En el prefacio del Tratado Teológico Político, Spinoza dice que “Si los hombres pudieran conducir todos sus asuntos según un criterio firme, o si la fortuna les fuera siempre favorable, nunca serían víctimas de la superstición”. ¿Qué pasa con la superstición? Sencillo: es hija del miedo. El miedo habita en las almas tristes y temerosas. A diferencia de la alegría que aumenta la capacidad de las personas de hacer cosas, el miedo y la superstición obturan la autonomía del sujeto. Su capacidad de darse a sí mismo sus normas. Su capacidad de tomar decisiones sin ninguna coacción externa. Su capacidad, en definitiva, de conducir su propia vida. Para escapar de ese estado de vulnerabilidad, de esa angustia anclada en el temor, los hombres comienzan a adorar objetos sin otro fundamento que el de aferrarse a “algo” que los “saque” del miedo.
En el instante en que los hombres comienzan a adorar objetos, quedan a merced del engaño. El engaño los coloca en una situación de dominación y si la dominación permanece en el tiempo se transforma en esclavitud. Si la esclavitud se naturaliza el hombre vive sin conducir su vida. Deja de hablar y es hablado por otro. Deja de pensar y se limita a recibir acríticamente mensajes y a repetirlos sin cuestionar. El hombre deja de ser sujeto y pasa a ser un objeto. El hombre delega la posibilidad de ser artífice de su destino en “otro”. Pero ¿Qué es el “otro”?
No hay un “otro. Hay muchos “otros”. El “otro” puede ser el Estado, aún cuando ese Estado respete la democracia sólo como procedimiento para elegir autoridades. El “otro” puede ser una dictadura que anule la subjetividad de las personas y los domine con la fuerza. Lo relevante es la sujeción. Ese “otro” convierte al sujeto en objeto, también se despliega a escalas menores con el mismo resultado. La sujeción existe en lo micro y en lo macro. En efecto, puede ocurrir en una pareja cuando al interior de ella yace una jerarquía derivada del éxito profesional, de la biografía de cada uno o por una cuestión estética. También en un trabajo, debido a las posiciones de mando, al prestigio social o las diferencias económicas. Pero nos interesa otra situación de dominación: la del “experto”. Entendemos por “experto” al especialista en alguna disciplina. Esa especialización lo vuelve singular y marca una jerarquía que lo distingue del que no es “experto”. En ese espacio entre el “experto” y el “no experto” se juega el grado de sujeción.
Hablamos de esa situación de dominación en la que la violencia del discurso del experto, anula la libertad del receptor. Ese saber lo coloca por encima del resto de las personas, ya que “sabe”. Esto es muy importante. El experto, precisamente porque es experto, se coloca por encima de los demás. Por ello, emite mensajes que quienes se ubican por debajo pueden escuchar pero no deben refutar, ya que no son expertos. La experticia sedimenta relaciones de poder que anulan la libertad política en términos reales, aunque desde el plano formal la reivindica y alimenta. Dicha tensión nos interesa. El ejemplo más sencillo es el que se da entre el sacerdote y el feligrés. El primero le revela al segundo el significado de las sagradas escrituras. Quizá ambos saben leer, pero el sacerdote posee una especialización que lo distingue.
El experto coloniza la subjetividad del otro y la anula. Obtura el camino de la crítica. Lo hace violentamente. Pero esa violencia no se percibe en la primera mirada, ya que está envuelta en el saber del experto. El experto disuelve cualquier visión diferente justamente porque “sabe”. Disuelve violentamente pero no lo parece, porque su decisión responde al conocimiento. Anula la libertad del que pensó diferente, pero no se nota porque el saber del experto aloja la vieja confianza positivista en que el conocimiento constituye una fuente inquebrantable de progreso. De este modo el “experto” no reconoce que anula la libertad del distinto. Dice lo contrario. Dice que señala el camino hacia una mayor libertad y bienestar porque “sabe”. Crea un régimen de verdad que desciende hacia los demás y los envuelve.
