Los carteles estaban frescos y replicaban a los dichos del día anterior. El Presidente, en la presentación de los resultados de las pruebas Aprender, había dicho:
— (...) La terrible inequidad de aquel que puede ir a la escuela privada versus aquel que tiene que caer en la escuela pública.
Los carteles de la Marcha Federal Educativa se veían aplicados, hechos con dedicación, los colores prolijos, las letras gordas, de pulso acostumbrado a hacer carteleras: “Elegí la educación pública para no caer en la privada”; “Yo no caí, yo elijo la escuela pública”, y así… Fueron unas cuatrocientas mil personas (los organizadores decían que incluso se había pasado esa cifra) y predominaron los guardapolvos blancos. Zamba pobló varios de los carteles: su guardapolvo, su actitud, los múltiples sentidos que condensa. Se avanzaba de manera ordenada, como si las filas de los patios escolares se hubiesen trasladado a la Avenida de Mayo y las diagonales Norte y Sur. Había trompetas que otros días suenan en actos pero esta tarde, al igual que los tambores, marcaron el compás a canciones que tenían una misma alabanza y un mismo reclamo: la educación pública.
Ivana y Carina se sentaron sobre el cordón de la vereda de la calle Bolívar, justo en la esquina Diagonal Sur. No pasan los treinta años, y dan clases en la escuela secundaria Nro 130 del barrio Don Juan en Laferrere. No pertenecen a ningún gremio, viajaron con sus compañeras de trabajo. Ivana es profesora de psicología desde 2013; Carina, de historia, desde el 2009. A pesar de esa antigüedad, aún no le dan la titularidad del cargo. Y que eso, económicamente, es como volver a empezar todos los años.
—Se habla de los paros pero nosotros nos preguntamos si muchas personas estarían tres meses sin cobrar. Porque nosotros tomamos módulos y a veces pasa ese tiempo hasta que cobrás. La gente nos cuestiona mucho, pero sólo el que está dentro del aula sabe lo que es trabajar así.
Las dos recordaron las veces que el barrio se inunda. A una cuadra y media del Río Matanza, es algo que ocurre con frecuencia. También enumeraron los problemas con las cloacas, falta de agua, y la escasez de espacio.
Ivana, sentada al lado de Carina, dijo:
—No solamente nos basamos en los contenidos. Estamos desbordadas. Si un pibe no desayunó, no va a aprender porque va a estar más preocupado por comer que por estudiar. Es entendible. Y esto no es de ahora, porque muchos lo relacionan con este gobierno. Esto viene de muchos años. Yo lo de los noventa lo viví como alumna, con la Carpa Blanca.
Ambas rescataron que, a pesar de que cada gremio tiene su postura, hoy se haya logrado una unidad.
—Pero siempre los dirigentes van a querer salvar sus propios bolsillos y después ver qué pasa con los trabajadores. Nosotros estamos trabajando con la comunidad. Hacemos talleres de música, de pintura, si vas a la escuela encontrás a nuestros alumnos, que van, desayunan. No desaparecemos. Pasa con un montón de escuelas de La Matanza.
Carina e Ivana no dan el presente, pero van a la escuela igual y se quedan con los chicos.
—Todos se preocupan por los pibes en la época de clase —Ivana tomó la posta y subió el tono—. Cuando son asesinados por el gatillo fácil, cuando mueren por la droga, nadie se preocupa por los pibes. Y no es este gobierno, es cada gobierno. Y en la escuela los tratamos de contener.
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De contenciones sabe bastante Juan López, que sobre Avenida de Mayo avanzaba junto a sus compañeros de la escuela Nro 20, del distrito 11, en la Ciudad de Buenos Aires. Hace casi dos años (se cumplen el 26 de abril) Juan junto a los que eran sus compañeros de la escuela La Pampa, en el barrio de Flores, tuvieron que acompañar a la familia de Rodrigo y Rolando Menchaca, los dos nenes que murieron en el incendio de un taller textil en el barrio. Los acompañaron en su duelo y también en lo administrativo, cuando tuvieron que hacer los trámites funerarios. Juan también debió ayudar a sus alumnos, los compañeros de los niños, que de golpe tuvieron que entender muchas cosas de la vida y de la muerte y de los intereses económicos que inclinan la balanza.
