias por recibirnos.

Y empezamos. 


La primera vez que entrevisté a Mauricio Macri me desesperé. No me miraba a los ojos. Volteaba al piso, a la mesa, a la ventana del Rond Point, pero no me miraba.

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Me daban ganas de decirle: “hey, acá estoy”, porque es muy difícil hablar así con alguien. Era abril de 2006 y llegó al bar de Barrio Norte acompañado por su vocero de siempre, Pavlovsky. Había ganado una diputación y me decía que quería ser candidato presidencial al año siguiente. Del Congreso a Casa Rosada, sin escalas. Le pregunté por sus definiciones políticas. Sus respuestas eran breves, sin desarrollo: “aunque esto no les guste a los intelectuales, la gente siente que si uno ha hecho algo bueno con Boca, puede hacer lo mismo con el país”; “la seguridad no es de izquierda o derecha, cuando te roban no te preguntan si eres de izquierda o de derecha: te roban”; “soy un político capaz de armar buenos equipos y de construir una mejor realidad”. Bastó que le preguntara algo de Boca Juniors para que sonriera. Todavía hoy el tema del futbol lo relaja de inmediato, incluso corporalmente.

En los años siguientes lo volví a ver en un par de ocasiones, ya como jefe de Gobierno, La situación se repetía: era evasivo, apenas respondía. Entonces apelé a la idea de un viejo amigo periodista que siempre dice que no le importa lo que los políticos dicen, sino lo que hacen. Dejé de solicitarle entrevistas y de vez en cuando mandaba notas a mi agencia sobre su gestión en la capital o los escándalos de la Policía Metropolitana, que arrancaron con la designación de Jorge “Fino” Palacios como jefe. La información sobre la presidenta Cristina Fernández de Kirchner era prioritaria en las secciones internacionales, pero de todas maneras seguía atenta a Macri porque era evidente que se consolidaba como un líder opositor. Y que quería la presidencia.

Volví a reportearlo de manera directa durante la campaña del año pasado. La Asociación de Corresponsales Extranjeros tramitó entrevistas con los principales candidatos presidenciales. Daniel Scioli siempre nos rechazó. Sergio Massa y Macri sí nos recibieron. El 6 de octubre tuvimos una conferencia con el candidato de Cambiemos en un salón de un hotel del centro. Nos citó a las tres y media, luego postergó para las tres cuarenta y cinco y finalmente llegó a las cuatro y cuarto. Raro, porque su equipo siempre trata de organizar una agenda puntual, pero estaban en campaña, los tiempos no alcanzaban. Macri habló una hora exacta con unos 60 periodistas. Mantenía el mismo estilo de respuestas cortas, pero tenía mucha más seguridad con la prensa, producto de los arduos entrenamientos de medios coordinados durante años por Jaime Durán Barba, quien siempre reconoció en el presidente a un excelente alumno.

Macri llegó a la conferencia acompañado de Rogelio Frigerio, Alfonso Prat-Gay y Marcos Peña. Ya vislumbraban el triunfo y ensayaban juntos como futuro gabinete.

El candidato no quiso definirse ideológicamente (“el mundo converge a una agenda única”). Prometió que, si ganaba, exigiría de inmediato la liberación de Leopoldo López en Venezuela y que su primer viaje sería a Brasil. Cumplió.

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También criticó a la presidenta por no haber viajado nunca a Italia (se equivocó: Fernández de Kirchner había hecho giras oficiales en 2011 y 2015) y dijo que él iría “aunque sea a comer unas ricas pastas”. Frigerio y Prat-Gay se rieron a su lado, como se ríen forzadamente los empleados de los chistes malos de sus jefes. Nadie más sonrió siquiera en el salón. Porque Macri no es carismático, ni simpático. Pero estaba por ganar las elecciones.

Una periodista española, la última que pudo preguntar con micrófono en mano, lo cuestionó por la corrupción. El caso de Fernando Niembro, el periodista deportivo y candidato a diputado del PRO que al mismo tiempo era millonario contratista del gobierno de la Ciudad, estaba en su apogeo. Macri repitió que en sus ocho años como Jefe de Gobierno jamás había tenido denuncias por corrupción.

