A Elián Ángel Valenzuela, más conocido por su nombre artístico, L-Gante, lo detuvieron en su casa del barrio privado Banco Provincia, en General Rodríguez, el 6 de junio de 2023, luego de allanar su domicilio buscando armas y drogas. El proceso de la detención duró varias horas y las cámaras de televisión estuvieron atentas a todos los detalles. Los delitos que se le imputaban eran privación ilegítima de la libertad y amenazas. Según se supo, lo habían denunciado unos vecinos con quienes compartía cierto vínculo de amistad. En relación a los hechos, se lo acusa de haber subido a su auto, a punta de pistola, a dos de sus vecinos y amenazar frente a la policía con matarlos si éstos no soltaban a sus colegas de la Mafilia, detenidos a la salida de un boliche por pelearse. Con el transcurso de los días se le sumaron la tenencia de marihuana y de un celular robado. El concurso de todos esos delitos menores hizo que la excarcelación, que a priori parecía iba a darse de forma rutinaria, se complicara y terminara sin llegar, dejando al referente de la Cumbia 420 preso en la DDI de Quilmes de forma continua desde esa fecha. Unas semanas después, y luego de cambiar dos veces de abogado, le confirmaron la prisión preventiva.
Cuando la noticia se hizo pública, se tejieron diferentes hipótesis sobre lo que podía haber sucedido, y todas ellas apuntaban a dos temas centrales: el estilo de vida del cantante y su entorno. Como con tantas otras figuras públicas de renombre (¿cómo no acordarse de Diego Maradona?) lo que se ponía en juego en el desarrollo de esas y otras hipótesis posibles eran los prejuicios. Prejuicios clasistas, por supuesto, que se leían también en clave racista: ¿qué se puede esperar de un negro cabeza como L-Gante?
L-Gante había saltado a la fama mediática allá por julio 2021, cuando la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner lo mencionó por la influencia que había tenido una computadora del programa Conectar Igualdad en el desarrollo de su carrera artística: dijo que con ese dispositivo y “un microfonito de mil pesos”, Élegant –así lo nombró- había grabado una canción que para ese momento tenía más de 170 millones de reproducciones en Youtube, un ejemplo de emprendedurismo puro y duro. La historia luego terminaría de contarse en el programa de Eduardo Feinmann, cuando el periodista invitó al artista a una charla muy cordial y respetuosa, según la palabra de ambos. Allí L-Gante contó que en realidad la computadora no se la entregaron en la escuela debido a que él ya había abandonado el primer año de la secundaria: “todos mis compañeros la tenían, menos yo”, sentenció, al tiempo que confirmó que lo del micrófono era cierto y que esa computadora, originaria del programa estatal, la cambió por un celular a un vecino del barrio.
Después vino la consagración mediática, la cena en la mesa de Mirtha Legrand y decenas de programas, entrevistas y menciones en diferentes medios. L-Gante habló siempre con locuacidad, se mostró desenvuelto y rápido de reflejos, incluso cuando le preguntaban por el consumo de marihuana o el nombre de su grupo de amigos devenido en sello discográfico, a quienes decidió bautizar como la Mafilia, un acrónimo derivado de la conjunción de mafia y familia.
¿Qué caracterizó todas las intervenciones del líder de la Cumbia 420? Su irreverencia, su desparpajo y su capacidad para saber leer los contextos de cada escena a la que fue invitado. ¿Qué sorprendía a lxs mediáticxs que lo acompañaban? Su buena educación, la presencia y los ojos claros de su madre; después, que tuviera una hija rubia llamada Jamaica. “¿Por qué le pusiste ese nombre?”, le dijo Ceferino Reato en la mesaza de Mirtha. “Porque me gusta y porque en el registro civil me dejaron”, respondió el cantante. Ante una pregunta similar de Feinmann, sentenció “¿me estás diciendo que el nombre de mi hija está mal?”. ¿Por qué debería dar más explicaciones que esas?
¿Qué caracterizó todas las intervenciones del líder de la Cumbia 420? Su irreverencia, su desparpajo y su capacidad para saber leer los contextos de cada escena a la que fue invitado.
