La imagen de portada corresponde al libro Pequeña Rosario Ilustrada: guía literaria de la ciudad, editada por :e(M)r;
Desde mi patio, frente al teatro El Círculo, solo puedo mirar hacia adentro: un colibrí perdido, hormigas, bichos bolita, caracoles y otros insectos cuyos nombres no conozco, una araña que rodea con su tela a un gusano caído de una maceta y ya se volvió cena. La luz oblicua del poco sol en este invierno largo que pareciera lejos de despedirse. Mi gata echada como vaca sobre las plantas, masticando el palo de agua. Un flaco paraíso literal y metafórico.
En mi patio no hay visión a la ciudad. En cambio, desde el piso alto del departamento donde habité 25 años de mi vida y donde vuelvo cada vez, puedo ver la foto entera. Hacia el oeste, una sombra jorobada corta el llano. Parece un monte, pero son los basurales de barrio Godoy. Hacia el sureste, si se busca el inicio de calle San Juan, entre los edificios se dibuja en el punto de fuga, una franjita del río Paraná. Un angosto horizonte donde apoyar la vista y pensar un futuro tolerable.
La ciudad, amigos,
me clavó sus garras:
y así soy ahora
de turbia y de extraña.
Dijo Emilia Bertolé, la poeta que nació en El Trébol y creció en Rosario, en su poema Cansancio. Yo también, como Emilia, abrazo y miro la ciudad como su hija adoptiva. De esa misma manera, Rosario aprendió a abrazar al río marrón y a las islas recién en los 90, al abrir su costanera, tirar paredones y llenarla de parques, reconociéndose parte del humedal litoraleño.
La vida rosarina, entre sus luces, sus tinieblas y sus fronteras invisibles. “Como en una transparencia, la ciudad imaginaria y la ciudad física se confunden en una superposición que las modifica a ambas, y revela de la ciudad real su dimensión simbólica, y de la imaginaria, su expresión de identidad. El Saladillo de Alfonsina Storni y Adolfo Bioy Casares, las estaciones de trenes de Borges y Saer, los puertos de Arlt y Fontanarrosa (...) son referencias en el plano de esa ciudad que la literatura construyó en el último siglo. Una ciudad imaginaria. La única real”, escribieron Martín Prieto y Nora Avaro en Rosario ilustrada. Guía literaria de la ciudad.
Rosario se piensa, se narra con voz propia, sigue tradiciones que le dan a su narrativa una personalidad cuya genealogía inclasificable intenta recuperar esta nota. Esto se comprueba y late en cada nueva edición de la Feria del Libro, donde las editoriales mainstream conviven con los sellos independientes locales aventurados a publicar relatos ilustrados, cuento y poesía.
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¿De dónde vinieron los ciervos que deambularon por las calles de Rosario? En esta ciudad, lo real maravilloso aparece en cada barrio entre las violencias y cierta magia animista. Periferia o centro, en la costa verde o en los contornos serpenteantes de su circunvalación, acontecimientos cuasi oníricos se vislumbran en medio de la bruma de lo cotidiano y se evaporan entre sus pálidas. Un ejemplo: cada tanto, en el último tiempo, ciervos llegan nadando a la costanera y corren por las calles o se guarecen en las cocheras buscando refugio. Huyen de la caza furtiva de las islas entrerrianas.
Rosario es nuestra ciudad gótica, ciudad humedal, del boom inmobiliario y del bang. Ciudad bastarda, crisol de colectividades migrantes. Atopia bella y violenta, deseada e infernal. ―¡Oh, mi ciudad, no olvides a la diosa Justicia/ni a la diosa Poesía! ― le escribía cien años atrás el poeta Marcos Lenzoni.
Una bocacalle inundada por las lluvias que trajo El Niño se vuelve espejo de agua de las Ciudades invisibles de Ítalo Calvino como la urbe real del infierno y la deseada en potencial utópico. Varias generaciones de autores locales cuentan ese reflejo encharcado. Su propia violencia es narrada con ficciones policiales realistas, donde el territorio marca el tono criminal. Así fue con novelas como Los Atributos de Roger Pla, La jueza muerta de Eduardo D'Anna, Rocanrol de Osvaldo Aguirre y, más cerca en el tiempo, Perversidad de Marco Mizzi.
Hoy las plumas continúan escribiendo a su ciudad, y entre ellas algunas serán de la partida en la Feria del Libro del 5 al 15 de septiembre: Roberto Retamoso muestra la idiosincrasia local desde un tono satírico con La Parrillita; Gloria Lenardón, en su Ciudad sitiada, señala el tono opresivo de los años 70 con gritos y perros invasores en las calles; con La sonrisa de las hienas, Federico Ferrogiaro desglosa lo fantástico de una realidad distorsionada entre lo extraño y lo perverso; y Esteban Ameriso presenta sus relatos enmarcados en ciertos barrios, donde plantea, desde la cotidianidad y la minucia, historias de soledad, desmemoria y sinsentido, pero también encuentro, recuerdo y deseo, con su libro Nunca nada termina.
