Agosto de 2013. Jorge Lanata sube al estrado a buscar su Martín Fierro y sentencia:
"Hace más de 20 años que vengo a los Martín Fierro y nunca vi tanta división en el público. Hay como una división irreconciliable en la Argentina: lo que yo llamo la grieta y creo que es lo peor que nos pasa. Y eso va a trascender a los gobiernos. Vendrán Florencia, Máximo y la grieta va a seguir. Es cultural en sentido extenso, tiene que ver con cómo vemos el mundo. Ha separado amigos, hermanos, parejas, compañeros de laburo. Antes había más gente que yo saludaba acá y ahora no me saludan. Está esta historia que quien está en contra es un traidor a la patria; se tiene que poder estar en contra sin serlo. La última vez que pasó fue en los años 50 y esa grieta duró 50 años. Creo que todos somos la patria, nadie tiene el copyright de la patria, la Argentina no es de ningún partido. Ojalá que algún día podamos superar esta grieta porque dos medias Argentinas no suman una Argentina entera".
Desde ese entonces, la grieta se volvió un concepto cotidiano de la política, el periodismo, la academia y el análisis político. Como todo concepto no es puramente descriptivo de una situación: también performa. No dice "cómo" es la política o la sociedad: también la constituye y la condiciona. Desde entonces fue difícil volver a pensar y hacer política de otra manera que no fuera bajo esta concepción.
La grieta se usó para muchas cosas mucho tiempo. Para decir que es inevitable y que hay que superarla; para decir que es responsabilidad de uno y de todos al mismo tiempo; para que sea la responsable de los problemas sociales, estructurales y económicos. Así, vaciada deliberadamente de contenido, la grieta sirvió para explicar demasiadas cosas. Se estiró el concepto: cualquier debate, discusión, posición ideológica era un problema porque formaba parte de "una grieta".
La idea de grieta supone que hay dos sectores que no pueden dialogar entre sí porque no hablan el mismo idioma. No comparten los mismos objetivos. No creen en las mismas herramientas para conseguirlos. Y no están de acuerdo en los métodos para resolver los conflictos que de allí emanan.
¿Ocurrió eso en la Argentina? Difícil saberlo. ¿Está ocurriendo ahora? Nos gustaría ensayar una respuesta. Para hacerlo, realizamos una investigación de opinión pública a través del panel online de Ágora Consultores. Quisimos averiguar el nivel de acuerdo en torno a una serie de afirmaciones, a través de un cuestionario que indagó sobre tres cuestiones básicas: qué estado, qué sociedad y qué gobierno queremos las argentinas y los argentinos. Los resultados aquí expuestos buscan reflejar las preferencias generales de la ciudadanía, así como señalar las principales diferencias entre, lo que consideramos, son los dos polos que articulan el escenario político y electoral argentino.
Sostenemos que esa grieta que aparece como el problema a solucionar, como una cuestión cultural o una demanda de los ciudadanos, merece un análisis más profundo. Para ver si no le estamos diciendo grieta a un fenómeno más simple, más natural y extendido a casi todas las democracias occidentales: la polarización política.
¿Por qué polarización política y no grieta? Porque entendemos que la sociedad argentina está de acuerdo, por un lado, en una serie de objetivos generales; y muy en desacuerdo, por el otro, en cómo llegar a esos objetivos. Esto que parece tan poco nos obliga a intentar comprender el fenómeno abandonando la simplificación que otorga la idea de grieta.
Qué tiene que hacer el Estado y cómo debe hacerlo.
La gran mayoría de los argentinos y las argentinas, independientemente de su voto, acuerdan en tres principios básicos acerca del rol del Estado. Este debe garantizar la educación pública, la salud pública y la seguridad de los ciudadanos y las ciudadanas. En un cuarto lugar aparece la administración de justicia como un objetivo compartido por los dos polos, aunque en menor medida.
