—Tanta solidaridad y tanta amistad con México. Necesitamos que nos den una mano.
—¿A qué te referís?
—Acá en México tienen muchas vacunas y no necesitan la de Astrazeneca. Estuve hace unos días en el laboratorio Liomont y las vacunas están ahí. Hay que pedirles que nos cedan los lotes que irían para ellos, pero además hay temas burocráticos. Me parece que lo mejor es que vengan ustedes para acá.
—Vamos para allá.
La conversación entre la asesora presidencial Cecilia Nicolini y el embajador en México Carlos Tomada ocurrió la segunda semana de mayo de 2021. Habían pasado casi cuatro meses desde que el laboratorio argentino mAbxience había concretado la exportación de los componentes activos de la vacuna bautizada Vaxzevria para su finalización en el país del megamillonario Carlos Slim. El dueño de Claro se había comprometido a financiar—a pérdida— el proceso mientras se completaban los ensayos clínicos para comprobar la seguridad y la eficacia de la vacuna.
La demora se había convertido en un asunto crucial en la agenda presidencial. ¿Qué pasa que México no manda las vacunas?, se preguntaban quienes recorrían los pasillos de la Casa Rosada. Entre tantas dudas, la única certeza era que aún no había arribado al país ninguna vacuna de aquel famoso acuerdo que se había firmado en agosto de 2020 y que habían anunciado con bombos y platillos los presidentes Alberto Fernández y Andrés Manuel López Obrador (AMLO), aunque fuera un “acuerdo entre privados”, como se definió cuando se pidió la intervención estatal para que las dosis argentinas quedarán en Argentina.
La ansiedad era mucha. Primero porque Argentina había comprado y pagado 22 millones de dosis; segundo, porque las partidas iniciales habían sido prometidas para marzo. Un par de asuntos retrasaron el ambicioso plan original que buscaba proveer con hasta 250 millones de dosis de la vacuna más barata del mercado a toda la región Latinoamericana, “el sueño de Bolívar y Artigas”. Por un lado, el laboratorio mexicano Liomont—finalizador del asunto—tuvo dificultades para sortear las estrictísimas normas y procesos que rigen la producción de un tipo de medicamento tan especial como las vacunas, que se aplican en las personas sanas.
La casa matriz de AstraZeneca en Cambridge no podía aprobar a Liomont hasta estar ciento por ciento segura de que todos los procesos habían sido escrupulosamente cumplidos. Tampoco los controles del propio estado mexicano habían sido sorteados. Para peor, Liomont había sido víctima de la escasez de insumos básicos, de las no tan novedosas tecnologías de plásticos y vidrios medicinales para el proceso de “fill and finish”, como se le dice al dosaje y envasado final de la vacuna. Estados Unidos había aplicado la Patriot Act, ley por la cual ningún insumo podía salir del país. Todo se ensució y parte de ese proceso que iba a ser puramente latino terminó en las sajonas Albuquerque y Ohio.
Pero las vacunas seguían sin llegar; pese incluso a los llamados frecuentes —entre otros, del embajador argentino Jorge Argüello— a Juan González, el hombre del presidente de Estados Unidos, Joseph Biden, para la región; tanto como al número de la Casa Blanca donde atiende Gayle Smith, la coordinadora en el departamento de estado de la respuesta al Covid de la nueva administración. Estados Unidos era clave porque la vacuna de AstraZeneca no fue aprobada por la FDA local, el organismo que regula alimentos y medicamentos, entonces tampoco era sencilla su exportación.
Tomada, que fue ministro de trabajo durante doce años seguidos, intuyó que la única manera para destrabarlas era nada más y nada menos que con ese famoso arte del que hablaban Aristóteles y Platón: la política.