-Los colegas de Chequeado.com, que son muy serios, publicaron hoy que eso, que usted también lo dijo en el debate, es falso -, lo interrumpí, aunque no me habían dado la palabra. Mientras se levantaban de la mesa, Macri dijo que se refería a que ninguna denuncia había avanzado y Peña lamentó la información difundida por el portal de verificación de datos.

Yo estaba anotada para las preguntas, pero el tiempo se agotó. No pudimos intervenir todos los corresponsales. Le quería recordar a Macri que en el primer debate había evadido definiciones sobre legalización de aborto y la marihuana. Decirle que Niembro no era el único caso de empresarios amigos beneficiados con contratos en su gobierno. Y preguntarle cuál de las dos declaraciones juradas de bienes que había presentado hasta entonces era la correcta.


Después de la primera vuelta de las elecciones presidenciales, Scioli siguió con su negativa a recibir a los corresponsales. Fue uno más de sus tantos errores de campaña. Macri, en cambio, nos dio una segunda rueda de prensa. El presidente y su equipo sabían que estos intercambios ayudaban a posicionar su imagen en el exterior. La cita fue el 12 de noviembre en el auditorio de la nueva sede del gobierno de Buenos Aires, en Parque Patricios. Macri estaba utilizando recursos públicos para su campaña, porque la conferencia era un acto proselitista.

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El cambio era evidente. La tensión del primer encuentro que tuvo con nosotros antes de la primera vuelta, desapareció. Faltaban diez días para el ballotage y, con el triunfo al alcance de la mano, Macri estaba relajado, sonriente, tranquilo. Llegó acompañado por su jefe de campaña, Marcos Peña, y Horacio Rodríguez Larreta. Se sentaron en unas sillas altas que pusieron en el centro del escenario para una conferencia con unos 50 periodistas. Durante 40 minutos, Macri contestó solo la mayoría de las 22 preguntas que pudimos hacer. Peña apenas si intervino; Rodríguez Larreta ni siquiera habló.

Los temas se repitieron: Venezuela, Mercosur, deuda externa, relaciones con Rusia y China, Brasil, dólar, balance de los gobiernos kirchneristas. La diferencia fue el tono: porque no era lo mismo entrevistar a un candidato que aspiraba a pasar a la segunda vuelta que al candidato que, según las encuestas, ya era el favorito para ganar las elecciones. Por momentos, Macri era cuestionado y respondía como si ya fuera presidente.

Pude preguntarle por relación a la que aspiraba con México y por la legalización de la marihuana. Para mi sorpresa, Macri no cerró la puerta a la posibilidad de que, en un eventual gobierno suyo, se debatiera la regulación de la planta. Su respuesta, como siempre, fue muy breve. Y no había chance de repregunta.

Aunque se notaba el entrenamiento con medios, el candidato resbalaba a ratos en un discurso bien aprendido, sobre todo cuando quería improvisar. “Vamos a mejorar relaciones con nuestra madre patria”, dijo en algún momento al referirse a España con una frase de añoranza colonial, políticamente incorrecta en el siglo veintiuno. Un colega nos hizo reír cuando le preguntó si su posible triunfo representaba un cambio de ciclo en América Latina “porque a usted no lo vino a apoyar nadie”. Se refería al respaldo público que Scioli tuvo de José Mujica, Luiz Inacio Lula da Silva, Dilma Roussef, Evo Morales y Tabaré Vázquez. Macri no los necesitó para ganar.

Mientras lo escuchaba, pensaba en lo valiosa que es la apertura de los políticos para la prensa. Muchas veces no tanto por lo que dicen (la mayoría tiene un discurso aprendido y cuida sus palabras) sino por cómo lo dicen, cómo se expresan, cómo se manejan. Los gestos. La interacción con sus asesores. A diferencia del kirchnerismo, en los encuentros con Macri no había maltratos ni reclamos de su parte, ni periodistas que fueran sólo a provocar para ser ellos el centro de la nota. Sólo preguntas y respuestas. Nos habíamos desacostumbrado.

