El apodo de quien fue hasta el 22 de febrero el hombre más buscado por los gobiernos de México y Estados Unidos se filtraba en chistes, comparaciones, anécdotas, alucinaciones, fantasmas y relatos de la ficción diaria armados por los mexicanos que padecen el narcotráfico como un cotidiano que se respira. Mucho antes de ser atrapado Joaquín Guzmán Loera devino leyenda, mito, modelo y figura clave en el mapa-horizonte cultural y social. Su sombra infectó las imaginaciones de miles y miles (no exagero) de jóvenes que en el México del quiebre del estado de bienestar, se decantaron por la narrativa violenta, exitosa, patriarcal que, con la colaboración de los medios de comunicación, se fue construyendo sobre el capo del cartel de Sinaloa.
“Hoy más que nunca dale like y comparte la imagen si apoyas al cartel de Sinaloa”, dice la foto que multiplica me gusta y compartidos en Facebook. En el pie se lee: “Por un México sin secuestro y sin extorciones”. Uno de los que posteó la foto es Dámaso López, el Mini Licenciado o Mini Lic, a quien muchos ya postulan como el sucesor del Chapo al frente del cartel. El Mini Lic tiene veintitantos años y es hijo de Dámaso López Nuñez, “El Licenciado”, un hombre clave en la estructura liderada por Guzmán. El Mini Lic lidera una red de jóvenes del cartel que en las redes sociales operan bajo el nombre de Grupo Antrax o Los Antrax.
Esta esa especie de chapitos (y a los que nombro así, acudiendo al famoso “Dr. Simi”, cuyas farmacias similares han sido un éxito de exportación: lo mismo pero más barato) ostetan en sus cuentas de facebook, twitter o instagram, falsas o verdaderas relaciones con el “Señor de la Montaña”, su admiración sin límite por ese “héroe del Siglo XXI”. Esta fascinación se puede palpar, no sólo en las calles de Culiacán, con las camionetas negras o blancas, blindadas o no, atestadas de jóvenes que transitan por las calles con el sonido de los narcocorridos a todo volumen; hay que hacer el ejercicio –extremo- de analizar los foros de youtube, que se han convertido en el espacio para dirimir las peleas entre grupos rivales e insultar a “los contras” o “al enemigo”, como se llaman entre ellos. No es raro encontrar, entre los cientos de comentarios que aparecen, por ejemplo en el narco corrido sobre la boda del Chapo, comentarios como éste:
“No seas pendejo el chapo es el héroe del siglo XXI ya que con su negocio de traciego de droga da empleo de manera directa e indirecta a gran numero de la poblacion y los politicos tienen empresas que solo te pagan el mendigo salario minimo y con los narcos ganas mas siempre y cuando no sean lo parasitos impostores de lops zetas ya que esos parasitos si dañan a la poblacion esa es la diferencia pendejo con pancho villa y si no te gustan los narcocorridos no los escuches y ya deja de hablar” (sic)
Y así, en una cascada interminable de envíos y reenvíos se elogia al personaje, se hacen pactos, se insulta, pero sobre todo, se hace visible que el Chapo es muchos; el Chapo se ha hecho legión.
Nacido en la legendaria localidad de Badiraguato, a pocos kilómetros de Culiacán (y a la que nunca he podido llegar, porque tengo mal tino y en cada intento resultaba “peligroso”), Joaquín Guzmán Loera, el Chapo, anda en sus 55, 57 o 60, según se acuda a los datos de sus difusas biografías. De ser cierto, estamos frente a un aries, del que se dice que es de naturaleza masculina y aguerrido personaje. Casado muchas veces, con hermosas mujeres cercanas a su círculo, fue convertido rápidamente en adalid del triunfo, del exceso, de las ansias de futuro, de la irreversible conquista del negocio redituable en detrimento del negocio justo. Figura emblemática, propiciada en gran medida por la prensa y la industria del narcocorrido y de ese gen en la cultura mexicana que tiende a exaltar a los antihéroes, a los líderes, a los mesías. Con el Chapo, cobró fuerza el imaginario del consumo suntuario, de la buena vida y el pacto total con la muerte prematura, esa cita que se cumple gustosamente a cambio de los minutos de poder y gloria. La marca Chapo, desde su escape de Puente Grande, fue creciendo hasta llegar a la lista de Forbes, que sin empacho restriega la fortuna de los millonarios de este mundo.
