A las 13 en punto suena You are the first, my last, my everything de Barry White, movimientos de luces y cámaras, y un locutor agita con entusiasmo de guión. Jorge Rial sale detrás de bambalinas y empiezaIntrusos, el programa de espectáculos más visto de la televisión argentina, con picos de hasta 12 puntos de rating y presencia viral en todos los programas de archivo. Ya lleva trece temporadas.
Entre Rial y Marcela Baños hay un asiento vacío. A pesar de la ausencia que la silla no hace más que acentuar, el programa se desarrolla con normalidad. Los temas de hoy van a ser: el divorcio de Leo Fariña y Karina Jelinek (“¡ella tiró el anillo!”), y el conflicto judicial entre Maradona y Susana Giménez (“¡él le hace juicio!”). Los panelistas opinan tratando de disentir. Mientras tanto, un tape con los avances copa la pantalla y la silla sigue vacía.
Jorge Rial manda el corte y es como si el mundo bajara la persiana: todos se apagan y se encierran en sus celulares. Ruidos pequeños y compactos.
—Hola, ¿todo lindo? —dice Luis Ventura.
Según los códigos televisivos, uno puede llegar tarde al casamiento, al velorio del padre, a la graduación de la hija, pero bajo ningún pretexto al comienzo de un programa. Sin embargo, vestido de traje y con los zapatos brillosos, impecable, Ventura está como si fuera su día libre: se acerca tranquilo a los panelistas, los saluda y se queda junto al conductor. Se arregla el saco y cuenta una anécdota que interrumpe cuando termina la publicidad.
En las dos horas y media que dura el programa, su teléfono suena unas diez veces. Dos veces lo atiende y mientras la cámara no lo enfoca habla tapándose el micrófono. Unos días después dirá:
—Yo produzco contenidos al aire. Es la única manera que conozco de trabajar: alimentando la máquina.
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Fue en Intrusos y no en Telepasillo, Flash, Crónica ni Papparazzi, que Luis Ventura se convirtió en el chimentero hardcore de la Argentina. En el periodista de espectáculos más temerario. Un mensaje de texto, un chat, un mensaje privado de twitter que él lee al aire puede derrumbar un matrimonio, quebrar una familia, romper amistades de años por la sospecha de una traición. Le temen famosos y aspirantes a famosos. Frente a cámara, en esa silla, con esos zapatos lustrados y el chaleco justo al cuerpo, Ventura hace justicia a su manera: invita a Lanata a enfrentarse en la calle, reta a Mauro Viale a pelearse en vivo, o pone al aire una cámara oculta donde un ex Gran Hermano dice ser homosexual. En Paparazzi, la revista que dirige, publicó sin autorización los mails privados del fallecido Juan Castro.
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Un rato después de que termina el programa, Ventura aparece en la puerta de América 2 y pide disculpas. Está ocupado: reunión de producción, móvil para un programa, entrevista telefónica con una radio y cerrar notas. Una hora y media más tarde, en el bar de la esquina, va a decir:
—Y eso que hoy es un día tranquilo, eh. Porque yo hago muchas cosas.
El martes, por poner un ejemplo, suena el despertador y él sabe que, en unos minutos, una cámara de televisión va meterse en el living de la casa. Quisiera seguir durmiendo, girar en la cama y abrazar a Estela, su mujer, pero no puede. Un móvil del programa de Mauro Viale va tocar el timbre para preguntar cosas como:
—¿Así que te arreglaste con Viviana Canosa?
Una vez que termina el móvil, agarra el auto y va al club El Porvenir, donde supervisa la construcción de una canchita y la ampliación de un gimnasio. Cerca de las 11:45 se sube al auto otra vez. Tiene una hora para ir desde Gerli a Palermo Hollywood y llegar al canal a horario para estar en Intrusos desde el comienzo. Cuando termina, lo espera la producción de Secretos Verdaderos (su programa de los sábados a las 20 hs que llegó a ser lo más visto del día en toda la televisión abierta) para definir los contenidos de los próximas emisiones. Cuando sale ya atardece; tiene que pasar por el diario Crónica, donde hace una asesoría de espectáculos, y después, de noche, ir a la redacción de Paparazzi. Cerca de las 22 hs, llega a una cena de negocios que va extenderse. Volverá a su casa, en Lanús, recién de madrugada.