Hay ejemplos claros de esto. Pensemos en el delincuente que es apresado por la policía y le dice a su abogado que tiene una coartada que lo va a exculpar. No obstante, el abogado le dice que no lo diga. Que espere que él decida “el momento oportuno de hablar”. El delincuente acata y no discute porque el abogado “sabe”. Elije la prisión a la libertad tan sólo por un consejo del experto. Se banca el sufrimiento. O pensemos en los economistas. Consumen minutos y minutos elaborando discursos para explicar que es bueno para los asalariados ganar cada vez menos y tener que gastar cada vez más, porque en algún momento no identificado del futuro el mercado va a equilibrar las cosas. Y frente a la mirada incrédula de quien está soportando ese duro camino, esboza una mueca, alza las manos y le dice que sus razones son estrictamente racionales y que se apoyan en enunciados comprobados de la ciencia económica. Los economistas llaman a adorar “la racionalidad” de las decisiones ancladas en la “ciencia” económica, según la religión neoliberal. Se sirven del marketing político que premia la versión oficial neoliberal y reprenden públicamente las disidencias. Además, hay toda una serie de ceremonias que acompañan a las situaciones de dominación.
El fin de las ceremonias es que los hombres no hagan nada por iniciativa propia. Las ceremonias condensan el momento de adoración del mundo instituido que hay que reproducir y no cambiar. Existen algunos símbolos que constituyen la auténtica jaula de hierro de la subjetividad. En lo que tiene que ver con los “expertos”, esos símbolos están encarnados en determinadas personas que tienen el “saber” para explicar a los “demás” que es lo que realmente pasa. Las ceremonias dotan de legitimidad a los expertos, los vuelven “creíbles”. Es que el poder se expresa por imágenes combinadas con palabras. La imagen del caos y la racionalidad derivada de la palabra del profeta experto, ese que comprende las razones ocultas que explican los movimientos de la sociedad, traza los contornos del mundo y genera la devoción al profeta. La devoción crea jerarquía y obediencia. Es fuente de represión y violencia. Contradice la máxima spinoziana según la que cuanto menos libertad se concede a los hombres, más se aleja el régimen del estado más natural y, por lo tanto, con más violencia se va a gobernar; sobre todo, porque un hombre siempre elige qué pensar. Claro, para Spinoza es preciso que el poder esté en manos de toda la sociedad, de modo que cada cual se obedezca a si mismo. Los hombres deben estar sostenidos por leyes, pero no por el miedo a violarlas, sino por la esperanza en que esas leyes les van a suministrar un bienestar mayor. Las leyes no deberían constreñir, sino generar un lazo de pertenencia a una comunidad. Pero el mundo de los “expertos” apunta a lo contrario. Apunta a sujetar a un régimen de verdad que no se puede impugnar. Por eso el irreverente es el irracional.
Ese adjetivo oculta el fin real: imponer violentamente la opinión propia para conseguir obediencia de una manera violentamente radical, ya que el poder de decir algo en libertad estaba instituido en base a la chance de la respuesta. La asimetría de poder entre el “experto” y el “no experto” veda esa posibilidad y redefine como circula el poder; es decir, jerárquica y no horizontalmente. Ese es el paso del sujeto al objeto. El “experto” con su saber sella un edificio social sostenido por una serie de normas que no se pueden desafiar, porque desafiarlas equivale a “desafiar el mundo” y quien lo hace se “cae del mundo”. Es un irreverente. Acatar y soportar la normalidad del sufrimiento de ese estado de dominación es la consigna. Otra vez el ejemplo claro es la economía. Cualquier alternativa al neoliberalismo trae aparejada la amenaza de “caerse del mundo”.
¿Cuál es el problema? Pasa que el “irreverente” desafía la normalidad sedimentada gracias a las normas establecidas en base a la autoridad de los “expertos”. La irreverencia desnuda que el único fundamento de toda esa “ciencia” no son más que algunas premisas derivadas del pensamiento y los acuerdos de algunos hombres. El desafío genera grietas de las que derivan perspectivas y matices. También surgen nuevas luces que iluminan de otra forma y desde otros lugares los escenarios sociales. De golpe los “irracionales o irreverentes”, que tanto tiempo fueron bombardeados con esa receta única cuya alternativa era el caos, redescubren que aquella alternativa no era el caos, sino la riqueza de la pluralidad. En otras palabras: el desafío trae consigo la posibilidad de cambios profundos en la organización social.
Algo de eso pasó con el caso Muiña. Tres jueces de la Corte Suprema de Justicia de la Nación emitieron una sentencia anclada en la experticia y apoyada en las ceremonias de la propia corte para dictar decisiones. Esa sentencia no toleraba el disenso, porque emanó de la institución que es la última intérprete de la Constitución Nacional. No obstante, el desafío de la sociedad civil le asestó un golpe letal al régimen de verdad establecido por los expertos, a punto tal que debió reaccionar el parlamento y sancionar en tiempo record una ley para articular la moral social con el lenguaje institucional. Veamos.
