“Hombre al agua/voces que se agitan/
hombre al agua, barco a la deriva”
(Soda Stéreo, 1990)
Desde fines de julio, las personas que de jueves a domingo circulan por el edificio neoclásico del Centro Cultural Kirchner (C.C.K.), ex Correo Central, pasan casi sin mirar el objeto de aluminio cuyo tronco cilíndrico de más de dos metros termina en una esfera iluminada desde adentro. Todo indica que es lo que llamamos una escultura, pero su apariencia totémica parece revelar la presencia de otro mundo. Si fuera un objeto de esos a los que llamamos abstractos por lo menos podríamos ubicarlo en el rango de las cosas inútiles producidas por el arte. Pero no. Parece un regalo interplanetario para el nuevo Centro Cultural, un objeto decorativo venido de una de esas aldeas flotantes e iridiscentes imaginadas en los sueños lúcidos de la ciencia ficción (que son el pasado del futuro). En la configuración museística a la que ha sido adaptado (o adoptado), el tótem interplanetario resulta demasiado industrial para imitar la idealizada belleza del arte y al mismo tiempo puesto en el plano de las cosas fabricadas en serie es una cosa única, como caída del cielo. Porque esa cosa es un Kosice y las cosas Kosice parecen habitar un mundo dentro de este o avisarnos de la existencia de otros a partir de piezas que murmuran una lengua desconocida. “El hombre no ha de terminar en la Tierra”, aeguró alguna vez.
Referente fundamental del arte abstracto invencionista y concreto, Kosice creó un universo de formas en las que el agua y la luz proponen una poética de esperanza en un futuro más allá de las miserias terrenales. Figura mundial del abstraccionismo invencionista, recibió premios y distinciones y sus obras se encuentran en museos de todo el mundo.
En 1989, año en que construyó este cilindro luminoso, este tótem interplanetario que hoy alumbra hasta al más distraído de los visitantes, fue distinguido en Francia como “Caballero de las artes y las letras.”
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El día que su “"Cilindro Luminoso y Esfera" fue emplazado en el C.C.K. a los 91 años, Gyula Kosice llegó en silla de ruedas. Lo primero que hizo fue quejarse de tener que compartir homenaje con Alicia Penalba, una escultora abstracta que murió en París en 1982.
“Yo pensé que el acto era para mí solo”, dicen que protestó ese sábado a la tarde. Como si fuera un chico incapaz de compartir su postre, Kosice exige protagonismo absoluto. Se trata de un narcisista de catálogo, es cierto, pero quizás lo que resida en el fondo de esta actitud sea una afirmación no del todo consciente de la inadecuación de sus objetos. Ya se dijo que son otras cosas: merecen, demandan, pues otra mirada, otra escritura, otro lugar. Por eso Kosice siempre está, todavía, incómodo con su lugar. Como si las cosas esas que fabrica lo presionaran a ser único.
La última vez que hablamos, aprovechó para protestar porque la revista Ñ tenía en su tapa a otro artista: Antonio Seguí.
— Escuchame, ¿No podés hacer nada vos?
—Gyula, no estoy más en Clarín ni en la revista…
—Pero…¿no podés hacer nada che?!!
No era la primera vez que sucedía. Otras veces que visitaba su taller me esperaba con recortes de diarios desparramados sobre la larga mesa de trabajo. Siempre se quejaba por el protagonismo o la falta de reconocimiento. Junto con eso, venía después el manojo de fotocopias que resumían su vida, por las dudas, como si no lo conociéramos: el certificado de inventor del movimiento Madí, fotos en París con Tristán Tzara, André Malraux, Max Bill y Jean Arp (entro otros que entrevistó para La Nación a fines de los ‘50), el día que hizo llover en la vereda del Di Tella, fotos de obras suyas emplazadas en espacios públicos de distintas partes del mundo. Siempre había que salir del taller de Kosice con ese breviario de su vida y su obra, un inevitable souvenir para mantener su nombre caliente.
—Pero Gyula, ya me lo diste….
—¡Llevalo igual, che!
Inapelable. A su alrededor zumbaban sus ayudantes vestidos con delantales de trabajo tipo fábrica. El taller, con Kosice en acción, tenía algo de colmena.
