Comenzó la campaña electoral 2017, a pesar de que las elecciones del 2015 parecen haber sido ayer nomás. Y estas resultan -al menos para quien escribe- difíciles de analizar.
Primero, porque las viejas certezas de la política argentina han muerto. Los horizontes de previsibilidad que sirvieron de guía para muchos de nuestros análisis en años anteriores han caducado. A pesar de las expectativas de llegar a convertirse en una “ciencia” prospectiva, el análisis político sigue siendo, como en los tiempos de Maquiavelo, una tarea inductiva y analógica. Para comprender lo actual utilizamos el pasado: decimos “esto no pasará, porque no ha pasado nunca antes”. Y esto tal vez nos sirve … hasta que sí pasa. Nos enfrentamos, con herramientas tal vez precarias, a escenarios nuevos. Y ese “pasó lo que nunca antes“ es justamente lo que hace (por suerte) a la política. Nos enfrentamos, con herramientas tal vez precarias, a escenarios nuevos.
En el 2015, entonces, pasaron varias cosas que nunca antes habían pasado. Por primera vez desde 1983 hasta hoy, ganó la presidencia, de forma democrática, alguien que no es ni peronista ni radical. Por primera vez, la Argentina eligió a un presidente con características netas de derecha que ganó prometiendo ser “de la nueva derecha”. Por primera vez, un país históricamente receloso de la virtud política de los grandes empresarios y en donde las elecciones eran cosa de hijos de inmigrantes (asturianos, sirio-libaneses, croatas y chilenos) de clase media votó por el hijo de una de las mayores fortunas del país. Por primera vez se eligió a un presidente graduado de una universidad privada. Por primera vez, ganó una fórmula compuesta sólo por porteños, un ministro mimado rechazó públicamente una oferta para ser gobernador de Buenos Aires, y el peronismo perdió la gobernación en su bastión de la provincia de Buenos Aires a manos de una candidata ni peronista ni radical, que nunca había encabezado una boleta. Por primera vez, por último, una presidenta concluyó doce años de gobierno combinando una plaza repleta de seguidores con importantes sectores sociales que le auguraban la cárcel.
Por todo esto, esta elección será muchas cosas, pero no será ni como 1985 ni como 1997 ni como 2001 ni como 2005. Hay varios comodines que, simplemente, no sabemos cómo serán evaluados por los votantes. ¿Cómo será evaluada la candidatura de Cristina Fernández de Kirchner? ¿Cómo reaccionará el peronismo a una inédita división en tres? Más importante aún: ¿cómo reaccionará el electorado al cambio de estrategia de campaña del kirchnerismo y del macrismo?
Una característica de las elecciones legislativas es que, a diferencia de las presidenciales, las listas se arman por agregación. Se transforman así en un microcosmos de la representación política que se intenta articular: “Nosotros representamos todo esto, miren”. Tal vez valga la pena señalar que Ernesto Laclau describe con maestría este proceso en “La Razón Populista” bajo el concepto de “formación de la cadena equivalencial”. Lo cual, para Laclau, es otra forma de decir “hacer política”. La política consiste en enhebrar demandas de sectores sociales que se sienten poco representados en el orden vigente, de tal manera que nazca allí una solidaridad política, y así se transfiera el lazo representacional hacia un líder o, de manera secundaria, una identidad política. Estamos viendo ese proceso (o mejor, su intento) desplegarse en tiempo real.
Organicemos el análisis.Veamos primero (como corresponde, al ser oficialismo) la oferta del macrismo en PBA.