Ahora, el Chapo tendrá que terminar de cumplir aquella condena de 12 años, de los que le quedan tres. La Fiscalía dijo que trabaja para incorporar en el expediente de Guzmán las acusaciones acumuladas desde que el capo se fugó de prisión en 2001: delitos de delincuencia organizada, contra la salud, contra las leyes sobre armas y operaciones con recursos de procedencia ilícita, entre otros. El rumor de que estamos frente a un falso Chapo, alcanza ya proporciones mayúsculas. Y al mismo tiempo es casi un hecho que lo extraditarán. Ese ídolo, ese héroe del Siglo XXI, respetado y venerado por miles, enfrenta en los Estados Unidos, varias causas en Arizona, Illinois y Texas, por delitos que van desde lavado de dinero a crimen organizado, secuestro y tortura. Pero es en Chicago, donde según datos del Chicago Tribune, enfrenta cargos por traficar con dos toneladas de cocaína al mes entre 2005 y 2008, y de utilizar esta ciudad para la distribución de droga de Filadelfia a Vancuver. En 2013, fue boletinado como Enemigo Público Número Uno, “honor” que no se daba a nadie después de Al Capone.
Su destino es incierto, pero no hay que olvidar que un 19 de enero de 2001, el Chapo salió caminando y protegido de la celda 307, módulo 3, de la cárcel en Guadalajara.
El Chapo es más que el hombre que detienen, es un lenguaje, una forma de actuar, un símbolo, una metáfora del devenir país en llamas, práctica ilegal, sobre entregado, amenaza velada y castigo ejemplar. Quizás lo que ignoramos, si es que aceptamos que ha sido capturado (y no es un clon que nos asesta la cuestionable justicia mexicana), es que el día de su arresto, nada o muy poco ha mejorado. Su impacto cultural es ya una manera de entender el México contemporáneo.
No resulta fácil pensar, analizar, interpretar lo que significa la supuesta detención de Guzmán, presentado como la cabeza, el centro neurálgico, el artífice, el estratega del llamado Cártel de Sinaloa o del Pacífico. Su caída fue primero un rumor y luego una noticia de la Agencia AP, confirmada de manera tan sorprendente como patética, por el expresidente Felipe Calderón desde su cuenta de Twitter. Más tarde lo reconfirmó el presidente Peña Nieto. Hasta llegar a la sobria declaración, en el hangar de la Secretaría de Marina, del actual titular de la Procuraduría General de la República, Jesús Murillo Karam y, la presentación sin presentación del capo sometido. Toda esta parafernalia puede entenderse sólo en la medida en que pueda entenderse cómo creció la leyenda y especialmente, “la marca” Chapo Guzmán.
Esa altivez en el anuncio de su aparente detención, no ayuda a prefigurar lo que sigue, porque a lo largo de los años, el modelo de negocio de los grandes grupos del tráfico de drogas mutaron en su estructura, en sus formas organizativas, en su creciente poder de corromper las instituciones. Que el Chapo sea el centro del crimen organizado y su liderazgo único, es algo es difícil sostener. La narco máquina aprende y en su devenir neoliberal ha sabido incorporar, reinterpretar, utilizar dos claves importantes: los liderazgos distribuidos y, especialmente, la tercerización de sus actividades (se contratan sicarios ad hoc, se delega a otro grupo el manejo del dinero, se encarga el contacto internacional y así, tercerizando).
Que su detención es un golpe mediático a favor de la muy cuestionada gestión del llamado “nuevo PRI” en torno al combate al narcotráfico, es indudable; que significa para el Presidente Peña Nieto un bono de alto calibre, es cierto; que el sábado 22 de febrero de 2014, la noticia de su supuesta detención, apagó lo que debería ser una noticia más importante por lo terrible, la masacre de al menos 20 personas, viejos y niños incluidos en una comunidad de Guerrero, en Tierra Caliente por parte de lo que se presume un comando armado del crimen organizado, es ya un dato irremediable.
