Ensayo

La vida de los barrios populares en Montevideo


¿De qué hablamos cuando hablamos de pobreza?

¿Qué significa la pobreza para quienes la viven, la sufren, luchan contra ella? A partir de esta pregunta Verónica Filardo y Denis Merklen se sumergieron junto a un equipo de investigación durante un año y medio en la vida social de los barrios de Montevideo. Caminaron junto a los vecinos, conversaron con ellos sobre la policía, la escuela y el trabajo y acompañaron a los operadores del Ministerio de Desarrollo Social para explorar lo que hace el Estado para responder a la cuestión social. Adelanto de “Detrás de la línea de la pobreza”, publicado por las editoriales Gorla y Pomaire.

Arte: José Gurvich, El Sueño de Jacob, 1970.

Tal vez investigar signifique poner una palabra entre paréntesis. Así lo pensaba Émile Durkheim y no sin razón, para ver “las cosas que están detrás de las palabras”. Incluso cuando eso que está detrás de las palabras son otras palabras, agregamos nosotros. De golpe, el investigador advierte todo lo que un vocablo tapa. Se estira detrás de él, busca correrlo un poco, espía debajo suyo para intentar ver qué hay detrás, al costado, debajo. Es que los significantes nunca están vacíos ni son transparentes, siempre se presentan a nosotros llenos de cosas que quieren decir. ¿Qué quiere decir pobreza? Y tampoco hay cosas que no signifiquen, que no nos digan nada a través de una palabra. No nos encontramos frente a un mundo insignificante que podríamos ir a ver para luego volver junto a los nuestros a contar lo visto y así regado de palabras integrarlo a nuestra cultura común. Más bien el sociólogo escucha hablar, discutir, observa hacer y oye hablar de lo que se hace. Y todo eso que escucha, monocorde o polifónico, lo lleva a explorar las cosas y las palabras que se refieren a las cosas, y las palabras que llevan a otras palabras y las maneras de decir distinto con la misma palabra. Sin embargo, porque el mundo cambia y el hombre crea, aparecen allí cosas nuevas que nos dejan sin palabras, y vocablos que envejecen o nos parecen inadaptados para lo que queremos decir.

Este libro y la investigación que le dio origen están motivados por los entendidos y los malentendidos que observamos cada vez que oímos la palabra pobreza. Un vocablo muy viejo que sin dudas no pone término a nada, sino que más bien abre a una historia que recomienza, desafortunadamente, sin cesar. La pobreza es objeto de querellas y de disputas, de movilizaciones y de políticas desde tantísimo tiempo atrás. Pero ese no es nuestro propósito. Queremos saber qué significa para nosotros el hecho de que tantos de nuestros conciudadanos estén sometidos a la pobreza. ¿Y para quienes la viven, la sufren, luchan contra ella? ¿Qué significa la pobreza? ¿Significa lo mismo para quien la observa sin sufrirla y para quien la vive más de lo que la observa? Queremos decir que fuimos a investigar a partir de los quid pro quo que escuchamos y observamos en el Uruguay de hoy. Ese tomar una cosa por otra que se produce al final del tercer período de gobierno del Frente Amplio que habrá gobernado por izquierda desde 2005 y que habrá conseguido liquidar la indigencia y reducir lo que los uruguayos entienden por pobreza. De alguna manera, este mirar al Uruguay es un mirar a América latina que más o menos en el mismo período puso en varios países al frente de sus Estados a gobiernos que buscaron combatir la pobreza, y que lo lograron con mayor o menor fortuna. A la salida de la era neoliberal con la que se desbarrancó el siglo XX, en el país menos desigual de América se consideraba que cuatro de cada diez ciudadanos eran pobres; hoy son menos de ocho de cada cien. Sin embargo, este objetivo paso del 40% al 8% de pobres resulta insoportable a los herederos de Artigas y de Batlle, lo cual habla de la buena salud política de este país. Así, mirando al Uruguay esperamos ayudar a ver más lejos aún, en Europa y Estados Unidos, donde la pobreza ocupa un lugar cada vez más importante.

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Decía Karl Marx que si las cosas fuesen lo que aparentan ser, la ciencia no sería necesaria, y pensaba también que no alcanzaba con discutir o definir conceptos para que los problemas del mundo se solucionaran. Un negro es un negro, escribió, y sólo en determinadas condiciones se lo convierte en esclavo. Un pobre es un pobre, escribimos hace algún tiempo, y definiendo qué es la pobreza no necesariamente avanzamos en la resolución de la cuestión social. ¿Entonces, qué es lo que en nuestro caso motiva la investigación, es decir, la ciencia? ¿Estamos diciendo que la pobreza no es lo que aparenta ser? Casi. Queremos decir que el modo en que las ciencias sociales, la política y el periodismo entienden la pobreza no recubre todo lo que podría cubrir y que encubre mucho de lo que queda por descubrir. También decimos que delimita la acción del Estado social en una dirección, sin dudas demasiado estrecha. Por ello hay que volver a acercarse a la vida que late y se agita detrás de la palabra pobreza. Luego de que las estadísticas resumieran en una curva a la vieja cuestión social, se trata de volver a la vida para restituirle su complejidad y poder volver a pensarla, para poder actuar mejor sobre ella. Y a esa aventura nos lanzamos con un equipo de investigación financiado por el Ministerio de Desarrollo Social (MIDES) y coordinado entre la Universidad de la República (Uruguay) y la Sorbona (Francia).

