Octubre de 2016. Polonia. La respuesta desde el movimiento feminista a la amenaza de la prohibición total del aborto fue una huelga de mujeres con más de 143 protestas y 140.000 personas movilizadas. Una autora sueca que escribió sobre el hecho se preguntaba: ¿Pueden las mujeres ser “el pueblo”?
Enero de 2017. Estados Unidos. Al día siguiente de la asunción de Donald Trump a la presidencia del país se realizó la Marcha Mundial de Mujeres. Jim Rankin y Ellen Brait, reporteros del Toronto Star, titularon la nota sobre la movilización: She the People. Aludieron a la demostración de fuerza y unidad de millones de pares.
Ambas referencias describen una fuerza política impensada con la que se cruzaron los presidentes de esos países. No sólo ellos.
Argentina, año 2018. Desde hace tiempo y con más potencia desde el tratamiento de la legalización del aborto, la lucha y movilización de mujeres, lesbianas, cuerpos gestantes y aliados diversos excedió cualquier expectativa, hasta la de aquellos que dieron el visto bueno para la ampliación de derechos.
Hoy se menciona a las mujeres como pueblo, captando en una forma similar y con matices una nueva identidad política. Esta identidad política tiene un nombre: el pueblo feminista, que es producto y a su vez multiplica un cambio cultural imparable. Es un pueblo del cual hago referencia en nuestras publicaciones desde 2010.
Desde entonces sostengo que se enfrentaban dos proyectos antagónicos, uno como campo de lucha y de posibilidades democráticas –a la ofensiva–; y el otro, resistente a la consolidación de nuevos derechos, a la contraofensiva (Di Marco, 2011). Este escenario se ha intensificado en 2018 durante el tratamiento de la legalización del aborto en el Congreso Nacional.
En la Argentina, el momento de la dislocación, el antagonismo y la redefinición de nuevas articulaciones políticas emergidas a partir de la crisis de 2001 fueron la condición de posibilidad de la emergencia de una identidad política, el pueblo feminista. Esta excede a la categoría mujeres pero sus movimientos constituyen un punto nodal.
Esa identidad política es producto de la articulación de diversas luchas para la ampliación de derechos y para la consolidación de una democracia pluralista. Explotó antes y durante el debate por la legalización del aborto que llevó a la salida de multitudes a las calles, a realizar debates y discusiones en los lugares de trabajo, de estudio, en las casas, en los medios de comunicación.
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En los últimos quince años las prácticas feministas se expandieron horizontalmente a otros actorxs, movimientos y espacios de la sociedad. El movimiento no tiene jefas ni dueñas, no sigue una concepción canónica feminista ni del gender maisntreaming de los organismos internacionales. Al contrario, tiene autonomía y capacidad política para elegir sus luchas, los momentos y estrategias para llevarlas adelante. Desde una multiplicidad de orígenes, generaciones, sexualidades, localizaciones, geografías locales y globales, la articulación contingente de demandas e identidades antipatriarcales y anticapitalistas se ha ido gestando en forma horizontal, con creatividad, rebeldía y osadía. Así hasta hoy: en las calles y en las asambleas los cuerpos y las voces se entrelazan y relacionan en forma intensa. Enuncian. Confrontan. Negocian. Construyen. Deciden en pie de igualdad.
Este es el resultado de un proceso de aprendizaje realizado en los 36 años de Encuentros Nacionales de Mujeres (ENM) en Argentina, en el Ni Una Menos y en las acciones colectivas de alcance planetario. Con el correr de los años, mientras la participación de las mujeres en los ENM se hacía cada vez más masiva, se profundizaban a la par las estrategias de la Iglesia católica para boicotear el reclamo por la legalización del aborto. Por eso, en esta lucha el pueblo feminista antagoniza con el integrismo católico y sus aliados conservadores -como las iglesias evangélicas-, en contra de las influencias eclesiales en la vida social, política y cultural del país, con demandas de profundización del laicismo y de más democracia.
