Foto de portada: Fotografía de la obra de Jasper Johns, Three Flags, Whitney Museum, NYC.
Hemos librado innumerables batallas. Hemos logrado muchas victorias. El continente americano está en la vanguardia del matrimonio igualitario. Desde hace muchos años, como abogado comercial y corporativo, soy litigante internacional y llevo adelante varias luchas para conseguir que ese derecho sea reconocido en cada uno de los países americanos. Lo que pasó en Orlando nos golpeó como un ladrillo en la cara.
Me he dedicado voluntariamente y ad honorem (“pro bono”) de pelear por el matrimonio igualitario ante foros internacionales. Por ejemplo, ante el sistema interamericano de derechos humanos establecido por la Convención Americana de Derechos Humanos. Esta corporación de la Organización de los Estados Americanos, obliga a sus países a asegurar la plena igualdad de protección ante la ley. Debemos decirlo de forma clara y directa: la discriminación basada en la orientación sexual está prohibida por el derecho internacional. Negocié con gobiernos; he dictado seminarios. Y esa experiencia me ha enseñado como – persona por persona – el mundo está evolucionando hacia la igualdad, hacia el amor.
Durante la campaña mundial y regional en las Américas donde trabajo para los derechos del matrimonio civil, habíamos tenido una jornada positiva e histórica el día previo a la masacre en Orlando. Firmamos un acuerdo con el gobierno chileno: el país reconoció que la legislación internacional de los derechos humanos lo obliga a presentar un proyecto de ley para el matrimonio igualitario. Chile, supuestamente conservador, reconoció su obligación de manera voluntaria y contundente bajo los principios que aplican a todos los países en las Américas.
Qué felicidad sentimos ese día en nuestro equipo jurídico y con nuestro cliente MOVILH. Qué felicidad; celebramos por haber podido negociar y llegar a este acuerdo. Hablamos de las bonitas bodas que podrían ocurrir. Las bodas siempre son felices.
Durante nuestro caso en Chile, un joven, Daniel Zamudio, fue asesinado sólo por ser gay. Y no es el único, han ocurrido incontables asesinatos de este tipo. Ésa es la cara del odio homofóbico que teníamos que enfrentar. Espontáneamente todo el mundo, LGBTI o no, derecha como izquierda, ha reaccionado ante esto: reformaron las leyes. Lograron penalizar los crímenes de odio. Los líderes de la comunidad LGBTI jamás reaccionaron con resignación sino con compromiso. Y en este caso, habíamos ganado con un acuerdo histórico.
En mi trabajo, diálogo con gobiernos, ministros, senadores y congresistas, alcaldes y concejales, personas evangélicas y católicos, gente que se declara en contra del matrimonio igualitario. He visto que muchas de esas personas son esencialmente decentes, no tienen odio, pero recibieron -sin cuestionarla- una enseñanza basada en la máxima de que la homosexualidad es algo que debe odiarse. Es una lectura incompetente de la gran narrativa de la Biblia que llega a su fin con el mandato de amar al prójimo, el último mandato del Salvador quien nunca dijo nada sobre familias conformadas por parejas del mismo sexo. Así, estas personas decentes enfrentan una elección entre dos cosas distintas y opuestas, y sufren de lo que se llama “disonancia cognitiva”. Es decir, la tensión o desarmonía interna del sistema de ideas, creencias y emociones que percibe alguien al mantener, en simultáneo, dos pensamientos en conflicto, o un comportamiento que entra en conflicto con sus creencias. La reacción instintiva es la de buscar una salida. La salida que siempre gana es la que ofrece algo positivo. Amar. Perdonar. Reconciliar. Celebrar la familia. Estas cosas conforman un paradigma positivo, en vez del triste, del negativo, del odio y la inseguridad de los homofóbicos.
Cuando pensábamos en las bodas, pensábamos en la felicidad. Hasta los más tradicionalistas reconocen la felicidad de las familias, de los familiares y amigos en una boda. Incluso la de dos personas del mismo sexo.
Ahora. Lo que sucedió en Pulse: un nueva catástrofe del odio detrás de la homofobia. Tiene nuevo nombre, inolvidable: “Orlando.” Una pista del baile, una zona universalmente reconocida como un lugar feliz, resultó lo opuesto, una masacre. Una caída hacia los infiernos. Son muchos los e-mails y llamadas enviadas espontáneamente por nuestros familiares, amigos, y aliados heterosexuales, lamentando lo ocurrido, expresando su solidaridad, levantando oraciones.
Orlando no es la primera ni será la última sede de ataques homofóbicos, pero el efecto “Orlando” será indudable: el rechazo del odio, la búsqueda de la felicidad.
El efecto “Orlando” marcará – sin lugar a dudas - la diferencia radical entre el amor y el odio. Generará reacciones positivas. Ofrecerá “salidas” de la disonancia cognitiva entre la tradición de la homofobia y la igualdad ante la ley y el respeto por familias diversas. Claramente marcará la preferencia por la comunidad LGBTI y no por la homofobia, que se atreve a atacar algo tan dulce, tan bonito, tan alegre, como la felicidad de bailar, de amar a quien se elige.
En nuestra comunidad LGBTI, reaccionamos con fortaleza antes las amenazas. Hemos sido atacados y nos dejaron morir cuando arrancó la epidemia del VIH/SIDA.
No lo aceptamos con resignación, respondimos con una fuerte lucha. Cambiamos el mundo.
Cuando se adoptaron leyes anti matrimonio igualitario, no la recibimos con resignación, respondimos con una fuerte lucha.
Y cambiamos el mundo.
Rápido.
Después de esta masacre, la comunidad reaccionará con más fuerza en su campaña por el amor, la justicia, la igualdad y la reconciliación.
Cambiaremos el mundo.
Desafiamos a todos y cada uno de los gobiernos de las Américas a acatar las obligaciones del derecho internacional de derechos humanos: garantizar la igual protección de la ley del matrimonio civil.
Desafiamos a todos y todas y cada uno y una de los habitantes del hemisferio – donde la gran mayoría de personas viven donde parejas del mismo sexo pueden casarse civilmente –a convertir su rabia en acción, su tristeza en felicidad.
Acompañarnos.
Permanecer unidos.
Cambiar el mundo. Volverlo mejor.