El domingo 23 de mayo, la dupla Carla Vizzotti —ministra de salud—y Cecilia Nicolini que ya tenían en su haber desde el 24 de diciembre de 2020 el primer lote de vacunas de Rusia, se preparaba para un nuevo viaje; no sería el último. Ni asesores, ni secretarios, ni comitivas. Ellas dos solas en un avión pequeño de la Fuerza Aérea Argentina que hizo tres escalas. De Buenos Aires a Jujuy; de Jujuy a Guayaquil y de Ecuador a la Ciudad de México. El objetivo era destrabar todo entre el laboratorio AstraZeneca, la COFEPRIS —Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios, homólogo de la ANMAT—y Liomont. Pero lo más importante: que Argentina sea el primer país en recibir un lote de vacunas, mérito ganado por haber recibido la transferencia tecnológica y haber generado el principio activo en Garín en el plazo estipulado. Un triunfo concreto y simbólico que había que lograr. Tomada se ocupó del itinerario de las funcionarias en México, que incluso se alojaron en la residencia del Embajador para abaratar costos.
Nada de Zócalo, cenas con Mariachis, ni visitas a la casa de Frida Kahlo. Desde que llegaron, reuniones, reuniones y más reuniones que hasta incluyeron la participación en “las mañaneras”, la conferencia de prensa matutina diaria que da AMLO para marcar la agenda nacional. Al segundo día la recibieron el canciller Marcelo Ebrard y la Subsecretaría de Cooperación Internacional, a cargo del tema obtención de vacunas, Martha Delgado. La reunión empezó a las 19 y se extendió hasta las 23. Durante cuatro horas vertieron argumentos, repensaron estrategias, hablaron con representantes de AstraZeneca y con Alfredo Rimoch, el presidente de Liomont. La intuición de Tomada parecía confirmarse. Ocho días después, esa reunión tuvo el resultado esperado: el 31 de mayo a las 7.55 llegaron al país 2.148.600 dosis de AstraZeneca, con un impreso que decía “made in Garín”. Las vacunas que originalmente iban a quedar en México cambiaron de destino final.
Desde que comenzó la pandemia hasta el cierre de este artículo, llegaron al país unas 27 millones de dosis de los productos de los laboratorios AstraZeneca (incluyendo la versión del Serum Institute de la India, bautizada Covishield), Sinopharm y Gamaleya (Sputnik V).
Se sabe: la industria farmacéutica genera sus lobbys y sus movimientos a través de voceros—formales e informales— y agencias regulatorias, donde cualquier paso en falso puede dejar a millones sin sus dosis. Pero, ¿cómo se consiguen las vacunas en medio de la pandemia, en medio de guerras frías y no tanto por los insumos y el recurso escaso? ¿Cómo se arma ese operativo inédito? ¿Cómo interactúan los estados con “sus” empresas privadas pero financiadas por decisiones de los gobiernos?
Lo cierto es que existe un factor del que muy pocos hablan y que permite comprender desde otra dimensión fundamental la negociación por las vacunas: la micropolítica. Las pequeñas conversaciones, los llamados, la destreza y cintura que algunos políticos tienen y que, lejos de los análisis y el frío cálculo de estrategias geopolíticas, no se pueden soslayar.
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Diciembre de 2020. Carla Vizzotti y Cecilia Nicolini están, por segunda vez en sesenta días, en Moscú. La primera había sido el 17 octubre y había sido secreta. La vacuna Sputnik desarrollada y producida por el laboratorio Gamaleya y financiada por el Fondo Ruso de Inversión Directa (FRID) no estaba registrada ni autorizada por Anmat. Los medios occidentales la ninguneaban, con algún viso de resquemor por el incumplimiento de las debidas normas científicas y mucho de juego “anticomunista”, como si el Muro de Berlín no fuera hoy una suma de cascotes y una opción pintoresca de tour en la capital alemana.