En los últimos meses se presentaron tres proyectos de ley para lograr la separación de la iglesia del Estado. Esta cuestión, que no es nueva, se hizo masiva este año y se tradujo en la apostasía colectiva realizada en todo el país.
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Las mujeres como categoría social estamos al margen, somos lo Otro de este sistema, y por siglos fuimos desprovistas de autoridad y derechos. La categoría mujer y ahora también la de cuerpos gestantes, no son el opuesto binario de la categoría varón, ni su complemento. Tampoco existe uniformidad hacia adentro de las categorías de géneros y sexualidades. Tal como han sido construidas durante siglos por el patriarcado, son lo heterogéneo. Ahí reside tanto la subordinación como la resistencia.
En palabras de Ernesto Laclau, “todo lo que sabemos es que van a ser los que están fuera del sistema, los marginales –los que hemos denominado lo heterogéneo–, los decisivos en el establecimiento de una frontera antagónica”.
Esta identidad heterogénea construyó discursivamente al adversario –que en nuestro análisis está conformado por las fuerzas portadoras de valores tradicionales y patriarcales–. También hizo que apareciera como una identidad política, un pueblo, en la pugna por la legalización del aborto, para que las mujeres y cuerpos gestantes pudieran ejercer la capacidad de decidir sobre sus propios cuerpos. Y que esta pugna condensara, además, la lucha por el laicismo, la pluralidad y la ciudadanía.
La denominación de pueblo feminista pone el eje en la articulación contrahegemónica e incluye a los feminismos con cualquiera de los adjetivos que se les coloquen: históricos, de clase media, populares, de clase trabajadora, indígenas, afros, LGBTTIQ, de jóvenes, de adultas, de varones. Es necesario recurrir a la teoría de la interseccionalidad para visibilizar la complejidad de las identidades, ya sean de géneros y sexualidades, clase, etnias, rurales o urbanas. Esas identidades no son esenciales, dadas y fijas; al contrario, están en permanente mutación y conflicto. Estas identidades existen, pero ya no delimitan compartimentos en los feminismos.
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Con la emergencia del colectivo Ni Una Menos (NUM), en 2015, comenzó a gestarse un nuevo momento articulatorio. Fue a partir de la iniciativa de un grupo de periodistas, escritoras e investigadoras que se reunían para reflexionar sobre los feminismos y el campo cultural, mediante un ciclo de lecturas en la Biblioteca Nacional. Sus estrategias están dirigidas primordial pero no exclusivamente a desnaturalizar, denunciar y responsabilizar al Estado y a la sociedad por la violencia contra las mujeres, tienen alcance nacional y son parte de estrategias globales de los feminismos. Desencadenó un proceso inédito de visibilización de las demandas que se derramó a muchos sectores sociales y amplió las posibilidades del reclamo por el derecho al aborto.
Es necesario retomar la radicalidad de la teoría del discurso para entender que no se trata de cualquier agregación de demandas la que constituye un pueblo. Por eso, en este caso, la articulación es fundamental si se desea ir en contra de la hegemonía patriarcal. ¿Qué reflexión surge al analizar el Ni Una Menos desde esta teoría?
Cuando emergió la demanda del NUM, era un significante flotante. Esto es, se encontraba sometida a la presión de proyectos hegemónicos en pugna (Laclau, 2005:165). Para simplificar: por un lado, el patriarcal y por el otro, el antipatriarcal, en un permanente desplazamiento de fronteras discursivas. En este sentido no sabíamos si esos reclamos podían ser contra hegemónicos, como sí lo es la demanda por la legalización del aborto, como se observó con las presentaciones en el Congreso de los grupos antiderechos. Al reconocer a la demanda del NUM como un significante flotante consideramos que podía ser contrahegemónica, si se convertía en demanda antipatriarcal.
