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Se cumplen 130 años de la muerte de Antonio Modesto Inakayal, uno de los lonkos más importantes del pueblo Mapuche-Tehuelche. Durante las décadas previas a la conquista Inakayal mantuvo relaciones amistosas con el gobierno argentino. Una vez desatada la “campaña al desierto” resistió hasta el final: fue uno de los últimos en entregarse.
Junto al resto de los sobrevivientes lo obligaron a caminar cientos de kilómetros -primero hasta Valcheta, luego hasta Carmen de Patagones. Los encerraron en campos de concentración. A Inakayal lo trasladaron en barco a Buenos Aires. Una vez allí, el Perito Francisco Moreno pidió que lo llevaran al museo de La Plata. El objetivo de Moreno: “estudiar a las razas que se extinguen”. Inakayal y la mayoría de su familia vivieron sus últimos años como prisioneros allí, lejos de su tierra.
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Las fotos de esta muestra fueron tomadas durante ese cautiverio. Son placas hechas por los verdugos. Y son, también, las únicas imágenes que tenemos de ellos.
¿Por qué pintarlas? En la jerga de los fotógrafos, al acto de darles color se le llama “iluminarlas”. Antes se hacía con pinceles y tintas. Ahora las pintamos con una tableta y un lápiz digital. Pintar la representación gráfica de un genocidio es un intento por insuflar vida donde otros sembraron masacres.
¿Por qué bordarlas? Bordar y tejer son actos de amor, de cuidado. Es una ceremonia para dar abrigo, sanar. Es establecer un diálogo con la imagen para liberar lo que quedó encerrada en ellas, para revelar lo que ocultó la toma. Bordar una foto transforma la imagen, pero también al que borda.
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En noviembre de 2017 empezamos a pensar este proyecto con el escritor Adrián Moyano. Imaginamos líneas de fuga. De haber podido escapar, Inakayal seguro habría cabalgado de regreso por la línea sur hasta el lago Nahuel Huapi. La línea sur se transformó en un lugar clave para este trabajo. El miércoles, cuatro días antes de abrir la muestra, hubo un encuentro con las tejedoras de Ingeniero Jacobacci. Hablamos de la dimensión espiritual del tejido, del lenguaje de los hilos. Ellas bordaron las fotos, y yo intenté aprender las nociones básicas de sus telares. Si bordar es una ceremonia sanadora, hacerlo de manera colectiva potencia esa sanación hasta el infinito.
En estos meses participaron del bordado colectivo más de cien personas, la mayoría de ellas Mapuche. Bordaron hombres, mujeres, niñes. Bordaron ancianas, lonkos, poetas, artesanas, cantantes, docentes, enfermeras, médicas, empleadas. Bordó gente de campo y gente de ciudad; bordaron hablantes del mapudungun y personas que están descubriendo su identidad.
Lo hicimos a lo largo de la ruta que recorrieron aquellos prisioneros Mapuche a final de la llamada “campaña al desierto”. Lo hicimos de manera inversa, desandando el camino. Desde el Tigre hasta las afueras de La Plata, desde El Fortín Villegas hasta Patagones y Valcheta. En cada lugar bordamos y plantamos fotos del lonko Inakayal, la mayoría de las veces copiadas con el sol que alumbra cada lugar.
Empecé este camino guiado por varias señales. Me adentré en él con amor y tratando de reafirmar cada paso apoyado en las personas en las que confío. Entendí enseguida que este proyecto no era mío: algo me habitó en sueños para que esta vuelta simbólica se concretara. Solo intento hacer honor al llamado que recibí.
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El lunes 24 de septiembre, a las 18hs, se inaugura en Bariloche la muestra “INAKAYAL VUELVE. Bordar el genocidio mapuche”. Más info acá.
Conclusiones después de tres días encerrado bordando una foto:
-El trance existe. Empieza cuando se concentra todo en un punto, tomándose el punto en sentido literal.
-La foto se invierte en cada puntada. Cuando la aguja sale del lado de la figura es un pez que emerge a la superficie y enseguida busca donde zambullirse. En ese momento se decide por donde entrar, pero también por donde volver a salir. Cuando llegamos al lado inverso ya tenemos esa instrucción. Hay que retenerla una milésima de segundo, cumplir la orden y luego soltarla para volver a empezar.