Al Poder Ejecutivo Nacional había llegado la pista rusa a través del actual jefe de gabinete de Axel Kicillof y ex Secretario de Relaciones Económicas Internacionales, Carlos Bianco. Durante su gestión en Cancillería entre 2011 y 2015 cosechó buenos vínculos con el gobierno de Putín y en junio de 2020 generó los primeros contactos que después continuarían las respectivas carteras de salud. Tuvieron, todos, que deshacerse de prejuicios, o de los juicios contra el producto ruso, que emitían los voceros de los laboratorios occidentales con los que hablaban al mismo tiempo. “No va a andar la rusa, no es confiable”, escuchaban. Pero ante la falta de concreción y de seguridad para conseguir las dosis en un país del tercer mundo como Argentina, la decisión fue avanzar también con el FRID. “Hay que conseguir las vacunas asap (as soon as possible; no bien se pueda)”, dijo Kicillof en las reuniones virtuales en inglés con los miembros del FRID. Había un asombro respecto del diseño de la vacuna rusa con dos vectores adenovirales distintos que refuerzan la respuesta inmunológica (algo que tendría su Talón de Aquiles por las dificultades en la producción masiva del segundo componente).
En cierto momento, las reiteradas reuniones por Zoom con los directivos del laboratorio y los financistas mostraron sus límites. Hay una parte de la experiencia personal a la hora de la toma de decisiones que resulta imposible de transferir cuando las computadoras intermedian: hay que estar donde suceden los hechos, ver y preguntar. Entonces la directiva de Alberto Fernández fue “viajen a Rusia a ver de qué se trata”. Mientras algunos levantaban los dedos en V cantando la marcha peronista que celebra la Lealtad, ese mismo 17 de octubre Nicolini y la entonces secretaria de acceso a la salud Vizzotti se subieron a un avión. Se enterarían, después, que eran de las primeras delegaciones en estar interesadas en esa vacuna. Junto a ellas viajaron dos técnicas del Anmat; una, la farmacéutica Raquel Méndez (a la sazón, esposa del ministro de salud de la provincia de Buenos Aires, Daniel Gollán).
Sentadas en una mesa junto a Vladimires, Alexanderes y Anatolis, un grupo de banqueros y expertos en temas de finanzas e inversión, parecían entenderse en ese inglés que es la lengua franca de las relaciones internacionales. Pero tanto los rusos como las argentinas estaban en la etapa de conocerse. Y conocerse, en política, es leer entrelíneas los intereses de unas, de otros, donde cada palabra, cada gesto, puede tener un doble significado.
Por eso cuando después de la reunión Carla y “Cicilia”, como la apodaron, llegaron al laboratorio Gamaleya, su director, Alexander Gintsburg, se asombró de la decenas de preguntas de Vizzotti. Las argentinas necesitaban garantías de que la vacuna era efectiva y segura. Los rusos, desconfiados, no entendían por qué tantas preguntas. ¿Es que en el fondo ellas también desconfiaban, como el resto del mundo? “A pesar de ser países tan lejanos, hay nexos culturales insoslayables” repetía “Cicilia” como un mantra para conjurar suspicacias. “Cicilia” desplegó entonces lo que sabía acerca de la relación entre ambos países desde 2013, cuando se firmó la Asociación Estratégica integral argentino-rusa, el máximo nivel de relación bilateral. Quizá eso restringió las dudas de los gamaleyos, pero lo seguro es que la dupla Vizzotti-Nicolini se ganó un mote: durante la segunda visita, en diciembre del 2020, ya con la idea de traerse el primer lote de vacunas, apenas llegaron al laboratorio, Gintsburg les dijo:
—¡Uy! ¡Llegaron las señoras de las preguntas!
Alexander pasó a llamarse “Sacha” —así le dicen en confianza— y las cenas de camaradería en la embajada argentina en Moscú fueron más descontracturadas, con el bife con ensalada que preparó Angélica, una mujer que nació cerca de la frontera con Mongolia y que habla español por haber vivido en Cuba. Hace veinte años que, entre otras cosas, aprendió a empanar milanesas y sabe que en esas cenas no puede faltar otro elemento infalible para cualquier acuerdo: un postre con dulce de leche.
