No has de olvidar, hijo mío,
jamás has de olvidarte:
vas ...
como el gavilán que todo lo mira
y cuyo vuelo nadie alcanza.
...
Aprende las mañas del blanco
...
Pero para volver
Es con estas palabras, canción pensada en quechua pero hablada en castellano, que José María Arguedas, en su novela Todas las Sangres, envía al adorable Demetrio Rendón Wilca a la escuela capitalina, limeña, para “aprender las mañas del blanco”, a entender sus políticas, argucias, falsedades y picardías, pero “para volver”.
En esa misma obra, su penúltima novela, de 1964, la menos comprendida y en su momento mal recibida, el visionario José María, que no solo era un escritor de ficción sino también un antropólogo por formación, traza un tapiz en el que podemos ver el mapa del quién-es-quién en nuestro continente hasta el día de hoy. Lo que el autor nos dice en su genial relato, y lo que lo lleva al maltrato inmediato de los intelectuales progresistas de su tiempo, es que es en los pueblos -hoy llamados “originarios”- que reside la consciencia clara de la idea de “soberanía” sobre un territorio. Más aún, que los pueblos son los únicos capaces de ponerle el cuerpo a la defensa y preservación de la dignidad soberana, no solo local o regional sino también de la nación frente al mundo, confrontando y venciendo “las mañas del blanco”. En su novela, es la comunidad andina de Demetrio Wilca la que acude a proteger sin descanso el corazón de plata de la mina para que no sea comprada por una empresa norteamericana.
Hay muchos Vilcas en la Quebrada de Humahuaca y en la Puna jujeña. Son de El Moreno, Tres Pozos, Casabindo, Rinconada, Lagunillas, Cangrejillos, Cieneguillas, Caspalá, Santa Catalina, Coranzulí, Susques, Abra Pampa, Tres Cruces, Mina el Aguilar, Humahuaca, Tilcara, Purmamarca, Jujuy capital. Innumerables pueblos de Vilcas y sus parientes y hermanos de historia, coyas del Collasuyo, el Suyo del sur de la antigua organización incaica, están en este momento empeñados en lo mismo que Demetrio y los suyos defendían para siempre en el relato más antropológico que ficcional de Arguedas.
Mucha de la gente que ha salido a cortar las rutas llegando desde rincones remotos de la Puna, los salares y la Quebrada de Humahuaca, proviene de una línea de ancestralidad continua de por lo menos 1.800 años en las tierras que habitan. Y si la sonda del arqueólogo hubiera avanzado más en las profundidades del terreno, esta antigüedad hubiera llegado a los 5.000 años y aún más, según me ha dicho sin dudarlo el Dr. Axel Nielsen, mayor experto en la arqueología de la zona y profesor de la Universidad Nacional de La Plata. Lo hacen porque su confianza en el Gobernador de la Provincia ha sido traicionada. Quien vive por allá, en las cercanías de los salares, una de las mayores reservas de litio del planeta, o en Juella, Yacoraite y Tilcara, a pocos kilómetros de los cerros amarillos porque son de Uranio, sabe muy bien que aquel proceso que llamamos “conquista” nunca se ha encerrado, y que así como hablamos de una “colonialidad del poder” como estructura permanente del mundo, también sería posible argumentar que lo que existe es una “conquistualidad permanente”, es decir, un despojo de los territorios que no se encierra, un permanente avance expropiador. Y eso es lo que está ocurriendo en la provincia de Jujuy.
Suelo decir que debemos percibir la diferencia entre “la política " y “lo político”. La política hace referencia a la estructura estatal, partidaria, electoral, con sus luchas intestinas, sus calendarios fijos y su foco en el poder como motivación central. Lo político es el movimiento de la gente, con ecos en la idea de “multitud” de Antonio Negri y Michael Hardt, del “habitar” como diferente del “gobernar” de Amador Fernández-Sabater o del énfasis que Aníbal Quijano colocaba en la necesidad de discriminar entre “los movimientos sociales” y “el movimiento de la sociedad”. Es evidente que en los autores del presente hay una intensa búsqueda de palabras para nombrar esa diferencia que, por mi parte, defino como el campo de la política y de lo político, para hacer notar el abismo que crece entre ellos y nos lleva a la claudicación paulatina de la fe estatal. Eso se debe a que la política, por sus características que acabo de mencionar, no parece llevarnos a encontrar caminos capaces de conducir a un horizonte más benigno para más gentes. La política y lo político se distancian hasta alcanzar una incongruencia extrema en la manera en que el Gobernador Gerardo Morales opera. Él ha abandonado y pretende hacer desaparecer el campo de lo político. Tal intento no tiene lugar en tiempos de democracia, y menos todavía cuando lo político es el resultado de otra historia, de otros pueblos, de otra relación con el cosmos y con la tierra, de otras genealogías y comunalidades todavía enteras, poco intervenidas por la intrusión de las ingenierías de estado, siempre derivativas del poder colonial.
