Fotos: Prensa CONAE, CNEA y SpaceX
10.
En el centro espacial cordobés Teófilo Tabanera, Josefina Pérès se agarra la cara, nerviosa. Tiene la mirada puesta en la pantalla gigante, donde verá cómo abandona la Tierra esa mole de tres mil kilos a la que le dedicó gran parte de sus últimos 15 años. A su alrededor, un auditorio colmado de científicxs, ingenierxs y técnicxs contiene la respiración.
—Hacés todo el trabajo para llegar a este momento.
Es 7 de octubre de 2018 y en la Base Vandenberg de California, Estados Unidos, el satélite argentino SAOCOM 1A espera dentro del cohete Falcon 9 el clásico conteo regresivo.
En el centro estadounidense de operaciones, Pablo Ordoñez también tiene los nervios a flor de piel. No puede creer que está a punto de lanzar un satélite desde una sala de control como la que tantas veces soñó de chico.
Cuando el cohete despega, el cielo nocturno se vuelve naranja. A los pocos minutos, una voz en off avisa que el SAOCOM 1A se desprendió con éxito. En Córdoba y California todxs lloran, se abrazan y corren a festejar con sus familiares.
Este domingo 30 de agosto, a las 20.18 hora Argentina, la hazaña se repitió con el SAOCOM 1B.
—Esta vez fue distinto —dice Pablo, desde la base estadounidense de Cabo Cañaveral-. No pudimos abrazarnos.
9.
Josefina Pérès estudió ingeniería electrónica en la UBA. Cuando salía de cursar, cruzaba la avenida Paseo Colón y pasaba a buscar a su papá, un físico que trabajaba en la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE). Eran los primeros años del 2000, y en ese edificio de fachada modesta de San Telmo se diseñaba la misión satelital más compleja del país: los SAOCOM (Satélite Argentino de Observación con Microondas) 1A y 1B.
Una vez, Josefina acompañó a su papá a la empresa estatal INVAP, principal contratista de la misión, con sede en Bariloche. “Vi que fabricaban un satélite y dije: yo quiero hacer esto. Y bueno, ¡acá estoy!”, cuenta la ingeniera de 38 años, hoy jefa del proyecto SAOCOM.
Los SAOCOM son satélites de observación de la Tierra y su misión principal es medir la humedad del suelo. Dan soporte a los productores agropecuarios, previenen inundaciones e incendios y monitorean ecosistemas, entre otros datos vitales para el ambiente y la producción. Pero lo que los hace únicos es su radar de apertura sintética (SAR, por sus siglas en inglés). Se trata de una antena que, al emitir en banda L, tiene una longitud de onda que le permite atravesar la superficie de los suelos. Además, a diferencia de los instrumentos ópticos de observación que dependen de la energía solar, los radares pueden generar datos de día y de noche, esté despejado o nublado. Hasta ayer, sólo había un satélite similar en órbita desarrollado en Japón, pero con diferente resolución.
Este desarrollo tecnológico requirió un trabajo inmenso de articulación. Participaron más de 900 trabajadorxs del sistema científico tecnológico y 80 empresas, repartidas principalmente entre Buenos Aires, Córdoba y Bariloche.
Para Josefina, este satélite tiene un significado especial. Gran parte de su vida adulta giró en torno al SAOCOM y hasta se terminó mudando a Bariloche. Pero sobre todo, concluir la misión tiene que ver con su papá. Él murió en enero de 2005 y ella entró a la CONAE en diciembre de ese año. “Es el legado que él me dejó.”
8.
El proyecto SAOCOM comenzó a gestarse en 1998. El cerebro detrás de esta y otras misiones satelitales es el físico Conrado Varotto, ex director de la CONAE (1997-2018), fundador de INVAP (1976) y creador del Plan Espacial Nacional.
“Este desarrollo surge de preguntarle a los usuarios qué necesitaban. Trabajamos especialmente con el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA). Ellos nos dijeron que les vendría bien tener mapas de la humedad del suelo con una frecuencia de entre 4 y 6 días”, cuenta Laura Frulla, doctora en Ciencias Físicas e investigadora principal de la misión.
Para poder generar imágenes con esa frecuencia fue necesario construir dos satélites. Los SAOCOM 1A Y 1B son gemelos y su diseño consta de tres grandes partes: la plataforma de servicio (el cuerpo principal, fabricado en INVAP), la antena SAR (el corazón de la misión, cuya estructura se hizo en la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), en Buenos Aires) y los paneles solares (también fabricados en CNEA, su rol es “dar vida” a los sistemas electrónicos).
