Fotos: Archivo personal Amaranta Gomez
Historias debidas, Canal Encuentro
En un mediodía de lluvia y viento seco, Amaranta Gómez Regalado, a sus 13 años, se presentó del brazo de sus tías al cumpleaños de su madre. Era 29 de agosto de 1990. Llevaba, por primera vez en público, un vestido: blanco y liviano, con botones a la altura del ombligo. Casi todos la saludaron con naturalidad, diciendo sin hablar que entendían desde hacía rato lo que pasaba. La disposición habitual de esas fiestas era a un lado las mujeres y del otro los hombres, como pasa en la mayoría de las reuniones de Juchitán, una ciudad de 80 mil habitantes en el sur de México. Fue luego de que saludara al grupo de las mujeres -“ahorita hablamos”, le dijo la madre; la voz, un filo-cuando su padre, don Homero Gómez Peralta, tuvo el primer gesto de respeto hacia la nueva imagen femenina: la sentó en su regazo durante un rato, presentándola así a los demás hombres. Caída la noche, mientras seguía la fiesta, Homero la llamó aparte y le dijo unas palabras que se le grabaron:
—Solo te pido una cosa. No me importa todo lo que seas, lo único que no te voy a permitir es que me vengan a decir que estás tirada debajo de la mesa de una cantina.
Aunque hacía varios años que en su interior deseaba moverse con las formas de lo femenino, ese día Amaranta empezó la transición visible hasta convertirse en muxhe. Muxhe, en sus palabras “es una identidad que se construye en un cuerpo masculino pero con un espíritu femenino. Nunca se constituye desde lo masculino, aunque haya muxhes que viven con ropas y apariencia de hombres. Es decir, la feminidad es lo que opera en su identidad”. La etimología de este vocablo proviene del castellano antiguo, una mutación de muller a mujer y que deriva luego en muxhe. El término, según la cultura indígena zapoteca, refiere a personas que gozan de una biología macho o hembra y que viven su identidad de género en oposición a su sexo biológico, lo que se puede presentar tanto en muxhe como en una persona nguiü (que se usa tanto para hombre trans o lesbiana).
—Ser muxhe es posible en un contexto cultural particular que viene desde hace siglos, anterior a la llegada de la conquista. La mayoría de las familias no lo vive como un problema: no se percibe como un trastorno psicológico. El ser muxhe es ser de forma colectiva, no es algo que pase en la soledad de las personas, y eso lo vuelve más fácil de asimilar para quien lo vive y para su entorno –dice Amaranta, de visita en Buenos Aires para el congreso “Justicia de género para una ciudad global”, un encuentro organizado por la Oficina de Género del Tribunal Superior de Justicia
Un año después del día en que se puso ese primer vestido, el padre de Amaranta le regaló “Cien años de soledad”, de Gabriel García Márquez. Ella, con 14, lo leyó con un diccionario al lado por la cantidad de palabras nuevas que iba descubriendo allí. Y encontró su nombre inspirada en Amaranta Buendía, la mujer que se enamora de un general aunque no se anima en ningún momento a confesarle ese amor. Más tarde, su vida y la del personaje de García Márquez tendrán otros puntos en común, pero para eso falta.
Amaranta adolescente, lista para el mundo con su mirada de café tostado al sol del trópico, conformó junto a tres compañeras el grupo New Les Femmes, un show travisteril con el que recorrieron el país haciendo playback y bailando desde pop a sandungas dulzonas.Para entonces, había dejado el secundario porque no aceptaban su identidad muxhe:
—Incluso mi padre había hablado con una prima que dirigía una escuela nocturna, pero en la formación preparatoria de la ciudad, el sistema patriarcal binario es muy expulsivo: las respuestas eran que si quería estudiar debía hacerlo como hombre, y yo no estaba dispuesta. Fue recién pasada la adolescencia que mediante el sistema abierto logré recibirme.
Amaranta empezó su camino en el activismo a los 19 años con Gunaxhii Guendanabani (“Ama la Vida”, una organización destinada a personas viviendo con VIH que fomenta una cultura del autocuidado)-, a partir de un acercamiento casual, en una charla organizada por el municipio de Juchitán:
—Estaba escuchando a estas señoras hablar preocupadas por la salud de las mujeres, por los jóvenes, y desde el fondo levante la mano y dije “oiga, ¿y con las muxhes para cuándo?.
—Pues ven tú, únete a nosotras –le dijeron las Gunaxhii.
El compromiso con la organización creció en seguida. El hermano de su madre murió con VIH y Amaranta vio de cerca la falta de acceso a los medicamentos necesarios: con suerte se conseguía AZT y era muy caro. Dos de las New Les Femmes pasaron por lo mismo y de repente se le hizo muy visible: el VIH estaba cerca, aunque como pasaba con otras cuestiones de la comunidad indígena, se invisibilizaba.