Si hay acuerdos generales en los objetivos del Estado, es en la forma de conseguirlos donde se producen las disidencias. Allí puede comenzar a delinearse el perfil ideológico, social y político de los dos polos. El polo azul, votante de la fórmula Fernández-Fernández en las últimas elecciones, cree en la intervención del Estado en la economía, la administración de empresas de servicios públicos, el control de las empresas privadas y el subsidio a las tarifas de servicios públicos. Mientras que el polo amarillo, representando en los votantes de la fórmula Macri-Pichetto, descree de dichas herramientas. Por el contrario, considera que el Estado debe cumplir una función muy relevante, por ejemplo, en el control a los sindicatos. Es en este punto donde los dos polos se encuentran más alejados entre sí.
Como señalamos, se trata de una discusión sobre “los cómos”. Un polo con mayor adhesión a las políticas de intervención estatal y otro con menos: lejos de ser una grieta filosófica, cultural o insalvable, no parece representar nada muy distinto a lo que sucede en la gran mayoría de las democracias occidentales. La traducción argentina de los clivajes izquierda-derecha, liberales-conservadores o demócratas-republicanos atravesados por la variable siempre compleja del peronismo.
Un trabajo de hace pocos días publicado por Pew Research Center demuestra que en Estados Unidos, por ejemplo, ni siquiera existe un acuerdo transversal a los dos polos que ordenan la oferta política acerca de cuáles son las principales problemáticas que enfrenta el país. Mientras que el votante republicano tiene entre sus preocupaciones centrales la inmigración ilegal y la adicción a las drogas, para los demócratas el seguro de salud y el cambio climático aparecen como los principales desafíos del país. Al contrario de lo que pasa en Argentina, lo más parecido a un acuerdo transversal es sobre un “cómo”: ambos polos comparten en los mismos términos la preocupación por el déficit del presupuesto general.
El proceso de incipiente formación de dos polos bien diferenciados en la Argentina no significa necesariamente la configuración de dos identidades que permanezcan o vayan a permanecer inmutables en el tiempo. Es una tentación y una comodidad para el analista político que así suceda. Pero, en todo caso, representa más una ventana de oportunidad para los espacios políticos capaces de articular política y electoralmente una oferta que, sostenida en uno de esos polos, atraiga para sí una mayoría en permanente construcción y tensión.
Para el análisis político la configuración de este escenario también representa una oportunidad. La de adoptar un concepto menos rimbombante y marketinero que el de grieta pero que, a los efectos descriptivos, funciona mejor: el de la polarización. Que no significa una ruptura insalvable entre dos posturas sino el acuerdo macro sobre un horizonte y la disputa, por métodos democráticos, para decidir las mejores herramientas que permitan conseguir esos objetivos.
Los valores de cada polo
Los polos de la disputa política, aunque no representen una grieta insalvable, existen. Y expresan, cada uno, a una parte de la sociedad que puede agruparse de acuerdo a creencias, intereses e ideologías: formas de ver el mundo y comprenderlo. Parte de la tarea del análisis político consiste en describirlos, entender cómo funcionan e interactúan.
Para ponerle un “marco teórico” sencillo: las fuerzas políticas producen discursos (entendidos como algo más que la simple oralidad). Esos discursos intentan disputar y ganar para sí una serie de valores que se vivan como “de sentido común”, fuera de la “la política”. Valores que aparecen casi como vacíos y que las fuerzas políticas intentan apropiarse para darles un significado particular, pero sin hacerles perder su carácter de convocatoria general.
Veamos entonces algunos de esos valores en disputa y su relación con los dos polos que describimos.
Podríamos decir que las tres grandes ideas ordenadoras que flotan “vacías” por la escala de valoración de la sociedad argentina son la justicia, la igualdad y la seguridad. Antes que ver el promedio de cada polo, resulta más interesante observar el comportamiento de los ambos respecto a cada idea.
El valor de la igualdad, aun cuando en promedio es el segundo más ponderado por el promedio de la sociedad argentina, a la vez provoca el mayor índice de polarización. En otras palabras, es el valor que produce mayor distancia entre el polo amarillo y el azul. La igualdad está entre los valores mejor evaluados por el promedio de la sociedad argentina (un poco más del 60% lo desea); pero, a la vez, es un concepto apropiado mayoritariamente por uno de los dos polos, el de votantes de la fórmula Fernández-Fernández.