Los SAOCOM forman parte de una constelación de seis satélites llamada SIASGE (Sistema Ítalo Argentino de Satélites para la Gestión de Emergencias). Los otros cuatro son los COSMO-SkyMed, de la Agencia Espacial Italiana (ASI), que también utilizan tecnología de radar pero en banda X: al ser una longitud de onda más corta, generan mapas de la superficie pero no puede atravesarlas como los SAOCOM.
“Fabricamos un satélite a medida de lo que la Argentina necesita. Esto nos da soberanía”, destaca Frulla.
Deployment of SAOCOM 1B confirmed pic.twitter.com/gqtxQMpy48
— SpaceX (@SpaceX) August 30, 2020
7.
En el desarrollo del satélite, dos científicas ocuparon puestos claves a pesar de que en el sistema científico también se reflejan las desigualdades de género. Es más, hay disciplinas más “masculinizadas” que otras, como ingeniería, física, informática y matemática.
En la Argentina, las estudiantes de ingeniería son solo el 20%; en especialidades como mecánica y electrónica apenas llegan al 4%. Según una investigación de la Cátedra UNESCO “Mujer, Ciencia y Tecnología en América Latina”, el 90% de las niñas entre 6 y 8 años siguen asociando la ingeniería con destrezas masculinas.
6.
—Imaginate un departamento de 35 metros cuadrados desplegándose en el espacio.
Así describe a la antena SAR el ingeniero mecánico César Belinco, Gerente de Desarrollo Tecnológico y Proyectos Especiales de CNEA. El primer convenio con CONAE para fabricar la estructura mecánica del radar se firmó en marzo de 2002. “En medio de la crisis económica, igual pensábamos en desarrollar tecnología”, recuerda.
La antena SAR está compuesta por siete paneles, cada uno de los cuales contiene 20 mini-antenas. En el lanzador, viajan superpuestos como si fueran una puerta plegadiza. El diseño no fue sencillo. Necesitaban un material rígido que no se deformara en el espacio. A su vez, tenía que ser liviano, ya que cada kilo que se pone en un cohete cotiza sus buenos dólares. El material elegido fue la fibra de carbono. Para vincular el equipamiento electrónico usaron una estructura de aluminio conocida como panal de abeja.
—La antena es un sándwich donde el pan es la fibra de carbono y las fetas son los panales —grafica César.
Lo que más disfruta de su trabajo es la gestión de recursos humanos. “En general, los proyectos fracasan cuando se desarman los equipos –afirma–. Nosotros pudimos mantener un grupo de trabajo durante 20 años. Teniendo en cuenta los vaivenes presupuestarios y cambios de gobierno, no es poca cosa.”
¿No viste el lanzamiento del #SAOCOM1B en vivo?
Podes hacerlo acá¡Felicitaciones a @CONAE_Oficial @invapargentina! pic.twitter.com/8fvauaTL1M
— UNSAM (@unsamoficial) August 30, 2020
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Para encarar desarrollos tecnológicos complejos como un satélite, hay que combinar tres aspectos clave: la planificación a largo plazo, una fuerte inversión y una articulación entre el sistema científico, el sistema productivo y el Estado. Uno de los derrames más importantes de este triángulo virtuoso, aparte de la generación de empresas de base tecnológica, es el semillero de profesionales calificados.
Sonia Botta es ingeniera aeronáutica por la UNLP, tiene 26 años y ya cosechó varios logros: trabajó en el control térmico de los SAOCOM, coordina el proyecto para hacer un satélite universitario y realizó una tesis de maestría sobre cuál es el mejor lugar para recargar combustible alrededor de la Luna. Y va por más: “Me encantaría participar de una misión interplanetaria, quizás a Marte o Júpiter”.
La ingeniera forma parte del Grupo de Ensayos Mecánicos Aplicados (GEMA) de la UNLP, que tuvo un rol clave en la misión SAOCOM: fabricar el aislante térmico que protege a la antena SAR de las temperaturas extremas, ya que puede pasar de -150°C a 120°C en menos de una hora. Ese aislante es una especie de manta dorada que da calor al satélite cuando pasa por detrás de la Tierra y lo mantiene frío cuando pasa delante del sol.
Durante el lanzamiento, el trabajo continuó desde la sede porteña de CONAE. Controlaron que los sistemas electrónicos de la antena estuvieran a las temperaturas correctas para desplegarse.
4.
Hernán Socolovsky chequea el dato en internet, apaga las luces y sale al patio. Levanta la mirada hacia el cielo y sonríe:
—Ahí va el SAOCOM por el espacio con su panel solar hecho en CNEA.
Socolovsky es ingeniero electrónico, aficionado de la astronomía y jefe del Departamento de Energía Solar de la CNEA, donde se fabricaron los paneles del SAOCOM. También es profesor de la UNSAM, universidad que aportó varios estudiantes avanzados de ingeniería en energía, docentes y un miembro del equipo no docente. “Ves el trabajo de tantos años condensado en esa estrellita y no lo podés creer”.