La ciudad de Juchitán de Zaragoza -también Xhavizende o Ixtaxochitlan, “ciudad de las flores”-se divide en nueve secciones y es una tierra de leyendas: se dice que desde la zona octava los hombres tienen el pito dulce -porque son de origen campesino- y del otro lado de la séptima salado, porque pasan tanto tiempo en el agua pescando que se maceran de ese sabor. Se dice que cuando Dios le pidió al santo patrono local, Vicente Ferrer, que fundara un pueblo para los zapotecos, el santo encontró un paraje fértil -cubierto de verdes y agua-, aunque decidió descartarlo ya que ahí los hombres no se esforzarían tanto como en otra tierra menos gentil para la agricultura. Otro de los mitos dice que Dios le dijo a San Vicente que llenara un saco con homosexuales para ir dejándolos donde pasara, aunque al llegar a Juchitán tropezó, se le rompió la bolsa y todos cayeron ahí.
La primera vez que Amaranta viajó lejos de esta tierra encantada y caliente fue en 1999, cuando la Canadian Aboriginal AIDS Network (CAAN) la invitó a un encuentro de Ottawa, Canadá, para exponer sobre temas de vulnerabilidad étnica ante el VIH. “Ello suponía que tenía que hablar de las implicaciones que genera para una persona indígena de México contraer o no el VIH, menuda tarea cuando yo sólo ‘conocía’ mi propia cultura. Sin embargo, me obligó a pensar y sistematizar sobre cómo desde la cultura zapoteca de la región del istmo habíamos ya comenzado a trabajar sobre el tema”. A partir de esto, Amaranta empezó a hilvanar un vínculo con otras identidades similares a la del Muxhe, como la de las Hisras de la India, la Berdache en los Navajos de Norte de Estados Unidos, los Omeguid de Panamá, los Fáafafines de la Polinesia Francesa y los Tow Spirit de Canadá. Vio que en todas pasa lo mismo: la sexualidad indígena no es tomada en serio, se la infantiliza o convierte en material exótico despojado de deseo o decisión.
En “Cien años de soledad”, desahuciada por no animarse al amor con el general, Amaranta Buendía extiende los brazos sobre el fuego y muere de un paro cardíaco: una metáfora de que se le frena el corazón. Nuestra Amaranta, una noche de octubre de 2002, viajaba de Huatalcohacia Oaxaca cuando el micro que la llevaba volcó en la ruta. Su brazo izquierdo, con demasiadas fracturas como para pensar en yesos, clavos o reconstrucciones tuvo que ser amputado para evitar una hemorragia que pusiera en riesgo su vida. “Premonitoriamente, se me viene la idea de Amaranta, si bien no los dos brazos fue uno, donde la apuesta era por un amor. Sin embargo, más allá de la literatura, había un hecho real, y un hecho real que me cambió y reconfiguró la vida, en la forma de pensar, de percibir mi cuerpo y mi propia sexualidad”, contó en 2014 una entrevista a canal Encuentro.
Tras recuperarse volvió a una vida social recargada. Para las elecciones de 2003, con 25 años, Amaranta se candidateó para diputada federal con México Posible, un partido conformado y dirigido casi en su totalidad por personas que jamás habían transitado la práctica partidaria, y un rasgo peculiar: casi el 70 por ciento de sus dirigentes y militantes eran mujeres. México Posible se concibió como una suerte de federación de organizaciones civiles: incluso lo consideraron un “partido-ONG”, ya la mayoría de sus integrantes venía desarrollando activismo desde la sociedad civil. No ganaron las bancas, aunque para un partido nuevo, y con las características disruptivas que tenía, el resultado no fue para nada despreciable: 244 mil votos en todo el país.
Durante un seminario del que participó en 2004, donde se preguntaban si había que decir “el” o “la” muxhe, Amaranta cayó en la cuenta de que la lengua zapoteca cotidiana usa el “ti”.
Por ejemplo:
Ti yoo (una casa)
Ti bichoxhe (un tomate)
Ti bìcu (un perro)
Ti gùna (una mujer)
Ti Nguiu (un hombre)
Ti Nguiû (una lesbiana)
Sentada en el primer piso del Tribunal Superior de Justicia en Buenos Aires, a media cuadra del teatro Colón, Amaranta toma los cajones de un escritorio y ejemplica: “Supongamos que el lenguaje tiene estos dos cajones. En este cajón se pone “la” libreta, “la” carpeta. En este otro cajón se pone “el” fibrón, “el” borrador. Solo hay dos cajones: para “el” y “la”. Esos cajones, serían lo que el activista argentino Mauro Cabral da en llamar el ‘castellano esquizofrénico’”.
