Ensayo

El mercado del sexo


La educación sexual

Las ofertas de cursos para convertirse en "amantes ideales" no solo ofrecen técnicas sino la posibilidad de compartir historias como antes sucedía con las reuniones de Tupperware, dice la académica Karina Felitti, quien asistió a un taller de masturbación. También son escenas del capitalismo actual que exige el desarrollo de habilidades: la nueva imposición no solo es tener sexo sino hacerlo bien y con mediciones; contabilizar la cantidad de parejas, la frecuencia de los encuentros y el número de orgasmos alcanzados, sumado al grado de apertura para concretar fantasías.

Es una mañana de sol y bastante cálida de un viernes feriado y, como se dice en la Argentina, “da paja” levantarse temprano y salir a la humedad de la calle pero tengo una nueva etnografía por delante: un curso de masaje erótico. Se trata de una de las ofertas que ofrece la “escuela de sexo” de Paola Kullock, una mujer que asegura haber masturbado a más de 10.000 hombres. El número surge de sus diez años de trabajo como masajista profesional, a razón de tres clientes por día. La expertise está asegurada, el precio es accesible y es el cierre perfecto de un año de trabajo de campo que me llevó por círculos de mujeres, charlas de Tantra, reuniones de tupper-sex, bendiciones de útero y una presentación de Mía Astral en vivo, espacios muy diversos que tematizan la sexualidad femenina bajo premisas de empoderamiento y realización personal.

La invitación en Facebook está orientada “sólo para mujeres que quieran ser inolvidables”. Unos días antes Paola había ofrecido un curso para varones. En ese caso el horario era nocturno y además de los apuntes el precio incluía “algo rico para picar”. Cuando leí la invitación en Facebook me había sonreído, me dije “es cierto a los hombres hay que darles algo de comida siempre” y también comprobé que los circuitos de “emprendedorismo sexual” no los deja a ellos afuera. Interpelados y a veces amenazados por mujeres que tienen cada vez más instancias de comparación y valoración, los muchachos investigan y se capacitan. Para ellos la promesa era también tentadora: “Lo que ya sabés + lo que te voy a enseñar+ único”.

Llego al edificio en donde se va a dictar la clase.Toco el timbre del departamento y baja a abrirme Beto, un varón de unos 40 años, morocho, cabello corto peinado con gel, bronceado, delgado pero con cierto desarrollo muscular que se vislumbra bajo una remera ajustada. Mientras subo con él en el ascensor me pregunto si va a quedarse al taller. Presiento que sí y no me equivoco: Beto es el modelo, la arcilla de la clase de artesanía. En un rato voy a estar masajeándole el periné junto a otras 7 mujeres que comparten conmigo la mañana.

Cuando la profesora abre la puerta me saluda con un “tanto tiempo”. En efecto, mi última pasada por las ofertas de su “escuela de sexo” había sido una sesión de fotos eróticas en agosto de 2015. A ese mismo departamento había ido a buscar mi propio “book” de fotos, imágenes de mí en corset, con extensiones en el pelo y sosteniendo una fusta. Ahora regresaba para aprender a hacer una “masturbación de exhibición”, una habilidad que podría sumar a las ya adquiridas en esa y en otras “escuelas de artes eróticas” o “escuelas de seducción” que ofrecen lecciones de burlesque, striptease, caminata sensual, maquillaje erótico y “lookeo” sexy en general.