Al día siguiente de haber ganado la presidencia, el 23 de noviembre, Macri nos convocó muy temprano a una nueva conferencia en la Usina del Arte. Con los ojos hinchados por haber dormido poco, pero feliz por el triunfo, se mostró al lado de Marcos Peña, María Eugenia Vidal y Horacio Rodríguez Larreta. La nueva y poderosa generación política que había logrado vencer al kirchnerismo.

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Seis meses después nos recibió en Olivos. Más de 50 corresponsales llegamos a la residencia presidencial, muchos de nosotros por primera vez, porque hacía catorce años que no había ahí una rueda de prensa. Otra vez, Macri estuvo acompañado, ahora por Peña y Prat-Gay. Siempre apoyado por sus hombres, pero cada vez más suelto y acostumbrado a responder a los periodistas. La nota más importante de esa reunión fueron sus críticas a Venezuela. Es su obsesión. El ceño se le frunce cuando habla de Nicolás Maduro. Era notable la relación tan cercana con Peña. Se cuchicheaban todo el tiempo, se reían entre ellos, se consultaban. Prat-Gay era sólo un invitado.


Cuando un presidente te da una entrevista debido a la visita de otro presidente, es obvio que las primeras preguntas tienen que ver con la relación bilateral. Esa fue la primera parte de mi cuestionario, porque era la nota principal que esperaba mi agencia. Tenía muy poco tiempo para hablar con Macri, pero como ya sé que sus respuestas son muy breves, armé una lista de 20 preguntas divididas en varios temas. Con suerte podría hacerle todas.

Así fue.

De la relación con México pasé a la Alianza del Pacífico y a las elecciones de Estados Unidos, en particular sobre la “amenaza” Donald Trump. Cuando llegué a la parte de la guerra contra el narcotráfico y los reclamos de diversas organizaciones por la crisis de derechos humanos que sufre México, temí que Macri quisiera cortar la entrevista, lo que no ocurrió. En ningún momento se alteró y respondió a todo con tranquilidad. Yo fui la sorprendida cuando me dijo que no le constaba que Peña Nieto no hubiera defendido los derechos humanos en México. También hablamos de los derechos humanos en Argentina:

-¿No le molesta, como jefe de Estado, que represores marchen en el desfile del Bicentenario, que un golpista como Aldo Rico marche en las fiestas patrias? Hay sectores que defienden los delitos de lesa humanidad, a los criminales, hay incluso medios en Argentina que defienden la teoría de los dos demonios. Estos sectores se sienten amparados por su gobierno, ¿no le incomoda?

-No, no. Yo trato de que la gente acá se exprese con libertad, cada uno tiene distintas visiones, insisto: lo importante es que la justicia actúe con independencia y no permita que haya impunidad con ningún tipo de delito.

Del aborto no esperaba una posición diferente, pero no podía dejar pasar el escandaloso caso de Belén:

-Usted insiste mucho, desde la campaña, en la Argentina del siglo XXI, sin embargo hay un tema pendiente desde el siglo pasado y es el tema del aborto. Hay un caso emblemático que ha movilizado incluso a organizaciones internacionales, el de Belén, la mujer tucumana que fue detenida y lleva dos años presa por haber sufrido un aborto espontáneo, ¿este tipo de casos no le hacen pensar en la necesidad de legalizar el aborto?

-Es un tema muy delicado, a veces esos casos particulares lo llevan a uno a reflexión pero vuelvo a insistir que acá lo importante es defender la vida.

-¿Y la vida de las mujeres que mueren por abortos mal practicados?

-Sí … claramente hay que defender la vida, traer a un niño a este mundo es una de las cosas más lindas que le puede pasar a una pareja, a una persona, es la expresión más linda de amor que hay, siempre me quedo del lado de la defensa de la vida, independientemente de que hay protocolos que hay que cumplir, pero creo realmente que ese valor es algo que tenemos que reconocer como central en la vida de todos nosotros.

-Entonces despenalización del aborto durante su gobierno no, ni pensarlo.

-No.