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El taller es una casa muy antigua en la calle Humahuaca, de Villa Crespo, que pasa inadvertida excepto por una “K” que indica que tras esa puerta de madera se abisma un mundo.
La vieja casa fue reconvertida en una suerte de laboratorio de ciencia ficción o, mejor, pequeño museo de futuros posibles. Con el tiempo se le agregó un piso deslumbrante, con piezas lumínicas y objetos radiantes. Kosice había insistido con que la casa-laboratorio-museo fuera administrada por el Estado (municipal, nacional), pero eso nunca sucedió y, con los años, muchas de estas piezas emigraron, se fueron de Buenos Aires y de Argentina.
Así sería una visita guiada al misterioso taller “K”. En el ingreso hay un corredor y un hall muy antiguos tapizados con ediciones de libros de y sobre Kosice. Hay un pequeño volumen de la colección Mundo Moderno de Paidós: Madi y la vanguardia argentina (Jorge B. Rivera, 1976) que en la tapa tiene un fotomontaje de Grete Stern. El libro sobre Kosice es el volumen 81 de una serie que incluye títulos así: Anticoncepción, fertilidad y amor (A.F. Guttmacher), La era tecnotrónica (Z. Brzezinsky), El socialismo funcional en Suecia (G. Adler-Karlsson) y otros.
En la página 63 se lee: “Madí inventa una plástica autónoma, cinética. El caballete, el muro, intermediarios y convenciones de la pintura. Composiciones de luz policromáticas… Música esencial con instrumentos electrónicos, trautonio, ondas martinot, vodcek, sin contrapunto, sin armonía, sin cadencia, sin tonalidad ni imitación… Luz, color, espacio, movimiento…”.
Hay un antiguo poemario llamado Golse-sé, que Kosice publicó en 1952.
Hubo una primera lluvia
me llevé las pisadas del hombre al espacio
pregunten por mi mediodía
por la red del mundo
por un apellido del amor
por el hueco de mis manos
(“El azar corregido”, 1940)
Mi cuerpo es hidrocinético elegido del agua por aclamación
es un simple eslabón de la especie
pero desafiante
un ardid de la naturaleza con embriaguez de infinito
a pesar de tan poco.
Mi suma anatómica está subordinada
a un exceso hidroespacial inagotable
envolvente cálido en sus articulaciones flexibles
sólo un desequilibrio de origen y semejanza
sostenido volumen lamido por oleadas de pasión
(“Cuerpo de agua”, 1952)
Kosice llamaba a esto “poesía madí”, del mismo modo que había un arte, una danza, un teatro, una arquitectura y una música madí. Como el resto de las vanguardias de entreguerras, los madíes se proponían colonizar desde el arte la experiencia entera de la vida. Habían surgido hacia 1946 en una mesa del desaparecido (ya en los años 60) Café Rubi, de Plaza Once, como un cenáculo que rechazaba el surrealismo y registraba con voracidad las lecciones del constructivismo ruso y el racionalismo del grupo holandés De Stijl (El estilo). De todo eso salió la primera vanguardia rioplatense.
El significado de la palabra “madí” es, desde entonces, territorio de disputa. Se ha escrito que es la contracción de “materialismo dialéctico”, en relación a los escritos de Marx & Engels, o que es una síntesis de “Madrid, Madrid, no pasarán”, un grito de barricada de la Guerra Civil Española. Kosice niega cualquiera de los dos orígenes: la palabra, como casi todo en el movimiento, fue inventada arbitrariamente. Una vez me contó que lo había visitado la Policía del Proceso y que le preguntaron por la palabra. “Es una isla de la Polinesia”, mintió.
Lo que importa en el mundo Kosice no es qué sino quién. Con los años, Gyula dejó el madí y el uruguayo Carmelo Arden Quinn, otro contertulio del Café Rubi, relanzó el movimiento desde París y se atribuyó el invento. Quinn murió hace algunos años, pero ambos pasaron los ochenta años disputándose la patente como vedettes en un talk show de la tarde. He visto a Kosice dar golpes de puño a su mesa de trabajo, colérico, ensimismado en esta rencilla por la invención del nombre inventado. Al souvenir de fotocopias adjuntaba entonces un documento: el expediente 238.535 del Registro de la Propiedad Intelectual donde consta el registro de la palabra madí y el nombre de la revista Arte Madí Universal.