L-Gante siguió cantando y facturando sin interrupciones, se separó de la madre de su hija, Tamara Báez, tuvo algún altercado menor con la policía y hasta una especie de romance con Wanda Nara, a quien conoció en la grabación de su video “El último romántico”, donde se anima a decir: “a muchos les duele vernos en las redes y en la tele”, coqueteando también con la supuesta separación, por aquel entonces, de Wanda y Mauro Icardi.
Cuando el 6 de junio allanaron su domicilio, todos los noticieros se hicieron eco del acontecimiento y le dieron cobertura máxima, con móviles y drones que sobrevolaban la casa del artista minuto a minuto. La policía demoró horas en concluir con su trabajo y el resultado no fue, claramente, el esperado: las armas que encontraron eran réplicas –las mismas que se usaban, se supo después, para la filmación de los distintos videos musicales de difusión-. Mientras eso sucedía, L-Gante estaba esposado y sin poder recibir ningún tipo de asistencia, según lo narrado por los periodistas apostados fuera y los testimonios del primer abogado de la causa, Alejandro Cipolla.
Lo que vino después fue un sinfín de entredichos, cruces entre el abogado denunciante y el del acusado, interminables horas en distintos programas de televisión e incontables posteos en redes defendiendo y defenestrando al cantante casi en partes iguales. Uno de los tantos comentarios decía, frente al interrogante de por qué continuaba preso después de tantos días: “L-Gante está preso porque tiene mucha guita y es pobre”. En esa línea, los dichos populares sentenciarían la famosa frase: “la mona, por más que se vista de seda, mona queda”. ¿Eso entonces lo que le están cobrando a L-Gante? ¿Su origen popular, su despilfarro, su ostentación? ¿Que se haya sentado en la mesa de los mismos de siempre a decir lo que piensa y defender sus ideas y elecciones? ¿Que le cante a la droga o que la consuma? ¿Que se convierta en un modelo moral para lxs jóvenes que ven en él el sueño realizado del ascenso social, la fama, la guita, los autos carísimos y la casa en el country? ¿Es verdad que por más que tenga plata, sigue siendo pobre y negro? Ya todos sabemos que el negro de alma, además de ser negro de piel, no tiene cura…
Este artista carismático y singular también está atravesado, en su historia, por el peso de las políticas públicas inclusivas de la denominada década ganada: contó que cuando se quedó en la calle con su madre –su padre vive pero no estuvo presente en su crianza- y tuvo que irse a vivir con su abuela, un plan de viviendas de la época del Bicentenario de la Nación le dio “la casita” en la que vivió con su madre hasta mudarse al country en el que fue arrestado. También, si bien no recibió la computadora del Conectar, la disponibilidad cercana de ese dispositivo le permitió el canje. Quizás en agradecimiento por lo recibido, desde una habitación de un hotel en México, grabó una versión rapeada del abecedario, respondiendo a la demanda de madres que le escribían contándole que sus hijos se sabían las letras de sus canciones pero no las del abecedario. Quizás, también, es hora de que la educación se amigue con la cultura de masas y empiece a tomar los elementos que esta le provee para llegar a interpelar a niñeces, adolescencias y juventudes que se sienten más cerca de sus ídolos musicales y futbolísticos –quienes son sin dudas sus modelos morales- que de los contenidos que la escuela imparte.
A pesar de tener una madre de ojos claros y una hija rubia, Elián es mirado como un joven de origen humilde a quien la fama, las drogas y la Mafilia llevaron por mal camino, es decir, un negrito –a veces de mierda-. El ideal de negro irreverente que el músico encarna y performa ante cada cámara de televisión o de celular que se enciende frente a él, es el de un mal negro. Elián Valenzuela no es un pobre sumiso ni obediente. No se preocupó por mejorar su imagen ni su vocabulario, al contrario, radicalizó una estética popular, plebeya, rebelde, con múltiples tatuajes, joyas y bienes de lujos que lo colocaron como referente de la ostentación, el despilfarro y los excesos. Y la prisión parece, sin lugar a dudas, un mensaje fuertemente disciplinatorio hacia su figura y hacia su carrera. No sea cosa que el mal negro se vuelva, como tantas otras veces, un ideal a seguir por más de un despistadx que andando sin rumbo se tope con algunas de sus canciones.
