Gabriela Bordón deja un mensaje de voz que se mezcla con el sonido del viento: “Estoy saliendo del cementerio”. El mensaje se escucha entrecortado. Es julio de 2017 y ella dice que está sin fuerzas, que tal vez pueda hablar más tarde. En el cementerio de Lanús del que sale Gabriela Bordón están enterradas Mía y Zoe Vega Bordón —mellizas de 7 años, hijas de Gabriela—, Eluney Monrroy —2 años, nieta de Gabriela— y Luana Espinoza Nabarro, de 5 años, hija de una amiga de Gabriela. Las cuatro murieron carbonizadas un mes atrás, en la mañana del 10 de junio de 2017.
Hacía un año que Gabriela Bordón se había mudado a uno de los barrios más precarios de Lanús Oeste. Por primera vez tenía una casa propia. Había conseguido que por dos cuotas de 675 pesos y 720 pesos, la ONG Un Techo para mi País le construyera una casilla en el asentamiento Acuba I. Los listones de madera barnizada relucían en medio de la pobreza extrema del pasaje Alfonso18. Toda la familia estaba feliz. Gabriela Bordón, 45 años, viuda, madre de once hijos —uno murió hace años, siendo bebé—, vivía del dinero que cobraba por su trabajo comunitario en un comedor. Como no le alcanzaba, salía a cartonear con otras mujeres. A veces lo hacía muy tarde, después de cenar; otras veces, al amanecer.
En la casilla vivían sus cinco hijos menores (Salma, Priscila, Thiago y las mellizas Mía y Zoe, las más chicas) y dos de sus hijos mayores: Elías y Noralí, que a su vez vivía allí con su pareja, David Monrroy, de 23 años, y sus dos hijas: Eluney, de 2 años, y una beba llamada Denisse. Los tres hijos más grandes de Gabriela Bordón (Gustavo, Anahí y Yohana) tenían ya sus familias y sus casas en Isidro Casanova, partido de La Matanza.
Al frente de esa casilla nueva, Gabriela Bordón puso dos grandes toneles de plástico para almacenar el agua. Acuba I es un asentamiento no urbanizado. No tiene agua corriente, red eléctrica, cloacas, pavimento ni veredas, y las calles de tierra y los pasajes angostos se convierten en laberintos para los bomberos y las ambulancias cuando hay una emergencia. El asentamiento comenzó a poblarse hace unos diez años, en un hueco que quedó vacío entre otros barrios casi tan pobres como Acuba I, pero bastante más antiguos, y que por eso —y también por tener punteros políticos fuertes— ya están urbanizados y cuentan con una red eléctrica formal y los transformadores necesarios para alimentar su consumo. Algunos consiguieron incluso que Edesur colocara medidores, y sus habitantes pueden pagar por lo que consumen. Otros barrios, como Acuba II, lograron un tendido de cables y un transformador que los alimenta y del que se hace cargo el Municipio: esas casas no tienen medidores y no pagan la luz. Otros, como Acuba I, no consiguieron nada. Los vecinos se acuerdan de una reunión que tuvieron hace cuatro o cinco años con Edesur, el ENRE y el Municipio. No recuerdan la fecha pero sí la conclusión: no había dinero para hacer obras. Después, en algún momento, el Municipio puso un cartel anunciando obras millonarias. Más tarde, en algún momento de 2015, los vecinos, hartos de esperar, rompieron el cartel y lo tiraron a la basura.
Nadie puede decir que no sabía lo que pasaba. En YouTube puede verse un video del programa Esta es mi villa emitido el 8 de septiembre de 2012 por TN, grabado en Lanús. En una de las tomas, la cámara enfoca a tres hombres. Dos sostienen una escalera mientras el otro manipula en las alturas los cables de luz. Cuando el periodista les habla —“¿no es peligroso eso que están haciendo?”— los hombres bajan la cabeza. Saben que están haciendo algo ilegal. Pero enseguida parece dejar de importarles y responden: “Sí, pero hay que arriesgarse. Hace ocho días que estamos sin luz. Y si no te enganchás… Acá es así”.
Los pobladores de Acuba I toman la luz y el agua clandestinamente de uno de esos barrios vecinos urbanizados, el 9 de Julio. La luz, con un tendido precario de postes y cables que transforman el cielo de Acuba I en una selva de lianas mustias que se hunden en el transformador ubicado en la esquina de las calles Olazábal y Boquerón. Para el agua, armaron un tendido subterráneo de caños pardos y flacos que se deslizan apenas cubiertos por una capa de tierra hasta incrustarse en la red del 9 de Julio y que les permiten llenar los toneles de plástico que se ven en las entradas o en los fondos de las casas. Lo hacen por las noches, cuando la presión es más fuerte, y a través de bombas extractoras. Si no hay luz, la bomba no funciona y solo tienen el agua que por las mañanas llega en un camión de AYSA, insuficiente y con poca regularidad.