Juan pertenece a UTE pero dice que en la escuela donde ahora trabaja hay diferentes gremios y una misma mirada. Tiene 37 años y es maestro hace nueve. Piensa que es necesario no juzgar a quienes no vinieron a la marcha o no hacen paro.
—Tengo compañeras que no pueden darse el lujo de que les descuenten días. Una, por ejemplo, hizo paro un mes y ya calcula que al otro no va a poder hacer porque tiene que comprarles pantalones a sus hijos. Somos todos trabajadores y la clave está en escucharnos. Muchos dieron la lucha desde el aula, haciendo pasar a los padres para explicarles. Este es un momento histórico para aceptar lo que elijan hacer los compañeros.
También habló de algo que excede la paritaria: recordó el paro docente que se realizó hace un año y medio en la Ciudad de Buenos Aires y que tuvo un acto multitudinario en Flores, a pocas cuadras del taller en el que habían muerto Rodrigo y Rolando. Era junio de 2015 y fue como reacción a la medida tomada por el entonces Ministro de Educación de la Ciudad, Esteban Bullrich, que había iniciado un sumario y dispuesto la “separación preventiva” de la docente Alejandra Bellini por no haber notado una situación de violencia familiar y por lo tanto no haberle avisado al Equipo de Orientación Escolar (EOE) que debería ocuparse de la integridad de los niños. El nene se llamaba Agustín y murió por los golpes que le daba su padrastro. La maestra apartada recibió el apoyo inmediato de sus colegas, de las familias del distrito y de miles de docentes de otros lugares que se acercaron en otoño de ese año a contar que estaban agotados, que no había servicios de asistencia social suficientes, que arreglar una paritaria no alcanzaba si las escuelas se caían a pedazos.
Todavía los edificios dejan mucho que desear en la Ciudad. Eso decían los maestros de la escuela Nro 22 de Agronomía que contaron que el 6 y 7 de marzo las clases no empezaron por el paro pero, de no haber habido paro, tampoco podrían haber comenzado porque no tenían ni luz, ni agua, y el comedor escolar estaba en reparaciones y sin terminar. Muchos de esos relatos se multiplicaban a lo largo de las cuadras; bandera, tras bandera; guardapolvo tras guardapolvo.
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Desde el escenario mencionaron a los presentes y a las provincias participantes. Los discursos en la Marcha Federal Educativa comenzaron cerca de las tres de la tarde, pero la peregrinación arrancó antes, 48 horas antes. En el escenario hablaron Sonia Alesso, por la Confederación de Trabajadores de la Educación (Ctera); Sergio Romero, de la Unión Docentes Argentinos (UDA); Pedro Bayúgar, del Sindicato Argentino de Docentes Privados (Sadop); Fabián Felman, de la Confederación de Educadores Argentinos (CEA); y Sara García, de la Asociación del Magisterio de Enseñanza Técnica (Amet). A los costados del palco desde donde dijeron sus discursos la Plaza de Mayo estaba a pleno. A lo lejos, por las diagonales, según quién hablaba, se escuchaba alguna chicana, pero nada que cortara el clima general. Venían de todos lados, con diferentes ideas y muchos reclamos. Algo era claro, se hablaba de paritarias, pero se reivindicaba la educación.
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Con gorra blanca, pechera y la mano como alero para protegerse del sol de las tres que todavía pegaba, Graciela Vallejos contó que vive en Neuquén pero trabajó más de doce años en Aluminé en la primera escuela mapuche, inaugurada en el 2002. Fueron seis colectivos los que armaron caravana, desde Chubut hasta La Pampa, y directo a la Plaza.
