Es la Capital Nacional del Peronismo. La Matanza. El Oeste. El partido más grande del Conurbano. Uno de los tres municipios que -junto con Lomas y Almirante Brown- frenaron la paliza que recibió el oficialismo en las PASO: mientras el mapa nacional se pintaba de amarillo, el voto en La Matanza superaba en 20 puntos a Juntos por el Cambio y en casi 40 al FIT.
El PJ lo gobierna desde el regreso de la democracia, su hegemonía parece un destino natural. En el 2019, el candidato y ahora intendente del partido, Fernando Espinoza, sacó el 64% de los votos en todo el territorio que antes dirigió Verónica Magario, hoy vicegobernadora de la provincia de Buenos Aires.
El resultado de las PASO evidencia el riesgo de tener que entregar el país en dos años y ceder en el Congreso ahora. Alberto y Cristina terminarán pagando el costo político del endeudamiento macrista y sus condiciones devastadoras para la economía argentina, junto con los errores propios y las imposiciones externas debido a la pandemia global.
Desmovilización, desmotivación, ideología, antipolítica o lluvia. Hambre, desempleo, bronca o miedo a salir a trabajar para no terminar con 4 balazos como el kiosquero de Ramos: ¿qué pesará más este domingo, a la hora de votar?
Hay una pregunta sigue vigente desde entonces: ¿por qué perdieron? Otras preguntas se actualizan: con la vuelta a la militancia territorial que implica el relajamiento de las medidas de prevención del covid, ¿se sintió la campaña en el territorio? ¿Cómo viven, sienten, piensan los matanceros de los sectores populares? Desmovilización, desmotivación, ideología, antipolítica o la lluvia como condicionante de si se puede salir de casa. Hambre, desempleo, bronca o miedo a salir a trabajar para no terminar con 4 balazos como el kiosquero de Ramos: ¿qué pesará más este domingo, a la hora de votar? ¿Habrá valido la pena la renovación compulsiva del gabinete nacional? Incluso en La Matanza, ¿alcanza con los planes sociales? ¿Qué opinan sus beneficiarios de la política social? ¿Queda algún eco de aquella otra utopía, la de la justicia social?
Emblema peronista, joya electoral, peronismo en sangre, el que no salta no es peronista, el que no es peronista no es matancero. Eso representa La Matanza en el imaginario de un país y de un partido que parece ver dilapidar su herencia simbólica y representacional.
Miramos este partido como la suma de territorios no uniformes ni homogéneos. más bien plagados de matices, contradicciones y verdades tan jodidas como necesarias. Una escuela, un asentamiento, un barrio de monoblocks, una casa con patio y mate. Explicamos desde la escucha atenta aquello que no se vio en la cobertura mediática sobre el ASPO y la pospandemia más allá de la General Paz.
Romina se convirtió en prestamista a partir de una plata que cobró su papá. Al hijo de Marta le va bien con Twitch, pero deja los dólares en PayPal para que no se le devalúen. María compraría alimentos al por mayor para ganarle a la inflación, pero se echarían a perder porque en el comedor no tienen luz.
La Matanza y sus calles llenas de baches, adornadas por grafitis caseros, murales a todo color y santuarios de vírgenes llenos de flores. La Matanza, sus laberintos, sus distancias y diferencias. Sus jerarquías y el deseo de distinguirse del negrito pata sucia que vota al peronismo y se merece lo (poco) que tiene.
Virrey del Pino
Una casa con patio y mate
Virrey del Pino es la localidad más grande y alejada de CABA que tiene La Matanza. Acá se obtuvieron los mejores resultados para el Frente de Todos en las elecciones primarias. Se quedó con un 53% de los votos, aunque con 20 puntos menos que hace 2 años. El voto del domingo 14 de noviembre será clave.
—Algo bueno para destacar de esta gestión… A ver, pienso… Mmm… Tal vez unos préstamos de vivienda de un plan que no me acuerdo el nombre, ¿Procrear era? En la esquina de casa vi que se reactivó un poco la construcción.
Dos años más tarde y una pandemia mediante, a muchos de los votantes de Espinoza les cuesta pensar alguna medida que consideren positiva, más bien ni se lo plantean, como Laura (34). En las PASO “no sabía ni qué tenía que votar”, se puso a investigar y se inclinó “por el menos fascista”. Está enfocada en una urgencia, “rasguñar” el fin de mes.
"Los que votan al PJ lo cuentan. Los otros no dicen ni mú." Araceli, directora de una secundaria de La Tablada.