El Macrismo
Para empezar, debemos decir que, como sucede siempre en la Argentina, ser oficialismo nacional simplifica la vida y, sobre todo, los cierres de lista. Con el liderazgo nacional centralizado en la cabeza del ejecutivo, Cambiemos cerró sus listas en todo el país sin grandes conflictos abiertos (es probable que sí subterráneos). La fuerza dominante en Cambiemos, el PRO, decidió maximizar el control sobre la oferta electoral y marginar al socio minoritario, la UCR--en aquellos casos en que esto fuera posible. Cuando pudo, excluyó al radicalismo de los primeros puestos (por primera vez desde 1983 no habrá un radical encabezando ninguna lista en Provincia de Buenos Aires, y tampoco en Córdoba) y cuando no, admitió la realización de PASO (como en La Pampa, Entre Ríos y Santa Fé). La excepción fue la CABA en donde el PRO, con frialdad, eligió partir la alianza, en una apuesta de riesgo, sostenida en la popularidad de su distrito de Elisa Carrió.
Pero el plato central es la lista de senadores y diputados de Cambiemos en PBA. Casi como una imagen en espejo de la de Cristina Fernández de Kirchner, esta lista opera como una corporización viviente de un “concepto a comunicar”: se puso a figuras que metonímicamente hacen presentes a quienes se quiere representar. Sus candidatos se pueden resumir de una manera casi arquetípica: uno aparece como un PRO ideal, una candidata se ve como “otra María Eugenia Vidal”, una figura con imagen de lucha contra la corrupción, un ex ministro de la CABA identificado con la seguridad y mano dura, y luego alguien elegido para blindar a Cambiemos contra la idea de que no hay sensibilidad para con los pobres.
Contra la idea de que Cambiemos nunca rompe con lo que le dicen los focus, hay en esta lista dos apuestas fuertes, que podrían resumirse como “El candidato es el proyecto” y “Vamos a ganar con los nuestros o perecer en el intento”.
No sólo no hay en esta lista ninguna persona proveniente del radicalismo, sino que no hay en la misma nadie con peso partidario o electoral propio. Ni Bullrich ni González ni Montenegro son conocidos, salvo como miembros del ejecutivo de un gobierno PRO; Ocaña no ha logrado hasta ahora combinar su admirable resiliencia y capacidad de ocupar el nicho simbólico de “lucha contra la corrupción” con algún tipo de caudal electoral propio (en este sentido, es casi una tercera marca de Carrió y Stolbizer). Toty Flores es un referente social. Al contrario de otras elecciones en donde el PRO apostó a figuras conocidas del espectáculo o el deporte, lo que se ofrece a la venta electoral en esta instancia es la marca PRO, ni más, ni menos. Y una marca PRO reforzada porque Esteban Bullrich ni siquiera es un ministro “con cosas para mostrar” como Frigerio o Dietrich. Es un duro entre los duros, y uno de los más ideológicos del gabinete. La apuesta es replicar este año lo que dio buenos resultados en 2015: que una cabeza del ejecutivo popular (en este caso no tanto Macri, sino Vidal) transfiera su buena imagen a unos candidatos relativamente poco conocidos.
El peronismo no kirchnerista
Continúa en esta elección la progresiva fragmentación del peronismo, ya que este no irá dividido en dos como en 2013 y 2015, sino en tres. (Hasta tal punto, que tal vez valga la pena preguntarse si el peronismo tal como lo conocemos seguirá existiendo luego de 2017).
Sergio Massa también armó su microcosmos representacional: él mismo, Margarita Stolbizer (poseedora del preciado significante de “la lucha contra la corrupción”, con el agregado de que, a diferencia de Ocaña, nunca fue kirchnerista), Mirta Tundis (“jubilados”) y Daniel Arroyo (“pobreza”). La centralidad de Massa implica que el massismo priorizó comunicar “continuidad” por sobre “novedad”. Aunque es interesante la alianza con Stolbizer y con Victoria Donda. Lo que Massa ofrece es, sobre todo, “la ancha avenida del medio” por tercera ronda electoral seguida. Apuesta al cansancio social con el kirchnerismo, y al aún naciente o posible cansancio social sobre el macrismo. Pero esta estrategia, en un contexto de polarización entre macrismo y CFK (que no estuvo en la boleta ni en 2013 ni en 2015), podría no ser suficiente.
