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La coolture es la cultura común del siglo XXI. Esa del entretenimiento mundializado que establece como criterio de gusto a lo cool. Más que de pensadores o intelectuales está guiada por “influencers” como Oprah y su discurso por la autonomía y el poder femenino. Beyoncé y su poder musical y de política antirracista. Ariane Grande como una Dangerous Woman super hipersexualizada pero feminista. Taylor Swift quien muere y resucita para la vida digital. También la auto-ficción llamada Selena Gómes y la todo terreno Miley Cirus que es feminista, progre, por la marihuana e hipersexualizada. Maluma y su miedo a las mujeres disfrazando sus miedos sexuales en las 4 babies. Neymar y su modo de ir de fiesta y contarlo en redes, mientras juega al futbol. Y claro, el papa Francisco y el Pepe Mujica con sus sonrisas “humanas” y sus frases de “sentido común” que pregonan un dios o una democracia para pobres y jóvenes pero alegres. Frida Kalho que se ha convertido en un testimonio de un arte para todos a partir de su vida de sufrimiento y confundida con Salma Hayeck. Y podríamos decir que ahí también hacen sentido indeseables democráticos como Trump, Bolsonaro, Macri.
Su escenario, su iglesia, su museo, su cancha es la “media ecology” (la coolture habla, escribe –si escribir en redes es escribir- en inglés y en frases sin final), ese ecosistema hecho de pantallas, redes, internet, celulares, apps que se autodenomina “transmedia & convergencia”.
Los evangelizadores de la religión cool son Hollywood, la música pop, los bestsellers, los parques temáticos, el fútbol, las series, los videojuegos, las aplicaciones, las redes, las plataformas, Apple, Google, Amazon, Facebook, Instagram, Twitter, Snapchat, AirBnB, Uber…
Sus valores juegan entre lo premoderno (creer en la familia, la religión, la tradición y el mercado), lo Walter White (Breaking Bad) como ídolo que refleja el abatimiento del yo ante la democracia y expresa la conspiración del sistema contra el yo, y lo tecno-paranoico que Black Mirror expresa. Todo se concreta en el buenismo que milita en causitas como lo orgánico, lo vegano, los viajes.
Para comprender la coolture hay que leer Los bárbaros de Alessandro Baricco, que nos dice que estamos asistiendo a una nueva cultura que se opone a la civilización letrada, ilustrada y moderna; por eso practica la superficie en vez de la profundidad, la velocidad en vez de la reflexión, las secuencias en vez del análisis, la conexión en vez de la expresión, el multitasking en vez de la especialización, el placer en vez del esfuerzo. Y se debería leer, también, Cultura Mainstream de Frederick Martel, que nos indica que hay una guerra cultural por el softpower, el poder dócil y blando que es la cultura, y que ahí es donde los Estados Unidos es imperio, ese softpower es el entretenimiento (ya instalaron a Trump, ya viene Oprah) y que por eso todos los seres humanos somos hijos de dos culturas: la nuestra, la propia, la de la identidades largas y densas, las del territorio; y la made in USA, la coolture hecha de mucho pop y el consumo de lo contracultural. También puede servir El puño invisible de Carlos Granés, para saber cómo el mercado es tan sabio que toda vanguardia artística la convierte en eslogan y estilo del consumo: contraculturales de la sociedad de consumo, en el consumo.
La coolture tiene sus cooltos que orgullosamente se autodenominan milenials, hipster, nativos-digitales, pragmáticos, like generation. Sujetos que viven en la selfie life, esa del yo en expansión o que Paula Sibilia llama extimidad (intimidades en público). Mutantes, móviles, interactivos, fluidos, hipertextuales, conectivos. Buscadores de experiencias como lugar del sentido. Investigadores de lo hip (la tendencia) para existir. Seguidores de lo buzz (lo viralizado) para hacer parte de la masa. Contraculturales del consumo en el consumo al experimentar la diversidad normalizada. Despolitizados pero nueva eras de fórmulas de felicidades instantáneas. Pregonan más que la autoridad el derecho expresivo y de enunciación para todos. Su filosofía es el pensar distraído más que pensar en uno mismo y la complejidad; su mantra es la innovación y emprendimiento, o el explótate a ti mismo en nombre del mercado. El resultado es una sociedad donde las emociones son el capital, la terapia es el modo de vivir, todo es felicidades para consumir. Todos, todas y tedes se definen por estar (bien)entretenidos. Siendo el entretenimiento el criterio que define lo que es de buen gusto.