Muy puntuales van llegando las otras participantes. La más joven tiene menos de 30 años, la mayor más de 50. Una está embarazada de 7 meses y es mamá de otra nena, otra ha pasado 12 años sin tener sexo pero está “volviendo al ruedo”, otras son divorciadas recientes que ya tienen parejas nuevas y quieren aprovechar esa primera etapa con más “experimentación”. Compartir estas historias revela una de las claves del éxito de estos espacios, tal como sucedió con las reuniones de Tupperware en las décadas de 1970 y 1980, cuando las amas de casa reunidas para conocer y comprar recipientes plásticos, aprovechaban el encuentro para conversar sobre muchos otros temas personales y no solo de ingredientes y tiempos de almacenamiento de comida en el freezer. En el caso de la oferta de “capacitación erótica y/o sexual” no se trata solamente de ofrecer “técnicas” sino la posibilidad de compartir historias. Por ejemplo, las que relatan las mujeres de mediana edad que se casaron jóvenes, con poca o ninguna experiencia sexual previa, y que movilizadas por los cambios culturales de las últimas décadas, van conectando con su deseo, se animan a separarse y enfrentan las dificultades de reinsertarse en un mercado erótico afectivo muy distinto al que conocían. Es ya notable que más mujeres viven su sexualidad de forma más lúdica, menos atada a la monogamia y a la reproducción, y desarrollan lugares más activos, propositivos y demandantes, no solo en relación a sus compañeros/as sexuales sino también sobre ellas mismas.

Como ya indiqué en relación a los cambios recientes en la revista Playboy , ubicadas en una escena de consumo capitalista y de reconocimiento al mérito y al esfuerzo personal, se exige a las personas acción y el desarrollo de habilidades. La nueva imposición no solo es tener sexo sino hacerlo bien y con mediciones; contabilizar la cantidad de parejas sexuales, la frecuencia de los encuentros y el número de orgasmos alcanzados, sumado al grado de apertura para concretar fantasías sexuales (tríos, gang bang, swingerismo, BDSM, uso de juguetes) dan un estimado del “nivel de liberación” y también de la salud y felicidad de una persona. De ahí que también las chicas jóvenes se sumen a esta cruzada que, como dije, no deja atrás a los varones y tampoco discrimina por edades.

Mientras nos presentamos, Beto nos sirve algo para tomar y ofrece unas papas fritas de copetín, convite mucho más moderado –según cuenta la profe– que el ofrecido a los muchachos días atrás. Cuando terminamos de presentarnos y contar nuestras motivaciones que coinciden en la frase “querer saber más”, llega al turno de Paola. Con mucha soltura y gracia nos cuenta su trayectoria como masajista descontracturante y su deriva en masajista erótica ante la insistente demanda y la tentadora retribución monetaria de sus clientes. La cantidad de varones que pasaron por sus manos construyen una marca difícil de igualar, y ofrece en los guiones de acumulación capitalista trasladados al sexo, una oferta tentadora. Todas tenemos –como se dice en educación– “saberes previos”; hemos masajeado, lamido y succionado genitales masculinos y “no me fue mal” dice una de las participantes.

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Entonces, ¿hay más por aprender?, ¿será necesario? La duda está instalada y por eso estamos ahí, “trabajando” en ello.

En la charla introductoria la profe advierte sobre la importancia de la conexión: una cosa es la técnica y otra “tener piel” con la otra persona.  Por eso recomienda no hacer estos trucos antes de, al menos, la quinta salida, a no ser que sea el cumpleaños del muchacho antes de llegar a esa fecha, ya que un masaje erótico es un regalo inolvidable y de eso se trata, de volverse inolvidables. Todas somos invitadas a elegir un nombre de fantasía ya que el masaje gana en eficacia si forma parte de un juego de roles. Por ejemplo, llamar a la pareja al trabajo, simular ser otra y anunciarle que acaba de ganarse un masaje por un sorteo que hizo su tarjeta de crédito. Luego podemos citarlo en un telo o recrear una escena muy diferente en la propia casa. Nada de corpiños armados o zapatos bajos: la masajista usa tacos y minimiza las barreras que separan la piel de sus pechos de la mano del cliente. Hay un detalle: para que esto funcione perfecto el masaje debe darse en camilla. Cunde el pánico por unos instantes, la mayoría no tenemos una camilla en casa. Vuelve la calma, la profe nos ofrece la suya y a la vez detalla en qué posición puede funcionar (casi tan) bien en la cama. Esta actitud generosa es una constante en Paola porque, si bien se trata de su trabajo, ella también lo vive como un servicio y no escatima su compromiso. Hay mujeres que le escriben por whatsapp o por facebook pidiéndole asesoramiento a veces estando en medio de una escena sexual y ella en general les responde. La profe sabe que no hay recetas pero tiene escucha y sabe orientar, es una voz real cuando se agotaron las lecturas y visualizaciones on line. Ella ofrece un tipo de consejería diferente a la que brinda la terapia tradicional y las charlas entre las amigas; se trata de un saber profesional con valor en el mercado actual. Mientras la escucho contar estas anécdotas, recuerdo a una de las líderes de AMMAR (Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina en Acción por Nuestros Derechos) confirmándome que a ella también la contrataban mujeres que querían aprender técnicas para sorprender y mantener satisfechos a sus maridos. Ante la crisis de la monogamia algunos recurren a una trabajadora sexual para organizar un trío, asisten  a clubes nudistas o practican el swingerismo, opción que llegó a la pantalla grande desde la cultura de masas con Dos más dos (2012) de Diego Kaplan y protagonizada por Adrian Suar. 

