Publicado el 15 de marzo de 2022
Higui es la mejor de nosotras y no hubo otra mejor entre todas nosotras, lesbianas, tortilleras, machonas y marimachos de clase popular, desde los tiempos de la Raulito. El destino quiso que fuera Higui la que plante bandera por todas, sin saberlo, cuando tuvo que pelear para que no la violaran y asesinaran a golpes y a patadas mientras se hacía un ovillo en el suelo y se cubría la cara.
Dirá el lector, para qué estos detalles morbosos. Puede que no le gusten los detalles, o que las víctimas de ataques sexuales de clase media pidan que no se publiquen imágenes o descripciones que las revictimicen. Pero las pobres tienen que andar contando al detalle sus sufrimientos para que les crean, y aun así los de arriba difícilmente les creen. Le cuentan, por obligación y no por gusto, a quienes las considere dignas de atención, a la policía que las trata como trapos de piso, al Poder Judicial y a las trabajadoras sociales que las consideran “primitivas”.
Para las pobres la revictimización es tener que seguir viendo, escuchando y oliendo a todo un sistema que las agrede y las manosea de manera permanente. Eva Analía De Jesús, “Higui”, no es simplemente “lesbiana”. Higui es lesbiana-machona-pobre-negra en un solo concepto. En castellano no es posible construir una palabra que una todas esas estructuras en un solo vocablo. Pero podemos pensarlo, podemos imaginarlo, podemos verlo, olerlo y quizá, sin faltar el respeto, también podemos tocarlo. Podemos oírlo, pero mejor escucharlo. Aunque para la policía y para el Poder Judicial de la provincia de Buenos Aires, a una lesbiana-chonga-pobre-negra cartonera no se la escucha, apenas se la oye para instruirle el sumario, y en lo posible se la arroja a un calabozo, aunque esté molida a golpes y patadas, con el pantalón roto y el bóxer agujereado, y les diga “me quisieron violar, mire cómo me dejaron”. La respuesta va a ser “¿quién te va a querer violar a vos, negra gorda?”.
Hoy comienza el juicio a Higui en la sede judicial de San Martín. Un Departamento Judicial que no aplica perspectiva de género a los casos penales. Y que, como refiere la Asociación de Fiscales de la provincia de Buenos Aires, no cuenta con los elementos ni con el personal necesario para realizar las investigaciones. Higui quedó atrapada en la red preparada para enganchar a los habitantes de la Argentina a un engranaje que perfila a algunos (cada vez son más a medida que crece la pobreza y la marginación) como potenciales delincuentes desde el momento de su nacimiento.
Perfilada. Para el sistema policíaco-judicial argentino, racista-sexista-aporófobo, Higui es una lesbiana borracha cuchillera, el ejemplo de lo que la “mujer media argentina” no debe ser (así se sigue enseñando en las facultades de Derecho: “la moral del hombre medio”).
Higui, vista y escuchada objetivamente y sin prejuicios, es la cartonera que pasa con su carrito por la casa de muchos de ustedes y pregunta, si los ve de(sde) la calle, “¿señor, señora, quiere que le corte el pasto?”. Y también es la que le ganó partidos de fútbol a Rocío Oliva, y la que logró jugar en cancha de 11 con Amalia Flores, la primera futbolista argentina transferida a un club europeo.
Es la futbolista del Oeste conocida como “Higui”, porque se especializaba en la atajada escorpión a lo René Higuita. Que ya no puede hacer porque tiene el cuerpo estropeado de tantas palizas y puntazos recibidos: primero por ser niña y ahora por lesbiana.
Un cuerpo estropeado a fuerza de trabajos pesados.
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El 8 de marzo se difundió una campaña en las redes sociales que pedía que las mujeres googleen su primer nombre y al nombre le agreguen el término “hallada”. El buscador remitirá en todos los casos al hallazgo de mujeres asesinadas. En cambio, yo propuse que en lugar de esto busquemos “Higui” más el término “defendió”. Podemos seguir haciéndolo.
