Fotografías de Eduardo Longoni, Julio Menajovsky, Paloma García, María Eugenia Cerutti, Emiliana Miguelez y Florencia Domínguez
A lo largo de los últimos cuarenta años lxs fotoperiodistas realizaron incontables aportes a la construcción de la democracia en Argentina. Fueron un eslabón central para visibilizar acontecimientos que se intentaban mantener ocultos, produjeron pruebas que se incorporaron a causas judiciales, mostraron la alegría del pueblo en las calles, denunciaron injusticias, mostraron represiones, le pusieron rostro a festejos, luchas y desesperanzas.
Bajo distintos gobiernos, especialmente en momentos de crisis institucional, lxs fotoperiodistas (como grupo profesional colectivo) fueron testigos privilegiados de los hechos, actores sociales centrales en la disputa entre lo visible y lo invisible. La visibilidad social equivale a existir en términos políticos, a que la opinión y la presencia de un grupo tengan peso y capacidad de influencia. Ocultar un hecho o un actor social es intentar una forma de desaparición. La desposesión del derecho a ser visto y oído es una de las formas más flagrantes de exclusión ciudadana.
Algunas fotografías se volvieron íconos, mostraron su capacidad simbólica y de síntesis, no sólo como parte de publicaciones coyunturales sino a través de su fortaleza para permanecer en el tiempo, en la memoria colectiva.
Algunas fotografías tomadas en los últimos cuarenta años se volvieron íconos, mostraron su capacidad simbólica y de síntesis, no sólo como parte de publicaciones coyunturales sino a través de su fortaleza para permanecer en el tiempo, en la memoria colectiva.
Muchas veces, a lo largo de la historia argentina, lxs fotógrafxs incomodaron al poder. No se sometieron. Por el contrario, lo enfrentaron con sus fotos, con sus cámaras y con sus cuerpos. Hubo momentos históricos en los que se lxs intentó domesticar, reprimir, censurar, acorralar, limitar. Tanto a ellxs como al producto de su trabajo, las fotografías. Pero ante cada limitación e imposición fueron encontrando los resquicios, la forma de sobrellevarlas, esquivarlas, contrarrestarlas o denunciarlas. Muchas veces incluso esas limitaciones fueron el punto inicial para que surgieran nuevas formas de creatividad, de organización y de solidaridad. Bajo condiciones muy difíciles lxs fotógrafxs cumplieron la tarea de mostrarnos una visión coral de los hechos, muchas veces a riesgo de sufrir la represión en carne propia.
En algunas ocasiones, como en la muestra de periodismo gráfico que se hace todos los años organizada por la Asociación de Reporteros Gráficos de la República Argentina (ARGRA), lxs propixs reporterxs se dan marcos de publicación y edición propios, por fuera de los medios de comunicación que los condicionan y/o determinan. En esos casos, la diversidad de estilos, las formas de abordar los hechos, los lugares y ángulos de visión en los que se ubican forman un gran mosaico que actúa como un discurso colectivo. Al mismo tiempo, no hay fotografía de prensa sin prensa. Y así como los medios pueden condicionar y limitar, en otras ocasiones fueron los que potenciaron la difusión de imágenes para que trascendieran lo local y adquirieran una gran visibilidad social.
Los reporteros gráficos mantuvieron a lo largo de estas cuatro décadas una alta credibilidad social en una sociedad donde ese valor fue puesto en duda en referencia a múltiples actores sociales. Muchas veces sus fotografías se transformaron en pruebas, en testimonios, en memoria viva.
Bajo condiciones muy difíciles lxs fotógrafxs cumplieron la tarea de mostrarnos una visión coral de los hechos, muchas veces a riesgo de sufrir la represión en carne propia.
Lxs fotoperiodistas necesariamente tienen que estar en el lugar de los hechos, involucrarse, transformar un acontecimiento en una imagen, invadir en cierta forma el espacio social que es por definición el terreno en el cual se desarrollan los hechos políticos. Ponen el cuerpo por necesidad profesional. En algunas situaciones excepcionales se transforman, además, en actores concretos de los sucesos. En Argentina, a lo largo de estos 40 años, no sólo registraron sino que realizaron acciones para hacer visibles sus fotografías, dejaron sus testimonios y construyeron archivos que nos permiten hoy revisitar ese pasado. Muchxs se dieron a la tarea de buscar formas de instalar las imágenes en el espacio público, en muestras, exposiciones, libros, muros, manifestaciones.