Para Gabriela Bordón, todas esas incomodidades quedaban disimuladas por la alegría de la casa propia. Hacía planes para conseguir ayuda y poder levantar, de a una, paredes de ladrillo que reemplazaran a las de madera. De día, los chicos almorzaban en el Comedor de Julia, en el barrio San José Obrero, a unas quince cuadras del Acuba I. Julia Rodríguez siempre fue como una madre para Gabriela; en su casa vivió con sus hijos hasta que tuvieron la nueva casilla. En el de Julia, igual que en los comedores de otros barrios, los vecinos pasan buena parte del día. Ella cocina para más de 150 personas con la ayuda de donaciones y la asistencia del Municipio de Lanús —intermitente, según pasan el tiempo y los funcionarios de distintos partidos políticos—. En el comedor los vecinos no solo almuerzan, sino que además hacen talleres, festivales, y también velan a sus muertos.
Julia Rodríguez —una mujer de 54 años, con el pelo crespo y largo y una fuerza que no se distingue a simple vista, tal vez por su aspecto cansado— siempre sintió debilidad por las mellizas de Gabriela. Mía y Zoe aprendieron a caminar en su comedor. Se disputaban su atención con su parloteo y su desparpajo. Despabiladas, las recuerda Julia. Tan coquetas, la piel clara, el cabello fino y castaño, llenas de moños y collares y aros, usando remeras con brillos. En eso, parecidas a su madre, que —con once hijos— no resignaba su porte vigoroso, el brillo en los ojos negros, cierta altivez en la voz y una inequívoca expresión de rebeldía.
En el verano de 2017, el primero que no pasaron juntas, Julia les preparó en el patio del comedor una pileta de plástico. Allí esperaba a Gabriela, que llegaba desde el desierto que era Acuba I, bufando de calor, con toda su tropilla siguiéndola detrás en una caravana interminable que levantaba el polvo de las calles secas. Salma, Priscila, Thiago, las mellizas, Noralí con su hija Eluney. Cuando la luz se cortaba, Julia les escribía a Mía y Zoe mensajes por WhatsApp. “Las voy a traer a casa conmigo”, les decía. Y siempre alguna le respondía: “¿Por qué a las dos? ¿No soy yo tu preferida?”. Pero casi siempre le decían que no. Preferían la oscuridad de la casilla del pasaje Alfonso 18, quedarse con su madre, jugar con sus hermanos.
Por las noches, las mellizas iban a buscar la vianda para la cena al comedor de su nuevo barrio, muy cerquita de su casa, dos cuadras en zigzag. A veces iban solas, a veces con Thiago, un año más grande que ellas. El comedor, Los Inquietos de Acuba, está a cargo de Olga Maidana, la referente del barrio. Una mujer de unos cuarenta años, con un celular lleno de contactos políticos a los que pide ayuda, amenaza, implora o advierte, según la ocasión y la necesidad. Aunque es el opuesto de Julia Rodríguez, que esquiva cualquier filiación y es distante de las militancias, eso no las hace enemigas. Cuando a Julia le falta alguna verdura o leche o algún ingrediente para los guisos, le pide a Olga; o al revés.
A comienzos de 2017, Gabriela Bordón comenzó a cobrar la Asignación Universal por sus cinco hijos menores. Dejó de cartonear y, aunque ya no podía recibir el salario por trabajo comunitario, seguía ayudando a Julia en su comedor. Le alcanzaba para comprarles a los chicos la comida que les gustaba y mercadería para llevarle a un novio que tenía desde hacía un año y que estaba preso. Cada quince días, los fines de semana, lo iba a visitar al penal.
Fue en el otoño que una amiga de Gabriela, Sol, llegó hasta la puerta de la casilla nueva. Se había peleado con su marido y había huido con sus dos hijas. Quería saber si se podía quedar por un tiempo. Gabriela pensó en los dos cuartos, la cocina y el baño de su casilla, y en dónde pondría más colchones, pero no pudo decirle que no. Ella había pasado por momentos difíciles y siempre alguien la había ayudado. Sol empezó a vivir en la casilla con sus dos hijas, Luana, de 5 años, y Yasmin, de 10. También en esa época la falta de electricidad se hizo más intensa.