No es fácil en este país atender las prioridades cuando vivimos a salto de mata entre un acontecimiento límite y otro peor, otro más terrible. Pero, más allá del impacto mediático, de los muchos perfiles del capo, las preguntas que se siguen nos obligan a mirar ahí, a ese espacio social, cultural, político que acogió, arropó, cultivó, el relato magnífico y terrible del poder total. Debemos mirar hacia la narrativa que exaltó el modelo de triunfo, del arte de la fuga o la evasión, de la riqueza y los amores profusos que han acompañado y envuelto el aura del gran capo –comparado, a mi juicio de manera extraña, con Pablo Escobar-.
Del Chapo de carne y hueso supimos muy poco en los últimos años. De Pablo se pudo hacer un libro, una telenovela; del Chapo, difícilmente. Su pista es tan difusa como el terror que deja fosas clandestinas a su paso, que nos entrega cuerpos colgados en los puentes o cuerpos imaginados en una cocina en Tijuana. Lo que queda, si es que efectivamente ha sido detenido, es el rastro de los narcocorridos escritos y cantados para exaltar su historia, algunas notas de prensa en las que se reseña que “casi” lo encontraron o las que aluden a su vida amorosa, a sus bodas, a la ostentación con la que viven sus hijos. Al Chapo le falta carne para protagonizar una novela, porque su personaje está pensado para otros afanes: las del enemigo difuso, las del enemigo glamoroso que ocupa las listas de Forbes y, especialmente, la de la narrativa de “los más buscados”, esa suerte de ficcionalización que nos mantiene atados a la silla, pensando que quizás, con su captura, la vida cotidiana sea un poco menos lúgubre o sangrienta.
El Chapo es una marca y desgastada. Le arrebataron el reinado de la imaginación delirante: La Tuta, esa marca registrada que hoy lidera a Los Caballeros Templarios o, El Más Loco o El Chayo, ese ya erigido en santo (San Naza), que fundó a La Familia Michoacana, sus aliados primero y luego, sus enemigos (como sucede en los negocios). El Chapo, y quizás sea temerario afirmarlo, pertenece ya a esa mitología de los capos, como Osiel Cárdenas, líder del Cártel Golfo y artífice de los temibles Zetas (enemigos de todos), que mantenían un mando único, de trueno, y abonaban cada día a su propia leyenda. A Osiel y a Caro Quintero (antecesor del Chapo en la estructura del grupo de Sinaloa), les favorecía el personaje que construyeron –con esfuerzo-, en el día a día de las comunidades; el Chapo, se construyó a golpes de propaganda, a la sombra de la página de los más buscados y, claro, a partir de su efectista escape de la cárcel en mi ciudad, mal llamada Puente Grande.
En la capilla del Santo Malverde, ese santo sin papeles que ha eludido el copy right de la iglesia católica, el calor de octubre pega a sol de plomo, tomo fotografías y converso con Jesús González , heredero del culto a Malverde, administrador, pastor y gerente de la capilla. Me dice que Malverde es el santo de todos, no nada más de los narcos: “ya ve que ellos andan fuera de la ley y pues él también andaba fuera de la ley; y el gobierno no lo podía encontrar. Por eso yo creo que ellos se identifican con él, le piden que los esconda del gobierno”, explica, “pero hasta ahí”. Durante esta pequeña visita etnográfica, no puedo dejar de escuchar la conversación de las dos mujeres que venden los escapularios, las veladoras, las imágenes del Santo, con un joven que andará sus 16, no más: cachucha infaltable y pantalón a la cadera, se persigna frente a una de las imágenes del Malverde popular y una de las mujeres le dice:
-Qué, ¿ya te salistes de eso?
-Psss, ¿la verdad?, pos no, pos no puedo
-Pues deberías de pensar en tu mamá, con tanto problema, la pobre.
-Mmm…
-Y ora ¿que venistes a pedir?
- No pos por eso, por mi jefa y para ayuda en un jalecito que me encargaron.
El muchacho abandona la frescura de la capilla para salir a la calle. Entran más, en grupos de dos o tres muchachos, una señora se dirige rapidito a prender una veladora ante otra imagen de Malverde y murmulla lo que parece ser un nombre, se persigna y sale abatida, con el cuerpo arrastrando una pena, un dolor, un muerto quizás o un fantasma que le quita el sosiego.
