Es verano. Lorena Vega está a punto de estrenar Testosterona en el Festival Internacional de Teatro Santiago a Mil. Mientras los técnicos trabajan, ella -que tal vez esté en penumbras, en apagón o sentada en una silla de la platea esperando que pase algún tiempo muerto- aprovecha para enviar un whatsapp, urgente, demencial. No dice nada de Testosterona, el mensaje que manda desde Chile es de absolutamente otra cosa.
Habla de la Imprenteros, la película.
Recapitulemos: ahora, Imprenteros es un proyecto documental compuesto por tres piezas, pero primero, fue una obra de teatro; después -y de la mano de la potencia poética de la editora cordobesa Gabriela Halac- un libro extraordinario y, finalmente, a 6 años del estreno de la obra en el Rojas, Imprenteros es también una película.
En Imprenteros, las tres piezas apuntan a un mismo centro de gravedad autobiográfico -el duelo por la muerte del padre, las formas en que se construye y se hace una familia-, pero también hay algo más: es una trilogía sobre los oficios en mundo de la gráfica y la edición, y sobre los oficios en las prácticas artísticas.
La película documenta el misterioso, siempre frágil, proceso de imaginar, escribir, producir y estrenar la obra teatral y el libro, al mismo tiempo que nos deja ver, sigilosamente, cómo una familia se transforma a sí misma en ese proceso.
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En el audio que envía desde Chile Lorena dice que acaba de ver un corte preliminar y percibe que la narración de la voz en off necesita ser pensada y escrita de nuevo. La producción tiene plazos que cumplir y hay urgencia. Se la oye perdida, agotada: ¿quién podría tener resto mental para enfrentarse a una versión fallida de su propia peli después de 4 años de trabajo y corriendo contra el tiempo? ¿Debería ser más fácil escribir sobre las pérdidas y sus efectos; sobre esa figura compleja, difícil, que puede ser un padre? ¿Debería tener menos avatares, menos atolladeros?
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Siempre hay un pueblo, o la experiencia de la pérdida de un pueblo, dice Pavese en los ensayos de El Oficio de Poeta, para describir cómo se forman esos núcleos biográficos que, sedimentados como mitos de origen, conforman la cantera de imágenes en las que la creación literaria hace pie.
En la galaxia Imprenteros lo que hay es una Imprenta. Una imprenta que fue al mismo tiempo el centro afectivo y el lugar de trabajo de una familia, la de Lorena, sus dos hermanos, su padre y su madre. Y un oficio transmitido de padre a hijos: el de imprentero.
La imprenta: un lugar, una identidad. Un pueblo, hace falta un pueblo.
En la primera pieza de la saga -la obra teatral- Lorena despliega un recuerdo: está por cumplir quince, sus papás ya están separados y con su mamá están organizando la fiesta; una fiesta para la que el padre no aportará dinero. A Lorena se le ocurre que haga las invitaciones y va a la imprenta a pedirle las tarjetas, pero él rechaza el pedido: no hago sociales, le contesta.
En la película la frase aparece una y otra vez como un eco interminable, diseminada a lo largo de todo el metraje: primero en un fragmento de la filmación obra, después, en la voz en off, y finalmente en el backstage de un camarín, cuando los actores pasan letra.
Tal vez haga falta una trilogía, tres piezas, infinitos dispositivos narrativos, un proyecto documental multiplataforma, para conjurar el leit-motiv traumático de una vida; múltiples lugares para poner, a repetición, las frases que se inscribieron, punzantes, amplificadas, en el centro traumático de una vida, y que siempre, como relámpagos, regresan, acechando.
Es la figura del padre -una figura ambigua, llena de fisuras- o tal vez su ausencia, la que pone en movimiento la reconstrucción de la historia familiar en el Proyecto Imprenteros. Pero su muerte no es la única pérdida. Sobre ella se imprime otra, tal vez más traumática por maliciosa, por imprevista: la pérdida de la imprenta. Otros hermanos, nacidos en un segundo matrimonio del padre, después de su muerte, cierran todo con candados, se apropian del lugar y les impiden volver a entrar.
Esta segunda pérdida empuja todo el proyecto hacia adelante, y pieza a pieza, Imprenteros se va convirtiendo en un gran mapa de regreso.
En Imprenteros, Lorena crea un yo plural como dispositivo para narrar a la familia. Un espacio literario a tres voces que posibilita desplegar las diferentes versiones de la historia familiar sin que una voz subsuma u homogeneize a la otra. Un yo descentrado o un yo plural, antes que lo rasante de un nosotros. Lorena escribe, produce, actúa, y filma junto a Sergio y Federico, sus hermanos. “Lorena Vega y Hnos.”, así firman el proyecto.
Hay un mismo núcleo traumático -la pérdida de la imprenta del padre, la ausencia del padre-, pero lo que el sistema Imprenteros va dejando ver son las variantes de cada duelo; sus pliegues, sus metamorfosis, sus tiempos.
Al comienzo de la película, Lorena cuenta que a los diez años, durante una internación hospitalaria a la que el padre nunca la fue a visitar, anotó “¿Qué es una familia?” en su diario.
Esa pregunta iniciática rebota y derrama su incertidumbre en cada escena del metraje, en cada pieza de la trilogía. Tal vez sea eso, la pulsión incesante, atávica, de esa pregunta, lo que impulsa la construcción de toda la trilogía: En Imprenteros, pieza tras pieza, los tres hermanos revisan, reconstruyen y enmiendan el archivo familiar rastreando la respuesta.