La luz iba y volvía, intermitente. Olga Maidana conocía los detalles. Desde hacía un año, su ánimo oscilaba: a veces, exigía una solución a los gritos, a veces pedía ayuda llorando. El transformador de Olazábal y Boquerón no daba más. La potencia de sus 500 kilovatios no alcanzaban para cubrir la demanda del barrio 9 de Julio y la de ellos, “los colgados del Acuba I”. De cada poste clandestino, que antes alimentaba a tres casas, ya colgaban diez.
Cada vez que el transformador sucumbía, Olga llamaba al funcionario responsable del suministro en las villas del Municipio de Lanús, y él mandaba a sus empleados a repararlo. Si se incendiaba un cable por sobrecarga, los empleados cortaban el tramo chamuscado y colocaban un tramo nuevo. El arreglo aguantaba un tiempo breve y, después, todo volvía a empezar. A veces, no pocas, el fuego se expandía por el cable hasta las casas y provocaba incendios. Pero hasta el 10 de junio de 2017 nadie había muerto.
Entre los detalles que explican por qué el transformador de Olazábal y Boquerón ya no daba abasto, Olga Maidana enumera la llegada de nuevas familias al Acuba I; las máquinas de coser de talleres clandestinos bolivianos que volvieron a encenderse en el barrio porque los vecinos perdieron sus empleos formales y trabajan en sus casas; los clientes de Edesur de los barrios linderos urbanizados que después del aumento de tarifa se desconectaron de su fase y se colgaron clandestinamente para pagar menos.
Las soluciones posibles a los cortes que cada vez los dejaban más días sin luz —y por tanto sin agua, porque las bombas extractoras para llenar los tachos no funcionaban— eran dos. Y ninguna se ponía en marcha. La definitiva y de más largo plazo era que la Municipalidad de Lanús urbanizara el barrio para que Edesur —que no puede actuar en zonas no urbanizadas— hiciera las inversiones necesarias: el tendido de una red segura y la instalación de un transformador nuevo para esas manzanas que habitan más de quinientas familias. La solución transitoria y rápida, el paliativo para evitar los cortes mientras llegaba la solución definitiva, era más simple: reemplazar el transformador viejo de 500 kilovatios de la esquina de Olazábal y Boquerón por uno nuevo de 800 kilovatios. Era eso: 300 kilovatios extras de potencia. Una decisión que ni la Municipalidad de Lanús, ni Edesur, por motivos que no quedan claros y se pierden en una nube de acusaciones mutas, tomaron.
Desde los primeros días de junio, en medio de un frío desolador, Acuba I estaba a oscuras. Olga se desesperaba. Tenía que cocinar las viandas a la luz de las velas y calentar las ollas con carbón y leña. En el barrio de San José Obrero, en algunas manzanas, aun siendo clientes de Edesur, estaban peor que ellos, sin luz desde fines de mayo. En el Comedor de Julia la luz iba y venía, y eso le daba a Julia algún margen de maniobra para organizar las tareas.
El viernes 9 de junio, Olga ya no daba más. Llamó al funcionario municipal —que conservaba su puesto desde el gobierno anterior—, pero esta vez se negó. “Ahí no entramos más”, dice Olga que le contestó aquel día, “mi gente está cansada de que los caguen a piedrazos”. Ella se ofreció a quedarse con los empleados del municipio para que hicieran tranquilos el trabajo. “Andá a hacer quilombo a Edesur”, dice Olga que le dijo el funcionario. Olga buscó en su lista de contactos y marcó el número del referente del barrio lindero, Acuba II, un hombre ahora vinculado al macrismo y en las antípodas de su filiación kirchnerista. “Tenemos que separar lo político de nuestro trabajo social”, se dijo Olga, “esto no da para más”. Y lo invitó a que organizaran juntos una movilización al centro de Lanús. Él aceptó. Si la luz no volvía durante el fin de semana, el lunes 12 marcharían al centro. Comenzaba el sábado 10 de junio cuando Olga apagó la vela. Algo había conseguido. Dormiría más tranquila, pensó.
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A Gabriela la aliviaba que su amiga Sol estuviera viviendo en su casa. La luz se cortaba cada vez con más frecuencia. Ella entretenía a los más chicos en esos días difíciles de junio y de tanto frío. En el patio del frente hacían fuego con unos leños para entibiar el aire. Por las mañanas jugaban a la maestra hasta que llegaba la hora de prepararse para ir a la Escuela Nº 77. Antes, pasaban por el Comedor de Julia para almorzar, o comían en la escuela. Por las tardes, cuando salían del colegio, iban a la casa de algún pariente o un amigo que tuviera luz.