Este libro contiene una serie de narraciones sobre la vida en los barrios pobres de Montevideo. Algunos nuevos asentamientos, como el 24 de Junio, Nueva España o El Viñedo; Villa García; viejos barrios obreros como Santa Catalina, La Teja, el Cerrito, Marconi o Punta de Rieles. Relatos y descripciones de aquello que vimos y oímos durante algo más de un año y medio entre fines de 2017 y mediados de 2018. El término pobreza designa personas y situaciones, circunscribe espacios, define categorías sociales. Organiza discusiones, respecto a la desigualdad o al progreso, por ejemplo. Tal como se presenta hoy, dificulta y oculta otros problemas no menos reales, como los que se pensaron y deberían seguir pensándose a través de expresiones como conflicto o lucha de clases. Con las estadísticas en mano decidimos poner en marcha una investigación de tipo etnográfica con el afán de restituir la complejidad allí donde la categorización disponible simplificaba excesivamente.

Hoy hay en juego dos tipos de significado de la pobreza. En su primera versión, la palabra habita desperdigada, fragmentada y diseminada en los laberintos de la vida social, de la vida psíquica difusa, decía una vez más Durkheim. Está hecha de canciones, de representaciones religiosas, de tradiciones diversas, de ideologías políticas, de discursos que se lanzan a la discusión en el boliche, en el ómnibus, en la cocina o en la esquina del barrio, en la vereda de la escuela, en los lugares de trabajo, en la comisión barrial, el club de fútbol o la feria. Pobreza es una palabra vasta y polisémica, también cargada de contenidos morales. Hay una segunda versión, más estrictamente determinada, cuyo significado se despliega bajo control técnico. Esta es la acepción que las ciencias sociales brindaron a la política y al periodismo. Allí la palabra pretende ser concepto, se institucionaliza y conduce la política pública. En esta versión, pobreza significa todo lo que está debajo de la “línea de la pobreza”, lo que en el Uruguay de hoy quiere decir que es pobre todo individuo que percibe un ingreso inferior a 13.487 pesos uruguayos (unos 366 dólares estadounidenses). Todos esos significados de la pobreza, el técnico y los otros, se mezclan; y conviene estar atentos al modo en que eso ocurre.

Dos problemas principales guiaron nuestro trabajo. En primer lugar, está lo que nos dicen objetivamente las estadísticas: que la inmensa mayoría de quienes eran pobres en 2004 han dejado de serlo hoy. ¿Significa esto que la pobreza ha prácticamente desaparecido, que se ha convertido en un problema marginal? Según el criterio técnico, que es el que se utilizó durante los años 1980 y 1990 para criticar justamente el aumento de la pobreza, esto es evidentemente así. Pero tal vez deba interrogarse lo que significa ese aumento del ingreso a la luz de una concepción más amplia de la cuestión social. Deberíamos preguntarnos por la relación entre los grupos sociales que componen la sociedad uruguaya, y deberíamos preguntarnos cómo es la vida de aquellos que siguen estando debajo de la línea de pobreza y la de aquellos que subieron por encima de ese umbral. En segundo lugar, está lo que el Estado ha hecho para responder a la cuestión social, lo que está haciendo y lo que se plantea hacer, lo que logra hacer y lo que debería hacer. La lucha contra la pobreza, entendida esta en su sentido técnico, no alcanza para orientar la acción del Estado en materia social, y vemos que se confunde lo que se mira toda vez que se evalúan las políticas sociales de ese modo. La imposición del criterio técnico de la pobreza nos lleva a pensar que si disminuye la curva de la pobreza que trazamos en un gráfico, las políticas sociales son correctas porque luchan con acierto contra la pobreza, e inversamente se considera que si la curva no cede, el gobierno o el ministro están errando.

Para aclarar el asunto pensamos que los eternos debates sobre cómo debe estimarse estadísticamente la pobreza no nos conducían muy lejos. Nos dirigimos al MIDES con el propósito de proponerle una investigación de tipo etnográfica, pues es sobre las espaldas de este ministerio que la sociedad uruguaya ha cargado la responsabilidad de luchar contra el flagelo y porque el propio gobierno del Frente Amplio creó el MIDES con la promesa de atacar eficazmente el problema.