Como situación espejo funciona la idea de orden. Incluso cuando su valoración promedio es más baja, produce un distanciamiento entre los polos similar al que recibe la igualdad pero en sentido inverso: es más pretendido por el polo amarillo que por el azul.
La idea de seguridad, aunque es levemente más preferida por los votantes de la fórmula Macri-Pichetto, es la que genera mayores consensos. El promedio y sus dos polos se encuentran cercanos. Podría aventurarse una hipótesis en torno a esta cuestión: seguridad dejó de ser un valor que se refiere específicamente a la cuestión del delito y comenzó a abarcar también a otro tipo de seguridades, como el empleo o el nivel de ingresos. Así, el polo azul logró con éxito disputar el sentido de este valor. La cuestión del delito y su resolución policial pudo haberse trasladado, en esta hipótesis, al valor del orden.
El resto de la distribución de los valores también coincide con el planteo general del establecimiento de dos polos diferenciados en los valores que disputan: justicia, igualdad, unidad y solidaridad en el de los votantes de Fernández-Fernández; seguridad, orden y menos agresividad en el de Macri-Pichetto.
La tarea del gobierno según los polos
Esa misma adhesión a distintos tipos de valores se traslada luego a lo que cada polo exige como mandato de gobierno. La estabilización de la economía aparece como el mandato principal en promedio, seguido por la generación de empleo y la demanda por honestidad.
Pero el dato más importante que surge de la investigación es que la demanda social por la unidad existe. Y que, fundamentalmente, es transversal a todo espacio político. Se expresa de diferentes formas pero podemos ver cómo hay tres exigencias al gobierno que son compartidas por ambos polos: unir a los argentinos, garantizar la paz social y construir un acuerdo social con todas las fuerzas políticas. Una sociedad con una grieta verdadera, profunda e insanable, difícilmente sería capaz de compartir el deseo de unidad y acercamiento con un otro al que ni siquiera es capaz de reconocer. No se trata de construir un optimismo de la voluntad capaz de zanjar diferencias que realmente existen sino de poner esas diferencias en perspectiva.
El resto de las demandas sí parece coincidir con lo mencionábamos anteriormente respecto a la distribución de valores. La demanda de honestidad, la división de poderes, el fortalecimiento de las instituciones y el republicanismo aparecen mejor apropiadas por el polo de votantes de Juntos por el Cambio. Mientras que la reducción de la pobreza, las políticas para favorecer a los sectores desprotegidos y la protección del empleo aparecen como los valores principales del polo de votantes del Frente de Todos.
Cómo resolver la polarización.
Si el razonamiento que hasta aquí construimos es correcto tenemos, antes que una grieta, una sociedad de valores polarizados. Esa polarización afortunadamente puede ser canalizada por las vías institucionales. Los dos polos principales articulan las preferencias de los ciudadanos respecto a los roles del Estado y del gobierno y son capaces de representarlos. Esto, que parece tan poco, en el contexto regional y global es importante.
Es importante porque permite salir de la trampa de pensar los conflictos políticos en los términos de una sola categoría que excluye a todas las otras formas de razonar. Las palabras hacen cosas. La división en torno a temas fue una característica de los años que pasaron y probablemente lo seguirá siendo en los años venideros. Pero darle a eso la categorización de grieta contribuye también a profundizar el fenómeno que aparentemente sólo se quiere describir.
En su discurso de asunción el presidente Alberto Fernández manifestó que: “el sueño de una Argentina unida no necesita unanimidad. Ni mucho menos uniformidad. Para lograr el sueño de una convivencia positiva entre los argentinos, partimos de que toda verdad es relativa”.
Disentir sobre las mejores formas de conseguir los objetivos deseados y ser capaces de resolver esos disensos por los canales institucionales es un símbolo de fortaleza antes que de debilidad. Si lo que hay es, como intentamos demostrar, polarización política antes que grieta entonces podemos pensar formas de convivencia democráticas, republicanas y respetuosas de las reglas de juego. Que no terminen por vaciar a la democracia de contenido sino, por el contrario, que la mantengan viva.
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