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A la derecha del laboratorio-museo está la primer sala dedicada al arte madí. Obras de Kosice, su mujer Diyi Laañ (dejó el planeta en 2007), alguna de Rod Roothfus, otro de los uruguayos. Los cuadros de la pintura madí introdujeron una novedad global: el marco recortado. Eso los diferenció del resto de la pintura concreta y abstracta de los años ‘40 y ‘50: no sólo el arte no debía imitar ningún aspecto externo a él sino que se escapaba de las formas en que podía mostrarse. En un pedestal se luce Röyi, la primera escultura articulada, otra anomalía mádica.
En la casa “K” hay, también, obras con tubos de gas neón, un material que Kosice empezó a trabajar tan temprano como en los años 40, cuando nadie lo estaba haciendo en ningún otro lado que no fuera Buenos Aires. Son laberintos de luz que interpelan el vacío, como objetos estelares suspendidos en la oscuridad de la noche del universo.
En la sala que sigue hay esculturas lumínicas y audiorrítmicas y piezas en las que, ya en los años ’60, Kosice empezó a introducir el agua. Es otra dimensión de su obra: si antes había aislado la luz eléctrica en contornos geométricos irregulares ahora podía crear gotas suspendidas en el aire o el sorprendente “TV Hidraulizada”. ¿Qué tipo de familia se sentaría a ver una pantalla cubierta hasta la mitad por agua?
Alguna vez, contemplando estas piezas, cuyo contexto se nos escapa, escribí que en Kosice anidaban los espíritus de Leonardo y Flash Gordon.
—Che, me pusiste que parezco Flash Gordon…¿A vos te parece?
—Sí, ¿Qué tiene de malo?
—No sé…¿Te parece?
De la parte de Da Vinci no dijo nada.
En la siguiente sala donde en la oscuridad se alza la Ciudad Hidroespacial (se alzaba habría que decir porque en 2010 el Museo de Bellas Artes de Austin, Texas, compró el núcleo de esta obra), una serie de maquetas que simulan el exilio de la sociedad terrícola en células hidráulicas suspendidas en el espacio. Es el éxtasis del plexiglás, un material plástico que a Kosice le (re)abrió las puertas de la invención. Un material y una palabra que denotan desarrollismo y mitos de una clase media electrodoméstica, acrílica.
La Ciudad Hidroespacial es la forma de la utopía en el mundo de las cosas Kosice. El artista-inventor golpeó las puertas de la NASA en 1979 con un manifiesto por la vida fuera de la tierra que era también una advertencia para que la agencia espacial se pusiera a trabajar en la realidad de su idea.
“(…) La arquitectura ha dependido del suelo y las leyes gravídicas. Dichas leyes pueden ser utilizadas científicamente para que la vivienda hidroespacial pueda ser una realidad, es decir, viable desde el punto de vista tecnológico.
Intentar la construcción de algunas viviendas, como un ensayo previo para llegar paulatinamente a la Ciudad Hidroespacial propiamente dicha. La opinión de los astrofísicos e ingenieros espaciales coincide en que, tomando agua de las nubes y descomponiéndola por electrólisis, es posible utilizar el oxígeno para respirar y el hidrógeno introducido en una máquina de fisión nuclear proporcionaría energía más que suficiente. Energía capaz de mantener suspendido el hábitat incluido su desplazamiento, mientras otras opiniones se refieren a la posibilidad de cristalización del agua y derivarla hacia una polimerización que la cualifique energéticamente. Así pues, no se trata de vencer las leyes gravídicas sino crear la energía de sustentación. Por eso me dirijo a los científicos de la NASA para recabar sus opiniones.”
Así sustentaba Kosice la posibilidad de los islotes flotantes. Luego, sugería una política para el super-organismo espacial. “(…) El costo, desde luego, es muy alto, pero con sólo detener la producción bélica del mundo por veinticuatro horas e invertir dichas sumas en este proyecto, su realización es posible. La arquitectura hidroespacial está condicionada para estar suspendida en el espacio indefinidamente.”