El asunto no es moralista. No es de buenos ni malos, de virtuosos o pecadores. Es. Y solo nos quedan tres posibilidades: comprender a los coolsture para explicarlos; dialogar con esa coolture; intervenirla para que sea distinta; no como nosotros, sino distinta. Por eso, creo que hay que poner en diálogo freiriano (de Pablo Freire), cada uno desde y con sus códigos, saberes y prácticas culturales, a Jurasic Park (nosotros los modernos, letrados, ilustrados) con The walking dead (esos cools que se creen muy vivos pero son zombies que siguen sus pantallas).
Los zombies nos enseñan esos nuevos modos de contar, expresar, sentir y pensar que pasa por los videos juegos, las redes, las aplicaciones, las músicas, los viajes, las comidas, los sexo-fusión y nosotros los jurásicos les contamos de historias, derechos, solidaridades, política, ideales, pensamiento crítico. Cada uno aprendemos de los otros para poder imaginar una sociedad más lenta, con más paciencia y más crítica donde lo contracultural no sea “consumir contracultura” sino practicar el aburrimiento, el no-consumo, el buen vivir (que es lo más cool de lo cool porque viene de la madre tierra, los saberes ancestrales y los modos otros de gozar la vida llamados feminismos, nuevas sexualidades, lo indígena, lo afro, lo oriental).
Bonus 1: Black Mirror, pecar sin culpa
Black Mirror es la serie más significativa de la coolture: tendencia de la que todos hablamos, moda que todos practicamos, experiencia que se expande por las redes digitales y muchos medios, académicos, bienpensantes adulándola. Esta serie es una crítica de la hiper-tecnologización de la sociedad y la indefensión del ser humano. Muy cool que esa crítica se convierte en valor contracultural al consumir la serie. Muy cool: criticamos consumiendo.
Black Mirror se llama así porque nos lleva a pensar en la pantalla negra (esa del celular, la tableta, el computador, la tele) y lo que hay al otro lado: big data para manejarnos como marionetas por parte de Google, Facebook, Amazon y demás mercaderes de la tecnología digital; gobiernos emocionados con controlar nuestros deseos a través de la vigilancia digital; humanos que se salen del sistema y desean causar daño a la sociedad con tácticas anti-conspiración en estilo video-juegos.
La tesis de Black Mirror expresa el inconsciente colectivo de la coolture: lo más miedoso no es la tecnología, somos los humanos. El mal no es Facebook, es Zuckemberg; el terror no es Amazon, es Bezos; la catástrofe no es los Estados Unidos o Rusia, es Putin; la aberración no son las fake-news, es Uribe, Trump o Bolsonaro. Y en estos universos conspirativos, nosotros, los buenitos, los cool, estamos indefensos, luego a relajarse y gozar: cinismo de mercado.
Black Mirror es una serie que nos cuenta como la coolture es un mundo controlado por pantallas en el cual todos somos tres cosas en simultáneo: narradores de soledades histéricas puestas en redes digitales por la emoción de un like; productores de espectáculo ya que nos convertimos en grabadores en vivo y en directo de la vida de los otros; espectadores de la conspiración tecnológica y del poder contra los seres humanos. Historias tan actuales que producen mucho miedo.
Black Mirror es una imposición cultural. Si no la vimos, no podemos conversar con los otros habitantes de la coolture; quedamos fuera del sistema: nos habita la culpa de no haber tenido el tiempo o las ganas o la actitud para verla. ¡Somos pecadores!
La primera temporada fue fascinante. Su primer capítulo, El himno nacional, es literalmente una obra de arte. El segundo, nos pone en evidencia como la televisión convierte todo en espectáculo. El tercero, nos dice como todo lo que hacemos está grabado. Y así cada capítulo de las tres primeras temporadas eran alucinantes: esa belleza de “Blanca Navidad” o ese terror de la justicia linchamiento mediático a lo “Oso blanco”, o ese capítulo de “dame likes”, “califica” mi coolnes de la tercera temporada son fascinantes modos de pecar. Una droga que nos llevaba a otra parte, se metía en nuestros sueños, nos convertían en delirantes pecadores de la coolture. Sabemos, y la serie nos lo confirma, que estamos mal con tanta tecnología, tanto vivir en directo, tanto compartir tonteras, tanto creernos genios de nuestra insignificancia, pero no podemos dejar de estar en los aparatos y las redes: sabemos que nos ven y controlan, pero cínicamente decidimos que no importa: preferimos la vida digital.