Cuando lo urbano se parece a un hormiguero, es señal de cómo está el bolsillo de los vecinos de Virrey del Pino. Ahora, en primavera, las calles de tierra están vacías. Los días con más circulación suelen ser los miércoles. Llega la famosa feria con comida del Mercado Central y ropa de La Salada, y la gente sale para aprovechar los precios. En las últimas semanas, los militantes del Movimiento Evita aprovecharon para preguntar por qué no acompañaron al oficialismo con el voto e incentivaron a ir a votar en las generales.
“La pandemia fue devastadora, pero la comida llegó”, cuenta Laura. Si necesita ayuda sabe que se anota en los puestos del Movimiento Evita o de Cáritas, y la contienen. Y Laura necesita ayuda. En 2020 tuvo que cerrar su negocio de lencería, lo tenía desde hacía 6 años. Es profesora de geografía pero siente que el puntaje que le dio el título no es suficiente para conseguir trabajo; tampoco puede hacer cursos privados para sumar puntos, dice que cuestan hasta $30 mil. Eso es más de lo que cobra su papá, que se acaba de jubilar después de 30 años de trabajo en una empresa de plásticos (aunque con el haber mínimo, por haber estado “en negro”). Ahora Laura rasguña el mango dando clases de apoyo a chicos del barrio. En un buen mes, cambia las marcas de los productos para llenar el changuito del supermercado; en uno malo, los deja afuera. Vive con sus padres y su hijo Uriel, de seis meses.
Una de las mejores amigas de Laura es Romina (40), más conocida entre los amigos de Facebook como “la peroncha”. “La peroncha” ama a Cristina Kirchner pero dice que Alberto Fernández “no tiene sangre, da marcha atrás con todo”. Igual, en su negocio está prohibido hablar de política para no perder clientes. Romina cierra el pico pero escucha: “La gente tiene el síndrome de Doña Florinda: el que cobra un plan dice que las pibas se embarazan para cobrarlo, el que va al hospital dice que hay que privatizarlo, el macrista cobra el IFE”.
Romina tiene un local de ropa que es bastante conocido en Virrey del Pino, es uno de los más grandes del centro. Durante la pandemia tuvo que achicarse al punto de casi cerrar. En el último año, con un crédito a tasa cero que consiguió del Gobierno por ser monotributista, abrió una fiambrería. Además, se convirtió en algo que jamás pensó: es prestamista. Su padre cobró un juicio laboral, Romina decretó: “hay que mover la plata porque si no, se va”. Sabe que después de pagar el alquiler y la tarjeta de crédito, a sus vecinos les queda un promedio de $6000 para llegar a fin de mes. Ella les adelanta hasta $10.000 a devolver en cuatro cuotas durante el mes siguiente, con una tasa del 35%. Sólo les presta a personas conocidas. Se tienen confianza, se agradece la empatía.
En pandemia, 7 de cada 10 hogares tuvieron que inventar estrategias financieras para sobrevivir: se endeudaron (compraron con tarjeta y al fiado, dejaron de pagar los servicios), redujeron el consumo de alimentos (sobre todo de carne), buscaron generar nuevos ingresos, gastaron sus ahorros, vendieron cosas, pidieron préstamos. La situación fue desigual según el lugar de residencia (se endeudaron el 27,9% de los residentes de CABA y el 46,1% del conurbano) y el acceso a la educación (alcanzó al 50,5% de los adultos con nivel educativo bajo).
—Ni con tres laburos llego a fin de mes -aclara Romina.
En esta ciudad hay una enorme tradición de trabajo fabril. Están las históricas Mercedes Benz y Manaos. Pero es difícil entrar. Las mujeres de Virrey del Pino aspiran a hacer tareas de limpieza; los hombres a dedicarse a la construcción o a formarse para ser gendarmes. El empleo informal fue el más perjudicado por la pandemia: no le llegó ni el ATP ni la prohibición de despidos, no llega el derecho laboral ni el aporte jubilatorio.
Rafael Castillo
Un asentamiento
En las PASO, el Frente de Todos se desplomó en La Matanza, Juntos por el Cambio retuvo sus votos y la Izquierda casi que los duplicó.
—¿Cómo no va a ganar la izquierda si garantizamos una comida al día?
María (34) es delegada del Polo Obrero y una de las encargadas del comedor la Nueva Unión, ubicado en un asentamiento de Rafael Castillo que comenzó en marzo de 2020, cuando la cuarentena frenó la economía popular y más de 3500 familias se lanzaron a la toma luego de ser desalojadas por no poder juntar para pagar el alquiler.