En el 2011, Culiacán concentró el 66 % de las ejecuciones vinculadas al crimen organizado en Sinaloa. Se trata de ejecuciones con extrema violencia y el 20% de las víctimas tenía entre 21 y 30 años de edad. A estas muertes el gobierno las llama: “Fallecimientos por Rivalidad Delincuencial”. Ese fue el discurso dominante de la administración de Felipe Calderón: “se matan entre ellos”. Esos “ellos” convirtieron al país en un cementerio ambulante, con 48 muertos al día en los años más duros 2010-2011: un muerto cada media hora. La estadística del horror, dice que en México, los asesinatos son la sexta causa de muerte pero la primera entre los jóvenes. Y es falso que se maten entre “ellos”. La historia de las víctimas fatales que nada tenían que ver con el crimen organizado no ha sido contada todavía.
Ni el Chapo, ni Osiel Cárdenas, ni el Señor de los Cielos, ni la Tuta, dispararon directamente las metralletas ni los rifles de asalto, pero es indudable que sus “carismas” contribuyeron a construir un paisaje en el que la muerte tiene permiso.
¿Qué significa encerrar a un capo? ¿El ocaso de su poder? ¿La melancólica añoranza de las glorias perdidas? Parece que en los casos de los súper narcos mexicanos (y los colombianos), las cárceles han servido para incrementar su poder y hacer crecer su estructura criminal. Pasó así con Osiel Cárdenas, líder del cartel del Golfo, que desde el penal de La Palma (hoy llamada Altiplano, la misma en la que está desde el 22 de febrero el Chapo), siguió operando con la misma comodidad con que lo hacía desde sus ranchos o sus casas. Hasta que el 19 de enero de 2007 fue extraditado a las Estados Unidos, para enfrentar 17 cargos en una corte de Houston, Texas. Después no se supo más y el cartel del Golfo y su brazo armado, los Zetas, con los que romperían por “discrepancias” en el negocio, mutó, se volvió más sangriento.
La misma historia se repite con el Güero Palma, socio y amigo del Chapo Guzmán. Presos simultáneamente en la cárcel de máxima seguridad en Puente Grande, fueron afianzando su control sobre su organización, llamada, por el gobierno de los Estados Unidos, “La Federación”. Dicen que un empleado del Juzgado Cuarto de Distrito en materia penal dijo en voz baja que al Güero lo habían remitido por narcotráfico, pero “no nos consignaron ni un gramo de enervante, también incluyeron homicidio, pero no hay muerto y portación de armas pero ni siquiera una resortera nos enviaron. El único delito que tiene es por daños en propiedad ajena dados los destrozos que provocó su avión al caer”. No obstante fue extraditado y acusado de traficar con 50 kilos de cocaína. Cincuenta kilos.
Otros socios del Chapo, como Ignacio Coronel, que vivía en Guadalajara, fue abatido por las fuerzas federales en un oscuro operativo el 29 de Julio de 2010. Y otros importantes colegas como Juan José Esparragoza, alias El Azul, un veterano capo de la sobrevivencia y el escape; Ismael El Mayo Zambada (que fue entrevistado en “algún lugar de la sierra” por el reputado periodista Julio Sherer), sigue firme en la estructura de mando; y Arturo Beltrán Leyva, El Barbas, uno de los Beltrán, primero amigos y luego enemigos jurados del Chapo, fue abatido en un operativo de un cuerpo élite de la Marina (la misma que capturó al Chapo), en 2009 y exhibido en un macabro montaje (del que ninguna autoridad se hizo responsable): semidesnudo y ensangrentado, con el hombro y una muñeca desprendida, le pusieron billetes (pesos y dólares), rosarios, un santo y otros elementos religiosos sobre el cuerpo. La Marina negó que sus oficiales hayan preparado esta performance de muerte, pero es indudable que esta “representación” constituyó un claro y alarmante mensaje: en su llamada “guerra” contra el narco, la administración de Felipe Calderón, asumía la misma estética y lenguajes del narco.
Extraditados, encarcelados con privilegios, atravesados por las balas contrarias o abatidos por las fuerzas policiales, los capos se van, pero vienen otros.
Hoy, vi pasar cuatro vehículos artillados, con federales luciendo uniformes camuflados y encapuchados; mientras escribo esto, un helicóptero de la policía ronda casi a ras de suelo, con uniformados armados. Hay temor, se percibe, de lo que puede desatar la captura del Chapo.