Miles de argentinos cantan, saltan y gritan. El partido contra Polonia en el Estadio 974 de Doha terminó hace más de media hora y el resto de los espectadores se fueron del estadio, pero los argentinos siguen cantando.
A partir de los procesos de globalización y transnacionalización del fútbol, iniciados en los ‘90, Argentina cobró un papel protagónico en el mapa futbolístico global como potencia exportadora: exportando futbolistas que brillan en ligas de todos los continentes y hacen de Argentina uno de los dos o tres principales países productores de jugadores; pero también exportando una forma de alentar y apoyar al equipo, una forma de vivir la pasión. Se construyó una señal distintiva que vincula ineludiblemente el fútbol argentino a la fidelidad y el fervor.
Las tribunas argentinas generan atracción en todos los rincones del universo futbolero: en Japón, donde imitan los cánticos; en México, donde nuestras hinchadas sirven como modelo de organización; en Inglaterra, donde los fanáticos utilizan melodías argentinas para sus canciones; o en Túnez, donde los grupos radicales de hinchas se autodenominan “barras bravas” en homenaje. En cualquier tribuna argentina encontraremos alguien que hable otro idioma, extranjeros que viajen sólo para ir a los estadios, que filmen con sus celulares el aliento de los hinchas y que intenten -casi siempre con poco éxito- coordinar brazos y saltos con sus vecinos de grada. Pongamos cualquier video en youtube con canciones de cancha y habrá un comentario desde otras latitudes diciendo algo así como lo que puso este húngaro: “The Argentin supporters are the best on the whole word!”.
Los valores centrales del hinchismo en Argentina son la fidelidad y el fervor, y demostrar aguante por tus colores, pero históricamente estos valores se manifestaron en el aliento al club propio y nunca a la Selección Nacional. Hasta la década de 2010, la “hinchada” del equipo nacional era deslucida y bastante inorgánica. Era una hinchada sin aguante. Y pese a la presencia de barras en todos los Mundiales desde México 1986 en adelante, los cánticos y el aliento poco tenían que ver con la emotividad festiva a la que estábamos acostumbrados en las canchas del fútbol local. Durante mucho tiempo, la Selección no tuvo hinchas sino espectadores.
En la última década eso empezó a cambiar, primero con el colectivo de barras “Hinchadas Unidas Argentinas” en Sudáfrica 2010, pero fundamentalmente y a nivel colectivo a partir de Brasil 2014. Ahí, por el gran número de hinchas que viajaron o por la necesidad de fortalecer el nosotros colectivo frente a un rival cercano y poderoso que desafiaba en su propia tierra, surgió la primera-gran-nueva canción de la Selección, “Brasil decime qué se siente”. Esta canción rompió la hegemonía del “Vamos, Vamos Argentina”, himno del Mundial 1978 que hasta allí era casi la única canción que entonaban los argentinos cuando jugaba la Selección, junto a “El que no salta, es un inglés”. El “Vamos vamos” estaba muy lejos de las canciones que se cantaban en las canchas argentinas, tenía una estructura demodé y para buena parte de los hinchas era “ingenua”. Las canciones en el fútbol tienen tres matrices preponderantes: burlar a los rivales por el devenir deportivo propio y ajeno, degradar al rival presentando negativamente distintas identidades sociales, y propagar violencias pasadas o futuras. El “Vamos vamos” no tenía nada de eso: no cargaba, degradaba ni amenazaba a nadie. Era una canción pre aguante.
Para Rusia 2018 apareció otro canto popular y extendido, “Vamos Argentina, sabes que yo te quiero”, que se entonó en estadios, calles y transportes rusos. Ahora en Qatar un nuevo cántico continúa con lo que ya parece una tradición, “En Argentina nací, tierra de Diego y Lionel”, agrandando el cancionero de la Selección.
Con las canciones, los espectadores se transformaron en hinchas y entienden que su accionar es crucial en el devenir del juego. Son parte de los triunfos y de las derrotas, se hacen carne con el destino del equipo. Cuando la Selección perdió en el debut mundialista en Qatar con Arabia Saudita, la lengua popular, en redes y charlas de café, culpabilizó rápidamente a la falta de aliento en el estadio. En ese partido los argentinos fueron espectadores. No alentaron. Aquí aparece, nuevamente, el aguante, la idea de que los partidos se ganan también en la tribuna, central en la concepción que el hincha argentino tiene de sí mismo.En los partidos siguientes todo cambió. Se organizaron banderazos, aparecieron bombos y ritmos. Se corrió la voz entre los argentinos en Doha de no respetar los asientos asignados en los tickets y ocupar todos, como en las canchas argentinas, en una tribuna cabecera. Esto generó discusiones con espectadores locales, roces con la seguridad del estadio y desafió al protocolo FIFA de “todos sentados”, pero generó un clima de cancha argentina que despertó reacciones inmediatas. El ex capitán de Alemania Phillip Lahm dijo: “La Bombonera está en Qatar”. Así, la selección ganó en aliento y los espectadores se transformaron en hinchas. Pusieron sobre las gradas la marca que para muchos los diferencia a nivel mundial: pasión y fervor.