Emblema peronista, joya electoral. Eso representa La Matanza en el imaginario de un país y de un partido que parece ver dilapidar su herencia simbólica y representacional.
En La Matanza hay 129 asentamientos informales, donde viven 52 mil personas. La mayor parte se asentó entre la década del 90 y los 2000, según el Renabap (Registro Nacional de Barrios Populares).
El camino hacia el comedor empieza donde termina el asfalto, frente al mural que dice “Trabajo genuino y derecho a la vivienda, vamos con el Frente de Izquierda”. Hasta la cocina de Nueva Unión hay apenas 700 metros, pero en auto se tarda más de 10 minutos atravesarlos. En el trayecto hay un basural, varias familias buscan leña y materiales reciclables. Un hombre baja de un carro tirado a caballo, inicia un fuego. La quema de residuos disemina por todo el barrio el olor a basura. Decenas de personas caminan a paso lento, con tuppers y cacerolas.
A las 12, La Nueva Unión sirve el almuerzo para 100 personas por semana. Dos cacerolas apoyadas en el piso sobre una rejilla. Los primeros en llegar consiguen guiso de pollo. Los segundos, torta frita con picadillo. Llenan su envase y tienen que pararse frente a un delegado del Polo Obrero que les saca una foto para enviar al Ministerio de Desarrollo Social, dicen. Los que se acercan después de las dos de la tarde se llevan la vergüenza de Lucía, la cocinera, que les explica que esta vez no alcanzó. Si las porciones escasean, la prioridad es alimentar a madres y niños.
— La gente no puede más de fideos y de polenta. Con lo que aumenta todo, podríamos aprovechar precios del mayorista, pero se nos echa a perder porque no tenemos luz—dice María.
En un rincón de Nueva Unión hay un horno donado que no funciona. En otro, una tele y una cama donde duerme Oscar, un vecino. A Oscar le habían ofrecido comprar un terreno por $1 millón en cuotas, pero prefirió evitar las deudas y quedarse ahí, de paso custodia que no se roben la mercadería. Nueva Unión dejó de entregar la cena: de noche es preferible no abandonar la casilla. Los móviles patrullan la zona, pero para evitar que ingresen camiones de agua o con materiales de construcción. La inseguridad no afecta solo a los barrios más pudientes del partido.
La Matanza, sus jerarquías y el deseo de distinguirse del negrito pata sucia que vota al peronismo y se merece lo (poco) que tiene.
El olor de la torta frita se mezcla con el del incendio en el basural .La hija de la cocinera llora, sus clases todavía no se normalizaron del todo por la pandemia. La semana pasada Lucía tampoco la pudo llevar por las lluvias, el barro les llegaba hasta la rodilla. Hablamos fuerte por el ruido de unos martillazos. A pocos metros construyen una pieza en una zona donde consideran menos inundable.
—Todos los que estamos acá, ves, estamos laburando—dice María.
Hay 16 personas que trabajan en el comedor, cobran el plan social Potenciar Trabajo. Esta vez la comida no sobró, por lo que deberán echar mano a su sueldo de $15 mil. Su aspiración es que el Gobierno les aumente el plan social y les baje más comida. El ingreso es poco, pero le permite turnarse, trabajar 3 horas por día en el comedor y a la tarde puede cuidar a su hija. Como empleada doméstica, la semana pasada cobró $1.000: estuvo siete horas limpiando una casa de San Isidro, además pasó cuatro horas viajando. María sabe que le pagarían mejor en un taller textil, pero no puede estar 12 horas afuera de su casa ni se anima a caminar media hora, a las 5 de la mañana, hasta la parada del 196. Los planes sociales compiten con el trabajo precarizado porque los sueldos que se ofrecen son cada vez más bajos y con peores condiciones.
La Tablada
Una escuela secundaria
—En los recreos se ve todo.
Araceli (45) es directora en una secundaria de La Tablada. ¿Y qué siente en el último tiempo? Que la escuela compite con las fábricas y los supermercados.
La Tablada es un barrio de laburantes, casas bajas y fábricas que subsisten como pueden. Está ubicado a 4 kilómetros de la General Paz. “Competimos con las fábricas y los supermercados, nos juegan en contra porque ofrecen trabajos para chicos y chicas que necesitan aportar plata en la casa -cuenta Araceli-. Nosotras ahí les hablamos, les damos la opción de las becas, a veces logramos que vuelvan”.