El éxito de la serie creada por Charlie Brooker hizo que migrara del Channel 4 inglés a Netflix USA. Y todo terminó. Sigue siendo cada capítulo una película en sí misma, pero apareció el “formato” Netflix: esa sabiduría de fórmula de la coolture, que decide desde Estados Unidos las formas del sentido mundial, y daña todo. Jorge Carrión, autor de Teleshakespeare, y que sabe más que todos de series lo dijo todo: “Hay una traición estética: pasó de ser personal a seguir el modelo Netflix. Bajó el nivel y el riesgo”. La cuarta temporada parece otra serie más de policías y ladrones donde la tecnología es solo un pretexto para volver a contar la paranoia gringa: esa conspiración que ellos viven, sueña, eligen. Luego, Netflix logró que esa droga llamada Black Mirror deje de alucinar. Ahora, es una bebida predecible y aburrida que perdió lo humano y se quedó en una de vaqueros: los gringos siempre de vaqueros y salvadores del mundo.
A pesar de todo, Black Mirror hay que verla, pecar gozándola, porque nos trae noticias de nosotros mismos, esos que habitamos este mundo de la coolture.
Bonus 2: En América Latina mixiamos, fusionamos, disjecquiamos entre tres referentes culturales:
Bonus 3: Para intervenir la coolture desde el Sur
1. Comprender esta coolture para poder explicarla, perder el moralismo para ganar la intervención.
2. Un diálogo freiriano entre Jurasic Park (nosotros los modernos) con The walking dead (los jóvenes y sus potencialidades para liberarse del amo).
3. Asumir lo propio, el territorio y la identidad de uno como lugar de enunciación.
4. Inspirarse en los otros que nos habitan en lo afro, lo indígena, lo femenino, las nuevas sexualidades y esa vitalidad juvenil que es América Latina.
5. Activar emocionalmente al ciudadano y convertirlo en ciudadano celebrity desde nuestras lógicas, estéticas y políticas.
6. Recordar que la estética, los géneros y los formatos tienen ideología por lo tanto hay que romperlos e intervenirlos estética y narrativamente.
7. Ser mutantes que ponen el cuerpo, hackean los poderes, remixean los saberes, disjayn los sentires de una sociedad.
8. Recuperar lo popular. Y ser popular es tener que narrar/contar, poner el cuerpo y bailar, ironizar el poder al reír.
9. Mas que copiar, bastardear el mainstream.
Bonus 4: Autores de referencia para comprender la coolture:
1936. WALTER BENJAMIN. La obra de arte en la época de la reproductibilidad técnica. Concepto: Mas que preguntarnos por el pasado debemos comprender en qué nos estamos convirtiendo, cuál es la mutación de la sensibilidad y el cambio de sensorium que estamos habitando.
1987. JESÚS MARTÍN-BARBERO. De los medios a las mediaciones. Concepto: Las relaciones inestables y ambiguas entre la cultura popular y la cultura de masas.
2006. HENRY JENKINS. Fans, blogueros y video-juegos. Concepto: Cómo son y qué hacen los nativos digitales.
2008. ALESSANDRO BARICCO. Los bárbaros. Concepto: Descripción de la mutación cultural que habita el siglo XXI.
2011. FREDERICK MARTEL. Cultura Mainstream. Concepto: Valores universales del entretenimiento que nos hacen ser made in USA.
2011. CARLOS GRANÉS. El puño invisible. Concepto: Las vanguardias y la contracultura son valores del mercado.
2011. JORGE CARRIÓN. Teleshakespeare. Concepto: las series como la cultura del siglo XXI.
2013. CARLOS SCOLARI. Narrativas Transmedia. Concepto: los nuevos modos de narrar en el nuevo ecosistema de pantallas digitales.
2016. MARTÍN CAPARRÓS. Lacrónica. Concepto: el recuerdo de una vez cuando la vida consistía en contar historias.