-La mirada del fotografiado cambia a medida avanza el bordado y según cambiamos nosotros. Dice cosas. La torsión del hilo también cambia. El hilo, la aguja, la foto: todo está vivo y debe ser tratado con respeto.
-La trama que dibuja el bordado es un poema. O una canción.
-No se puede bordar mirando otra cosa. Se puede bordar escuchando música o cantando.
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Mi primer acercamiento al arte textil Mapuche fue hace unos once años, en Leleque. Ivana Huenelaf trabajaba en un telar construido con ramas de árboles. Estábamos sobre un monte, en un territorio que acababa de ser recuperado. Todavía saboreo la emoción que nos invadió mientras ella tejía: es una de las sensaciones más profundas y bellas que sentí en mi vida.
Hoy Ivana está procesada. La acusan de desacato a la autoridad, corte de ruta, posesión de armas. Su único delito fue solidarizarse con una comunidad que estaba siendo reprimida. No es la única. Moira Millán está acusada de un algo similar: acompañar a una comunidad en sus reclamos. Facundo Jones Huala fue extraditado a Chile a pesar de los pedidos de la ONU. Fausto Jones Huala y Lautaro González asistieron a Rafael Nahuel en sus últimos minutos de vida. Intentaron salvarle la vida. Hoy están con pedido de captura. Prófugos de la justicia. Quienes corrieron junto a Santiago Maldonado de la represión estatal están imputados. En ambas causas, la situación de los miembros de las fuerzas de seguridad responsables de los crímenes es privilegiada: ni siquiera han sido indagados. Las amenazas de desalojo pesan sobre las comunidades Paichil Antriao, Sacamata Liempichun, Nehuen Mapu y Puel Püllü, por nombras solo algunas.
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¿Quién me habló por primera vez de Feliciano Centurión? Creo que fue Lore en un asado en mi casa. Dijo: era un pintor y bordador paraguayo, mezclaba ñandutí con bordados. Te va a encantar. Luego en el taller de Guillermina en Formosa Galería volvimos a hablar de él, vimos sus obras. Centurión bordó hasta cuando cayó en el hospital: lo hizo sobre frazadas, sobre lo que tenía a mano. Toda su obra es de una belleza y una delicadeza extremas. Cuando empecé a bordar para #InakayalVuelve fui a ver una muestra de Chiachio y Giannone en el CCK. En uno de los cuadros citaban a Centurión. "Luz divina del alma", decía sobre la camisa de un autorretrato de Leo. Fue lo que más me impactó de toda la muestra.
Cuando empecé trabajar sobre esta foto pensé en eso. ¿Cómo dialogarían los bordados de Feliciano con mis propios bordados? Le escribí a Simona Mallo, mi kimelfe, para que me ayudara con las traducciones. Ella está en Santiago de Chile y se reunió con con otro experto, Cristian Vargas Paillahueque. Juntos trabajaron sobre las frases que bordó Centurión. Luz divina del alma se traduce (am) püllü ñi pelon. El (am) me dijo Simona que es por si se trata del alma de un difunto. Revélame tu mensaje es kimelen mi werken dungu. Mi corazón está tibio, mi sangre fluye: eñümküley ñi piwke, witrunwitrunguey ñi mollfüñ. Estoy despierto: trepelen. Añoro tu color: duamnien tami adentungen. Tu presencia se confirma en nosotros: eymi tami mülepan pwefaluwkey inchiñ mew. Reposa: ürkütunge may.
Elegí bordar Trepelen, estoy despierto. La traducción es exquisita porque el significado -como siempre pasa con la lengua Mapuche- es mucho más profundo que en el español.
La bordé sobre la frazada de una mujer cuyo nombre no conozco. Sobre su cabeza, como una flor, apliqué un dechado de ñandutí. Lo hizo Gilda, una tejedora que conocí en las afueras de Itauguá, Paraguay. Hay algo en sus miradas que las emparenta, que las une.