Al barrio volvían apenas para dormir. Llegaban a la casilla, prendían velas, jugaban a las damas, a las cartas, y cantaban las canciones que aprendían en la iglesia evangélica Extendiendo el Reino. Cada madrugada, poco antes de las cinco, Denisse, la beba de Noralí, se despertaba para tomar el pecho. Si la casa estaba a oscuras, empezaba a llorar a los gritos y despertaba a todo el mundo, así que enseguida prendían velas.
Aunque Gabriela había estado un poco enferma, el viernes 9 de junio les avisó a sus hijos que el sábado iba a despertarse muy temprano para ir al penal. El viaje es largo, abren las puertas para las visitas a las siete de la mañana, y las colas para entrar son largas. Su amiga Sol se ofreció a acompañarla. Gabriela no se sentía muy bien y aceptó.
El sábado 10 de junio, cerca de las cuatro de la madrugada, las dos se levantaron sin hacer ruido. La luz seguía cortada. El celular de Gabriela apenas tenía carga. Lo apagó y reservó lo poco que quedaba para enviarles a sus hijos un mensaje al llegar al penal. Cuando se fueron, en la casilla dormían Noralí y su pareja, David, con sus hijas Denisse y Eluney; Thiago, Priscila, las mellizas Mía y Zoe; y las hijas de Sol, Luana y Yasmín. Denisse, la beba de Noralí, todavía no se había despertado. Salma no estaba esa noche durmiendo en su casa.
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Olga Maidana escuchó entre sueños las sirenas de los bomberos. No se preocupó. Solía pasar que en el barrio Evita, muy cerca del Acuba I, quemaban los autos robados después de sacarles lo que servía. Serían las seis de la mañana del sábado 10 de junio; aún no había amanecido.
De pronto, escuchó que la llamaban. Había gente en la puerta de su casa.
—¡Olga, Olga! ¡Olga, vení!
Hacía un frío insoportable. Miró su celular, en el que entraba una cadena de mensajes, uno detrás de otro: “Se está quemando la casilla nueva del pasaje Alfonso 18. Olga, vení”.
Ella caminó helada, en zigzag, a tientas en la oscuridad. Cuando llegó, vio llamaradas como olas que no paraban de crecer. La mitad de la casilla —en su extremo izquierdo— ya no existía. Vio a los vecinos buscando agua en los tachos casi vacíos. Vio a chicos de 20 años mojando frazadas en el agua sucia de las zanjas, envolviéndose en ellas para tratar de meterse entre las llamas. Vio a los bomberos, que ya habían llegado, impotentes porque no había de dónde sacar agua. Vio una ambulancia.
¿Era Noralí, con Denisse en brazos, la que estaba ahí? Thiago preguntaba por sus hermanas, las mellizas. Priscila y Yasmín temblaban. Olga las recuerda vestidas con piyamas de pantalón corto y se acuerda de que corrió a buscar algo para cubrirlas. ¿Quién estaba durmiendo en la casilla, quién faltaba? En medio de la incredulidad y la confusión, Olga Maidana discó el número de Julia Rodríguez.
—Julia, ¿sabés lo que está pasando? ¿Gabriela está con vos?
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A las 5:40 AM del 10 de junio de 2017, los bomberos recibieron el primer llamado de auxilio. Según el parte oficial del director de Defensa Civil de Lanús, al llegar a la casilla del pasaje Alfonso 18 del Acuba I rescataron a cuatro menores —la beba Denisse, Thiago, Priscila y Yasmín— y dos adultos: Noralí y David. Cuatro menores estaban muertas: las mellizas Mía y Zoe y Eluney y Luana. Las pericias confirmaron que el fuego había sido provocado por una vela (la vela que prendían para que la beba Denisse no llorara). Suponían que la llama había alcanzado una cortina. A lo largo de la mañana, la noticia comenzó a difundirse en los medios, aún antes de que Gabriela Bordón se enterara de nada. Ella había llegado al penal y, con la poca batería que le quedaba en el celular, le había enviado un mensaje a sus hijos: había llegado bien. Y lo volvió a apagar. Pasó la mañana, pasó el mediodía y parte de la tarde ignorándolo todo.
Cuando a las cinco de la tarde llegó al barrio, distinguió enseguida las luces azules de los patrulleros. Qué hacían los vecinos en la calle, en la puerta de su casa. Una mujer policía caminó directo hacia ella, atajándola antes de que pudiera seguir avanzando. Gabriela no sabe si fue el olor o el color del aire. Pero empezó a entender. Mareada, escuchó que la insultaban: había dejado a los chicos solos en una noche sin luz para ir de visita a un penal. Julia estaba ahí, tratando de protegerla, y se mantuvo a su lado mientras la subían al patrullero. Después, partió hacia el comedor para preparar el velorio de las cuatro nenas.