Aluminé está en la zona de alta montaña. Hay río, bosque, todo parece paradisíaco, pero la ida a clases no es tan fácil como bella. Graciela es docente desde hace dos décadas y dijo que todos los años tienen problemas para que se pongan en funcionamiento las combis pagadas por el Estado para llevar a los chicos a las escuelas. Ella vivió la carpa blanca del 97 desde el sur, y se anima a comparar aquella situación con esta pero hace una salvedad:
—Estamos más preparados ahora. En aquel momento no estábamos preparados. Ahora no sé cuánta suerte tendremos, pero sabíamos qué era lo que se nos venía. Ya no confiamos en el poder político.
En Aluminé no hay privadas, pero en otras localidades, los que van ahí es porque no pudieron pasar de grado, cuenta. En cambio, las privadas ganan terreno en el sector terciario, porque para ir a la universidad hay que viajar mucho y eso implica un gasto que para las familias empieza a ser difícil de llevar.
—Cuando llegué a Aluminé, en el 2002, los chicos que terminaban el secundario no tenían perspectiva de estudios. Sólo se iban del pueblo para estudiar afuera los hijos de los profesionales. Eso empezó a cambiar hasta hace poco y los hijos de los trabajadores empezaron a estudiar en otros lugares también, pero ahora ya se está retrocediendo en eso.
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Lorena Rebella, es docente de prácticas del lenguaje y literatura de nivel medio, en la zona isleña de San Fernando hace casi doce años. Tiene 41 años. Llegó a la marcha junto a compañeras del distrito y de la agrupación El acarrón docente. Fueron en micros, en tren, en auto. En Buenos Aires se encontraron y avanzaron juntas, con muchos carteles, grandes y coloridos, como les gusta, dice.
Para llegar a las Islas a trabajar, Lorena toma una lancha que, dice, le recuerda a las que pasaban en las películas de Sandro. Dos horas y media por el Paraná de las palmas. “Hacinados, porque una empresa tiene el monopolio”, comenta. Lorena dice que el problema de la falta de presupuesto es generalizada y se manifiesta en sus salarios pero también en los comedores y en los problemas edilicios.
—No es nuevo. Se ha profundizado sí, pero lo hemos vivido en la última década. Se escucha mucho esa mitificación del Estado ausente. Yo creo que no está ausente, está bien presente con esta política específica hacia la escuela pública y no comenzó con el gobierno de Macri, es anterior.
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Para Juan López, pelear por esta paritaria es pelear por su derecho como trabajador, es pelear por el derecho de sus alumnos a tener maestros con buen salario y es pelear por el resto de los trabajadores porque la paritaria docente, dice, “sirve como caso testigo”.
En esta marcha quedó claro que se reivindica la pelea por la Paritaria Nacional Docente (sólo cuatro provincias han logrado acuerdos paritarios hasta ahora). Pero no fue sólo eso lo se agitó en la marcha. Más acá o más allá de la Plaza de Mayo, el resto de los trabajadores acompañó: ATE, UOM de la Matanza, trabajadores de la salud. También distintas agrupaciones de investigadores del Conicet (Científicos y universitarios, Becarios Empoderados, Jóvenes Científicos Precarizados) y los centros de estudiantes de distintas facultades de la UBA, entre muchos otros que se perdieron en aquel ordenado y calmo mar de banderas. El reclamo unió a las seis confederaciones gremiales nacionales, a cuatrocientas mil personas, a miles de maestros que dan clases en ciudades grandes, en pueblos; en la montaña, el desierto o la isla; que llegan a sus puestos en bicicleta, en tren, en lancha o en combi; que cada día se ponen el guardapolvo blanco y que este miércoles de otoño por la tarde coincidieron en un grito que se canta o se escribe con fibra o con témpera, en mayúscula o en cursiva, un grito que no están dispuestos a negociar: el de la defensa de la educación pública.