Fotos: Télam
Con actitud serena, Wado de Pedro se paró frente a un atril para anunciar que a partir de ese momento todos podían consultar el resultado de las elecciones a través de la aplicación del Ministerio del Interior. Habló de un sistema electoral mejorado, de transparencia y trazabilidad de telegramas, de avances tecnológicos. Hubo un contraste marcado con el clima de alegría que una hora antes dominaba el búnker platense del Frente de Todos. No dio resultados, Pasaron dos minutos y se fue. En un gesto involuntario salió tapándose la cara con las hojas donde llevaba sus notas. Unos minutos después, todas las pantallas del país mostraban el triunfo inesperado de Juntos por el Cambio en las elecciones primarias. Las placas tectónicas de la política nacional se habían movido.
Los porcentajes muestran que a nivel nacional la principal alianza opositora ganó las PASO para diputados nacionales con holgura. Obtuvo el 41,6% de los votos y desplazó al segundo lugar al Frente de Todos, con un 31,8%. Los porcentajes no permiten ver que en términos de caudal de votos Juntos por el Cambio aumentó 822 mil sufragios con respecto a las PASO del 2019 y unos 456 mil en relación a las legislativas del 2017. Nada mal para una fuerza que hizo el segundo peor gobierno desde el retorno de la democracia. Esto significa que a pesar de todo, Juntos por el Cambio tiene un electorado fiel que le permitió mantener el caudal de votos y ubicarse cerca de su techo histórico (en la primera vuelta del 2015 sacó 8,6 millones de votos). Pero también es cierto que no estamos frente a un escenario en el que el electorado se volcó de manera masiva al proyecto opositor, que ganó gracias a los votos propios.
Por el otro lado, la cifra que se esconde detrás del 31,8% del Frente de Todos es el dato más impactante: de las PASO legislativas del 2019 a las PASO legislativas 2021, la coalición oficialista perdió 4,2 millones de votos. Una debacle electoral pocas veces vista. ¿Adónde migraron esos votos? Y más importante aún: ¿por qué se fueron del oficialismo?
En principio, uno de los datos sobresalientes de las primarias es la baja participación. Desde que se implementaron en 2011 el promedio histórico de las PASO ronda el 75%. Pero el domingo pasado apenas el 66,2% de los habilitados acudió a las urnas. En números concretos equivale a 2,6 millones de votantes menos que en 2019. Si tenemos en cuenta que Juntos por el Cambio no perdió votos, y que incluso los aumentó con respecto a las elecciones pasadas, es evidente que el más perjudicado por ese ausentismo fue el Frente de Todos. No se puede decir lo mismo del voto en blanco, que se mantuvo estable con respecto al 2019 y cercano al 6,4%. El resto de los votos que perdió el Frente de Todos tuvo destinos diversos. Una parte se movió hacia Juntos por el Cambio –probablemente a la lista de Facundo Manes como estrategia contra el PRO– y hacia expresiones políticas provinciales; pero sobre todo, en distritos importantes, se filtraron hacia la izquierda y la derecha radical.
Eso explica por qué a Milei le fue tan bien en el sur de la Ciudad de Buenos Aires, dónde sacó aproximadamente el 15% de los votos. Algunos analistas dicen que Milei es un “fenómeno multiclasista” y al parecer la comuna 8 de la Ciudad de Buenos Aires se volvió anarco capitalista de la noche a la mañana. Pero conviene considerar esto con mayor detenimiento. La batalla cultural de los libertarios, que se da sin tregua en redes sociales y medios masivos de comunicación –Milei es, por lejos, el economista con más minutos de TV–, tuvo un aliado fundamental: la crisis económica y sanitaria que sumió en la pobreza a amplios sectores de la sociedad.
Los barrios de las comunas más pobres de la capital no se volvieron fanáticos de Hayek y Friedman de un momento a otro, tampoco explican los problemas de la democracia a partir del teorema de Arrow. La están pasando mal, haciendo esfuerzos por ingresar a un sistema económico en crisis que los expulsa constantemente, atrapados en un clima de frustración y desorientación que favorece al discurso anti-político típico del populismo de derecha a lo Bolsonaro o Trump. Más que el deseo de reducir el déficit y romper el Banco Central, en esos barrios que históricamente votan al peronismo hay un profundo malestar que genera el movimiento del voto hacia otras opciones por fuera del “mainstream” de la oferta electoral.