La fortaleza del lazo que Massa tiene con sus votantes es innegable. Contra los pronósticos, mantuvo su voto entre 2013 y 2015, y es probable que lo mantenga ahora. Hay un núcleo que votó a Massa en primera ronda en el 2015 y a Macri en segunda y, es probable, hayan definido esa elección, y también es muy probable, decidan finalmente ésta. La pregunta no es tanto si Massa perderá votos sino si los ganará en una escala que le permita construirse como el principal challenger de aquí al 2019.
Queda entonces por analizar al neonato Randazzismo, que surge al mismo tiempo exitoso y disminuido. Exitoso, porque Florencio Randazzo logró quedarse con el sello del PJ, tener el apoyo de diez intendentes y varios dirigentes bonaerenses de renombre y encabezar una opción electoral luego del portazo que dio en 2015, y a pesar de no haber demostrado (hasta ahora) tener un caudal electoral propio. Disminuido, porque no pudo cumplir su objetivo de máxima, que era disputar el liderazgo de Cristina Fernández de Kirchner dentro del peronismo, y porque no recibió los apoyos territoriales ni sindicales con los que tal vez contaba. Esto quedó demostrado en su lista, que no cuenta con grandes nombres electorales.
Randazzo, hizo una apuesta fuerte: a que pierda Cristina Fernández, y ser él quien herede su espacio en 2019. Es una apuesta vigorosa, que bien puede dar frutos, aunque al mismo tiempo resulta muy riesgosa. Si, como marcan las encuestas, queda por detrás de los tres más votados, tendrá que construir en el llano político de cara al 2019. Si, para sobrevivir hoy, su discurso se vuelve demasiado antikirchnerista, la movida podría resultar inaceptable para el votante peronista de a pie que sigue siendo, si no kirchnerista, tampoco antik. Algunos de sus aliados, que ya se fueron del kirchnerismo luego de la derrota, podrían optar por integrarse al massismo, a Cambiemos, o a algún otro experimento ya que ellos estarán sentados en el Congreso, pero Randazzo no. Este espacio hoy inicia un camino; el final se verá.
El kirchnerismo
Cristina Fernández de Kirchner será candidata a senadora: una apuesta riesgosa, y algo que muchos daban como imposible. Sin embargo, a esta altura del partido queda claro: ningún análisis que comience diciendo “Cristina Fernández de Kirchner no se arriesgará a…” es verosímil. Si algo ha demostrado la ex presidenta es que a la hora de las apuestas fuertes no le tiembla el pulso.
Cristina Fernández de Kirchner es, a esta altura del partido, una entidad conocida. Querida u odiada, nadie en Argentina (¡nadie!) carece de una opinión sobre ella. Esta es su principal fortaleza, y su principal debilidad. En una elección donde Cambiemos dice “el candidato es el proyecto”, Unión Ciudadana dice a los gritos “el proyecto es Cristina” y punto. Asimismo, Cristina conservó sus tics: centralización de la información, comunicación directa vía redes sociales, reserva de las decisiones en la “mesa chica”. La negativa a aceptar competir en unas PASO con Florencio Randazzo se encarna también en una continuidad: Cristina se ve a sí misma como una conductora del peronismo, no como una candidata peronista. Esto puede ser discutible, bueno o malo, pero no hay duda de que es una continuidad absoluta con la postura de todos los presidentes del peronismo, desde Juan Domingo Perón a Carlos Menem o Eduardo Duhalde. Ningún “conductor” peronista permitió de buena gana que le discutieran el liderazgo, y el mismo le tuvo que ser arrancado, con conflicto y según una estricta relación de fuerza. Eduardo Duhalde sucedió de hecho a Carlos Menem como la figura más relevante cuando amenazó con realizar un plebiscito para frenar el proyecto de re-reelección menemista y Menem hubo de llegar a la conclusión de que no le daban los votos para ganarlo. Néstor Kirchner hubo de jugar con todo en 2005, romper con el duhaldismo y ganar una elección muy disputada para llegar a ser el líder del peronismo.