Gabriela quedó retenida en la comisaría varias horas. Recién al llegar la noche le dijeron los nombres de los cuerpos que estaban en la morgue, y que sus hijos menores —Salma, Priscila, Thiago— iban a quedar transitoriamente al cuidado de los hermanos mayores que vivían en Isidro Casanova. Tendrían que mudarse y cambiar de escuela. En los días siguientes supo que Noralí iría a vivir con su marido David y su beba Denisse a casa de los suegros. Elías, el hijo de 20 años que vivía en la casilla, y que el viernes había salido con sus amigos y no había regresado a dormir, la acompañó los primeros días; después, intentó cortarse las venas. Le dieron seis puntos en la muñeca.
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Mientras Gabriela Bordón asistía al lento derrumbe de su familia, Olga Maidana intentaba que el caso se hiciera visible en los medios de comunicación. Pero la cobertura era tibia, salvo excepciones.
El mismo 10 de junio, en Crónica TV le hicieron una larga entrevista telefónica y ella dijo cosas como estas: “Hay un transformador en la esquina de Olazábal y Boquerón que ya no da más. Edesur nunca vino, la Municipalidad dice que ellos no lo pueden arreglar. Necesitamos del Estado. Murieron cuatro nenas. Las estamos velando a oscuras. ¿Entiende lo que le digo? La oscuridad ahora la tenemos en el alma”.
Ese día, Télam publicó una nota que mencionaba la declaración de un vocero municipal: “El suministro eléctrico de la zona depende de un transformador que la empresa Edesur debió haber reemplazado. Hay una demanda judicial en curso”.
C5N puso al aire al director de Defensa Civil de Lanús, que contó los hechos y prometió ayuda para las familias. Las demás fueron notas escuetas, reseñando el hecho.
Julia Rodríguez había decidido que ni ella ni Gabriela hablarían con la prensa, con funcionarios del municipio o representantes de Edesur. No iban a recibir bienes materiales de quienes, sentían, eran cómplices de lo que había sucedido. Le pidió a Olga que no organizara ninguna movilización.
Olga Maidana no estaba de acuerdo, pero atendió el pedido de Julia, aunque consideraba que perdían una gran oportunidad de conseguir cosas para Gabriela y su familia y para el barrio.
Pero tan solo días después otras tres muertes le darían la posibilidad de poner en marcha todo lo que ella y los militantes del MTE —el Movimiento de Trabajadores Excluidos, que la acompañaba en los reclamos— habían reprimido por respeto al deseo de Julia y Gabriela.
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El 20 de junio, a pocas cuadras del Comedor de Julia, una casa se incendió de madrugada, cuando aún no había amanecido. Julia fue una de las primeras en llegar cuando comenzaron los gritos. Los bomberos no tenían ni una luz portátil para hacer su trabajo, así que ella tuvo que mandar a buscar un farol a casa de su madre. Los vecinos empezaron a hacer boquetes en las paredes para sacar a los que dormían. Pero el tiempo no alcanzó.
El 5 de julio, el sitio lapoderosa.org.ar publicó un texto llamado “Ni luz, ni cámara, ni acción”, con una foto del hombre que lo había escrito, Jorge Trejo, a quien se presentaba como “el tío de los dos chicos asesinados por la desidia de Edesur y del Municipio de Lanús”. Trejo está en primer plano, y al fondo se ve la casa quemada. Tiene una vela a medio consumir en una mano y la boca abierta en un grito animal. El texto dice: Acá, abajo del teclado, quedaba nuestra casita, en el Barrio San José Obrero de Villa Caraza… Ya pasaron dos semanas desde el incendio que se llevó la vida de mi hermano y sus dos hijos, Alexis y Danielito. Mi otro sobrino, Brando, que apenas tiene 11 años, sigue recuperándose de las heridas. Todos vivíamos aquí, en el mismo terreno, nosotros adelante y ellos atrás… Ahora hay un silencio taladrante. Y un dolor que no se va nunca más. La madrugada del 21 de junio, mi sobrina prendió una vela que se consumió sobre un mantel, una vela que bien pudo permanecer apagada de no haber sido por los veinte días que la empresa Edesur nos dejó sin luz. Pero no, lo sé, esto que pasó con mi familia no fue algo extraordinario, sino un hábito de la empresa sobre las villas. Sin ir más lejos, nueve días antes, en el barrio Acuba, pegadito al nuestro, murieron otras 4 nenas, producto de otro apagón y otra vela. Seguro no lo vieron por televisión: nunca entramos en el guión de la novela. Tres semanas sin que la intendencia de Lanús nos atendiera, mientras Edesur se ocultaba en su propia oscuridad. Tres semanas esperando y recibiendo las facturas de la luz, esas que debimos abonar igual, aunque se nos haya derrumbado la casa. Aunque se nos haya derrumbado la vida. Mes a mes, pagamos el servicio eléctrico como podemos, pero la luz se vuelve a cortar, bajo el techo del infierno que terminaron sufriendo nuestros chicos. El derecho al invierno sigue siendo para ricos. Ni la empresa ni el Ente Nacional Regulador de la Electricidad les dieron cabida a nuestros reclamos, porque no existimos para ellos. Y encima, cuando fuimos a protestar a la compañía, nos sacaron cagando con la Policía…
La protesta que cita Jorge Trejo en su texto fue la que Olga Maidana, el MTE y otras organizaciones barriales convocaron el 21 de junio a través de las redes sociales. Al día siguiente, el 22 de junio, militantes y vecinos llegaron hasta las oficinas de Edesur en el centro de Lanús para exigir soluciones. Hubo momentos de violencia. Y entonces la repercusión en los medios empezó a cobrar vigor. Télam había publicado el 21 de junio una nota en la que se reproducía la declaración de los voceros de Edesur: “Estamos consternados por el trágico hecho en Lanús, que ocurrió dentro de una vivienda y que excede la responsabilidad de la empresa; estamos analizando las razones del corte de suministro en el lugar”.