Leer la historia de Higui nos da fuerzas. Y saber que su lucha fue premiada con un reconocimiento público del Estado argentino para el Día de la Visibilidad Lésbica nos da más ánimo aún para continuar. La búsqueda de Google que conduce a mujeres asesinadas es correcta para tomar dimensión de una parte de la violencia opresiva cisheteropatriarcal, pero nos deja sin esperanzas y otra perspectiva a futuro que suplicar “no nos maten”. O en el camino de confiar nuestra integridad y nuestra libertad a las fuerzas represivas que no están para cuidarnos a todas/todes/todos sino para sostener un sistema de jerarquías sexuales, raciales y de clase.
Un sistema que conduce a todo perfilado desde el minuto uno de su nacimiento al pasillo tenebroso donde quisieron violar y asesinar a Higui, al calabozo adonde la arrojaron molida a golpes, en estado de shock y sin atención médica. A esa celda donde ni siquiera había un colchón y donde luego le pusieron a una menor, a ver si “pisaba el palito”. A una celda que eran como las celdas de castigo para las lesbianas de las cárceles de la dictadura 1976-1983.
Recuerdo haber recorrido parte del penal de mujeres de Ezeiza en 1983 (último año de la dictadura), una visita que arregló la cátedra de Derecho Penal II a cargo de David Baigún. Era una cárcel modelo la que nos mostraron, ni siquiera eran las unidades del Servicio Penitenciario donde siguen yendo a parar la mayoría de las personas criminalizadas como Higui. Me llamó la atención una celda minúscula de dos por uno, con una cama de cemento, sin colchón. Todo gris e impecable. Le pregunto a una agente penitenciaria “qué es este lugar”. “Es la celda de castigo para los casos de lesbianismo”, me responde.
Higui es la mejor de todas nosotras. Higui se defendió y logró sacarse de encima a tres o cuatro hombres que la derribaron para violarla y matarla a golpes. No fue a pedirle ayuda a la policía ni hizo la denuncia cuando le mataron el perro ni cuando le quemaron la casilla para castigarla por ser marimacho. Porque a las lesbianas a las que no se les nota, no les hacen nada en el barrio de Higui.
Para qué iba a hacer la denuncia si seguro la metían presa por tener olor a cerveza y por “parecer un pibito”. Esta vez tuvo que denunciar que quisieron violarla y la dejaron desmayada a golpes porque la policía le apuntó a la cara con una linterna en medio de la oscuridad. Y por supuesto no le creyeron porque “sos negra”. Primer elemento del decálogo de las fuerzas de seguridad argentinas: “serás racista, al negro y a la negra ni justicia”. Todas las pericias psiquiátricas, incluida la encargada por el Ministerio Público, concluyen que Higui no fabula.
Mientras tanto, feminismo de víctimas cristalizadas en la situación de “por siempre víctimas” que pide ayuda y botones antipánico a las fuerzas represivas, aturde y anestesia las luchas colectivas y en poco o nada puede ayudar a las Higui del mundo.
Argentina es el país de las Madres de Plaza de Mayo, de la huelga de las escobas de 1907 que comenzaron las mujeres y los niños de los conventillos de Barracas, de Julieta Lanteri que votó sola y “de prepo” en el atrio de San Juan Evangelista de La Boca ante cientos de hombres en tiempos de voto cantado y de “te pego cuatro tiros si no votás por el dotor”. Es también el país de la huelga de los niños de la fábrica de chocolate Águila Saint, que pararon solos la línea de producción porque ningún sindicalizado adulto los apoyaba y les habían matado a golpes a un compañero de once años.
Julieta Lanteri no le fue a pedir asistencia al vigilante de la puerta para que la dejen votar, porque la habría mandado a lavar los platos. Y eso porque era “doctora”. Ni hablar si Giulietta hubiera sido una negra o una siciliana costurera.
Higui merece que la dejen en paz como dejaron en paz a la Raulito. Y debe ser absuelta porque se defendió de un grupo de violadores que la atacaron “para arrancarle lo lesbiana” cuando caminaba sola por un pasillo.