Lo político es el resultado de otras genealogías y comunalidades todavía enteras, poco intervenidas por la intrusión de las ingenierías de estado, siempre derivativas del poder colonial.
Cuarenta y cinco días antes de los acontecimientos que nos llevan a esta reflexión, Morales obtenía una victoria indiscutible en el campo de la política al conseguir la elección de su candidato como nuevo gobernador de la provincia con 49,50 % de los votos. Mientras, aproximadamente un 30 % de los votantes se abstenía de acudir a las urnas. Pero una vez obtenida esta victoria, que también lo elige como futuro constituyente, con mucha picardía y poco pudor, llama de inmediato a votar una reforma de la constitución. En lo que hoy se califica en el medio provincial como una “votación exprés”, llega a la recién instaurada asamblea constituyente con la redacción concluida de un nuevo texto constitucional en manos, y sumariamente obtiene su aprobación. ¿Acaso no es éste el cabal retrato de los límites de la política, que se ampara en el calendario ya cerrado de las elecciones a cargos para, inmediatamente después, traicionar a la población con un carpetazo sobre la mesa?
Con ese gesto traicionero pretende el gobernador criminalizar y reprimir a su voluntad y arbitrio la protesta de la gente, destituir el campo de lo político, comenzando precisamente en esos días por autorizar la represión a los docentes, que reclaman un sueldo que les permita vivir por encima del umbral de la pobreza. Se despierta entonces el clamor de lo político, cuando las gentes perciben lo sucedido como un insulto a su inteligencia, pues la nueva constitución permitirá expulsar sin consulta a las comunidades originarias de sus tierras de habitación ancestral. El texto votado dará acceso a la explotación de los recursos estratégicos localizados en sus territorios en detrimento de los recursos naturales, amenazando con la total desertificación. Cultivos y rebaños hoy mantenidos gracias a tecnologías locales, de largo arraigo y bien adaptadas a un terreno ya inhóspito serán desalojados. La gente entonces se levanta, baja de sus remotos parajes a las rutas e intercepta el acceso a la provincia. ¿No es esto sencillamente lógico, no es acaso esperable, no es completamente comprensible?
Se instala entonces la lucha. Miles se enfrentan al gobernador, su intento de dar el zarpazo sobre la provincia sin disimulo alguno es desafiado. La intención apropiadora, conquistual, es evidente desde donde se la mire. No hay ambigüedad alguna: el gobernador -junto a los suyos- será el dueño. No hay escrúpulo alguno. La gente se da cuenta. Es por eso que, lejos de tratarse de una lucha sin dirigente, es una lucha en la que cada persona que se hace presente es cabeza, puede arengar y explicar con total claridad y abundancia de palabras lo que allí está haciendo: qué pretende y qué se debe defender. La mayor parte de las que hablan son mujeres, sus argumentos son convincentes, sensatos, y la lógica de la exposición de motivos es impecable. Hablan todas, y su discurso es deslumbrante en lucidez y clareza. Una vez más podemos decir que, en las comunidades, las mujeres son las sujetas del arraigo, las responsables por la continuidad de los pueblos sobre la faz del planeta.
Una vez más, en las comunidades, las mujeres son las sujetas del arraigo, las responsables por la continuidad de los pueblos sobre la faz del planeta.
Atención: un poder provincial totalitario se avecina y, no lo dudemos, afectará a la nación, se expandirá por el país como una epidemia de control político. Pero, no olvidemos: el escenario de estos hechos ha sido, a lo largo de los tiempos, periferia de cuatro grandes organizaciones territoriales con sus respectivos centros de gobierno: Tiahuanaco, Incanato, Imperio Colonial y Estado republicano. Y fue en ese insospechado margen lejano y periférico de cuatro civilizaciones con sus centros donde más de una vez se decidió la historia de la nación argentina, pues fue en dicha región escondida y remota que un día se dieron las batallas decisivas con que nació la República, y es allí que hoy están ocurriendo las batallas que cuidan que esa República no perezca. En los remotos parajes de los Andes jujeños la República obtiene hoy su custodia soberana a manos de las gentes: los Vilcas como Demetrio, los Mamanis, Colques, Choques, Sajamas, Alancays y tantos otros representantes de los linajes que siempre estuvieron allí han salido a cortarle el camino a la garra del conquistador que aún asola y amenaza con usurpar las tierras que siempre les han pertenecido. Tamaña es la incidencia del rincón andino de Jujuy y de la bravura de sus gentes en el entero destino de la nación.