Así es el ritmo de los días de Ventura.
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Suspira decepcionado y señala a dos mujeres que fuman en las mesas de afuera del bar:
—Mirá como se suicida la gente.
Se pierde un segundo, sólo un segundo, en esa imagen de las mujeres aplastando sus cigarrillos contra el cenicero. Y sigue:
—Dale: arrancá.
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Su papá era jugador de fútbol y participó de la primera huelga de futbolistas en 1948. La medida triunfó pero la dirigencia tomó represalias. En 1949 grandes jugadores emigraron a Colombia y México. Antonio Ventura, a diferencia de sus compañeros, eligió Brasil. Allá jugó en equipos como el Santos donde estuvo haciendo pases con un joven que prometía: Pelé.
Dos lesiones de rodilla le impidieron seguir su carrera. Para no deprimirse fue a los carnavales: ahí conoció a la bailarina Amelia Luna; al poco tiempo se casaron y fueron a vivir a San Pablo, y Antonio empezó a trabajar de periodista deportivo en el Folha de São Paulo. Luiz Antonio Ventura Luna nació el 14 de enero de 1956. Su nombre, en el DNI brasilero, figuraba con “z”.
—Yo nací en cuna de periodistas. Estuve en las manos de gente muy importante—dice ahora y cuenta que en la redacción del Folha de São Paulo siempre había alguna celebridad dando vueltas.
Entre las máquinas de escribir, deportistas como Pascual Pérez, Martiniano Pereyra o René Pontoni lo alzaban y lo llevaban a dar vueltas por el piso. La casa de sus padres era “un aguantadero de gente”. Los periodistas que iban a cubrir algo a Brasil, y los deportistas que tenían alguna competencia, paraban en su casa.
—Yo siempre estuve rodeado de toda esta vida que tengo hoy.
Antonio Ventura y su hermano Alberto tuvieron una buena carrera periodística. En aquel entonces, en Brasil los diarios sólo salían en formato sábana y ellos, dice Luis, crearon el tabloide. También tuvieron un programa de boxeo.
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Marcela Tauro es una de las periodistas de espectáculos más reconocidas. Trabajó en gráfica, radio y televisión. Conoce a Ventura desde hace más de quince años: una vez le dijo al aire: “¡andá cagar!” y se fue del estudio. Hoy, por teléfono, solo tiene elogios.
—Luis es un excelente compañero, generoso, buen amigo, es un tipo que te ayuda y que, como yo, genera amores y odios no intermedios.
—¿Por qué te parece que pasa eso?
—Porque somos frontales, decimos lo que pensamos y preguntamos lo que sentimos. No somos tibios. Y eso a veces no le gusta a la gente. Dicen que somos amarillistas, pero todos nos copian.
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Puerto Madero es la zona más cara de Buenos Aires; en uno de estos edificios ultramodernos, Luis Ventura tiene su lugar de trabajo. Llega tarde a la cita. Pide disculpas. En el ascensor cuenta que está “tapado de cosas” y que no tiene mucho tiempo. Algo que repetirá en otros encuentros: Luis no tiene un minuto. Veinticuatro horas no le alcanzan.
Hay dos oficinas, unos sillones muy cómodos, un frigobar lleno de Speed y una botella de Chandon. Detrás de un escritorio se apoyan los banners de las obras de teatro de revista en las que participó, él entre chicas despampanantes: What pass Carlos Paz y Venturísimo.
“Es otra forma de comunicarme”, dirá sobre esas obras, unos días después.
Se sienta y mira la hora en su reloj pulsera. Se pasa la mano por la cara como alguien que intenta vencer el sueño o como un boxeador que quiere seguir peleando. Suspira y luego:
—Dale, arrancá.
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—No comparto para nada su manera de ver la profesión y su tono amenazante cuando le habla por TV o desde alguna nota a un personaje para presionarlo— dice por mail Pablo Sirvén, secretario de redacción del diario La Nación y especialista en televisión.