Cerramos la parte teórica y Beto trae la camilla. La arma, se saca la ropa y en pocos segundos está acostado de espaldas, luciendo un bóxer de algodón de color claro y estampado camuflado. La profe cuenta que hace unos años lo hacían con él desnudo pero que una vez una mujer muy entusiasmada le lastimó el prepucio. Una mueca de dolor nos solidariza a todas y la clase comienza. La profe nos va mostrando qué hacer con las manos, lo prueba sobre Beto y nos pide a nosotras que lo hagamos también. Pasan unos segundos eternos hasta que la más joven inicia la rueda, empieza y la seguimos, primero las piernas, luego vamos al periné y terminamos masajeando sus nalgas. Vamos sobre él de a dos o de a una, el resto mira y Beto también, nos ve por un espejo y nos dice si estamos haciéndolo bien. Compruebo que hay una cuestión de pudor superada cuando noto el entusiasmo con que amasamos el cuerpo de un desconocido.

¿Querés darte vuelta? es la frase que indica el pasaje a la segunda etapa de la práctica. Desde entonces no vamos a tener acceso directo al modelo. La profe le va a colocar un arnés con un pene de goma, al que también le va a poner un preservativo, con la boca, claro, porque eso también forma parte del curso. Lo que sigue es la enseñanza de “los 10 movimientos”. Mientras ella masajea el pene de goma que tiene colocado Beto, el resto tenemos uno entre las manos, algunos son maracas de fiestas de despedida de soltera y otros accesorios sexuales. Beto acostado en la camilla con un pene de goma grueso y negro, la profe montada arriba succionándolo y otras 8 mujeres con las manos llenas de gel acariciando otros conforman una escena reveladora de la sexualización cultural que pone al alcance de “mujeres comunes” ciertos “saberes profesionales”. Un momento en que las pedagogías de la sexualidad a las que refiere la investigadora brasileña Guacira Lopes Louro cuando piensa a la escuela, se extienden a otros espacios de formación, otras escuelas, en donde hay también una titulación, en este caso, la de “amante extraordinaria”.

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Beto permanece quieto, hace bromas y a veces acota: “así no”, “ahí va”, “más despacio”, “con más ritmo”, “bien ahí”. Recuerdo los textos de Preciado sobre el dildo como extensión corporal y bajo la construcción teórica a esa camilla donde está acostado Beto, quien no leyó a Foucault pero que entiende perfecto de qué va la cosa. De vez en cuando actúa y dice “Pará, pará, me vas a hacer acabar ahora” y ese es el pie de entrada para el próximo movimiento y también la señal de éxito del anterior.

Vamos por el octavo y estamos agotadas. Es el horario del almuerzo y la amasada constante al pene de goma nos entumece las manos. Tengo hambre y quiero que el taller termine.Ya repasamos todo y aprendimos una pose de garganta profunda difícil pero que parece dar réditos. “Se puede ser buena pero también inolvidable”. Esa es la clave, cotizar más alto en lo que se refiere al capital erótico, tal como lo define Catherine Hakim, en un texto polémico que procura completar a Pierre Bourdieu: cuanto más atractivo físico y social se tenga, dice, mejores serán los logros en lo laboral y sentimental. Conclusiones difíciles de digerir pero más aún de refutar.