"Que las librerías sean nuestro búnker y las bibliotecas públicas nuestra ranchada. No hay cristal más azul que la palabra", fueron las palabras de Beatriz Vignoli al confirmarle a un colega que abrirá la Feria, con su discurso, este jueves 5 de septiembre. Será la primera escritora nacida y residente en su ciudad en hacerlo. Ojalá lo esté viendo el poeta Rafael Ielpi desde otro plano.
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En Zona liberada, de Melina Torres, la entrañable investigadora Silvana Aguirre busca develar el crimen de un artista al otro lado del río en las islas entrerrianas, entre paquetes de droga que aparecieron flotando, tirados desde avionetas. Las hipótesis de Aguirre son varias: ¿Extractivismo y negocio inmobiliario en ese archipiélago de río? ¿Mercado negro y falsificaciones millonarias de obras de arte? ¿Crimen narco, suicidio o juego sexual?
Caminaron hasta llegar a las escalinatas del parque España. El sol había bajado y le daba un lento respiro al agobio del día. En la ancha explanada que miraba al río, un par de skaters se confundían con la música de un grupo de quinceañeras que ensayaban una coreografía de pop coreano. Detrás, dos pescadores tiraban la caña a modo amateur.
En el trayecto, Aguirre le contó a Herrera las virtudes de asador de Ortiz como si fuera una particularidad digna a tener en cuenta.
—Algo te tiene de ese buen humor, y no creo que sea solo el dorado a punto que te comiste.
—Sí, que mi instinto no me traicionó, y que acá hay algo más que un crimen narco.
Leer esta ficción que equilibra el suspense policial con el humor local es descomprimir el propio karma de habitar esta ciudad implacable, tanto en Zona liberada como en su precuela, Pobres corazones. Porque su protagonista la detective Aguirre se vuelve voz del ciudadano medio, ciclotímico entre quejas del cansancio cotidiano a la espera de un colectivo y la corrupción ante sus ojos, la picaresca y la añejada creencia en la justicia.
Lanzados en simultáneo y con buena recepción lectora, el universo de Melina Torres dialoga con otro libro en un espejo: Rosario. La historia de la mafia narco que se adueñó de la ciudad. La investigación periodística de Hernán Lascano y Germán de los Santos en torno a cómo se maneja el negocio de la delincuencia, en una red poco organizada donde operan -además de narcos y policías-, financieras, políticos, chacareros, inmobiliarios, constructores y profesiones liberales en esa mesa de los rufianes. El libro amplía el espectro de realidad de su anterior no-ficción, Los Monos.
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Bea Vignoli es una de las plumas que más libros escribió ficcionalizando a la ciudad. Y Atopia es el nombre con el que la bautizó en su primera novela. En griego, ‘atopia’ es el ‘no lugar’, y bajo ese designio la autora inventó toda clase de ficciones desde entonces, en su mayoría con situaciones realistas.
“La idea de Atopia la plasmé en los 90 con mi primera novela DAF, de un existencialismo punk en tiempos que se respiraba la oscuridad postdictadura. Pero no me creía capaz de inventar un mundo ficcional total -como sí hacía Angélica Gorodischer, que metió un cafetín del centro rosarino en Trafalgar-. Me gustó el extrañamiento de la ciudad al no nombrarla, pero a través de sus historias, en un realismo basado en anécdotas que la distinguían en ese no-lugar”, me cuenta Vignoli.
Luego vino Reality, de la misma autora, con personajes cínicos y asesinos, y con una motosierra premonitoria en tapa, con humor cáustico y unos niveles de violencia, que en 2004 la ciudad aún no vivía. “La frase que me inspiró pensar esa novela negra fue ‘la contemplación a la maldad absoluta’. Quedarte sin palabras por eso que excede toda racionalidad y roza con lo demoníaco”, así nacieron esas historias.
Un protagonista de Reality estuvo inspirado en Sandra Cabrera, referente de las trabajadoras sexuales asesinada por un policía 20 años atrás. En la ficción, también la asesinan. La querida Alma Maritano también hizo letras con la historia de Sandra en la novela Las Bufonas.
Al presentarla en una Feria del Libro, una ex compañera de Sandra, también trabajadora sexual, desafió a la escritora por haber ficcionado la vida de la víctima. Algo similar les pasó a Lascano y De los Santos en su lanzamiento de Los Monos cuando llegó una lideresa narco narrada en aquel libro.
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Indagar acerca de los escribas de la Rosario literaria es algo que desde la academia se realiza desde hace algunos años con sus jornadas “La ciudad que yo inventé”, y que regresa a fines de octubre de este año. El nombre remite a la obra de Juan José Saer, y este encuentro busca, en cada una de sus ediciones, releer esa genealogía inclasificable que se ha ido tejiendo desde las plumas de la rosarinidad. Se realizan cada año en alguna biblioteca popular, y esta vez será en la “Homero” de barrio Refinería.