El 3 de mayo de 2017 la Corte Suprema de Justicia de la Nación estableció que en los delitos de lesa humanidad los días que un procesado pasó en prisión preventiva se computaban dobles a la hora de cumplir la pena. En los hechos, el monto de la condena se licuaba. El fallo redefinió la forma de hacer justicia en el caso de los delitos de lesa humanidad cometidos durante el terrorismo de Estado de los años ’70 y ’80 del siglo XX. No vamos a desagregar el fallo. Tan sólo vamos a decir que la discusión se limitaba a establecer si los beneficios de esa ley, conocida como 2 X 1 se aplicaban a esos delitos. Para la mayoría de la corte si. Y la justificación de esa decisión la realizaron jueces “expertos” en la aplicación del derecho. Lo interpretaron de acuerdo al manual del positivismo jurídico que separa la moral de la ley y que define el derecho como una técnica para limitar el poder[1]. Además cumplieron a rajatabla toda la ceremonia previa a una sentencia: pasó mucho tiempo, nadie pudo conocer el debate interno del tribunal y misteriosamente la resolución se dio a conocer por los canales oficiales. Esa bruma que rodea a la corte, en general es fuente de autoridad. Pero esta vez algo falló. Un breve análisis de la impugnación de la sociedad civil, nos va a demostrar que el régimen de verdad de los jueces que parecía tan sólido no resistió el escrutinio ciudadano, casi en los mismos términos que lo señalaron –con otro fin- Marx & Engels en el “Manifiesto Comunista”: “todo lo sólido se desvanece en el aire”.
La sentencia no cayó del cielo. Se la puede leer como un eslabón de una cadena, ya que previamente la corte había decidido que las acciones de daños y perjuicios derivados de la dictadura prescribían y que los represores tenían derecho a la prisión domiciliaria. Para quienes integran formal e informalmente el sistema de toma de decisiones del Estado, la decisión de la corte era como mínimo esperable y como máximo esperada. Por lo tanto, no causó sorpresa que la primera reacción de quienes ocupan roles institucionales puede definirse como un apoyo prudente, inscripto en la cadena de sentencias señalada.
Claudio Avruj, Secretario de Derechos Humanos, señaló a Infobae que el fallo era “una buena señal de madurez cívica” y que “muestra el derecho a la igualdad para todos los argentinos ante la ley”[2]. No obstante la recepción de la sentencia no fue pareja. Los expertos se jugaron el todo por el todo al rasgo performativo del derecho. A su capacidad, en este caso, para generar obediencia. Por ejemplo Alejandro Carrió, especialista en derecho constitucional, de inmediato se pronunció y señaló que la sentencia reafirmaba el estado de derecho[3]. Quienes se sorprendieron fueron los ciudadanos que no son parte de aquel sistema de toma de decisiones. La sorpresa la exteriorizaron con las herramientas de estos tiempos. El boca a boca y las redes sociales. El fallo causó indignación. Intuitivamente los ciudadanos comenzaron a desplegar acciones que en su caótico conjunto respondían a un objetivo común: modificar las cosas. Y el poder instituido empezó a virar.
El 4 de mayo de 2017 el Ministro de Justicia Germán Garavano declaró que “un fallo del 2x1 en ningún escenario me parece bueno[4]” ¿Qué había pasado?
Que los funcionarios percibieron que la palabra los jueces expertos no tuvo la capacidad preformativa esperada. El descontento en la sociedad civil era palmario. Poco a poco una efervescencia popular atravesaba a toda la sociedad y se manifestaba a través de las redes sociales que convocaban a ganar las calles para exhibir el descontento. Se mezclaban reacciones de indignación moral con el fallo judicial y análisis de intelectuales que desmenuzaban la decisión y explicaban los porqués de la ira. Los diarios de mayor tirada revelan con nitidez que a partir del 6 de mayo la circulación del sentido social impactó en la coalición de gobierno, que definitivamente sustituyó el apoyo explícito o tácito al 2x1 y lo reemplazó por proyectos de ley cuyo objetivo era impedirlo para los delitos de lesa humanidad. Basta repasar La Nación[5], Clarín[6] y Pagina 12[7] para cotejar esa transformación del mensaje oficial anclado en la experticia de los jueces. El punto más alto de reacción social ocurrió el miércoles 10 de mayo de 2017, cuando una multitud inundó las plazas del país protestando contra la decisión judicial. Sin embargo esa protesta estuvo envuelta en matices que no permiten definirla como el ejercicio de la política negativa o de bloqueo que ejercer la sociedad civil en estos tiempos, ya que si bien contenía esa carga de negatividad tendiente a obturar la sentencia de la corte suprema, también traía consigo una propuesta propositiva. La manifestación buscaba que el parlamento a través de una ley cerrara todo camino para que nunca más se aplique el 2x1 a un delito de lesa humanidad. El congreso reaccionó y recogió los vientos del sentido social. El 11 de mayo el Poder Ejecutivo estaba en condiciones de promulgar la ley.
