La presentación de Sinceramente, el libro publicado por Cristina Fernández de Kirchner en abril y que ya lleva vendidos más de 300.000 ejemplares, es un hecho político, estético y de explosión en las redes sociales que tal vez pueda traducirse como el primer movimiento público de cara a la conformación de un Frente Patriótico tendiente, por un lado, a articular los distintos sectores de la política y, por otro, a convocar a los sectores empresarios -esa burguesía nacional- que no terminan de soltarle la mano al gobierno de Cambiemos.
En este sentido, es preeminente la sucinta pero prístina caracterización de uno de los segmentos sociales que será el centro de la disputa electoral de 2019: los sectores medios-bajos, los más atravesados por la pobreza y la política social de contención de la crisis. Cuando CFK refirió a la imagen de aquella trabajadora de casa particular que se levanta a las cinco de la mañana para ir a trabajar y que al mismo tiempo se pregunta por qué otres perciben “planes”, atinó a señalar con muchísima precisión ese lugar de la fractura social que la derecha, de manera particularizada, supo capitalizar en Argentina desde el año 2015 hasta hoy; la fractura de la precariedad. Una fractura que es, al mismo tiempo, el elemento que más colabora en lacerar la democracia. Esto es un hecho que, además, tiene como correlato el aumento de personas beneficiarias de la política social en el período actual, lo cual contrasta con el relato hegemónico de “los planeros” como un sujeto único y basamento fundamental del período kirchnerista. Esta sola imagen basta para señalar de qué forma Cambiemos y los sectores financieros y comunicacionales aliados hicieron uso de la ideología -CFK lo enunció en estos términos- histórica del ´gorilaje´, aquella que interpreta a los sectores sociales subalternos como medios pasivos de la instrumentalidad política, para interpelar a esos mismos sectores y enemistarlos consigo mismos. De nuevo: fractura y precariedad. El contrato social que está roto.
Esta bien podría ser la cinta de Moebius de la derecha contemporánea y CFK retoma este debate, lo interfiere y lo interviene -hasta ahora no lo había hecho explícitamente- para definirse, finalmente, como una populista. Pero lo hace recuperando una noción clásica de la filosofía política liberal que es la del contrato social sin perder, por cierto, la oportunidad de hacerle un guiño al imaginario del Congreso de Filosofía.
¿Qué tiene para decir esta noción en el debate sobre los populismos latinoamericanos? ¿Acaso eso que se ha dado en llamar ‘nueva derecha’ no es sólo una despopulización de las sociedades, sino también una ruptura con algunos preceptos básicos del liberalismo democrático y, en definitiva, de la democracia? CFK amplifica sin tapujos este debate que había tenido algunas intervenciones enredadas hace casi dos años pero con los términos de la discusión de algún modo subvertidos: la discusión giraba antes en torno a definir si Cambiemos era una ‘nueva derecha democrática’. Es impactante considerar que durante estos años CFK elaboró todo este gran campo semántico y llegó a una conclusión teórica y política: cuidado con ésto que han dado en llamar ‘nueva derecha democrática’; cuidado, porque ha desatendido incluso las bases liberales de la democracia. Y radica un nuevo punto de partida, una discusión diferente: no hay que pensar la articulación del Frente Patriótico solamente desde la matriz dicotómica liberal/popular; junto al relato de la precariedad, CFK nos propone un debate mucho más profundo, un debate sobre el populismo. Quizás sea hora de ponerse a pensar de qué manera y en qué registros la precariedad de estos años neoliberales no solamente giró en torno a los proyectos de despopulización de la sociedad sino, y sobre todo, en torno a una transformación radical de la democracia en clave destructiva.
En esta línea, por ejemplo, los guiños a Alberto Fernández, dirigente peronista de los que ‘se fueron y volvieron’, prepara el tablero para la articulación de las diferencias que va a ser difícil -pero no imposible- sostener en un mismo frente: ‘un contrato social de ciudadanía responsable’ es la enunciación del mayor puente que se puede tender con el peronismo. Así, el exacerbado realismo político de esta breve presentación basta -por ahora- como prenda de unidad: CFK no ignora el país real y los condicionamientos con los que tendrá que gobernar nuevamente el país si es elegida Presidenta en octubre. En este contexto, se trata de que no falte nadie y de que al mismo tiempo no sobre nada. Es milimétrico el fondo de les corredores de la batalla. Ensayó una respuesta a los “10 puntos” que Cambiemos intenta con desesperación hacer calar en distintos sectores de la oposición con un concepto nuevo y a la vez renovado: el contrato social de responsabilidad ciudadana. Un concepto que incluye, por otro lado, una afectividad de la esperanza de la que el neoliberalismo local ya no puede formar parte, de la que no puede participar porque sencillamente desconoce su lenguaje y su materialización en una reconfiguración de la construcción política. Por eso no es menor la decisión de ignorar tanto a la figura de Mauricio Macri como la del macrismo, de cinturear ‘la grieta’ desde una retórica diferente, incluso más amorosa y cercana, refiriendo a una concordia de corte peronista tradicional que funcione como una síntesis superadora de toda confrontación que no sea, o que no navegue, las aguas profundas de la política.
Cooperativistas, empresaries, dirigentes sindicales y sociales, operaries… acuerdos queremos todes pero, como señala CFK, “va a hacer falta algo más”; es decir, con 10 puntos no alcanza pero no solamente por el aspecto nominal de la propuesta, sino por otro factor que se puso sobre la mesa del debate; un factor que bien podría ser una suerte de juego limpio; que no exista un grado diferente de información que manejen les actores a la hora de decidir y de apostar a un consenso. Y de nuevo: también a las afectividades que están en juego. Ese es el plus, el ‘algo más’ que los 10 puntos de Cambiemos no pueden alcanzar y, a la vez, la ficha que va a determinar la efectividad de un armado opositor: a lo largo de los próximos meses tendremos que dar cuenta de qué pasó realmente durante estos cuatro años y qué país deja efectivamente este gobierno en términos sociales y políticos. El piso es este y no la intencionalidad falaz de salvataje de este nuevo grado cero que Cambiemos parece querer inaugurar, como si relanzarse fuera a esta altura posible. Unidad sí, hasta que duela, pero que se diga sin pudor alguno y con orgullo: un nuevo populismo es posible y acaba de manifestarse.