En “Moria contra todos”, esa gloriosa tarde de Intrusos eternizada en YouTube, La One se apodera de un móvil para una diatriba épica y catártica. Pasada de furia, Moria fulmina a Gasalla y se emociona. Pide un corte para no llorar y se recompone para destruir a Georgina. Se pone furiosa de nuevo y hace mierda a Mirtha y Sofovich. Es un viaje salvaje y, obviamente, muy gracioso. Y memorable: porque expandió el glosario casanesco con hits que hoy no hay marica local respetable que no pueda recitar al dedillo: “¿Qué ambiente? ¡Ambiente con olor a escatológico!”, “Ahí está la vedette madura de Cherutti; con razón tanto éxito, pobre Miguel” y, entre muchas otras, la deliciosamente sucinta “¡¿Quiénes son?!”. La cachetada retórica de Moria reaparece hoy promediando el nuevo disco de Lali, después de un audio de la diva dándole cariñosamente su bendición para el sample: “Sí, mi amor, contá conmigo. ¡Honradísima!”. En una era de juntes orientados a la polinización cruzada de fans -como en los que la misma Lali ha caído-, que lo más cercano a un feat del álbum sea Moria Casán dice bastante de cuánto se desvive hoy Mariana Espósito por salir a capturar público ajeno o panregional. Y de cuánto tiene ganas de divertirse y con quién.
Lali es querida como patrimonio nacional. Si no lo fuera, ya debería haber un hartazgo colectivo: sólo en el último año fue payasa y mentora en La Voz de Telefé, protagonizó Sky Rojo en Netflix, hizo de una Tamara Tenenbaum ficcionada en El Fin del Amor de Amazon. También fue columnista woke en la TV española y, coronando su omnipresencia, la voz cantante del himno argentino en la final del Mundial. Estudios de mercado de una de las marcas que la tienen como cara le dan un reconocimiento del 98 por ciento, con una imagen positiva estable en el 80 por ciento. Dicen que es cercana, moderna, amable y un montón de atributos que la hacen perfecta para asociarla a los productos que más venden.
A Lali se la quiere por heroína de clase trabajadora, la piba de Parque Patricios que la pegó. Después de más de 20 años de carrera en casi todos los rubros de la industria del entretenimiento, de navegar los altibajos de crecer en el ojo público y de formar una empresa alrededor de sí misma, seguramente es mucho más que esa fachada de encanto popular con media-training. Aún así, le pedimos que la performee, como cuando explica paso por paso cómo armar un fernet en una botella de gaseosa cortada. ¿Es de alguna forma un acting? Sí. ¿Se siente sincero? También. A Lali el país le compra un auto usado. Pero hay otra Lali que no es tan de todos, la que hace música. Esa Lali es de algunos, que no son suficientes para ponerla en los primeros puestos de las métricas del presente como Spotify y YouTube, pero sí para convertirla en la primera mujer argentina que agota el Estadio Vélez y llena venues por todo el país. Hoy todos ellos, ellas y elles están bien comidos, porque Lali sirvió un banquete. Es su mejor disco y, sobre todo, el que nos da a las maricas justo lo que queríamos: la versión de ella que más se parece a lo que ha soñado de sí misma. Y es posible que a muchos no les guste ni un poco. ¿Hay algo más para decirles que un rotundo “Quiénes son”?
Lali viene buscándole la vuelta al oxímoron de una main pop girl argentina desde que editó de manera independiente su primer disco, A bailar, en 2014. Apenas despegada de Cris Morena, pero no de su vaho simbólico infanto-juvenil, Lali compuso sus primeras canciones con los mismos músicos que había conocido en Casi Ángeles. A pesar del emprendimiento de bajo presupuesto, se podía ver una propuesta de valor al centro de todo: la propia Lali, una performer afilada con un carisma eléctrico y el potencial de generar una expresión de pop inédita a nivel local. Un sueño húmedo del gay millennial.
Claro, no es simple hacer ese pop acá. Decir “A bailar, antes que se acabe el mundo” es esencialmente lo mismo que “Keep on dancing till the world ends”, y a la vez completamente diferente. La carrera musical de Lali se trató de buscar su forma de decir, de traducir su marco de referencias y de que su personalidad chispeante no quede perdida en el camino.
No es una historia de ascenso y ascenso. Ese trayecto la llevó a firmar con una major mientras emergía una ola de pibes gen z cambiando las reglas por fuera de la vieja industria. A caminar en la cuerda floja de ser una veterana del escenario con una identidad musical todavía en definición. A buscar su lugar en la onda expansiva del reggeatón y el trap-pop latino. Ver cómo otras aprovechaban mejor el camino allanado. Tener aciertos y pasos en falso como Libra, un disco grabado en Los Ángeles y Miami con la lista más larga de productores y Lali tironeada entre proponer algo personal y seguir recetas de crossover.