El resto es historia conocida, algunas de las dudas occidentales se disiparon tras la publicación de una parte del ensayo clínico en fase III en la revista británica The Lancet (resta la aprobación de la OMS, y el organismo regulador europeo, EMA; en Estados Unidos no están siquiera presentados los papeles para la aprobación).
La serie de acciones diplomático-farmacéuticas se coronaron con la dosificación y envasado que ya hace el laboratorio Richmond en Pilar; al cierre de esta nota, estaba pendiente de la aprobación rusa los primeros cientos de miles de dosis para abastecer el mercado argentino y con miras a la exportación al resto de Sudamérica. Y colorín, colorado, esta vacuna se ha aplicado.
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Niu Wang Dao. Lo primero que hizo cuando llegó a China como representante argentino para las inversiones y el comercio, en diciembre de 2020, fue elegirse un nombre en mandarín. Sabino Vaca Narvaja, que hacía más de diez años se había vuelto un experto en China, publicado cinco libros sobre las relaciones bilaterales y creado la primera carrera de posgrado de estudios chino latinoamericanos en la Universidad de Lanús, sabía que un nuevo bautismo era un carnet necesario.
Niu Wang Dao: el nombre elegido no tenía nada de improvisado. Según la filosofía china y el confucianismo, Niu significa “vaca” como la primera parte de su apellido; Wang simboliza “estar atento” y Dao “camino”. La interpretación del nombre sería: “La vaca atenta al camino”. Y hay algo más que la simple traducción o interpretación. Según el calendario chino, 2021 es el año de la vaca y también el del centenario del Partido Comunista Chino. El relato dice que en 1921, el día en que se firmaron las bases del partido, estaban el rector de la universidad de Pekín, un bibliotecario, el asistente del bibliotecario —un intelectual llamado Mao Tse Tung— y un chino encargado de la traducción del Manifiesto Comunista al mandarín. Ese hombre se llamaba Chen Wang Dao: el mismo nombre que eligió Sabino. Por eso, tras ser designado en marzo del 2021 Embajador por Alberto Fernández, en la ceremonia de oficialización del cargo, el presidente Xi Jinping sonrió al ver el nombre estampado en la credencial.
La presencia de Sabino/Wang Dao en China tenía un condimento más. Sin saberlo aún, desde el momento de su llegada en diciembre —junto a su familia en un vuelo sanitario con múltiples escalas—, se convertiría en el único argentino interlocutor posible entre ambos países. El motivo no había que buscarlo más que en la pandemia. Para ingresar a China hay que hacer una cuarentena obligatoria de 21 días en un hotel asignado por el Gobierno, con un protocolo que no puede saltearse nadie, ni siquiera con pasaporte diplomático. Como ni Vizzotti ni Nicolini podían permanecer un mes literalmente aisladas, fue el nuevo embajador quien se reunió decenas de veces con Liu Jingzhen, el presidente de Sinopharm. Los negocios se convirtieron en camaradería y traspasaron la barrera protocolar: compartieron almuerzos y cenas en los restaurantes del Partido único al grito de “Kanpai”, el famoso “salud” de fondo blanco del “Baiju”, el licor a base de cereales típico de ese país. Después de unos cuantos “Kanpai”, Sabino/Niu Wang Dao y Liu Jingzhen pasaron a hablar de lo que uno habla con amigos: familia, estudios, militancia política, la vida.
Al igual que Rusia, China también fue un país con el que se profundizaron las relaciones durante los gobiernos kirchneristas. En 2004, Néstor Kirchner firmó un acuerdo con el entonces presidente Hu Jintao de “asociación estratégica”. Diez años después, en 2014, Cristina elevó ese acuerdo a “asociación estratégica integral”, ya con Xi Jinping.