Sus imágenes, al volver a ponerse en circulación, no solo reproducen el acontecimiento en otro tiempo y en otro espacio, sino que se incorporan a la forma en que esos acontecimientos son recordados y analizados. Intentan combatir sus posibles tergiversaciones. Las fotografías periodísticas, creadas para circular en medios de prensa o redes sociales, son imágenes que permiten guardar y activar memorias, hacerse nuevas preguntas, establecer diálogos intergeneracionales.
Como señala Paloma García en el primer episodio de Instantes: fotografías de nuestra historia, un ciclo anfibio de entrevistas a fotoperiodistas, “la sola posibilidad de que una de estas fotos le haga a un joven preguntarse que nos pasó en 2001, de dónde venimos, qué nos pasó antes, ya es importante”.
En estos días que aún cuestan asimilar y entender, muchxs fotógrafxs están recorriendo sus archivos y publicando en sus redes sociales fotos de los ochenta, de los noventa y de diversas represiones, como las sufridas durante el macrismo. Las fotos nos permiten hacer dialogar esos pasados con en este presente. En algunos casos posibilitan directamente conocer los hechos, en otros reconocerlos. El pasaje de una forma de visibilidad a otra posibilita un desplazamiento de contexto y de sentido y amplía los públicos posibles. Al pasar de lo no visto o incluso de lo olvidado a nuevos soportes se favorece el debate, la reactualización de los hechos. Esas fotos parecen decir “esto sucedió”, “esto ya pasó”, “esto ya lo vivimos”.
Cuando asumió Macri y la ministra de seguridad era Patricia Bullrich se intentó instalar un Protocolo de Seguridad que se propuso regular la actividad fotoperiodística. El texto reservaba un párrafo para los trabajadores de prensa a los que pretendía encerrar en una “zona determinada” para cumplir su labor. El Capítulo III señalaba que la participación de los medios de comunicación se organizará de modo tal que, los periodistas, comunicadores y los miembros de sus equipos de trabajo desarrollen su labor informativa en una zona de ubicación determinada, donde se garantice la protección de su integridad física, y no interfieran con el procedimiento. Con el argumento de “cuidar su integridad física” se intentaba limitar la circulación de lxs fotógrafxs creando “corralitos” para que trabajasen desde un lugar elegido por el poder de turno. Lo que estaba detrás de ese protocolo, además del intento de condicionar a los trabajadores de los medios (y a los medios en sí), era garantizar la impunidad de las fuerzas de seguridad en el caso de que se violasen los derechos humanos de los manifestantes en las protestas sociales. Se intentaba otorgar un “territorio liberado” de cámaras fotográficas, del control que ejerce la posibilidad de visibilizar sus actos. Nada de eso pudo implementarse: fueron cientas las imágenes de la represión que circularon, por ejemplo durante la manifestación contra el intento de la Reforma Previsional en diciembre de 2017.
Lxs fotoperiodistas necesariamente tienen que estar en el lugar de los hechos, involucrarse, transformar un acontecimiento en una imagen. Ponen el cuerpo por necesidad profesional.
En estos días y desde el momento previo a la asunción de Milei fuimos testigos de un nuevo intento de limitar a la prensa. En un comunicado del 9 de diciembre de 2023, ARGRA denunció que la Secretaría de Medios de la Nación, nombrada pero aún no asumida ese día, vetaba en forma arbitraria la presencia de Ixs reporterxs gráficos en el recinto parlamentario: Por primera vez en 40 años de democracia Ixs fotógrafxs no podrán realizar su tarea de retratar a los presidentes entrante y saliente y máximas autoridades de los tres poderes del estado con ‘libertad’ desde su lugar tradicional, para el que habían realizado la previa acreditación solicitada por las autoridades en ejercicio. Lxs fotógrafxs fueron obligados a realizar su labor desde las bandejas del segundo piso de la Cámara de Diputados siendo limitados en su capacidad de observación y de movimientos. Tampoco se les permitió el ingreso para filmar o fotografiar la jura de ministros y ministras en Casa Rosada ni la ceremonia en el Teatro Colón realizada luego de la asunción presidencial. Ambos acontecimientos pudieron trascender a través de las redes sociales de dos jóvenes influencers que se autodefinen como los ‘community manager’ de Milei, en un claro acto de privatización de la información pública. A pesar de todas esas medidas, circularon decenas de fotos de la asunción presidencial que nos mostraron hasta con un zoom los perros labrados en el bastón presidencial o el momento en que se llevaban un cuadro de Eva Perón ubicado en el salón que lleva su nombre en el Senado de la Nación. La repercusión de esa imagen hizo que horas más tarde volviera a ser colgado en el mismo lugar del que fue sacado. No se puede tapar el sol con las manos.