Marcelo Britos narró la presencia transversal de la cosecha y las orillas de la urbanidad en su poema Saladillo en su libro Para todos los hombres el sur:
(...)
las manos que recogen la soja
en los bordes del asfalto
la soja que cae de los camiones
que llevan el pan a otros puertos
sol de sangre y de rocío
papeles sin sentido
en la piel de los alambres
y en las zanjas clavadas de frío
las manos del tiempo
ahogando cachorros de gatos.
Hasta el viaje en colectivo tiene su evidencia en la literatura local: recorriendo la avenida Circunvalación, en un viaje periférico emulando una road movie, Santiago Beretta hizo una crónica en movimiento para la revista Apología. Es el recorrido en un bondi que maneja su tío: “Los distintos paisajes se suceden una y otra vez para dar forma, finalmente, a un paisaje total, el paisaje de la ciudad, que se refleja psicodélico en los lentes rojos y espejados que el tío Herni, colectivero desde hace treinta años, lleva puestos para enfrentar la rutina. Con él nos subimos al 112, cuyo recorrido es el más largo entre todas las líneas que transitan Rosario”.
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Las metrópolis tienen sus tinieblas. Fueron levantadas en el Renacimiento con grandes iglesias por aquellos primeros arquitectos de oficio, con sus vitrales y sus torres puntudas que emulaban el vínculo con lo divino celestial. Lo luminoso de llegar a dios. En los años 90 nació la revista Ciudad Gótica pensada en oposición al concepto renacentista, más bien para con la acepción opuesta: aquella ciudad oscura en el cómic de Batman, héroe nacido de un niño millonario que juró venganza contra los criminales tras la muerte de sus padres.
“En aquellos tiempos del primero de los Batman oscuros, el de Tim Burton con Michael Keaton enmascarado, nos gustó el nombre en torno a la noche urbana corrupta”, rememoró el editorialista Sergio Gioachini, director de aquella revista. Fue creada junto a un grupo de pródigos escritores como Vignoli, Patricio Pron y Federico Ferrogiaro, entre otros.
Rosario es gótica entre su gente creativa y solidaria, también con la más desesperada.
Acción
Sucede como en un viejo western
Hombres armados
Comienzan a tirar
Entre los cajones de envases
Llenos y vacíos
Uno cae
El otro corre afuera
Se arroja al río
Bracea desesperado
Los visitantes tirotean
Prolijamente la superficie.
No es una película.
Fragmento de un poema de Elvio Gandolfo en La huella de los pájaros que pareciera una escena policial fílmica o una crónica habitual en el diario.
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Toda esquina, personaje, institución o clima puede tener su homenaje literario en Rosario. Como los basurales de Villa Manuelita en la novela Las colinas del hambre, escrita por la periodista Rosa Wernicke en 1943, que narra con realismo la vida de los vecinos que comían de esas montañas de desperdicios que dejó el resto de la ciudad.
Desde el plano general y en alturas, Hebe Uhart inmortaliza la ciudad en su Viajera crónica, donde la describe como lugar de “comida, fierros y optimismo. Entrando se percibe una ciudad tan extendida como la propia llanura”.
La Favorita tiene su libro: Jorge Söhle (quien firmaba como W Inti) escribió sobre la gran tienda en Vencido!, considerada la primera novela escrita por un rosarino. El parque Independencia fue locación de algunas de las historias de Fausto Hernández y de Luciano Stein; incluso hay escenas de la detective Silvana Aguirre en sus corredores y carritos de choripán. Daiana Henderson, en su libro Irse, apuntó al lago y la islita tupida de su centro:
Todavía no sé a qué seres
pertenecen las sombras repentinas
y los chillidos nocturnos
en la isla del medio.
En poco tiempo se puede
sumergir la vista al río
e invertir en el horizonte que ahora
son las formaciones rocosas de los edificios.
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En su libro ilustrado Postales de un mapa imposible, Javier Núñez compiló frescos de su memoria sobre cosas que le ocurrieron o que le inspiraron en esas esquinas, cortadas y parques, con georreferencias que ubican al autor como parte de una identidad local. Allí reflexionó:“Yo era una pequeña procesadora que aglutinaba todo para después fundar un mapa. Me adentré en barrios olvidados, volví a casas que ya no existen, caminé calles que ya no son, inventé espacios que nunca fueron. De eso a lo mejor se tratan nuestros mapas imposibles. De aprender a leer entre líneas las marcas de lo que fuimos para descubrir dónde estamos hoy”.
Y así permanecemos los extrañados de nuestra territorialidad, surcando en busca de grietas de luz de la ciudad gótica, ciudad humedal, del boom y del bang, bastarda, infernal, entre lo imaginario y lo real. Una brasa que obnubila y hiere por igual.