Página/12, el 22 de junio, publicó: “Voceros de Edesur dijeron que aún no tenían datos sobre el episodio de la madrugada de ayer. Además, respecto de lo sucedido hace once días en el barrio Acuba, donde el corte de luz se debió a fallas en un transformador, aseguraron que no fue su responsabilidad porque la prestación obliga a la empresa a proveer el servicio hasta la entrada de los asentamientos, pero las redes internas de distribución son responsabilidad del gobierno local en cada jurisdicción”. El 23 de junio, publicó las fotos de la protesta frente a las oficinas de Edesur en Lanús, bajo el título: “Acusan a Edesur y al Municipio de Lanús por siete muertes por falta de suministro. Un corte de luz que ya es tragedia”. El mismo día de junio, Diario Popular reprodujo parte de la carta que el intendente de Lanús, Néstor Grindetti, había enviado días después de las muertes de Mía, Zoe, Luana y Eluney a las máximas autoridades del grupo italiano Enel —dueños de Edesur—, con copia al presidente de Edesur en la Argentina, al presidente Macri y al ministro Aranguren: “Lamento tener que escribirle estas líneas en circunstancias tan tristes. Desde hace más de un año y medio soy intendente del Municipio de Lanús. Cada verano y cada invierno los lanusenses sufrimos los cortes de electricidad. No es algo que nos pasa de vez en cuando y que responde a una programación. Siempre es sorpresivo y normalmente muy prolongado… Las personas sufren y las consecuencias sociales de la falta de luz son terribles. Tenemos cientos de casos relevados sobre reclamos que duran entre cinco y siete días, y sin nadie de la empresa que se acerque a resolver el inconveniente…Y el irreparable daño de vidas humanas, como ha ocurrido este último fin de semana donde sufrimos la triste pérdida de cuatro niñas… Necesitamos que nos den respuestas”.
El día siguiente a la manifestación realizada el 22 de junio, Olga Maidana fue convocada para ser parte de la “mesa de trabajo” que se integraría con representantes de Edesur y funcionarios del municipio para encontrar una solución. Olga fue acompañada por Gonzalo Lomas, militante del MTE.
Unos días después llegó al barrio “un chabón español bastante buena onda” —según la descripción de Olga—. Venía custodiado por un patrullero y pidió hablar con “la referente del Acuba I”. Se presentó ante ella como el nuevo representante de Edesur y dijo que iban a comenzar las obras necesarias en la periferia del barrio, pero que nada podían hacer en el interior hasta que el Municipio no encarase las obras de urbanización.
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En la tarde del 18 de julio de 2017, Fabián Fernández, director de Prensa del Municipio de Lanús y jefe de Prensa del intendente Néstor Grindetti, acepta hablar sobre el tema en una entrevista telefónica:
—Desde diciembre de 2016 hay problemas con Edesur. Faltan planes de contingencia. Es como si no les importara. En 2015, Grindetti se reunió con su presidente, Maurizio Bezzeccheri, y le dijo: “Yo voy a ser el nuevo intendente de Lanús, hagamos un plan en conjunto. Mientras se hacen las obras de fondo hay que resolver los cortes. Necesitamos generadores, más cuadrillas”. Al principio funcionó, pero se relajaron. No responden los reclamos y fallan en el trabajo en territorio. Tienen el síndrome de la frazada corta: si arreglan Lanús, dejan sin luz a Quilmes. En el verano de 2016 hicimos un timbreo y juntamos las firmas de mil vecinos; presentamos una demanda colectiva y le dimos al tema vuelo mediático.