En aquellas semanas de marzo de 2020 en que las primeras noticias de un virus mortal, llamado peyorativamente “el virus chino”, comenzaban a alarmar al mundo, Alberto Fernández le mandó una carta a su par asiático para brindarle apoyo y solidaridad, como se estila en los términos diplomáticos. Y como retribución de aquella carta, Fernández fue elegido como el único orador sudamericano en la celebración oficial virtual de los cien años del PC chino, la primera semana de julio de 2021. Este vínculo político pavimentó el camino, al principio de la cuarentena, del suministro de insumos, cuando las vacunas ni estaban en un horizonte lejano y la guerra era por barbijos, reactivos para los tests y guantes de protección.
Como con Rusia, después de la política diplomática llegaron los privados para completar el círculo. Sinopharm alcanzó un acuerdo con la empresa argentina Sinergium (que desde hace años produce vacunas como la antigripal y también pertenece al grupo de Hugo Sigman, como mAbxience). En su planta de Garín producirá vacunas contra el covid al viejo estilo: con virus inactivado.
Aunque los ensayos clínicos en fase III que se hicieron entre otros lugares en la Fundación Huésped de Argentina tuvieron algunos inconvenientes logísticos, Sinopharm cumplió mejor que ninguna otra empresa los contratos de provisión de vacunas en tiempo y forma. Con el último contrato de 24 millones de dosis, a razón de 8 millones por mes durante julio, agosto y septiembre, podría incluso avanzarse en la vacunación de menores de 18 años y, tal vez, en terceras dosis.
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Aunque con ese trío británico-ruso-chino la Argentina parece de momento bien provista, la respuesta on the record de todos los funcionarios es que se sigue negociando con todos los demás laboratorios que han mostrado resultados exitosos en los ensayos. Por ejemplo, la vacuna Comirnaty (de los laboratorios Pfizer-BioNTech), aprobada por Anmat; o la del norteamericano Moderna, así como la de la unión Janssen/Johnson & Johnson, que espera aprobación regulatoria desde diciembre. También aparecen en danza los productos de Cansino (también chino, con capitales canadienses) y de Bharat, del que se anunciaron diez millones de dosis, y espera tanto aprobación como la posibilidad de la exportación desde el lugar donde se producen: la India. Por caso, tras meses de negociaciones confidenciales con los equipos técnicos de los laboratorios estadounidenses y la Casa Blanca, el gobierno nacional anunció la publicación de un DNU que permitirá destrabar la adquisición de vacunas de Pfizer, Moderna y Johnson & Johnson. También abre las puertas a donaciones de vacunas por parte de Estados Unidos, que busca recuperar terreno geopolítico.
Otra de las vacunas con la que se empezó a negociar es la “Soberana 02” y “Abdala”, ambas made in Cuba que podrían, una vez que terminen las pruebas y sean verificadas por los organismos regulatorios, abastecer a toda Latinoamérica. Algo de eso charlaron Nicolini y Vizzotti durante su paso por la isla, en mayo, con el presidente Miguel Díaz-Canel, quien las recibió en el Palacio de la Revolución en La Habana.
Desde que comenzó la pandemia funcionarios de distinto nivel y jerarquía pusieron en juego recursos, estrategias y artilugios para conseguir vacunas. Hasta el momento hay 18 millones de argentinos y argentinas vacunadas con la primera dosis: representan el 51,62% de personas mayores de 18 años. Las fotos de adultos mayores con el pinchazo se transformaron en retratos de cuarentones o treintañeros con ojos brillosos mostrando el brazo o el cartón certificado, postales que parecían impensadas. Según contó en twitter el bioquímico y analista de datos Santiago Olszevicki, la primera semana de julio de 2021 “terminó con más aplicaciones de vacunas contra el coronavirus desde el inicio de la campaña de vacunación. Aún falta carga, pero ya es récord: 2.181.294 dosis del lunes al domingo”.
En cada vacuna está la ciencia, la de miles de expertos que pusieron su conocimiento para lograr la pócima. Pero, también, en cada vacuna hay una cadena de llamados, correos electrónicos, influencias, negocios, viajes y estrategias. El pinchazo es ciencia y es, también, política.