La respuesta vino en un telegrama sucinto con membrete del National Air and Space Museum, dependiente de la agencia espacial.
Nada.
El escritor norteamericano Ray Bradbury, a quien Kosice también le hizo llegar textos y fotos de las maquetas, fue un poco más optimista: “Nada, por cierto, es imposible. Todos aquellos que vivimos de nuestros sueños en el espacio lo sabemos. Me gustaría poder comentar algo más, pero me encuentra en el año más ocupado de mi vida. Sepa que he admirado lo que me mandó y que le deseo suerte con su sueño en los años por venir!”.
La Ciudad Hidroespacial se presentó por primera vez en 1970 en la Galería Bonino. En el catálogo el astrofísico Carlos Varsavsky le subía el pulgar a la propuesta: “Tomas agua de las nubes, la descompones por electrólisis, usas el oxígeno para respirar y el hidrógeno lo metes en una máquina de fusión nuclear y tienes energía de sobra. Podrá llevar diez, veinte, treinta años hacerlo, pero técnicamente es concebible y realizable.”
La utopía de Kosice debió haber estado flotando sobre la atmósfera, entonces, hacia 2001 (¿Odisea Hidroespacial?), pero no. Kosice sigue convencido, empeñado, en que es posible. Casi resulta una ironía que parte de la obra se exhiba ahora mismo en el Museo de Bellas Artes de Houston, Texas. Muy cerca del Centro Espacial Johnson de… la NASA.
A la posibilidad de emigrar de la tierra le correspondía una revolución en el hábitat y en las costumbres. Vanguardia pura y dura: en los límites hidroespaciales se eliminaba también la perspectiva de la arquitectura moderna y funcional y, con eso, se abría la puerta a un nuevo comportamiento.
Así, en Bonino, en el Planetario (donde se vio en 1979), en el taller “K”o en Houston, a los módulos flotantes de plexiglás correspondían unas placas identificando los lugares de la Ciudad Hidroespacial. Cuando se repasan, se comprende que más allá de su factibilidad, la Ciudad Hidroespacial tiene otro reconocimiento pendiente: el de la literatura argentina. Repasemos los textos correspondientes a la Maqueta H, por ejemplo.
1. Señal para cruzar el cielo ida y vuelta. Ocaso antimágico para hacedores de misterio.
2. Recinto no aprovechable.
3. Lugar de modulaciones sobre un código de anécdotas ausentes. Antagonismo entre la fascinación a punto de aflorar y el recreo a perpetuidad.
4. Constancia entre sitios y mutaciones para sobrevolar en libertad.
5. Lugar para dormir sobre la inactualidad. Dormir x dormir. Fabulación de bostezos en retirada.
6. Visión asistemática de la trascendencia terráquea y su risible leyenda.
7. Lugar de aprovechamiento semántico para descolocar las asociaciones conceptuales. Vestuario intercanjeable.
8. Lugar de hiperpresiones para consolidar la serenidad.
9. Lugar de sorpresa en sorpresa sin gárgaras ni aureola científica.
10. Lugar de polidimensión en que se podrá estar a la vez muerto, vivo, cazar auroras prehistóricas o teledirigir desde una hidronavekosicense, satélites naturales.
11. Inmensidad potable empequeñecida por una bebible lección de luminosidad.
12. Lugar para identificar las propulsiones de la antimateria y jugar a ser efímeros habitantes sin retorno.
13. Lugar de uno.
¿No son acaso estos, fragmentos de una obra mayúscula de nuestra casi inexistente ciencia ficción? ¿No deberíamos correrla por un minuto del ensimismado sistema “arte” para ponerla a jugar con El Eternauta de Oesterheld y La invención de Morel de Adolfo Bioy Casares?
En 2010, Kosice, entonces 86, pagó de su bolsillo la edición de un libro hermoso llamado La Ciudad Hidroespacial. 500 lugares para vivir. Allí, el inventor-artista explica: “Los siguientes textos han sido escritos entre 1946 y 2010, como descripción-más allá de toda utopía- de la Ciudad Hidroespacial. Son mi deseo, constante durante casi setenta años de trayectoria, de poetizar el mundo.”