A pesar de haber tenido menor repercusión en los medios, el FITU también hizo una elección histórica. Con un gran desempeño en CABA, Buenos Aires, Salta y Jujuy –dónde sacó el 23,3% de los votos–, se posicionó como tercera fuerza a nivel nacional. Un dato importante es que en la provincia de Buenos Aires tuvo su mejor desempeño en la tercera sección electoral, ¿no es sorprendente? Justo al otro lado de la General Paz están los distritos en los que Milei obtuvo su mayor caudal de votos. Parece que las dos orillas de la avenida tienen en común el objetivo político de abolir el Estado: unos en nombre de la revolución permanente y la emancipación colectiva, otros en nombre de la libertad individual y la iniciativa privada.
Es posible ensayar otra hipótesis, más adecuada quizás. La complejidad de la coyuntura actual, signada por la crisis sanitaria y económica, se caracteriza por la combinación de dos temporalidades políticas: la persistencia de la polarización que fue creciendo desde el 2008, luego del conflicto por la resolución 125 en pleno auge del precio de los commodities y una economía en crecimiento, con una tendencia a la atomización electoral del tipo 2001 como expresión del descontento general ante una crisis que no parece tener salida. Por eso estamos frente a un resultado poco frecuente, en el que una de las alianzas mayoritarias que participan de esa polarización pudo mantener su caudal de votos; al tiempo que el otro extremo de la grieta se desmoronaba desmoronó para alimentar a expresiones políticas de menor o nulo peso histórico que aumentaron su performance.
Por lo tanto, ese voto castigo también es complejo y no puede leerse solo como una respuesta a los errores y omisiones del oficialismo, tiene otro sentido más hondo que es preciso tener en cuenta. El electorado está buscando respuestas a una crisis que lleva más de 10 años, un atisbo de certeza de cómo salir de la situación actual hacia una vida mejor. Allí donde no encuentra un discurso coherente con la situación de necesidad que atraviesa, donde no encuentra un plan y una promesa de salida, no vota y castiga. Allí donde ve una respuesta concreta, una forma de reparación que no considera “más de lo mismo”, aunque solo consista en la fantasía de la parábola del viñedo (“los primeros serán últimos y los últimos serán primeros”) que promete trastocar la jerarquía con “la casta política” o “los ricos”, allí deposita el voto.
Las “amplias mayorías” siempre tienen ideología, pero no se pueden pensar como un conjunto de ideas inmutables al que se apegan de manera acrítica para llevar adelante sus vidas. Más bien son interpeladas de manera diversa por los fragmentos de discurso ideológico las formaciones ideológicas y los fragmentos de discursos que emergen y circulan en esta coyuntura compleja, contradictoria, de múltiples temporalidades.
Desde que el ignoto mercado mojado de Wuhan apareció en nuestras vidas, la pandemia del COVID-19 se transformó en la gran crisis que arrasó con las sociedades. Tuvo consecuencias sanitarias y económicas, pero también políticas: erosionó la confianza en los oficialismos, que perdieron en casi todas las elecciones en el último año y medio. En nuestro caso, el mantra “una vacuna, un voto” chocó de frente con el resultado electoral de las PASO. La campaña de vacunación está dando resultados: casi el 64% de los argentinos recibió al menos una dosis –al mismo nivel que los Estados Unidos– y los casos descendieron al nivel de mayo del 2020. Pero luego del pinchazo, la inflación, la pobreza y la crisis laboral van a seguir ahí. Y eso es lo más relevante: la situación de doble crisis sanitaria y económica generó en la población una sensación de incertidumbre y frustración que es difícil de tramitar si no se perciben mejoras materiales.
Como respuesta a esta sensación desesperante, el resultado de las PASO nos dice también -como al pasar- algo importante: la sociedad argentina nunca se acostumbró a esa incertidumbre neoliberal que proponía Esteban Bullrich. Es más, la sociedad Argentina está cansada de vivir en esa incertidumbre, la aborrece. Lo que queda en claro luego de las elecciones es que el deseo es más bien el contrario, poder sentir un poco estabilidad de una buena vez por todas.