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Así fuimos a ver la vida en los barrios más pobres de Montevideo. Intentamos identificar las transformaciones sociales que esa vida necesita. Y para ello buscamos antes describirla, entenderla, ponerla en contacto con lo que la sociología, la historia y la antropología nos han enseñado cuando a su turno observaron la vida de las clases populares en otros momentos y en otros lugares. Partimos del punto de vista de que lo que veíamos allí era una clase social, o un segmento de ella, en conflicto con otros grupos y clases. Esa simple decisión nos aleja ya de la perspectiva de la pobreza que supone más bien que hay sectores sociales (y no clases); que la gente está allí, en una situación de pobreza y que hay que ir a sacarla de ese lugar, que esa es la tarea del Estado. O la variante de buena conciencia: la pobreza como un lugar indeseable en el que está la gente y del que se trata de ayudarlos a salir. Una perspectiva que reduce la sociedad a una conceptualización de poca riqueza, por no decir muy pobre, porque en ese mundo pareciera que no hay relaciones sociales ni políticas, como si la suerte de los pobres no estuviese ligada a la de los ricos.

Nosotros, en cambio, nos acercamos a los barrios populares para describir relaciones sociales. De parentesco, dentro de las familias y entre las familias, hacia afuera, de vecinazgo. Es decir, formas locales de solidaridad. Contaremos entonces cómo se van llevando las cosas en el barrio. Allí vimos actuar al Estado y a sus instituciones, que también forman parte de la vida local. Las políticas sociales “de proximidad”, principalmente implementadas por el MIDES a través de sus programas que llevan precisamente ese nombre. Pero también observamos a la escuela, la medicina a través de las policlínicas y los hospitales, la policía, las cárceles y los cuarteles que están allí cerquita de los barrios en los que trabajamos; porque muchos de los vecinos de esos barrios son policías, otros son soldados y unos cuantos están, han estado o estarán presos. También observamos las relaciones sociales que no se ven, las que no ocurren en la proximidad. No nos contentamos con ver en el barrio a niños, viejos y mujeres, que son la mayoría de quienes están allí cuando vamos a hacer trabajo de campo sin vivir con ellos. Así escuchamos a aquellos que salen cada día del barrio a ganarse el dinero con qué comer, en su mayoría hombres. ¿Cómo es la economía doméstica? ¿Cuánto vale una casa? ¿Cómo se cuida de los niños enfermos? ¿Cómo son los intercambios en el espacio de las solidaridades locales? ¿Qué pasa cuando una moto reemplaza a una yegua para el “requeche”? ¿Cómo se vive junto a un arroyo pestilente? ¿Y en la zona inundable de una laguna temporal? ¿Cómo se pasa allí el invierno? ¿Y el verano? ¿Cómo se organiza la circulación de mujeres entre las familias? ¿Y la de los hombres? ¿Cómo son las formas de la propiedad cuando los bienes inmuebles no son de posesión legal? ¿Qué hacen los pobres con el dinero de las prestaciones sociales? ¿Y cómo interfieren esas prestaciones en las relaciones entre los hombres y las mujeres? ¿Qué hacen los operadores de los programas sociales con tantísimos problemas que afectan a aquellos que viven sumisos a la precariedad? ¿Cómo funciona la economía de la violencia entre el robo, el tráfico y los conflictos con la policía? ¿Cómo son las relaciones entre sexualidad, violencia de género y vivienda? ¿Qué ocurre con las estructuras locales del parentesco cuando el Estado interfiere en las violentas relaciones entre los hombres y las mujeres?

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Desde que la seguridad provista por el salariado fue resquebrajada por efecto de la búsqueda de “flexibilidad” por parte de los empresarios, la experiencia social de los más pobres y de una buena parte de las clases populares está marcada por la inestabilidad y la inseguridad social. Desde ese punto de vista, la entrada al siglo XXI se pareció a un regreso al XIX. En neoliberalismo se inspira del original decimonónico e intenta deshacer las protecciones y las regulaciones que bien o mal (en el Uruguay más bien que mal) sacaron a los asalariados de buena parte de la inseguridad en la que vivían.