No fue un acto de demagogia, dice el vocero, sino la única forma de ponerse del lado del vecino. La demanda está estancada en la corte de la Justicia bonaerense y por eso, ahora, están pidiendo a la Defensoría del Pueblo que tome cartas en el asunto.
—Nobleza obliga: hace poco inauguraron una obra que duplica la potencia de la subestación Gerli. Pero nuestra relación con ellos es pésima. En lugar de arreglar las cosas, confrontan. A mitad de este año, 2017, tuvieron que cambiar a varios ejecutivos. Grindetti ahora se dirige directamente a Enel. Bezzeccheri aceptó reunirse con nosotros, después del incendio del 10 de junio, porque recibió un tirón de orejas desde Italia. Se comprometieron con un plan de contingencia; van a realizar obras en zonas periféricas y aumentar las cuadrillas de emergencia. Y van a poner generadores, si llegara a hacer falta. Por ahora, las cosas están yendo bien.
Fabián Fernández asegura que la luz de los barrios no urbanizados la paga el Municipio, que Edesur no trabaja gratis. Dice que, de a poco, habrá que poner medidores de gas, de luz, aplicar una tarifa social, concientizar a las personas de que los servicios tienen un costo.
—Tuvieron tantos años de desgobierno del Estado que esos barrios son bastante recelosos. Las organizaciones políticas los siguen manejando.
El mapa de Lanús es un rectángulo cuyos extremos están repletos de asentamientos. De un lado, Villa Jardín, Villa Diamante, Acuba, y del otro, Monte Chingolo.
—Recién ahora hay un plan de urbanización integral que incluye pavimento, cloacas, agua, luz. Cuando asumimos, encontramos irregularidades. El Municipio de Lanús presentó una denuncia contra la gestión anterior y Edesur. Aparecen como ejecutadas las obras del Plan Más Cerca que había implementado Julio De Vido. Pero no están las obras y no está el dinero. La gestión anterior cobró los fondos y Edesur dio el visto bueno certificando que las obras estaban realizadas. Si esas obras se hubiesen hecho, estas muertes se podrían haber evitado.
El 5% del territorio de Lanús está ocupado por asentamientos donde habita el 15% de la población total del municipio, según un informe de la Universidad de Buenos Aires. La falta de servicios es algo tan conocido como el cántico que se escucha en los estadios. Desde hace años, cuando el equipo de fútbol de Lanús sale a la cancha, la hinchada contraria canta: “Que feo, que feo, que feo que es Lanús/ de día falta el agua/ de noche falta luz”. O: “No tienen gas/ no tienen luz/ son los villeros de Lanús”.
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Durante las horas y los días que siguieron a la madrugada del 10 de junio de 2017, en el Facebook del Comedor de Julia y en el de Los Inquietos de Acuba, de Olga Maidana, aparecieron las fotografías de las cuatro nenas muertas rodeadas de alas de ángeles y el símbolo del infinito. También rondaron las culpas, desenfocadas. Julia se preguntaba por qué esa noche no había llevado a las mellizas a dormir a su casa. Gabriela intentaba convencerse de que lo mismo hubiera pasado si ella, en lugar de irse al penal, se hubiese quedado en la casilla, y se maldecía por haber permitido que su amiga Sol viviera con ella. Elías, el hermano de las mellizas, no dejaba de arrepentirse de haber salido con sus amigos. Olga Maidana se preguntaba por qué no se había despertado antes. Un día Noralí escribió en su Facebook un mensaje para su hija Eluney. “Perdón por no haberte podido sacar”. Otro escribió: “Todo por una vela”. Y otro: “Dios sabe por qué hace lo que hace”.