La sentencia de los “expertos” que habían interpretado la ley en sentido técnico; es decir, separada de la moral de acuerdo a la perspectiva de Hans Kelsen, había sido arrollada por la densidad del peso de esa moral colectiva cuyos valores fueron tomados por los legisladores y convertidos en ley. La “insolencia” de la sociedad civil escogió no tolerar con sufrimiento las consecuencias de la experticia, sino desafiar dicho saber y transformarlo. Esta vez la tensión entre la técnica de los “expertos” y el sentido social que deriva de la fábrica de subjetividad que habita en cada hombre se resolvió diferente. La acción insolente permitió a la sociedad civil recuperar el ejercicio de la acción social, que no es otra cosa que la posibilidad de participar en la construcción colectiva del mundo. Una de las causas de la pobreza de nuestra vida pública reside precisamente en ese acotamiento de la función ciudadana al acto de electoral, cuando la vida pública es algo mucho más rico. Pero no es el tema específico. Sigamos. Es obvio que la justicia calibró mal. Podríamos decir que los jueces leyeron por la mitad a Austin.
Austin[8] acuño una definición de los enunciados muy importante. Dijo que algunos no describen cosas verdaderas o falsas sino que son acciones. Las sentencias son acciones. Pero enfatizó que esa capacidad preformativa estaba atada algunas circunstancias. Básicamente, sostenía que esos enunciados se debían expresar en momentos y con intenciones específicas, además de estar acompañados de dichas acciones. Esto es, no alcanza con decir “somos todos iguales ante la ley” Es importante el momento en que eso se afirma, la intención que guía al enunciado y otras condiciones del ecosistema social. A juzgar por la recepción de la sentencia en la sociedad civil, esas dimensiones complementarias al carácter performativo del derecho no se tuvieron en cuenta.
Probablemente la crisis de legitimidad del sistema judicial fue el factor que no tuvieron en cuenta quienes apostaron a que la palabra de los expertos bastaba para conseguir la obediencia de la sociedad civil. En efecto, a pesar de la visión de muchos juristas, las sentencias judiciales tienen dos destinatarios. Por un lado los protagonistas directos del conflicto. Por el otro, el resto de la sociedad en la medida que esas decisiones expresan la distinción entre lo prohibido y lo permitido, entre lo justo y lo injusto. Los juicios son similares al voto individual, porque su resultado debería expresar las preferencias colectivas medias de la sociedad. En esa articulación se juega su legitimidad. Lo importante es que ambos tópicos son insumos decisivos para la acción social y por esa razón se alimentan recíprocamente con la moral media. El derecho afecta a la moral y la moral afecta al derecho, mal que le pese al positivismo rancio.
Aunque no podemos detenernos en esa crisis de la justicia, es probable que sea la variable que explique el comportamiento popular. Las marcas de la dictadura en la subjetividad ciudadana son muy profundas. El terror infundido desde el propio Estado dejó sus huellas para siempre y por una razón muy sencilla. Si el fin del Estado es garantizar la libertad, desde el momento en que una parte del Estado se vuelve delincuente clandestino, las consecuencias de esa transformación perduran en el tiempo. Y el ciudadano harto de la impunidad que habita la Argentina, intuye una vieja máxima que acompaña desde siempre a la humanidad y que enseña que todo lo que queda impune se repite de alguna manera. Por eso el saber de los “expertos” y las ceremonias de la corte no alcanzaron para que la decisión sea legítima; esto es, para que sea aceptada.