Amaranta lleva pollera larga, huipil y una pashmina amarilla que hace juego con las flores estampadas en la falda. Es un estilo sencillo pero que la distingue de los tonos sobrios en la inauguración de las jornadas de Género y Justicia, donde se encuentran, entre otras, la vicepresidenta de la Corte Suprema de Justicia, Elena Highton de Nolasco, y las juezas Elena Ruiz (TSJ) y María Laura Garrigós (presidenta de Justicia Legítima). Por tres días, en Buenos Aires referentes locales e internacionales disertaron alrededor de las tensiones entre identidades, binarismo y justicia. Desde Uganda hasta Irlanda un hilo unió las charlas: el patriarcado es la mayor de las injusticias del mundo y contamina todo lo que toca.
—Ahora bien, el “ti” zapoteco rompe con el binomio. Es como un cajón aparte de estos dos, donde las cosas entran sin la necesidad de ser “el” o “la”. Un cajón que existe, contiene, acompaña gramaticalmente pero no condiciona.
En 2011, después de años y años de pensarse junto a investigadores estudiosos de ella y de su cultura, Amaranta decidió entrar en la carrera de Antropología en la universidad de Veracruz, en Xalapa, 530 kilómetros al noroeste de Juchitán. Allí debió empezar casi de cero: dio el examen de ingreso y vivió un tiempo en casa de amigos, vendió su auto y se compró una laptop -que es la que aún la acompaña-, alquiló una habitación e hizo fila para las fotocopias como el resto de los estudiantes. Una vez en las aulas, se encontró con que la mayoría recién había salido del secundario:
—Mis compañeros mostraban un desparpajo de “luego hago la tarea”, “luego el reporte”, “ya habrá tiempo”. Yo les decía “niños, ¡por favor! ¡Muévanse!”. Pero ellos a su ritmo: el otro que se había ido a fumar la marihuana, aquel que agarraba el pedo, el que no llegó porque estaba crudo del día anterior, las destrampadas que me dejaban colgada y ya… ¡era un drama! Ahora me río, pero fue así casi los ocho semestres de cursada.
Como Amaranta no tenía hecho un cambio registral –en la Ciudad de México la ley de identidad de género se aprobó en 2014-, debía avisarle a los profesores que deseaba que la llamaran por el nombre que había elegido para ser nombrada. O, al menos, por el apellido.
El quinto semestre, Amaranta concursó, ganó y fue parte de un consejo electoral para elegir al nuevo director universitario. Entonces, como su voto no les favorecía a quienes querían quedarse en el poder, terminaron buscándole peros a las actas.
—Hasta ese momento no había tenido complicaciones, ya que sabían que se tramitaba mi nueva partida de nacimiento: ponían Amaranta en las listas, tachaban Jorge y ya. Pero al revisar el acta de escrutinio denunciaron que no coincidían los nombres. ¡El escándalo! Fuimos a consejo técnico, llegó a los medios de comunicación, se volvió una lucha contra la misoginia y la transfobia. Lo mío fue la gota: no solo tenían una chica muxhe trans en su universidad, sino que se organizaba con los estudiantes y hacía borlote por el derechos¡Y encima feminista!
En enero de 2016, Amaranta obtuvo el título de Antropóloga tras defender su tesis, titulada “Guendaranadxii; la comunidad Muxhe del istmo de Tehuantepec y las relaciones erótico afectivas”.
Esta es la quinta vez que Amaranta visita la Argentina pero la primera tras la muerte de sus amigas y referentes travestis Lohana Berkins y Diana Sacayán. En uno de sus intensos intercambios con activistas locales de estos días, cenó con Marlene Wayar (“a quien amo profundamente y si pudiera sacarle el cerebro y colocármelo sería feliz”) y las recordaron juntas. Dice que las extraña mucho, que fueron necesarias para su vida:
—Por estos días, Diana y Lohana para mí significan crisis, pero es una crisis de oportunidades, porque nos ofrecieron un gran camino y una gran herencia cultural, política y de militancia. El tema que siento al pensar sobre la pérdida de ellas, tiene que ver con quién agarra la posta del camino que abrieron. Aunque quizá podamos pensar otras formas construir.
En este contexto, Amaranta ve una oportunidad para el activismo: “Deberían de tomar lo mejor posible de esta herencia y que cada quien cree antídotos, no contra ellas mismas sino contra el sistema ante el cual peleaban Lohana y Diana”.