Lo que cambió en este sentido es menos Cristina en sí misma que las condiciones que, por así decirlo, la rodean. El problema que tienen los (varios) dirigentes peronistas que desean jubilarla es que, para hacerlo, el gobierno debería tener una gestión económica mucho más lúcida y sus candidatos y estilo político lucir como “la ola del futuro”, sobre la que se desarrollaría la renovación peronista. Tal como sucedió en 1985 con el alfonsinismo triunfante y moderno. Si eso no se da, la ciudadanía debería identificar al kirchnerismo con un tiempo de penuria universal, como pasó con el menemismo en 2003. Pero ni lo uno ni lo otro se dieron totalmente en estos dos años. Por un lado, el “modelo Cambiemos de la nueva política” no es admirado de manera universal (los propios funcionarios del macrismo reconocen un segmento no mayoritario pero sí importante al que “no pueden entrarle”) y, por el otro, hay un segmento (también, no mayoritario pero real) que identifica los años kirchneristas con años de bonanza. Estas dos cosas le alcanzaron a Cristina Fernández de Kirchner para llegar a donde está hoy.
La apuesta de Cristina Fernández de Kirchner viene sin embargo con costos. El voto peronista-kirchnerista irá dividido en octubre, y Florencio Randazzo le quitará votos a la ex presidenta. La decisión de priorizar el liderazgo de Cristina por sobre la contención de los descontentos va a tener algún impacto electoral negativo, y es por lo tanto (con razón) festejada por el oficialismo.
Cristina sigue siendo Cristina. Sin embargo, al mismo tiempo, en las acciones de campaña (es decir, la entrevista con periodistas de C5N, el acto en el estadio de Arsenal y el primer spot distribuido por las redes) mostró más capacidad de cambio mayor de lo que muchos creían posible. Llamó a negociar con actores a quienes había disciplinado duramente cuando estaba en el poder.
Su acto en Arsenal y la lista de diputados de la PBA son un ejemplo casi perfecto de un intento de formación de una nueva cadena equivalencial. En el acto, jubiló la estética de los patios militantes, las banderas de La Cámpora, la recitación de números y logros. Julio Aibar Gaete explica que la apelación populista se ancla en la narración de un daño. Siguiendo esta idea, el momento más interesante se dio cuando subieron al escenario quienes podríamos llamar “los dañados del macrismo”: investigadoras, dueños de pymes, docentes, personas con discapacidad, inmigrantes quienes además son trabajadores de la tierra. Estos mismos sectores se reflejaron en la lista de UC, con casi nula presencia de insiders del peronismo. Ahora bien, lo populista de la estrategia tiene que ver con que esa cadena “de dañados” es representada por Cristina Fernández de Kirchner y sólo por ella. “A estos dañados represento, pero los represento yo” es el mensaje. Veremos cómo es recibida esta tercera evolución del kirchnerismo, luego del “país normal” de Néstor Kirchner y los “Patios militantes” del último gobierno de la ex presidenta.
Conclusión
Releyendo a Laclau: si la vieja forma de leer la política ha explotado, esto se debe a que las demandas de la sociedad lo han hecho o han aparecido otras nuevas. Las viejas fuerzas políticas deben adaptarse (como lo hizo la UCR, que pasó de verse como una fuerza de centroizquierda mayoritaria a aceptar ser hegemonizada por otro partido de derecha democrática y con un liderazgo muy distinto, empresarial, no republicano). O deberán aparecer nuevos partidos, como lo hizo el PRO, tal vez el nuevo emergente que mejor interpretó las demandas sociales dejadas de lado por la cadena equivalencial que el kirchnerismo hizo hegemónica de 2003 a 2015. El peronismo está tratando, también, a su manera, siempre turbulenta, de procesar el pasaje a un nuevo mapa de demandas. Es definitiva, continúa la política.
Fotos interior: DYN