El lugar “1” corresponde a “Plataforma ovoide en suspensión, traslación, desplazamiento aéreo”. El lugar “500”, a “Que este pequeño libro que estás leyendo entre manos no resulte un artefacto peligroso y por el contrario sea una apoteosis festiva.”
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Luego de la sala dedicada a la Ciudad Hidroespacial, hay un espacio donde se destacan esculturas hidráulicas y objetos totémicos (en este lugar supo estar el cilindro que ahora detenta el C.C.K), un pequeño patio y, finalmente, el bunker del inventor-artista. Allí espera el artista, “Fernando Fallik”, detrás de una larga mesa de metal, lápices, papeles, la radio AM levemente desintonizada, guardapolvo de trabajo, camisa turquesa haciendo juego con sus ojos, radiantes a pesar del tiempo. Tal como los vio Berni, los ojos-rayo del inventor-artista, en el retrato de 1963 que cuelga detrás de la mesa.
¿Fernando Fallik? Es que el inventor-artista es otro invento: Gyula Kosice no existe. Kôsice es una ciudad al este de Eslovaquia, la segunda más poblada de la mitad menos conocida de lo que conocimos durante tantos años (y tantos mapamundi) como Checoeslovaquia. Pero Kôsice, acorde con el twist de la geopolítica, fue también parte del Imperio Austrohúngaro y de Hungría y por eso Fernando-Gyula que nació en Kôsiceen 1924 (el año en que la modernidad entró a los golpes en Buenos Aires) se dice húngaro-argentino.
El color turquesa es el password secreto de la cosmovisión de Kosice (las cosas por su nombre…de ficción). Todas sus camisas son turquesa, las joyas que diseña tienen ese color, las gotas de agua de plexiglás que están por todas partes (como si el taller “K” fuera un aguantadero de la lluvia) llevan un centro turquesa incrustado.
Turquesa, diría Spinetta, es el color de su flash.
Y el gran flash de Kosice está en el color del agua, el color del agua en aquel iniciático primer viaje.
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Una de esas mañanas frías, siempre que fui, hizo frío en el búnker de Kosice, el inventor-artista me estaba esperando con un prolijo juego de hojas anilladas. La primera vez que había estado en ese lugar fui a entrevistarlo para la biografía de Berni Los Ojos. Fue por su histórico rol de curador del espacio argentino en la Bienal de Venecia de 1962, cuando Berni se alzó con el Gran Premio de Grabado y puso en el ojo global a Juanito Laguna. Kosice guardaba memorias muy frescas de aquellos días de funcionario cultural y luego, cuando leyó su testimonio en el libro, se comunicó para que volviera a visitarlo y así se iniciaron excursiones más o menos periódicas a la casa “K” de la calle Humahuaca.
Las hojas anilladas eran su autobiografía que venía escribiendo desde 2007. Me pidió que las revisara y anotara y llegado el caso que le sugiriese cambios.
¿Sugerirle cambios a Kosice? Una forma de lo imposible. Confieso que volví con el original suponiendo que de principio a fin sería una suerte de auto-elegía extendida, pero no. Muy pronto, en las primeras páginas aparecía el origen del mito.
“(…) Tengo frescos cuatro años y me encuentro de pronto suspendido durante cerca de un mes en un viaje entre el cielo y el mar. El espectáculo de las noches desde la cubierta se me impone de un modo absoluto. La revelación del mar inacabable -estoy viniendo de un país mediterráneo- bajo un cielo estrellado, cuya profusión e intensidad nunca he vuelto a ver, sedimentan en mí de un modo que sólo comprenderé mucho después (…) Aquella revelación del cielo nocturno y el mar quedarán entonces en mi como la divisoria de aguas entre aquella prehistoria centroeuropea y mi historia argentina”.
Prehistoria, historia, la organización temporal de un mundo propio color turquesa, el color que tenían el cielo y el mar desde el barco aquel. Un mundo propio que no acabará en la tierra, una Ciudad Hidroespacial de las que nos llegarán objetos inexplicables como ese tótem cilíndrico que algunos acaso ignoran en su paseo de fin de semana.