Tras la derrota, el conflicto siempre latente en el Frente de Todos se transformó en una crisis política de dimensiones inusitadas. El gabinete que parieron las PASO constituye una tregua en la interna oficialista. Ahora deberá afrontar una serie de problemas que hasta el momento se habían dejado en suspenso. El primero es ordenar el frente interno. El dilema de los conflictos entre las diferentes facciones del oficialismo es también el dilema de la macroeconomía, y se sintetiza en el intento de atravesar una delgada cornisa sin profundizar la crisis y haciendo convivir los diversos intereses. Cada una de las facciones tiene una lectura certera y busca darle solución a problemas estructurales de la economía argentina: la obsesión exportadora de Kulfas es una respuesta a la restricción externa; la rigurosidad fiscal de Guzmán es necesaria para llegar a un acuerdo sustentable con el FMI; el ideal mercado-internista y redistributivo del kirchnerismo apunta a mejorar los salarios y las deterioradas condiciones de vida; la economía social y solidaria de los movimientos sociales tiene el objetivo de ampliar las posibilidades de los trabajadores ante una estructura económica excluyente. En medio de esta especie de tragedia griega, en la que todas las posiciones son de alguna manera legítimas, al gobierno no le queda otra opción que encarar aquello para lo que fue votado en primer lugar y que hoy constituye su mayor deuda: dar solución a la crisis económica.
El otro problema es el externo, donde se encuentra con una oposición fortalecida. Horacio Rodríguez Larreta fue el gran ganador de las PASO. Su estrategia de enroque de candidatos entre CABA y provincia de Buenos Aires le dio resultados y lo posicionó como el principal heredero del liderazgo en Juntos por el Cambio. También obtuvo un triunfo importante en Entre Ríos, donde apoyó a la lista de Rogelio Frigerio. Mauricio Macri, el otro esgrimista en esta contienda, quedó desdibujado al no poder imponer sus candidatos para la ciudad y la provincia –Patricia Bullrich y Jorge Macri–; pero también porque cada uno de los candidatos a los que apoyó terminaron perdiendo en las internas: Negri y Santos en Córdoba, Angelini y Granata en Santa Fe, Cano y Elías de Pérez en Tucumán.
Patricia Bullrich es otra de las fortalecidas, a pesar de no haber participado de manera directa. Fue una de las figuras que más recorrió el interior y a quién le reconocen la estrategia en las provincias donde se eligen senadores. Juntos por el Cambio venció en 6 de esas 8 provincias y puso en jaque el quórum del oficialismo en la cámara alta. En Córdoba le ganó una pulseada directa a Macri, apoyando a la lista ganadora de Luis Juez y De Loredo. También será importante de ahora en más la figura de Facundo Manes. En la provincia de Buenos Aires fue esencial para la victoria, aportando el 40% de los votos de la alianza con 1,2 millones de votos. La UCR también puede arrogarse los triunfos en Mendoza, Corrientes, Córdoba, La Pampa, Santa Cruz, Chaco y Santa Fe.
El tercer desafío del nuevo gabinete es recuperar la agenda política, algo que el Frente de Todos perdió hace tiempo. Si hay algo que le podemos agradecer a los resultados del último domingo es que sacudieron al oficialismo y lo obligaron a salir de la modorra. Para volver a tener credibilidad, va a tener que seguir dando un debate frontal respecto al modelo de país que pretende llevar adelante, abandonando el discurso del consensualismo ingenuo. La crisis política que acaba de pasar, que dejó expuesta las diferencias internas y casi destruye la unidad del Frente de Todos, es también una oportunidad para interpelar a los opositores y obligarlos a entrar en un debate sobre el proyecto de país que representan.
Ante la magnitud de la crisis, poder visualizar un horizonte de salida es determinante. El fin de la crisis pandémica se hizo visible para el votante promedio con la campaña de vacunación y el paulatino descenso de los casos. Pero el cuidado sanitario del Estado fue percibido como lo que “todo gobierno está obligado a hacer”. Por más que haya demandado esfuerzos fiscales y de gestión enormes, es difícil para el ciudadano premiar por lo que da por sentado. Mientras tanto, la crisis económica estuvo siempre ahí, profundizándose, cada vez más asfixiante.
Lo que se percibe hoy es que la salida de la crisis sanitaria está a la vuelta de la esquina, pero después de ese giro todavía vamos a estar en el laberinto de inflación indomable, salarios retrasados y pérdida del poder adquisitivo en el que estamos perdidos hace ya varios años.