Los paneles son tres, y abarcan una superficie de 13 metros cuadrados. Las celdas de uso espacial, a diferencia de las de uso terrestre, necesitan concentrar la mayor capacidad de generación de energía en la menor superficie posible. Las que se utilizan en el SAOCOM tienen el doble de eficiencia que las convencionales: 30% versus 15%. Otra diferencia radica en los materiales. Mientras que las terrestres son de silicio, las de uso espacial tienen una combinación de materiales como fósforo y germanio, que brindan una mayor protección frente a la radiación solar.
El día después del lanzamiento, los equipos ya trabajan en los paneles para la próxima misión de la CONAE: el SABIA-Mar (Satélite Argentino Brasileño para Información del Mar). También quieren incursionar en el desarrollo de paneles solares para satélites de órbita geoestacionaria. El ingeniero se entusiasma: “Nos gustaría proveer al ARSAT con paneles hechos en Argentina”.
3.
En la fabricación de satélites todo tiene un plan B. En este caso: saber esperar.
El SAOCOM 1B iba ser lanzado el 24 de marzo pero la pandemia cambió los planes. Después de un suspenso que pareció eterno, se reprogramó para fines de julio. Pero tampoco pudo ser. El anuncio llegó a través de un comunicado de SpaceX, la empresa proveedora del Falcon 9: debido a demoras en otro lanzamiento, había que volver a reprogramar el SAOCOM, esta vez para fines de agosto. De la comitiva reducida que había viajado -18 de 25- la mayoría de los científicos se quedó esperando en Estados Unidos, en estricta cuarentena y con hisopados preventivos. Entre los que tuvieron que volver había uno que estaba a punto de ser papá. En esos días, se desataron varias tormentas tropicales y huracanes.
—Muchachos: si creen en algo, lo que sea, pídanle que nos dé una mano —les decía Pablo Ordóñez, ingeniero de CONAE, responsable técnico de la campaña de lanzamiento
2.
En la víspera del lanzamiento, la cordobesa Laura Moreschi, 31 años, responsable de ingeniería de vuelo, no deja de repasar mentalmente cada detalle. Ya lanzó el satélite varias veces mientras dormía. Desde el Centro Espacial Teófilo Tabanera, recuerda: “Cuando era chica, quería trabajar en la NASA porque era lo que veía en las películas. Después me di cuenta, no necesitaba irme afuera del país para hacer lo que soñaba”.
El SAOCOM está unido al cohete por un cable que se llama umbilical. Cuando se corta, es el momento de la separación. Se abren los paneles solares, se cargan las baterías y se prenden los sistemas.
—Es como que el satélite cobra vida -dice Laura.
A partir de ese momento, todo queda en manos del centro espacial cordobés. Por la pandemia, tuvieron que dividirse en dos grupos divididos por un vidrio. Laura integra el equipo rojo, encargado de recibir los primeros datos del satélite y prender la computadora de la antena SAR. “Ahí le pasamos el control al equipo azul para que empiece con las maniobras del despliegue”, explica la ingeniera. Las primeras 36 horas son las más críticas pero los cordobeses o cuentan con dos grupos de investigadorxs más, apostados en las salas de soporte de Bariloche y Buenos Aires.
Para seguir su “estado de salud”, la CONAE hizo convenios con estaciones de Perú, Italia y Noruega, entre otras, para poder verlo por más tiempo. Con el 1A, no hubo que activar ningún plan de contingencia pero, cual jugadores de un videojuego gigante, tuvieron que realizar una maniobra para esquivar chatarra espacial.
1.
Este domingo 30 de agosto, a las 20.18, la cuenta regresiva llegó a su fin. El SAOCOM 1B fue lanzado al espacio y a los 14 minutos se separó exitosamente del Falcon 9. Las y los protagonistas de este nuevo hito para la industria espacial nacional vivieron un lanzamiento en pandemia. Hubo aplausos, codazos y puños levantados en Córdoba, Bariloche, Buenos Aires y Cabo Cañaveral. También, miradas empañadas que delataban grandes sonrisas debajo de los barbijos.
Les quedó pendiente el abrazo final.
Horas después, desde el centro espacial cordobés, Laura habla con una emoción que le quiebra la voz, mientras ejecuta las primeras actividades críticas: “Fue increíble. Encima esta vez el lanzamiento se hizo de día, así que el Falcon 9 se vio con toda su imponencia. También, a diferencia del 1A, pudimos ver el momento de la separación en tiempo real. Todavía nos quedan horas decisivas pero las estamos viviendo con felicidad, adrenalina y sobre todo, con mucho orgullo”.
Foto: Manuel Mazzant CONAE