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En Edesur son tajantes: la empresa no es responsable de nada de lo que pasó. En una entrevista telefónica realizada el 11 de agosto, Pablo Hacker, a cargo de las Relaciones con los Medios para el Grupo Enel en la Argentina, dijo:
—Los barrios no urbanizados como Acuba I no son responsabilidad de la empresa. Si el municipio no hace las obras de infraestructura necesarias, nosotros no podemos hacer nada, no podemos reemplazar al Estado. Los cables de media tensión llegan hasta el ingreso del barrio precario y allí terminan nuestros servicios porque, por ley, no podemos tender la red de baja tensión en zonas no urbanizadas. Si el dinero del Plan Más Cerca, que debía utilizarse para hacer las obras en el Municipio de Lanús, fue desviado por la gestión anterior para otros usos, no es un tema de Edesur. Y si hay sospechas o pruebas de que Edesur convalidó esos desvíos, el Municipio tendrá que accionar en la Justicia y presentar las pruebas. No voy a responder sobre ese tipo de acusaciones. Si aceptamos participar de la mesa de trabajo que se armó después de la manifestación que hubo enfrente de nuestra oficina de Lanús el 22 de junio, fue porque no somos insensibles; y si después de las tragedias decidimos repartir lámparas que se recargan con el sol —algo que algunos criticaron—, fue por solidaridad, porque consideramos que era un modo de ayudar en medio de una situación de crisis. Pero lo que ha intentado hacer el Municipio de Lanús, al desviar la atención de su propia responsabilidad y cargarla sobre Edesur, no es correcto. La ley es muy clara sobre las atribuciones de cada quien en relación con las zonas no urbanizadas. Con respecto a la muerte de los tres miembros de la familia Trejo, en el barrio urbanizado de San José Obrero, donde los vecinos sí son clientes de Edesur, hay una investigación judicial en marcha; si había tres viviendas en un mismo terreno y conexiones informales, eso pudo haber afectado el servicio que brinda la empresa. En concreto, de la mesa de trabajo surgió nuestro compromiso de habilitar una línea telefónica directa con el Municipio de Lanús para agilizar la atención de los reclamos, y también vamos a reforzar las cuadrillas de emergencia para dar soluciones más rápidas. Personalmente me siento muy conmocionado por todo esto. Suena muy mal, pero la empresa no puede ser la responsable por un incendio que se origina en una vela encendida. Es un accidente, es una tragedia horrible, pero Edesur no es responsable por eso.
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Las conversaciones telefónicas y los mensajes con Julia Rodríguez y Gabriela Bordón, y las caminatas por el barrio Acuba I con Olga Maidana y Gonzalo Lomas, se sucedieron a lo largo de julio y agosto. Algunos de sus últimos mensajes decían lo siguiente:
«El MTE hizo averiguaciones en la Jefatura de Gabinete, preguntó en la Secretaría de Hábitat y Vivienda, y no encontraron un solo plan de urbanización presentado para esta parte de Acuba. Ni para 2018 ni para 2019. Y temo que para este barrio no haya nada. Por eso ahora pedimos una reunión con el Municipio. Gonzalo.»
«Después de la tragedia, Edesur cambió por fin el transformador del que estábamos colgados. Antes era de 500 kilovatios. Ahora pusieron el de 800 kilovatios y la luz no se corta más. Olga.»
«Edesur ya está implementando un trabajo preventivo para paliar la situación mientras se completan las obras de largo plazo. Tocamos madera. Estamos mejor. Fabián Rodríguez.»
«Nos quieren calmar, nos quieren patear el quilombo para más adelante. Nos dan quinientos foquitos recargables y estos planos con las promesas de urbanización. Que se los metan en el orto a los planos. Acá el problema es la pelea entre Edesur y el Municipio. Adelante nuestro se hacen los buenitos y cuando salimos de la reunión se matan entre ellos. Olga.»
«Se murieron mis hijas, mi nieta, la hija de mi amiga, me sacaron a mis hijos y ¿sabés lo que me dice la asistente social? Que aproveche el tiempo para hacerme los dientes. ¿Cómo puede decirme eso? Gabriela.»
«Las nenas no van a revivir. La desgracia ya pasó. Pero, al menos, que toda esta mierda que sufrimos sirva para pelear por algunas reivindicaciones. La realidad es que una vez que esto se enfríe, se olvidan y todo queda en la nada. Gonzalo.»
El 1º de septiembre, en la inauguración de una central térmica en Pilar, el presidente Mauricio Macri dijo: “Todos queremos que las velas solamente las tengamos que usar para apagarlas en la torta, porque durante los últimos años las usábamos para una situación a la cual pensamos que no vamos a volver”. Lo dijo sin que nadie le recordara el caso de las cuatro nenas muertas en Acuba I, de los tres muertos en San José Obrero, o le señalara la inconveniencia de la imagen que había elegido para su discurso.
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En un mensaje de texto del 8 de agosto, Gabriela Bordón describe así una foto de la que no se despega: La de remerita blanca es Luana Espinoza Nabarro, 5 añitos, Nabarro con B larga, la hija de mi amiga Sol. Con gorrita, Eluney Yésica Monrroy, 2 añitos, mi nieta. Y abajo, mis melli, Mía Belén y Zoe Nahiara Vega Bordón, 7 años. Mirá qué bellas. La de pelito lacio es Mía y la de rulitos es Zoe. Las nombré a cada una con el nombre completo para que sepan quiénes son nuestros angelitos. No sabés lo difícil que es caminar sin vivir.