Los reclamos en contra de las múltiples formas de violencia hacia las mujeres pueden ser satisfechos con leyes, planes, programas de asistencia, refugios, centros, sin cuestionar ningún aspecto central del orden patriarcal. Una de las integrantes del colectivo, Florencia Alcaraz, manifestó en una entrevista que el NUM se derrama por todas partes. Podía derramarse por diferentes canales, más o menos feministas o más o menos patriarcales. Observábamos. por un lado, espanto ante la brutalidad de los femicidios, denuncias contra los violentos, exigencia de políticas. Y también observábamos, por otro lado, desconexión con el sistema patriarcal y falta decríticas a la iglesia católica, ignorancia acerca de la violencia contra lesbianas y trans, rechazo hacia la legalización del aborto, indiferencia ante los tratos crueles y el riesgo que sufren muchas mujeres que deciden abortar y no tienen recursos para hacerlo de forma segura.
Sin embargo, en apenas 3 años, con mucha actividad de base y discusiones cada vez más ampliadas, se construyó en discurso feminista. Desde diferentes generaciones y sexualidades se demanda por los derechos sexuales, por los derechos humanos cada vez más amenazados y en contra del deterioro de la situación económica, de los cierres de fábricas, de los despidos. El protagonismo de adolescentes y jóvenes que abrazan la lucha por la legalización del aborto pone en evidencia otros discursos y prácticas que se estaban gestando en muchos espacios.
En 2018, el pañuelazo del 19 de febrero, la gigantesca marcha del 8 de marzo y las movilizaciones que reclamaban que el aborto fuera ley tiñeron de color verde a la mayor parte del país. Estas entradas al espacio público marcan el momento de la aparición, en términos de Arendt. Se reconocen en un “nosotras” y se autoidentifican con el pañuelo verde que viene ondeando desde el ENM de Rosario del 2003, cuando muchas de ellas recién habían nacido.
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En estos vertiginosos últimos años, lxs adolescentes y jóvenes se hicieron visibles. Demandan el derecho a decidir sobre sus sexualidades, emociones, a vivir sin violencia, a comenzar y continuar su vida sexual con disfrute, con educación sexual, con acceso a anticonceptivos y aborto legal si lo requieren. Demandan decidir si desean ser madres, cómo y cuándo.
Esto se engloba en la noción de ciudadanía sexual que cobija la demanda en torno al control del propio cuerpo, la definición sexual, la legitimidad de la agencia y del placer y a vivir una vida sin violencia. Cuestiona el desbalance de derechos que existe entre los géneros/sexualidades, normados por los patrones patriarcales y heterosexuales. Esta concepción se basa en la perspectiva del reconocimiento de la sexualidad sin vincularla necesaria y únicamente a la reproducción, esto es, a ninguna visión esencialista de alguna finalidad de la misma.
Lxs adolescentes y jóvenes que tienen proyectos de vida a desarrollar, que pueblan las manifestaciones en las calles, que hacen talleres en los colegios y barrios para compartir estrategias de cuidado individual y colectivo para hablar del uso de anticonceptivos, reclaman ser tratadas como sujetas de derecho, ciudadanas plenas. Rechazan humillaciones de parte de las instituciones y sus funcionarxs, que son lxs que deben garantizarlos. Saben que esto las afecta a todas, pero más a las que poseen menos recursos y viven en territorios marginales.
En la misma denominación Ni Una Menos se encuentran las huellas y las condiciones para articular con el pueblo feminista las demandas que al principio fueron vinculadas a la violencia contra las mujeres. Las no contadas cuentan a las que faltan, exigen justicia y ser integradas plenamente a la cuenta de la democracia. Esto es, la plebs, las subalternas, demandan ser pueblo.
En octubre iremos nuevamente a otro ENM. Lo que se trabajó durante tantos años como estrategias para la legalización, se plasmó en estos meses en la presentación del proyecto de ley de la Campaña por el Derecho al Aborto y la media sanción en Diputados, más allá de una derrota transitoria en el conservador Senado de la Nación. Este nuevo ENM nos encuentra fortalecidas y preparadas para celebrar y compartir lo que logramos y para continuar la lucha.