La pandemia terminó de sepultar las esperanzas de mejoras y crecimiento barrial, personal y social que muchxs vecinos habían recuperado tras el triunfo del Frente de Todos en 2019, porque atacó sin piedad esa economía informal, de subsistencia y del mango diario con la que muchxs garantizaban un plato de comida, unas zapatillas o un alquiler.
Los planes sociales compiten con el trabajo precarizado porque los sueldos que se ofrecen son cada vez más bajos y con peores condiciones.
La escuela secundaria se convirtió en un escenario de las batallas que se cocinan en las casas y en las calles pero que explotan en las aulas y, sobre todo, en los recreos. En 2017, Araceli y su equipo docente empezaron a notar que algunxs chicxs dejaban de ir porque no tenían abrigo o zapatillas –hacía 15 años que eso no pasaba, asegura-. “Los mirábamos durante el recreo, con frío. Entonces íbamos al roperito solidario que armamos y buscábamos algo de su talle. Pero no se lo dábamos directamente para que no sintieran vergüenza, si los exponemos es peor. Se lo guardábamos a escondidas en la mochila. Y al otro día los veíamos llegar con la campera o el buzo puestos.”
La escuela de Araceli no tiene comedor. Pero durante la pandemia la municipalidad se organizó para hacerles llegar bolsones. Al principio no alcanzaban –tenían solo 67 cupos-, pero repartían lo que había entre todxs lxs que pedían asistencia. Después llegaron a entregar 220 bolsones por día, uno por chicx. “Tenemos familias que llegaron de escuelas privadas. Al principio no querían saber nada con los bolsones de comida, pero con el paso de las semanas hacían la fila como cualquier otro… Comida no faltó nunca, pero con eso no alcanza. La gente quiere trabajar.”
Quieren recuperar también la dignidad del trabajo que subsiste en la memoria peronista de muchxs pero que hoy parece lejana e incierta.
—¡No puedo creer que estén en contra del Conectar Igualdad trabajando en educación!
La comunidad docente no es homogénea y Araceli lo sabe. “Hay muchos que son antiperonistas”; ella ve a diario cómo se subestima a lxs adolescentes que concurren a la escuela pública y cómo se critica la ayuda social que reciben. Llegó a escuchar quejas porque lxs estudiantes recibían las computadoras mientras lxs docentes debían pagarlas en cuotas. Por su parte lxs estudiantes perciben esas críticas y ese rechazo y los enfrentan con argumentos. En el otro extremo está el trabajo docente que en pandemia hizo volar por los aires la privacidad de cada trabajadorx de la educación. Parece necesario recordar que “la escuela nunca estuvo cerrada, “los chicos no venían a las aulas, que no es lo mismo”, enfatiza Araceli. Algo sí fue homogéneo: toda la comunidad educativa estuvo y está a favor de la presencialidad.
“Es por acá. Pero en La Matanza hay cosas que tienen que cambiar, la gente ya se dio cuenta."
Si tiene que contar qué pasó en su barrio el día de las PASO, Araceli se anima a generalizar: mucha gente no fue a votar porque se trataba de primarias. El voto peronista no se piensa, se hace por afinidad o por historia, pero también por agradecimiento.
— Los que votan al PJ lo dicen, lo cuentan. Los que votan a otros, no dicen ni mú.
En el secundario donde trabaja Araceli también promueven que lxs pibes desarrollen una mirada crítica y reflexiva sobre lo que ven en los noticieros y en la televisión. “Les hacen creer que en Capital está todo lo lindo y en provincia, lo feo”. Por eso organizan excursiones para que lxs estudiantes conozcan el obelisco, el subte y hasta el mar, porque “ellos creen no merecer eso”. ¿Cómo explicar esa tensión entre reivindicar el propio territorio y reclamar el derecho a conocer y apropiarse de espacios y símbolos emblemáticos?
Ciudad Evita
Los monoblocks
Los monoblocks de Ciudad Evita siempre tuvieron fama de no ser amigables con quienes vienen de afuera. Son edificios de cuatro pisos construidos a principios de los ’70, para los militares destinados al Regimiento Nro. 3 de La Tablada. Pero la JP los ocupó con familias sin hogar provenientes de villas miserias y barrios aledaños. Desde entonces, el barrio fue creciendo y no paró. Ya tiene 50 años y nunca recibió mantenimiento, pintura o mejoras sustanciales en su infraestructura.