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En Carmen de Patagones subí a la torre del fuerte. Desde allí tuvieron que ver como embarcaban a los prisioneros Mapuche rumbo a Buenos Aires. Le pregunté al guía por esa historia. No sabía nada. Su versión de la historia era tan edulcorada como la que escuché en cada uno de los pueblos por los que pasó la marcha de la muerte.
“Esa ignorancia es funcional”, dijo una mujer más tarde, cuando conté la experiencia.
El silencio sobre el genocidio es funcional a la situación actual del pueblo Mapuche.
Estas fotos también sufrieron el silencio. Estuvieron perdidas, herrumbradas junto a los restos de varios de los prisioneros. Las fotos terminaron perdidas entre los archivos del museo. Muchas fueron rescatadas y restauradas por Xavier Kriscautzky, un fotógrafo que trabajó allí. Otras por GUÍAS, un colectivo de antropólogos que impulsa terminar con la exhibición de restos humanos y que sean devueltos a sus comunidades.
Hoy las fotos forman parte de varias colecciones de museos e institutos de investigación. Mi contribución es humilde: las pinturas basadas en esas imágenes están disponibles en alta resolución en http://inakayal.revistaanfibia.com/. Cualquiera que lo desee las puede bajar a imprimir. Socializarlas es parte fundamental de esta obra.
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Escribí hace un tiempo: “¿Qué te pasó en los ojos, Foyel? ¿Qué son esas nubes grises? ¿De qué color las pinto? ¿Por qué ese labio apenas mordido, ese gesto de contraer la mandíbula, como queriéndote meter hacia adentro de vos mismo? ¿Quién te cortó la melena de esa forma, igual que hicieron con tus compañeros?”
Durante tres semanas bordo un abrigo: no soporto que le hayan tomado una foto así, tan humillante. Él es un héroe y espero que el resultado sea un makun, pero la idea muta cada noche, cuando me siento frente a su foto. Primero fue un punto cruz, ahora son rombos sobre otros rombos. Líneas horizontales que forman cuadrados cada vez más chicos. Es el segundo domingo que me encierro: único día en el que puedo pasar varias horas sentado frente a su imagen. Cuando pasan dos, tres horas de estar con él, dejo de mirarlo a los ojos. Lo que veo ahora son los punto de uno y otro lado. Cada punto viene de otro lado (¿de donde?) y me encuentro con ellos en el centro.
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Estoy sentado frente a esta foto: es la última que falta bordar. Posa en el mismo lugar donde estuvieron otros, frente a la misma tela y con la misma ventana detrás. Le hicieron el mismo corte de pelo que al resto. Usa una frazada que pensé bordó, no se por qué: toda esta muestra arde en rojo, así se fue manifestando. Bordar es un proceso lento. Primero hay que preguntarle a la foto qué. Es un diálogo que lleva su tiempo. Al principio pienso en taparle el trarilonko con un punto plano. ¿Por qué lleva ese pedazo de tela estampada en la cabeza? ¿Lo usa porque le sacaron el suyo, que seguro sería tejido y con algún diseño propio de su pueblo? ¿Lo obligaron a usarlo para la foto? Por momentos pienso que es buena idea bordar eso, pero luego se me cierra el pecho y tiendo a seguir el rumbo de su mirada. Pienso en rayos azules saliendo del centro de su cabeza para quemarlo todo. Pienso en una mirada que prende fuego el mundo.
El dolor de la foto es tanto que no puedo bordarla. La dejo sobre la mesa: le da el sol y parece mirarme mientras escribo. Quizás en algún momento revele su mensaje.
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El jueves antes de salir para Bariloche pasé a visitar a la abuela María Torres de Cona. Desde que bordó una de las fotos de Inakayal, la ñaña se convirtió en un símbolo y en una de las impulsoras del proyecto. Decidí que una parte de la muestra se quede con ella: la primera foto de Inakayal que bordé, cuando todavía no imaginaba que todo iba a crecer tanto. Nos dimos un abrazo enorme que me hizo lagrimear. Me susurró al oído palabras en mapudungun. Mi conocimiento no alcanza para traducirlas. Tampoco hace falta. La emoción todavía me dura. En ese abrazo y en las tortas fritas que me dio para el camino está cifrado el espíritu de lo que hicimos.