Según él, Luis Ventura empezó a recortarse con luz propia luego de ser, por muchos años, “segundón y reemplazante de Jorge Rial”. Cree que los lazos que lo unen con los mundillos de la noche y del deporte, más sus contactos en otras esferas que le tiran información, videos o expedientes le rindieron mucho.
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Los Ventura volvieron a la Argentina cuando Luis iba al preescolar. Se instalaron en Lanús. Los hermanos Antonio y Alberto consiguieron trabajo en el diario Democracia primero, y en Crítica después.
Un día, el papá de Luis se reencontró con su viejo amigo Héctor Ricardo García, que le contó un sueño: fundar un diario.
—¿Te gusta el nombre Crónica?
Antonio terminó participando del nacimiento del proyecto. En aquella redacción, con apenas ocho, nueve años, el niño Luis jugaba a ser periodista.
—Para que no molestara me mandaban a escribir o a dibujar o que vaya a buscar una foto. Fue mi lugar de juego pero a la vez mi gran escuela — se detiene un segundo y mira por la ventana que da al Río de la Plata.
— La verdad, tuve una infancia y una juventud maravillosa. Me gustaría repetirlas. Extraño cosas que me han pasado. Si volviera a vivir trataría de disfrutar mucho más y de darle más relevancia a todos esos momentos.
Mientras hacía el secundario en el colegio Marista El Sagrado Corazón de Lomas de Zamora, y jugaba en las inferiores de Lanús, empezó a trabajar en Crónica con su papá. Su carrera de jugador no prosperó. Pero ascendió en el escalafón periodístico: empezó como cadete, luego lo mandaron a contar la cantidad de caracteres de las notas y llegó a editor.
—Yo lo tomaba como una alternativa de laburo: para ayudar a mi viejo y para tener la guita para comprarme la ropa o los zapatos que se usaban, y mis libros. También me sirvió para conocerlo más él. Me legó una forma de ver el mundo: la vida está ahí, andá y conquistala.
Cuando terminó el secundario en 1975, Ventura quería ser parte del clima intelectual; pertenecer a ese círculo en que la inteligencia y la erudición eran lo único necesario para prosperar y ser admirado. En la mesa familiar comunicó su decisión: seguir la carrera de Filosofía y Letras. El viejo Ventura tuvo un sismo emocional. Un temor profundo por la vida de su hijo que lo puso en el lugar del padre castrador. Discutieron. Y Luis perdió.
—Eran tiempos de la dictadura y había desaparecidos. Y como era yo, con mi temperamento cabrón, mi viejo tenía miedo de que en una facultad tan sensible como la de Puán yo terminara pagando alguna consecuencia. Entonces terminé anotándome en la Tecnológica Nacional, en Ingeniería.
En esa universidad hubo siete desaparecidos. Ventura cuenta que tuvo amigos torturados; otros, desaparecidos.
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El Porvenir es un club fundado en 1915. Estuvo casi toda su historia en la segunda y tercera división pero a partir de la temporada 2013/2014, después de que Ventura fuera DT, descendió a la Primera D.
El estadio tiene una capacidad para 14.000 personas, canchas de tenis, un gimnasio donde entrenan algunos futbolistas, una confitería y un altar de la Virgen de Luján. Ventura está en una charla técnica con los jugadores. Él habla y los demás escuchan. En su oficina del club se guardan los trofeos.
En la confitería, le pregunta al pibe detrás del mostrador.
—¿Qué hay hoy?
—Pastafrola.
—Traeme dos pastafrolas y dos té. Mirá que en un rato me voy a Zárate. Actúo con Panam.
Cuando llega el pedido, agarra el tenedor, corta un pedazo de la porción de pastafrola de membrillo, la moja en el té, se lo manda a la boca y dice:
—Dale, arrancá.
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Le faltaba poco para recibirse de ingeniero cuando desde la revista Goles y el diario Crónica le ofrecieron cubrir el mundial ´78. Le prometieron buena plata y un Taunus 0 km. La carrera que cursaba, esa que tanto enorgullecía a su familia, lo tenía harto.
—Un día volví de la facultad y le dije al viejo: quiero hablar con vos. Al rato se me cayó el alma al piso.