Las calles internas parecen cuevas, algunas están inundadas por tramos desde siempre. Ahora, al menos, tienen nombre: “esta se llama Busto de Evita y la de allá Mayo del ’73, por la fecha de la toma que le dio origen al barrio. Los nombres los votaron los vecinos”, cuenta Marta (55). Es hija de militantes del PC, y ahora desde Nuevo Encuentro gestiona junto con su hermana la administración de uno de los barrios que componen los complejos. No cobran expensas o aportes por servicios específicos, solo se encargan de concentrar la correspondencia y a veces reciben algún aporte voluntario. Desde ese espacio sí se encargan de algunas actividades comunitarias, como los festejos por el Día de la Niñez, que celebran en uno de los pocos descampados que sobrevivieron a las tomas de terrenos dentro del mismo barrio.
¿Qué debería pasar para que esas conquistas simbólicas dejen de ser el único logro al que pueden aspirar los habitantes de los monoblocks? Cuando unx se acostumbra día a día a pisar aguas servidas y a saltar la basura que ningún camión recoge, ¿dónde quedan los derechos de esxs vecinxs a vivir una vida digna? ¿Cómo vehiculizar la demanda por las cloacas o el agua potable sin quedar atrapadxs en trampas como la del 2015, cuando muchxs creyeron que el macrismo y sus aliados iban a resolver los problemas de aquellos a quienes, ya se sabe, desprecian profundamente (aunque en público digan lo contrario)?
La pandemia terminó de sepultar las esperanzas que muchxs vecinos habían recuperado tras el triunfo del Frente de Todos en 2019.
Los problemas del Complejo 17 parecen ser muchos y se ven a simple vista: caños de agua rotos, cloacas desbordadas, falta de limpieza y construcciones que crecen exponencialmente sobre terrenos que eran públicos y se usaban como canchitas de fútbol, plazas con juegos infantiles o simplemente lugares de reunión. “Acá funciona la ley del más fuerte: el que se la banca más, construye una casa para el hijo o una cochera para el auto donde le parece, si alguien le dice algo, grita más fuerte. Así se levantaron todas estas casas.” Los anexos más o menos precarios resuelven como pueden la crisis habitacional que no da respiro; algunos les dicen “La Favela” para insistir en diferenciarse de aquellos que están aún peor.
La novedad del barrio son los murales que adornan las fachadas más visibles: hay del Papa Francisco, la Virgen de Luján y San Cayetano. Y uno de Diego Maradona bien a la entrada. Marta afirma que el aparato político del peronismo en La Matanza es muy fuerte y es difícil poder hacer algo sin ese apoyo.
"Ni con tres laburos llego a fin de mes."
La pandemia pegó duro también ahí. La ayuda estatal llegó a través de la asistencia alimentaria y de planes sociales que permitieron la formación de cooperativas de limpieza, por ejemplo. Conseguir trabajo genuino –en blanco, con estabilidad y un sueldo acorde a las horas trabajadas–, como suele decirse en estos tiempos, es el mayor desafío. “Los planes ayudan y mucho, pero con eso no alcanza.”
Marta afirma una y otra vez “no tengo dudas de que es por acá, pero en La Matanza hay cosas que tienen que cambiar porque la gente ya se dio cuenta. Espinoza tiene que dar un paso al costado”. Cuando dice “por acá” se refiere al Kirchnerismo: Cristina, Máximo, Axel. “Magario también me gusta, es de La Matanza y sabe. Alberto es un tibio, nos comimos el sapo.”
El PJ gobierna La Matanza desde el regreso de la democracia, su hegemonía parece un destino natural.
Para Marta, un buen trabajo sería entrar a una fábrica, estar ocho horas, cobrar en blanco. Sabe que esa aspiración es casi imposible. Mucha gente del barrio compra medias al por mayor en Villegas y las va a vender a San Justo, Ramos Mejía, Vicente López o San Isidro; evitan ir a CABA porque la policía les saca la mercadería.
Marta trabaja en un vacunatorio los fines de semana, 4 horas cada día, y cobra $14.200. Además vende ropa y ollas Essen por su cuenta. Desde hace muchos años tiene un puesto de pizza en la feria barrial. “Con eso tiramos, pero es difícil...”. Vive con su hijo de 27 años: hace Twitch, le pagan en dólares. Ya cobró 120 dólares pero no los quiere sacar de la cuenta de Pay-Pal porque siente que no le conviene recibirlos al cambio oficial. Sus sobrinos no paran de subir videos a YouTube, sueñan con ser L-Gante.
—La única opción que nos queda es ser emprendedores.
Fotos: Inmensidades en colaboración con Naimid Cirelli.