El arte de la política tiene su núcleo más dificultoso en una sintonía con el tiempo, o más bien con una temporalidad plural que satura a los hechos y cuya dispersión vuelve precarias todas las situaciones. Esa amenaza de tiempos plurales e independientes que acaban por desestabilizar lo que por un momento parecía -o era- sólido, es lo que algunos filósofos clásicos designaron con la palabra fortuna. Frente a ella, a su excedencia respecto de la acción humana, la prudencia es, aunque imprescindible, insuficiente.
La historia y la experiencia enseñan que el poder destituyente de la fortuna solo puede ser afrontado por acciones radicales capaces de generar circunstancias nuevas, imprevistas y anticipatorias; que una espera de su desencadenamiento para tomar recaudos frente a ella, raramente logra evitar la destrucción. En vez de abandonarse pasivamente a administrar lo que tiene origen en la fortuna, se tratará de producir un tiempo propio y adelantarse a su desquicio. No llegar tarde, cuando todo ya ha sucedido. Solo una acción política creativa es capaz de producir duración.
Nunca es previsible cómo se revelarán -en sentido fotográfico del término- esos hechos inesperados que rompen con una situación, hacen un hueco en ella y conmueven lo que había. Los hechos que, en vez de solo soportarlo, producen tiempo. Un gesto de ruptura con el curso de las cosas aloja significados que no se advierten inmediatamente, que se desencriptan poco a poco. Eso, me parece, es lo que está sucediendo con la reciente intervención de Cristina en el escenario político argentino, acompañada con una carta elocuente y perfecta en su contenido, que no deja dudas sobre la dirección y el horizonte que motivaron su acto (en sentido fuerte del término). Un acto, además, que sacude el estado de la discusión pública, reducida por los medios a una infinita estimulación de indignaciones y reproducción de irrelevancias.
De un estupor inicial, de una sensación de debacle que cundió al principio, todo parece derivar hacia un sentimiento distinto, que se extiende con el transcurrir de las horas: un sentimiento de expectativa renovada, de revitalización y de mayor claridad. A menos de una semana de la elección que sumió al gobierno en la adversidad, el escenario de la derrota fue desplazado por un escenario de refundación. Sólo alguien que no únicamente actúa en y para la coyuntura sino también desde una dimensión que podemos llamar la Historia, es capaz de ejercer ese sentido del tiempo oportuno, ese kairós político para producir un hecho que lo renueva todo.
Lo que ha sucedido desde la puesta a disposición de sus renuncias por los ministros kirchneristas, fortaleció al gobierno. Aunque el gabinete que acaba de formarse no es el que más nos hubiera gustado -pero ese no es el punto-, el próximo escenario electoral queda abierto de otro modo. Más que obligarlo, la carta de Cristina le permite al Presidente recobrar la inspiración que le da sentido a la política y la dota de lo necesario para tomar medidas con valentía y no desde el miedo. Sacude la inercia de lo posible. Establece las condiciones necesarias para una interpelación renovada, hasta noviembre, de miles de votantes que no se corrieron a la derecha (la derecha no creció), que más bien quedaron sumidos en el desencanto por una marcha de la economía destructiva para sus vidas. Le permite recuperar la inspiración política por la que en 2019 fue votado por millones de argentinas y argentinos.
No siempre hay política. La hay cuando existe una fuerza social capaz de poner en cuestión un estado naturalizado de dominación y abrir o reabrir la cuestión de la igualdad. En cambio no la hay cuando se impone sin resistencia una pura extracción y una acumulación de riquezas a costa de muchos otros y muchas otras; cuando el negocio privado (de “tres o cuatro vivos nada más”) desplaza la discusión sobre el destino de la renta; cuando, por inexistencia de distribución, la riqueza incrementa la pobreza en vez de reducirla.
Según la acepción que buscamos darle a esta palabra, hay política cuando acciones elocuentes, o palabras que son actos, interrumpen el circuito de una impotente pasividad indignada, incapaz como tal de producir ninguna transformación. En mi opinión, la de Cristina no fue una reacción sino una acción, que permite revitalizar el gobierno al que pertenece y del que es Vicepresidenta. Su estatura política es mucho mayor a la de cualquier otro dirigente político argentino, incluido Alberto. Esto es simplemente un hecho, por el que Alberto no debería sentirse disminuido. No es fácil, seguramente, tener a Cristina de Vicepresidenta. El punto está en transformar esa dificultad en una fortaleza. Para lo cual será necesaria mucha inteligencia por parte de ambos.
La unidad no se logra -exclusivamente- con formalismos ni con buenos modales, sino con una memoria de para qué se está en la primera magistratura, y sobre todo a quiénes expresa un frente popular (que no podrá nunca ser de todos).