Le dijo que largaba la carrera y la mirada de frustración fue tan grande que casi se retracta, pero siguió adelante.
—Él me dijo: “Me estás matando pero a mí me pasó lo mismo; vos iniciás un camino en el que vas a tener que trabajar hasta el último de tus días y no vas a ganar plata, pero a lo mejor vas a ser feliz”.
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Política, horóscopo, policiales, sociedad y deportes: Ventura trabajó en casi todas las secciones. Hasta que le encargaron que se ocupe de los temas que sigue tratando al día de hoy.
—Me decidí por espectáculos por la guita.
A principios de los años 90, arrancó con suplencias en la sección Chimentos de Crónica. Le pagaban bien. Ahí conoció a Rial, el pibe nuevo de la redacción; Ventura lo apadrinó para que no tuviera que pagar tanto derecho de piso.
—¿Cómo eras como periodista?
—Era un avión. Me mandaban hacer una nota y te la traía con sangre en la camisa, pero te la traía. A mí me daban todas las misiones imposibles. Me mandaban a buscar al presidente de la nación cuando se veía a escondidas con Xuxa. Y yo siempre lo resolvía. Todo eso formaba parte de mi profesión.
Pensaba que iba a terminar jubilado como empleado de Crónica. Cuando empezaron a ofrecerle trabajos en televisión los rechazaba; la fama y el medio no lo entusiasmaban. Pero con la invitación de Rial para que sea parte de Intrusos se da el quiebre en su carrera.
—Yo antes era un laburante común. A partir de Intrusos y Paparazzi me convertí en un profesional de jerarquía.
Su experiencia previa frente a las cámaras había sido escasa: apenas panelista en Telepasillo, de canal 13, y movilero en unos pocos programas.
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Un domingo a las 10 de la mañana, a unas cuadras de la estación de Lanús, Ventura abre las puertas de su casa: La Ponderosa, dice un cartel en la entrada. Durmió poco porque se acostó a las 5 de la madrugada.
—Éste es el único horario que puedo ofrecerles —dice con cara de sueño.
A los pocos minutos aparece Estela Ventura vestida con un buzo negro, un jean gastado y unas zapatillas de lona. Mira al periodista, a la gente de video, a la fotógrafa, pero no dice nada. Saca tres perros para el patio, dos son medianos, el otro es de esos que se quedan petisos para siempre. Lo conoció cuando él era un periodista de gráfica. Le gustó su personalidad avasallante, “aparte de la cuestión física”.
—¿Te importan las cosas que dicen de tu marido?
—De ninguna manera, nada de lo que se diga me importa. A mí me importa él y su estado de salud. Yo sé quién es, creo en él, no digo que tenga la absoluta verdad, ojo. Podrá equivocarse, es un ser humano. Pero hay cosas que dice y cosas que sabe y no las dice, cosas muy importantes y yo sé que no las va decir nunca. Creo firmemente en él, sé que es justo, que no habla por hablar, que cuando dice que tiene pruebas las tiene, y yo he visto muchas pruebas.
A fines de diciembre del 2012 el sitio Minutouno, entre otros, publicaba la noticia de que la Cámara Nacional de Casación Penal había confirmado el fallo de primera instancia sobre el caso Juan Castro. En él se decía que Luis Ventura debía cumplir la condena impuesta por haber violado el derecho a la privacidad. En 2004, había editado correspondencia privada del periodista fallecido. El fallo lo condenaba, en concreto, por "publicación indebida de correspondencia". Lo obligaba a indemnizar a la familia y asumir las costas del juicio.
La Justicia, que había determinado que Ventura era culpable, hizo que publicara una retractación pública que decía: “El 4 de marzo de 2004, la revista Paparazzi publicó una nota titulada ´Juan Castro, sus cartas secretas. Su dramática verdad´, en cuyo contenido se transcribió correspondencia personal sin la debida autorización, lo que en juicio iniciado por el padre y los hermanos del nombrado, ha sido considerado violatorio del derecho a la privacidad o intimidad, condenándose a Sr. Luis Ventura, Director de esta revista; al editor y a Editorial Paparazzi S.A. al pago de daños derivados de ellos y a la publicación de esta comunicación’".