Si la herencia paterna circula verticalmente - de padres a hijos- Imprenteros pone en acción otras formas de circulación de la herencia, tal vez, en dirección horizontal.
Una actriz sube al escenario a su hermano menor, Sergio, porque necesita hablar en una obra de teatro - su idioma, su lengua - de esa imprenta. Él se hace actor y hereda, entonces, de su hermana, un nuevo oficio. Más adelante, ella se convertirá en imprentera para hacer a pedido de ese hermano, el único que aún ejerce el oficio, esa lengua heredada de su padre, el libro.
En la película vemos ejecutarse esa circulación: los vemos descubrir cómo escribir y montar una obra de teatro; cómo diseñar, maquetar e imprimir el libro puede ser una forma de crear de nuevo un territorio para seguir estando en la imprenta. Los vemos descubrir que hay en el lenguaje una forma posible de poder volver.
Hay un tercer hermano. El del medio, Federico. El retrato que hace la película de su travesía personal por la galaxia Imprenteros es sutil y exquisito. Nos muestra cómo pasa de resistirse a participar de la obra -para la que apenas accedió a grabar un video - a involucrarse en el proyecto. Al principio vemos fragmentos de ese video: un Federico monosilábico, distante, hostil, desinteresado. Hasta que algo, poco a poco, va imprimiendo en él otra afectividad, otra emoción, que lo impulsa a ligarse.
La película muestra esa transformación en Federico: el proceso que pasa por él, cómo cambia él y cómo cambiaron todos con el proyecto Imprenteros.
De eso, de ese efecto de reversión de las escrituras autobiográficas sobre el yo que escribe, de esa capacidad transformadora de las escrituras autobiográficas, de esa posibilidad de reinscribir al sujeto en su propia historia, de eso es testimonio, eso registra la película de Imprenteros.
No hay hermetismo en Imprenteros. Para sumergirse en la película, no es necesario haber visto la obra, ni haber leído el libro. Sin embargo, la maquinaria narrativa que componen, juntas, las tres piezas, inventan una forma espectatorial completamente nueva.
Imprenteros, el sistema, imagina un espectador en duración, un espectador que pueda desplazarse entre sus tres soportes, en cualquier dirección, en diferentes tiempos: un espectador teatral que se convierta en lector, un lector que se convierta en espectador de cine, y viceversa.
Y aunque cada pieza tiene fuerza y autonomía propia, moverse entre las tres es acceder a una experiencia única de amplificación y expansión del sentido. Una experiencia performática inédita de la duración y la transformación.
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Con Lorena ya en Buenos Aires, releemos, tipeamos, debatimos, movemos, cortamos, reorganizamos, tergiversamos el guión de la narración en off del primer corte de la película. Somos cuatro manos sobre un documento de drive, y cuatro ojos que en simultáneo visualizan momentos clave de la película para a pensar, una vez más, cómo funciona esta tercera pieza dentro de la galaxia Imprenteros.
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La película se proyecta por primera vez en Abril 2024 en la Competencia Argentina de BAFICI y gana el Premio del Público y una Mención Especial del Jurado. Todos los elencos locales, en cada proyección, denuncian las políticas de vaciamiento del INCAA que, como a tantos otros proyectos, también financió la producción de Imprenteros.
Durante el Festival, el equipo conversa con el público. Al finalizar las funciones hay espectadores que insisten en saber más sobre los sucesos fácticos: si los hermanos están en juicio por la imprenta, si hubo reacciones. Lorena, frente al micrófono, insiste en no agregar más información que la que aparece en la película. La frontera ética que traza el material es evidente pero aún así, la describe: en un proyecto autobiográfico no se trata de ventilar los aspectos privados de una vida. De lo que se trata, en todo caso, es de construir un dispositivo poético que pueda ajustar cuentas con esa historia, pero cuentas que son de otro orden. Expiación, reparación, asombro, podrían ser palabras que lo nombren.
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¿Todo es cierto en la literatura autobiográfica? ¿O todo es apenas una versión de las cosas? ¿Cuánto hay de ficción en la narración de una vida? ¿Puede algo no ser verdad pero ser cierto?
Se escribe literatura autobiográfica -se imprime en el lenguaje un recuerdo- a partir de imágenes borrosas, móviles, astillas de una vida, biografemas, restos. Bruma biográfica, decía Barthes, al principio no hay más que eso. Después, la máquina. Es la maquinaria narrativa, con sus operaciones y procedimientos estéticos, la que logra, por fin, la hazaña: desmarcarse del problema de la falsedad y la mentira, para hacer aparecer una verdad emocional irrefutable, irrevocable. Cierta, demasiado cierta.
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¿Qué es una familia? ¿Una trama de voces? ¿Un archivo enmudecido? ¿Una fábrica de manufacturar recuerdos? ¿Quiénes son, ahora, estos tres hermanos, después de haber recorrido la experiencia transformadora de escribir su propia historia, de inventarse una tierra nueva, una lengua nueva, para responder esa pregunta?
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En las fotos que Lorena sube a Facebook después del BAFICI, se ve a su hijo jugar con el premio. En las fotos también está su papá, Gonzalo Zapico, co-director de la película, y marido de Lorena.
Eso: Lorena y Gonzalo dirigieron juntos la película, y cuando finaliza el festival, el niño distraído juega en los pasillos del auditorio y posa con el premio. Pero claro que esto es, en más de un sentido, otra historia.