Pop no es igual a popular. Al pop no lo define la cantidad de gente que lo escucha. Es demasiado cambiante para que lo contenga una notación musical. No se trata de idioma, tempo, instrumentación o estructura. Al pop lo entendés o no lo entendés. Entenderlo es una de las habilidades más importantes de un buen popstar. Y Lali hoy lo entiende.
“No tengo el sueño americano, tengo el sueño argentino. Yo quiero ser una popstar argentina. Yo admiro profundamente a las grandes artistas americanas y no americanas que recorren el mundo y que son referentes del pop, pero yo me centro en mi propia cultura”, decía Lali en una entrevista reciente. “No solo somos lo que está en un chart, somos mucho más que eso y lo intento poner en práctica haciendo estas canciones”. Para que una vida pop tenga sentido, un artista tiene que definir sus propios términos. Y en todo caso el éxito o el fracaso se medirán de acuerdo con qué tan bien ejecute esa visión, no en comparación a los números de sus supuestos competidores.
Lo que Lali definió esta vez fue su modo de hacer. El grueso de Lali está armado principalmente junto a dos amigos cercanos: el productor y A&R de Sony Mauro de Tomasso y el cantautor Martín D'Agosto, conocido en la escena porteña del under queer como Galán. Los tres se hacen llamar “el Triunvirato del Pop” y en el estudio parecen tener una química particular e impredecible. Su primera entrega, a principios del año pasado, fue “Disciplina”, un house oscuro y despojado con la voz dulce de Lali en un contexto juguetón: la fantasía de una dominatrix.
Pero no estaba yendo sólo por el sendero del pop electrónico. Unos días después publicó “Diva”, un r&b soulero, que evoca tanto a las producciones de Max Martin, como a la Janet Jackson de “That’s The Way Love Goes”. La diva decadente y solitaria que baila como Britney y viste como Cher, duerme en sábanas de seda egipcia y se va de fiesta de Buenos Aires a París en jet privado, no es un flexing de trapera, es una carta de amor en primera persona a sus ídolas. Los mejores momentos de Lali como letrista -los más lejanos a lugares comunes, los de descripciones más efectivas y ágiles- no son necesariamente confesionales.
A medida que aparecían nuevos singles -el dance pop de “Como Tu”, el electro banger “2 son 3”, el pastiche EDM “Motiveishon”, así con el título fonético argento- Lali sumaba sonidos y protagonistas tal vez dispares, pero que finalmente completaban un mosaico informado de intertextos que los fans se divierten desglosando.: Lali está tan codificado que bien podría llamarse Mujer trolo. Hoy con el mapa completo, se puede ver la meticulosidad de esta construcción en temas como “Obsesión”, el track que abre el disco, con su homenaje a la Britney de “Crazy”, una cita a Luis Miguel, los arpegios tipo Darkchild, un sonido que probablemente estaba en el walkman de la Lali que arrancaba su camino de niña estrella.
Igualmente no es una Lali anclada en el pasado, menos en lo discursivo. Si mucho de lo que nos cae bien de ella hoy es lo que le vimos desaprender a través de los años -su pasaje de noviadora serial a referente poliamorosa y bisexual, de “ni machismo ni feminismo” a feminista abortera- hay algo de esa… deconstrucción (a falta de una mejor palabra, disculpas) también en su approach a lo compositivo. Ya no hay rezagos de sloganería cursi. Lali celebra los tríos, ser dominante o sumisa. Censura la palabra pija, pero no coger.
Cuando llega “Incondicional”, el momento más cercano a una balada en todo el disco, no hay personajes, ni rezagos de sloganería cursi. La canción habla de un vínculo excepcional, una promesa de amor eterno, pero no exclusivo. “No llevo cadenas, y es lo que me hace más leal. Si no somos libres los dos, no puedo quererte mejor”. El más sincero poliamor después del amor.
El destacado “Sola”, que cierra el disco, es Lali narrando una expedición nocturna en tierras desconocidas, sin compañía ni testigos, en la que acepta tragos y convites de extraños, estimulada a bailar y bailar hasta el amanecer. Suena como si en la pista estuvieran sonando los DJs Pareja y es el cierre justo, el que sugiere un nuevo capítulo, que hay un disco de Lali todavía mejor en el futuro, y que está por venir.
El triunfo de Lali no es ser un disco perfecto, sino el regreso de su protagonista a su raison d'etre: hacer pop, el mejor que pueda, el que no da cabida al concepto de placer culposo. El que no se rige por valores de respetabilidad del rock, ni ideas trasnochadas de autenticidad. El que no tiene lugar en tu playlist de cachengue, o sí, pero no lo busca. El que cree que una confección totalmente premeditada puede ofrecer una experiencia trascendente. El que es muy difícil de hacer bien. Lali grita amor al pop a los cuatro vientos. Y el decorado se calla.