Ventura, equipo de gimnasia de pie a cabeza, está en el primer piso de la confitería de El Porvenir. Acaba de terminar su desayuno: té y pastafrola de dulce de membrillo.
—¿Cómo ves, ahora que pasó tiempo, lo que pasó con Juan Castro?
Larga aire. Parece un tema del cual no quiere hablar porque lo tiene agotado. Sin embargo dice:
—En el tema de las cartas nunca se demostró que fueron cartas, fue una cosa que instalaron en los medios y quien promovió toda esa historia fue un abogado que después, más de una vez, participó en multimedios donde utilizaron el mismo sistema para otros casos. Pero cuestionaron el nuestro porque fue una cosa muy efectiva. La sentencia nos condenó pero en realidad nunca quedó claro. El tema es que cuando te ven ganar no se la bancan, entonces lo que hacen es ensuciarte para que tu triunfo no sea tan transparente.
—Hablemos de los límites en tu trabajo.
—A nosotros nos hacen cargo de cuestiones que son inhabituales en los medios, pero cuando se demuestra que lo nuestro es efectivo y lo consume todo el mundo, nos critican por haberlo publicado primero.
—¿Por qué?
—Es simple: no aceptan el poder abarcativo y comercial que tenemos.
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Cuenta su esposa, que lo enfurece la traición. Lo pinta como un tipo que es feliz con poco: estar en su casa, ir al “rancho” que tiene en Uruguay, hablar de fútbol, charlar con sus hijos sobre la vida. A Ventura no le gusta viajar, sufre cuando tiene que tomar un avión. El momento más doloroso que le tocó vivir fue cuando, después de una enfermedad, su padre, “una persona maravillosa”, falleció. A Ventura lo torturaba no tener el tiempo suficiente para estar con él.
—Lo más grande que le puede pasar es que nos sentemos a comer juntos en la mesa. La familia para él es todo— dice Estela—. Le molesta que digan cosas de él que no son ciertas. Por su personalidad, esas cosas lo ofenden mucho.
Ventura tiene más de 800.000 seguidores en Twitter. Siempre escribe en mayúsculas.
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En el bar de la esquina de América 2 donde paran los famosos del canal la sensación es que se gestan y se cierran negocios en cada mesa. Luis Ventura, que a veces usa este lugar de oficina, le está por dar un sorbo a su segundo café. Se acerca un hombre.
—Hola, maestro.
Él le extiende la mano y sonríe desganado.
—Lo quería saludar porque lo veo todos los fines de semana en la iglesia.
—Ah, ¿sí? Yo voy siempre a San Judas Tadeo, que fue donde bautizaron a mi viejo, me bautizaron a mí y a mis hijos.
—Siempre lo veo en la misa de los sábados a las 7 de la tarde.
—Claro. Si no puedo ir a esa voy a la del domingo a las 8 de la mañana, cuando hay muy poca gente, o si no a la de las 8 de la noche. Me siento en el mismo lugar que se sentaba mi viejo y mi vieja y hago mi oración. Es una forma de conectarme con ellos ahora que no están.
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En el patio de La Ponderosa, el hogar de los Ventura el escenario es así: las paredes pintadas de un rosa amable, piso de cerámicas grises, macetas grandes, un árbol y una parrilla que muestra las huellas de un asado reciente. Abajo del plato de agua para los perro, hay una castigada revista THC. Luis es enemigo de las drogas.
Estela responde segura y con la naturalidad de alguien acostumbrado a las cámaras y los grabadores y también con ese descreimiento del que sabe que todo lo que tenga que ver con la “fama” es cartón pintado. Es una rubia que ha dedicado su vida, con orgullo, a cuidar a su familia y a su marido. Pese a estar casada con un hombre sumamente famoso, ella no tiene ningún aire de diva. Todavía no se maquilló, cruza los brazos a la altura del pecho y responde sobre los momentos polémicos en la carrera de Luis:
—Cuando llega a casa esas cosas no se hablan, quedan de la puerta de calle para fuera. Acá nunca se charla de nada del espectáculo, esos temas no se tocan. Por ahí algo se comenta, pero no vivimos pendiente de las cosas que él hace o dice por televisión.