“Te voy a sacar buena a vos” me dice la profe porque no estoy agarrando bien en el movimiento 9. Me enojo, disimulo, me frustro, me consuelo, me esfuerzo y al final tengo el ok: logré el movimiento clave, aprobé. Todas lo logramos y la clase termina. Si algo no se entendió tenemos un CD de consulta y la posibilidad de una clase de repaso con la profe y Beto, esta vez a solas. Nos sacamos el gel que tenemos en las manos en la pileta de la cocina, pagamos, agarramos el CD y nuestro modelo nos acompaña a la puerta.

Mientras cocino para la cena de la noche me acuerdo de Beto, su bóxer y mis manos sobre él. La escena se me cruza con las lecturas acumuladas y le pongo a mi mente la faja de “pornificación de la vida cotidiana”. Me pregunto qué les pasará por el cuerpo y por la mente a mis compañeras de curso. Vienen unos amigos a casa y les cuento sobre mi “curso” de la mañana. Se ríen, se sorprenden y uno dice que no entiende estos espacios porque para él el sexo es “algo natural”. Desde luego, no todas las personas pasan por “escuelas de sexo” pero eso no los exime de ser sujetos que transitan determinados guiones sexuales. Si no es en un espacio formal de aprendizaje de movimientos y poses, serán la industria cultural –desde la revista Cosmo hasta las 50 sombras de Grey, desde el cine comercial al porno–, o las charlas entre amigos, o algo (poco) de la educación sexual de la escuela, y otras fuentes, además de la propia experiencia. Todas ellas, hechos sociales que ponen en duda la naturalidad del sexo. Recuerdo Villa Cariño está que arde (Emilio Vieyra, 1968) –una de las películas que abordaba con humor las vicisitudes de la revolución sexual de los 60 y la moda de “hacer el amor” en la parte trasera de los autos en los bosques de Palermo. En una escena, un grupo de jubilados observaban deslumbrados el espectáculo amoroso con la satisfacción de ver “en vivo” algo “como en las películas suecas”, ese cine censurado bajo el Onganiato que se animaba a mostrar escenas sexuales.

Cursos como estos pueden leerse como parte del capitalismo hiperconsumista que estandariza el deseo y ser criticados por quienes que ven en estos esfuerzos femeninos por satisfacer al varón, otra señal de sumisión. De hecho el éxito del masaje no incluye necesariamente el orgasmo de la masajista; lo que se promete es la valoración y un empoderamiento a partir ser una amante inolvidable. Sin embargo, como dije al inicio, los varones también tienen sus cursos. Es cierto que la oferta es más escasa pero también lo son los estudios sobre varones heterosexuales y su sexualidad.

Al día siguiente, mientras armo mis notas de campo recibo un mensaje. Es mi oportunidad para poner en práctica los nuevos aprendizajes y someterlos a verificación empírica. No llego a los 10 movimientos y escucho la misma frase que repetía Beto en su actuación: “Para, para, ¿querés que acabe ya?” y no me queda más que valorar positivamente la experiencia.  

Como dice Mark Fisher las atracciones libidinales del capitalismo de consumo pueden enfrentarse con una especie de contra libido y no simplemente por una deslibidinización depresiva. Esto mismo podría decirse para el feminismo en sus versiones más críticas de las pautas de la heteronormatividad y las tecnologías de lo sexy. ¿Qué puede ofrecérseles a estas mujeres que adhieren al discurso del empoderamiento pero que lo hacen desde tacos altos, ropa ajustada, depilación láser y añorando un varón proveedor con un pene grande? ¿Cuál es el camino de la  “verdadera liberación”? Por lo pronto transitar por estos circuitos, observar y escuchar a las mujeres que participan en ellos puede ser un camino para esbozar respuestas parciales, situadas y encarnadas a estas preguntas.