La región de Juchitán es famosa por "Las Velas", celebraciones populares que nacieron cuando la población pasaba la noche “en vela” para demostrar fe a sus santos. Las 26 Velas más antiguas inician en abril y terminan en septiembre. El rito incluye que una familia se ofrezca como voluntaria para presidir “el patronato de la vela” y preparar la celebración. Así, la familia que hace de “Mayordomo” invita a otras familias para que asistan y las recibe con abundantes alimentos y bebidas. Hay ciertos códigos: quien no lleva ropa de gala puede quedar afuera. Y si bien no se paga entrada formal, los hombres deben llevar un cartón de cerveza y las mujeres una “limosna” económica para quien ejerce la mayordomía.
Fuera del calendario pastoral, todos los noviembres la Vela organizada por las muxhes se apodera de la ciudad. Empieza a la mañana con una misa (“la tradición judeo cristiana se zapotequiza, al ver que no nos pueden expulsar, nos dedican una misa”, piensa Amaranta), sigue a la tarde con desfiles y llegando a la noche con baile y elección de la reina. Las imágenes de esta fiesta que ya tiene más de tres décadas, para cualquier extranjero pueden remitir a la marcha del orgullo LGBT, aunque la tradición de conservar la “mayordomía” hace de la fecha una prueba de interculturalidad de sentidos. En 2010, un año antes de la decisión de ir a la universidad, Amaranta fue encargada de la mayordomía, lo que la llenó de orgullo.
El nombre de la Vela muxhe es pomposo: “Las Auténticas Intrépidas Buscadoras de Peligro”. Gracias a la celebración, Juchitán se ganó varios títulos: “El paraíso queer”, “el reino del tercer sexo”, “el imperio del matriarcado”. Para Amaranta son mitos construidos alrededor su cultura, ya sea por desconocimiento o espectacularización: “Es cierto que las mujeres tienen una fuerte presencia en la economía y son muy visibles para quienes vienen por algunos días a nuestra región, pero en lo profundo no escapamos de muchos de los problemas comunes del patriarcado”, dice.
—No es el paraíso queer —asegura Amaranta, frente a una audiencia compuesta en su mayoría por operadores judiciales, académicos y expertos en derecho. Y cuenta que nueve personas muxhes de Juchitán murieron en condiciones similares: golpeadas con una piedra o un martillo en la cabeza, sin otras marcas en el cuerpo.
—¿Y qué te parece que significa la forma en que se produjeron? –preguntan desde el público.
—¿Qué hay aquí? -Amaranta señala con el índice su cabeza-: quizá lo que molesta es que estás identidades se piensen como tal, y lo que buscan es desaparecer ese pensamiento. La lectura que hacemos de estos asesinatos en los últimos 15 años, desde una perspectiva de género, es que en esas cabezas hay algo que molesta. En los últimos meses comenzó a trabajarlo un criminólogo.
A su lado, Josefina Fernández, Coordinadora del Programa de Género de la Defensoría General Ciudad, dirá que “cuando se piensa en ciudades globales, por lo general, se hace analizando comunidades asalariadas, pero muy difícilmente se piensa en comunidades como la muxhe, lo que implica un desafío”.
Entre las diapositivas que proyecta Amaranta, plantea un primer acuerdo: establece que lo trans es como una caja de pandora hacia cambios estructurales, un concepto político que puede acompañar a muchas identidades sin por ello anularlas en la unificación. “En lugar de ver al concepto de trans, la sopa de letras LGBTTTIQ y a Stonewall como el punto de inicio o el punto final, habría que entenderlos como puntos convergentes, que permitan visibilizar a otras identidades y colocarlas en ese lado de la historia que les ha tocado vivir y que nos está tocando vivir ahora”, dice. Y enumera que la violencia, la xenofobia, el racismo y la misoginia son productos de la falta de dialéctica de estas diferencias.
Algo que la distingue de otros expositores, es que entre las oraciones académicas del discurso de Amaranta no faltan las palabras amor y afecto. De hecho, al hablar con ella es recurrente escucharla decir la importancia que tuvo y tiene para su identidad el haber sentido que el amor la acompañó: que las redes de afecto tejidas a su alrededor la sostuvieron. El vocablo que titula su tesis de grado, Gendaranaxii, es la conjunción de dos términos zapotecas, que puede leerse como “el don de amar”. Y la canción Vámonos volando, del cantautor juchiteco Antonio Martínez, figura entre las primeras líneas del texto con el que obtuvo su diploma de grado. Amaranta dedicó estos versos a “los amores disidentes de las normas establecidas”:
La gente no nos quiere ver
Vamos alejándonos
Vamos a cambiar de nombre, a cambiar de vida, a cambiar de mundo.
Y así dejan de gritar, dejen de envidiar este amor profundo
Y así dejan de gritar, dejen de envidiar nuestro amor profundo.
Vámonos, no dejes que este mal domine
Vámonos, no quiero que todo esto termine.