Estela repite que son “una familia común”, “de barrio”, que se ocupa de los dos hijos, de cómo les va en la vida y el trabajo.
—Estamos pendientes de eso. Salvo cuando nos llega alguna carta documento.
—¿Llegan muchas?
—Sí, sí, llegan. Llegan las cartas documentos, las amenazas. Llega todo eso acá. Desde hace más o menos diez años, mis hijos han atendido el teléfono y escucharon amenazas horribles, cosas muy feas del padre.
—¿Cómo lo sobrellevás?
—Hacemos nuestra rutina y nos acostumbramos a todo lo que pasa. No es agradable. Pero, bueno, uno está expuesto a eso por la vida que lleva Luis, por los temas que habla y las cosas que trata. Pero somos una familia que nos acostumbramos a todo esto.
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Se dice que Luis Ventura tiene informantes en hoteles alojamiento, sedes judiciales y comisarías. Lanata lo acusó de tener vínculos con la SIDE. Marcela Tauro dice que reciben más chismes de periodistas políticos y deportivos que de sus propios colegas especializados en espectáculos. Se dice que tiene un ejército de fotógrafos desperdigados por la ciudad de Buenos Aires y muchas otras cosas que son incomprobables. Sin embargo, hay un hecho puntual, además del “caso Juan Castro”, por el cual su trabajo fue cuestionado con fundamento.
En 2002 Intrusos mostró una cámara oculta que le hicieron a Marcelo Corazza, un popular participante de Gran Hermano, donde se lo escuchaba dudar sobre su sexualidad. Nueve años más tarde, se supo que quien le “tendió la trampa” a Corazza fue Julieta Biesa, ex secretaria de Sofovich y ex participante del programa “Soñando por bailar”, cuando todavía se mostraba como hombre. Esa situación generó la pelea que se volvió eterna entre Jorge Rial y Viviana Canosa, quien se fue del ciclo tras esa cámara oculta.
Ventura denuncia una conspiración:
—Con el tema Corazza, en su momento se cuestionó un tema de límites y un tema de no haber considerado un montón de cosas, pero en realidad la denuncia contra el pibe, que fue solapada, tenía que ver con una denuncia de abuso del comedero que él regenteaba. Entonces en su momento, como él era del aparato Endemol nos tiraron una carga pesada por una cámara oculta gente y periodistas como Viviana Canosa, que se cansó de hacer cámaras ocultas.
En el programa Más Viviana, de canal 9 Biesa dijo estar arrepentida. “Lo hice por dinero y por una promesa de hacer teatro en Mar del Plata. Nunca más me lo pude cruzar a Marcelo Corazza y fue muy cruel lo que le hicieron. Yo quiero pedirle disculpas públicamente por eso que hice y de lo cual me arrepiento”.
Augusto “Tartu” Tartúfoli, director de la revista Pronto, ahora está en la redacción, tranquilo, porque ya pasó el día de cierre. Siempre se desmarcó de la figura dura del periodista de chimentos. Esto le ha permitido, por ejemplo, ser desde panelista de Gran Hermano, a dar clases en la UBA, estudiar en el exterior, tener 415.000 seguidores en Twitter y no tener ningún problema de hablar en su programa, Antes del Mediodía, sobre alguna operación estética de la vedette Vicky Xipolitaki.
—¿Qué opinión tenés del trabajo de Ventura?
—Es un periodista hardcore: vive por la información. Se la juega mucho. Para él es muy importante tener la primicia por el rol que fue creando dentro de los medios. Para mí no es importante eso porque creo que lo que te da el diferencial, hoy en día, no son los hechos sino las interpretaciones.
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—Yo soy un tipo de excelencia, y no considero que El Porvenir sea una búsqueda menor. Para mí es el Barcelona. Me gusta pensar en grande.