Gastón Gordillo dice que nada enciende más las alarmas de los defensores de la Argentina Blanca –un proyecto territorial y de clase– que la aparición en el espacio público de los negros: de piel, de alma, de mierda… negros cabezas. Incomodan, producen repulsiones y justifican siempre la represión, el exterminio, la eliminación en una especie de acto de justicia civilizatoria. Frente a esto, aparecen diversos personajes de la cultura popular que se reivindican como negros (cuarteteros, cumbieros, villeros): La Mona Jiménez, Pablo Lescano, Diego Maradona y, ahora también, L-Gante. Del otro lado, parece volverse más radical el deseo de que esos negros no existan más.
La prisión parece, sin lugar a dudas, un mensaje fuertemente disciplinatorio hacia su figura y hacia su carrera.
La amenaza tipo Malón está encarnada en la presencia popular en el espacio público, tan vieja como la desigualdad o los privilegios, pero en ciertos contextos peronistas/populistas parece recrudecer: los negros desfilando con ropas caras, celulares y computadoras, muchas de ellas del Programa Conectar Igualdad (“les hicieron creer que podían comprar celulares e irse al exterior”, González Fraga dixit), yéndose de vacaciones, accediendo a la vivienda propia a través de planes estatales (que no alcanzan, claro, pero al menos están para cubrir una porción pequeña de la demanda), como fue el caso de del músico en cuestión.
L-Gante y tantos otros son malos negros porque no saben ubicarse y no hay forma de disciplinarlos. Y eso se paga caro. En su caso, con la cárcel y la incerteza de hasta cuándo permanecerá allí, en qué condiciones, por qué él sí y tantos otros con delitos mil veces peores, no. Si nos remitimos a algunos de los hechos notables de las últimas semanas, podríamos afirmar que además de ostentar, violentar y desafiar, los malos negros también votan mal. Y cuando eso sucede, hasta la porción progresista de la sociedad deja de mirarlos con conmiseración, ante el peligro de avance de una derecha radical que amenaza con poner en peligro muchos de los derechos conquistados en las últimas décadas, prometiendo, a su vez, ganar la madre de todas las batallas: bajar la inflación, área sensible si las hay para la tensión constante sobre el bolsillo de los que menos tienen.
Los malos negros, después de votar mal, anduvieron saqueando supermercados (desde el oficialismo y los medios se encargaron de insistir en que fueron robos organizados) y la prueba más fidedigna de que ninguno lo hizo por hambre son los videos en los que se ve a varios de ellos cargando cajones de cerveza. “Nadie roba por necesidad, por necesidad la gente se levanta temprano y va a trabajar”, rezaba un meme cuya bajada moral dejaba afuera una cuestión central: que tenemos niveles históricamente bajos de desocupación, combinados con niveles altísimos de pobreza. Ergo: con laburar no alcanza para no ser pobres. La inflación es un animal hambriento que se devora sueldos y expectativas, no ya a mediano plazo, sino las cotidianas, las de la compra del supermercado día a día. Estas multitudes en movimiento, entonces, también aprendieron a advertirle a la clase política que pueden dejar de elegirlos si lo único que reciben a cambio son derechos simbólicos y una versión edulcorada de la tan promocionada justicia social.
¿Qué pasará con L-Gante y su proceso judicial? Por otra parte, ¿será posible pensar la relación clase-raza en la Argentina sin hipocresías ni falsas correcciones políticas? Es decir, ¿podremos problematizar la mirada hacia el negro como un sujeto de derecho aunque haga música que no nos guste o vote a candidatos que nos horrorizan? De las elecciones estéticas a las política-culturales pareciera haber un abismo y, a veces, solo un saltito.
Fotos: Télam.
Esta nota fue actualizada el 12 de Septiembre de 2012.