Al terminar la entrevista nos dimos la mano y nos despedimos. Todo había sido muy profesional. De su parte y de la mía.

Me sentía contenta como periodista porque sabía que había logrado una buena nota, pero desalentada como ciudadana al ratificar que las políticas de derechos humanos (no sólo las relativas a los crímenes de la dictadura) no serán prioritarias durante este gobierno en Argentina. Mientras el camarógrafo y sus ayudantes recogían el equipo, anuncié en Facebook que había entrevistado al presidente y los temas que habíamos tocado. Me divirtió la expectativa que se generó, pero no podía adelantar las respuestas. En un rato más Macri iba a recibir a Peña Nieto, así que me quedé en Casa Rosada para comenzar a transcribir, pero era tanto el ruido en el salón dispuesto para la prensa que preferí trabajar desde casa. Ya había decidido que dividiría la entrevista en cuatro notas para la agencia. Mis jefes estuvieron de acuerdo.

El domingo al mediodía, cuando revisé que las notas ya estuvieran subidas en la página, se me ocurrió postear en mi muro de Facebook el formato pregunta-respuesta, que me gusta más porque pinta mejor el tono de una entrevista. Las respuestas del presidente lo decían todo.

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La reacción en las redes sociales fue inmediata y abrumadora. Me llegaban notificaciones a cada segundo y se acumulaban los comentarios y los seguidores. Por la tarde, Twitter me avisó que mi cuenta era tendencia en Buenos Aires. Me sorprendí. La mayor parte eran mensajes positivos, pero un tuitero dijo que la nota era mala por la obviedad de las respuestas, otro arrobó al presidente para “acusarme” por lo que había escrito y alguno más me calificó de tendenciosa. “Seguro nunca escribiste de Lázaro, de Cristóbal”. Le respondí que escribí de ellos y de muchos más. Uno me exigió que reconociera que los Kirchner no daban entrevistas (lo reconocí, claro, tenía razón) y me advirtió que yo ya era “un símbolo para los K”. Le dije que ya se les iba a pasar en cuanto escribiera sobre la corrupción 2003-2015, lo que hago seguido. Un tuitero comenzó una campaña para que Fernández de Kirchner me diera una entrevista. Ojalá, hay tantas cosas para preguntarle. Y, como con Macri, tampoco sería sobre lugares comunes.

Gracias a la nota con Macri recibí comentarios elogiosos de conocidos y desconocidos; periodistas nacionales y extranjeros; simpatizantes kirchneristas, antikirchneristas y macristas (no son lo mismo), de izquierda y críticos de todos los partidos. Me gustó que muchos reconocieran el tono respetuoso de mis preguntas, porque no tengo una personalidad agresiva. No actúo, no tengo un personaje, no me interesa pelearme. Aparecieron, como siempre, los conspiracionistas: me preguntaron si me habían pedido las preguntas de antemano para que el presidente las estudiara, si me había respondido por correo electrónico, si me iban a vetar a partir de ahora el paso a la Casa Rosada (no creo). Hubo también comentarios exagerados como “qué valiente”, “qué ovarios” o “la mejor entrevista a Macri”, opinión que no compartían, por supuesto, los macristas.

Yo creo que fue una buena entrevista y que el impacto se debió a que abordé temas diferentes a los de costumbre. Nada más. En México, la entrevista fue retomada en todos los medios, pero la noche del domingo ya estaba publicada, con diferentes ángulos, en Clarín, La Nación, Infobae, Télam, Perfil, Big Bang News y Diario Registrado. El lunes fue la nota principal del Buenos Aires Herald. En radio, Fabián Doman me entrevistó a las seis y media de la mañana por teléfono para saber cómo había sido el encuentro con Macri y comentaron o leyeron la nota en sus programas Juan Pablo Varsky, Clemente Cancela, Daniel Tognetti y Reynaldo Sietecase. En televisión hicieron informes, sobre todo, de legalización de marihuana medicinal y aborto, a propósito de las definiciones que Macri me había dado.

Nunca, en mis 23 años como periodista, ninguno de mis trabajos había tenido tanta repercusión.