Ventura enfrenta el tránsito del conurbano con mucho cuidado y dice que predicar en el desierto es jodido porque la gente piensa en chico. Y ese es un problema. Dice Ventura que su club es uno de los grandes gigantes de su categoría. Pero que muchos no lo entienden: están en otra dimensión, te ponen piedras. Dicen que te robás plata del club cuando metiste 200 lucas. En 2008, le propusieron ser el técnico por el trabajo social que venía haciendo en la institución y porque además “sabe de fútbol”. Dice Ventura que la campaña que hizo fue buena. Le pidieron 50 puntos porque supuestamente con eso se salvaban del descenso. Su equipo sumó 54. Dice Ventura que igual no les alcanzó pero “por cuestiones políticas que beneficiaron a otros equipos”.
—¿Me fui al descenso? Sí, pero también es cierto que la campaña fue buenísima.
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Hay una leyenda dentro del periodismo de espectáculos: los archivos privados de Luis Ventura. Existen y, según su dueño, no habrán más de tres de esa extensión en la Argentina. Empezó a armarlo a comienzos de los noventa con material periodístico: fotos, apuntes y documentos como la declaración jurada de Susana Giménez, por ejemplo. Guardaba todo en un maletín. En un momento los materiales eran tantos que los maletines no eran suficientes. En su casa tenía unos ambientes que no se usaban, así que armó una estantería y empezó a conformar el archivo. Le fue sumando todas las revistas de espectáculos que salían en la semana; las compra de a dos: una para recortar y otra para archivar. Cuando se quiso dar cuenta ya tenía varias estanterías repletas, y tuvo que armar un fichero, cajones grandes que se verían bien en una oficina pública, para que esa mole de papeles no fuera indomable.
Pero no todo el material de Ventura se encuentra ahí.
—Yo tengo tres escribanías donde sí he destinado un material jodido, esas es la palabra justa que los describe. Porque por ahí un día me vienen a buscar o algo y eso lo quiero preservar. —¿Si te vienen a buscar? ¿De quién hablás?
—Y…uno nunca sabe. Yo siempre fui desconfiado. Tuve agresiones, amenazas.
Las consecuencias del trabajo de hablar de la vida de los demás tuvo su pico máximo de tensión cuando un día a la salida del canal, precisamente en la esquina, lo esperaron cuatro tipos y, sin pedirle permiso, lo golpearon con furia. “Yo también pegué, eh, no se la llevaron de arriba: pegué un par de manotazos”.
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Imagina su futuro en una playa de Uruguay, donde tiene un ranchito en el medio de un bosque, escribiendo. Ya tiene un libro publicado: Toda la verdad y nada más que la verdad, los expedientes V. En él cuenta las intimidades, los mitos y certezas de los mayores representantes de la fauna local televisiva: Marcelo Tinelli, Mirtha Legrand, Moria Casán, entre otros.
En cinco minutos empieza su programa. Usa una camisa floreada, jean y unas zapatillas John Foos desatadas. Todavía le resta cambiarse, maquillarse e informarse sobre los contenidos del día. Son muchas cosas por delante y poco tiempo para cumplirlas. Sin embargo, está tranquilo y sonríe.
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Tiene que ser una fecha muy especial. No puede ser cualquiera. El cumpleaños o el aniversario del fallecimiento son los días elegidos. Y cuando ese momento llega, se levanta diferente. Toma mate, solo, en la cocina de su casa antes de que se despierte su mujer. Cuando el termo se agota, saca a pasear a sus tres perros, un bóxer, una salchicha y una “peloduro”, mientras el barrio todavía duerme. Cuando vuelve se va al hermoso patio de La Ponderosa. Todavía es temprano, el sol brilla fuerte e ilumina el piso de cerámica gris. Y es ahí que decide acercarse a las grandes macetas que, ubicadas estratégicamente, embellecen el patio pintado de rosa. Da unos pasos hasta la canilla que está cerca de la parrilla y la abre. Les tira un poco de agua. Es el primer acercamiento. Luego se produce una mayor intimidad: se inclina sobre alguna de ellas, cierra los ojos y reza en silencio.
Cuando termina les habla a las plantas con suavidad y afecto. Desde la ventana de la casa, Estela Ventura ya estará levantada y observará a su marido. En esas macetas están las cenizas de su padre, de su suegra y de sus tres tías muertas. Todos ellos continúan cerca suyo.