Nadie puede estar en desacuerdo con el principio de la igualdad ante la ley, pero la igualdad es entre iguales. Se puede comprender mejor este momento de ira popular a través de la filosofía política. Podríamos citar a los griegos, a los romanos o a cualquiera de los pensadores modernos. Desde Hobbes a Marx. Pero vamos a recurrir a John Locke. Entre muchas cosas relevantes, Locke sostuvo en el “Segundo Tratado Sobre el Gobierno Civil[9]” que en momentos de crisis se puede disolver el Estado, más no la sociedad. En esa clave hay que comprender que los ciudadanos conserven frente al Estado el derecho a rebelión. Precisamente como un mecanismo de defensa cuando los gobernantes no cumplen el contrato social. Esa tensión entre los fines de nuestro pacto social –la constitución- y las marcas que dejó el terrorismo de la dictadura militar, nos ayudan a comprender porque una sentencia válida desde el punto de vista jurídico melló, quizás para siempre, la relación entre la flamante corte suprema y la sociedad civil. La corte no advirtió o no quiso advertir que los derechos humanos equivalen a las leyes naturales que, según Locke, están inscriptas en el corazón de los hombres. Esas leyes vedan matar. El Estado mató. Y quien viole las leyes naturales viola el pacto social. Allí estriba el error de la corte.
Es que la razón de ser de la justicia yace en el pacto social originario. Todos consentimos renunciar a nuestro derecho a resolver los conflictos por mano propia, desde el momento que en que consentimos que ese monopolio del ejercicio de la fuerza permanezca en manos del Estado. El Estado se compromete a resolver esos conflictos de acuerdo a la ley y a generar los mecanismos mediante los que todos, ganadores y perdedores, aceptemos la solución del caso a la que arriba el Estado a través de la justicia. Desde hace tiempo cada vez que el Estado habla a través de los jueces genera ira en vez de paz. Probablemente porque la justicia habló para juristas y no para los ciudadanos, a quienes se debe. Y habló sin atender a principios que reposan en el corazón de los hombres: el que prohíbe matar estaba en juego.
En el punto 13 del capítulo XVII del Tratado Teológico Político dice Spinoza que “La razón y la experiencia enseñan con perfecta evidencia que la conservación del Estado depende de la fidelidad de los súbditos, de sus virtudes, de su perseverancia en la ejecución de las ordenes del poder; pero lo que no es fácil de determinar es por que medios, por qué conducta el gobierno puede mantener a sus súbditos la fidelidad y las virtudes” Y en el 17 dice “ Prevenir todos estos males, constituir el gobierno de modo que no quede plaza al fraude, establecer, en fin, un tal orden de cosas, que todos los ciudadanos, sea cualquiera su carácter, sacrifiquen sus intereses al bien público; esta es la obra, esta es la verdadera misión del poder” Y recordemos que para Spinoza el poder debía estar multiplicado. Cuantos más repartido mejor, por la sencilla razón que el número obliga a ponerse de acuerdo en la medida en que nadie puede imponer su perspectiva. Lo relevante es que la corte habló sin reparar en la intensidad de cuanto estaba en juego. La experticia, las ceremonias y la autoridad no borran las marcas en la subjetividad. Su trabajo es precisamente iba sentido contrario. La corte debía aplicar la ley en medio de ese dolor y eventualmente persuadirnos en alguna dirección. Lo que no puede hacer es imponer la moral personal de los jueces al dolor del demos. Deberían contribuir procesar el dolor, no a reavivarlo. El “Nunca Más” vive en cada argentino porque es una ley natural en el sentido lockeano. Penetró en la dermis de todos y se transmite de generación en generación. Sabiamente el pueblo se protege y de la mano de Locke, se reservó el derecho a rebelarse. Es cierto que algunos nos gustaría aún más rebeldía, pero es mágico el modo en que los argentinos que hemos naturalizado tanta injusticia, no naturalizamos el terror dictatorial.
[1] No podemos detenernos, pero estamos hablando de la perspectiva que sistematizo Han Kelsen en la “Teoría Pura del Derecho”, Eudeba 2015
[2] http://www.infobae.com/politica/2017/04/19/el-gobierno-respaldo-el-fallo-de-la-corte-que-avala-el-arresto-domiciliario-para-un-condenado-por-crimenes-de-lesa-humanidad/
[3] http://www.lanacion.com.ar/2020311-una-sentencia-que-reafirma-la-vigencia-del-estado-de-derecho
[4] https://www.clarin.com/politica/german-garavano-fallo-2x1-escenario-parece-bueno_0_HyPoaYO1b.html
[5] http://www.lanacion.com.ar/2021322-sergio-massa-anuncio-que-apelara-ante-la-cidh-el-fallo-de-la-corte-del-2x1
[6] https://www.clarin.com/politica/claudio-avruj-2x1-error-mezclar-decision-corte-politica-gobierno_0_ry5glhh1-.html
[7] https://www.pagina12.com.ar/36573-por-un-millon-de-votos
[8] J.L. Austin. How to do Things With Words. The William James Lectures delivered at Harvard University in 1955. Oxford: Oxford University Press, 1962.
[9] Alianza 2004