En el nuevo protocolo de seguridad publicado en el Boletín Oficial del 15 de diciembre de 2023 —con Milei como presidente y con Bullrich, nuevamente, como ministra de Seguridad— se fomenta que quienes fotografíen y filmen durante las protestas sociales sean las fuerzas de seguridad para identificar a lxs manifestantes. Se multiplican de ese modo las vías de criminalización contra el derecho a la protesta.
Durante los hechos represivos del 19 y 20 de diciembre de 2001, que culminaron con la renuncia del presidente Fernando De la Rúa y decenas de muertos en todo el país, los fotógrafos ocuparon un rol central. Lo mismo sucedió el 26 de junio de 2002, cuando la policía asesinó a Darío Santillán y a Maximiliano Kosteki. Sus imágenes sirvieron como prueba y denuncia. Gracias a ellas en algunos casos se logró identificar y condenar a los culpables, también desenmascarar las mentiras que se intentaron instalar desde el poder político y mediático para que no se supiese la verdad. Desde entonces, la violencia de la respuesta estatal a las protestas sociales se transformó en un problema político central y la visibilidad de la represión fue buscada y resistida simultáneamente. Durante el período 2015-2019 se volvió a reprimir a lxs fotógrafxs como no se veía en el país desde finales de la dictadura militar. Balas de goma, cámaras rotas, gases lacrimógenos y detenciones arbitrarias.
En estos cuarenta años, a pesar de todo, vimos a una gran cantidad de trabajadores ejercer su profesión como fotorreporterxs sin domesticarse, desafiando al poder, intentado mostrarlo sin retoques. Y eso molesta. Siempre hay algo que no quieren que veamos. Pero el estudio de la historia del fotoperiodismo en Argentina deja clara la certeza de que pese a todas las restricciones y los intentos de censura y represión lxs reporteros gráficos logran, de todas formas, esquivar las prohibiciones, encontrar los resquicios para hacer su tarea, usar el humor y la ironía, denunciar la represión y la impunidad, visibilizar lo que se trata de mantener oculto, inaugurar nuevas líneas expresivas y crear archivos personales y colectivos que nos permiten hoy revisitar esas imágenes y, con ellas, la historia de lo ocurrido en nuestro país.
Las fotografías de prensa muchas veces nos permiten ampliar nuestra mirada, prestar atención a detalles imperceptibles, ver desde lugares a los que nunca llegaríamos. A veces nos ayudan a poner en relación situaciones y personajes. En ese recorrido se abren nuevos sentidos, se pueden cambiar y ampliar los modos de ver y de pensar, se pueden construir nuevas relaciones entre apariencias y realidades, entre lo excepcional y lo común. Un momento mágico, un beso arriba de un semáforo en medio de un festejo de miles, un hecho que interrumpe el curso de lo ordinario se transforman en imágenes que sobreviven. Ciertos rostros, ciertos gestos quedan para siempre.
En tiempos de imágenes creadas con inteligencia artificial, de photoshop, de leones que abrazan patos, vale la pena recordar que las fotografías de prensa son instrumentos insustituibles para entender el presente, para la transmisión del conocimiento histórico, para hacer frente a lo desconocido y a lo imprevisible, para contar lo que pasa en las calles. Pero estos son tiempos también de precarización laboral del oficio de reportero gráfico, de despidos y bajos salarios mientras se manipulan digitalmente o se sacan de contexto imágenes para crear fake news. El propio Javier Milei compartió en sus redes sociales una fotografía tomada durante la masiva marcha del orgullo en Córdoba haciéndola pasar como imagen de su cierre de campaña y publica fotos suyas retocadas en las que estiliza su imagen.
En tiempos convulsionados como los que vienen, lxs fotoperiodistas seguirán produciendo fotografías significativas, inquietantes y potentes. Algunas de ellas seguramente incidan y hasta tuerzan el curso de algún acontecimiento. Necesitamos ver para entender.
No hay memoria sin imágenes, no hay libertad verdadera si nos quieren impedir que veamos.