En ese marco, la permanencia en el barrio marca la temporalidad de esa experiencia: todo el progreso social, afianzado gracias a los últimos tres gobiernos, no han permitido salir de la pobreza y de la inseguridad social a la franja de población beneficiaria de los programas del MIDES. Pese a que los indicadores de pobreza muestren lo contrario para el conjunto de la sociedad (el número de pobres se ha dividido por cuatro y menos de un uruguayo cada diez se encuentra afectado), en este segmento de las clases populares, la gente ha construido su experiencia vital en la pobreza y la precariedad, y el horizonte que se presenta a ellos no permite entrever un progreso inmediato y sustantivo. E insistamos una vez más: la pobreza es un indicador económico que permite evaluar el acceso a ciertos bienes y servicios básicos a través del consumo (así se establece la “línea de pobreza”). Entonces, hay cierto desencuentro entre la definición técnica de la pobreza, la de las estadísticas oficiales, de gran utilidad pues nos permiten una referencia objetiva y precisa, y la percepción de sentido común de la pobreza o de aquel que es considerado pobre. Sobre todo porque la realidad de las clases populares es mucho más compleja que lo que la noción de pobreza delimita. Y el campo de acción política es mucho más extenso de lo que la lucha contra la pobreza permite.

Si se toma en cuenta los modos en que es socialmente representada o considerada la pobreza, aumenta el número de aristas del problema. Por ello, por una parte, deben atenderse las percepciones corrientes de esa condición social, y por otra parte deben considerarse otros factores para observar la desigualdad, el sufrimiento y la injusticia social, todos temas relacionados con la pobreza. Es por ello que decidimos incluir dos factores: la inseguridad social y la variable tiempo considerada desde el punto de vista de la temporalidad. Allí los valores de progreso o de estancamiento, de salida o de permanencia en la pobreza, devienen más densos que lo que dejan ver las curvas resultantes de las estadísticas del Instituto nacional de estadísticas (INE), que nos brindan una objetivación necesaria e incluso indispensable del fenómeno y de su evolución, pero que puede ser completada con el objetivo de considerar con mayor precisión el impacto de las políticas sociales.

Pensemos en Pamela, por ejemplo, que tiene 28 años y 5 hijos. Vive en el asentamiento irregular 24 de junio desde hace 11 años. Ella es beneficiaria de varias políticas sociales implementadas por el MIDES y por el Banco de previsión social (BPS), lo que sin dudas la ayuda a tener una vida cotidiana más llevadera que si debiera luchar sola contra una realidad social hecha de vientos que la castigan permanentemente. Sin embargo, vive en ese barrio tan pobre desde que era una muchacha de 17 años y allí se ha convertido en una mujer madura, madre y con toda la carga de responsabilidades que asume cotidianamente. Allí nacieron sus hijos, que avanzan como pueden pese a que, en definitiva, se encuentran siempre en el mismo lugar. Sus condiciones materiales de vida mejoraron mucho y en buena medida gracias a las políticas sociales. Sin embargo, se encuentra siempre allí, como estancada. Todo da la sensación de ser una mezcla de progreso y de estancamiento. La temporalidad de la experiencia social es uno de los factores más importantes que aparecieron en nuestro trabajo de campo.

También es el caso de Fernando, Andrés, Pedro, Oscar y Lilián, cinco hermanos adultos con sus respectivas familias que viven todas en el asentamiento El Viñedo. Cinco hermanos a los que se suman otros cinco que viven cerca de allí. Diez hermanos en total. Para resistir y sobrevivir, juntos han articulado una estructura de solidaridad territorializada tan sólida como extensa y de entramado apretado. Esa inscripción territorial de las clases populares, que permite estructurar una solidaridad de proximidad constituye un importante factor de estabilidad. En el medio de la inseguridad social, el barrio y la familia son factores que duran en el tiempo, vínculos que pueden ser resistentes y de cierta solidez. Es por ello que cuando una ruptura familiar se produce, el golpe puede ser muy duro. Todos viven en una situación de severa precariedad que se prolonga desde que nacieron, aunque hayan conocido periodos mucho peores que el actual. Y el horizonte temporal no les permite imaginar un cambio radical de la situación. Fernando tiene 28 años y cuatro hijos de 4, 5, y 6 años (hay mellizos); Andrés 30 y dos hijas de 3 y 6 años; Lilián 32. Recuerdan que nacieron en el asentamiento Nueva España, a quinientos metros de allí, donde viven los otros hermanos, y que venían a cazar pájaros a la zona del Viñedo cuando el barrio aún no existía. Paralela a la Ruta 8 se extiende una zona de barrios pobres que se expandió desde que ellos tienen memoria, el mismo período en el que en sus últimos trece años se redujo la pobreza en el Uruguay: cuando Fernando tenía diez años El Viñedo todavía no existía. Hoy este hombre adulto es padre y sus cuatro hijos sólo conocen esa realidad. El tiempo de la pobreza suele medirse en generaciones.

Fernando: Los mellizos son los más chicos. Y la nena es la que me sufre de asma, que es la que más cuido... Con estos tiempos [una fría tarde del mes de julio].

- Ahora en invierno se pone brava.

Andrés: Claro, y acá, peor. Está salado.

Fernando: Yo no me vengo pa’ acá por eso mismo, por los fríos.

- Porque es más húmedo.

Fernando: Claro, es más húmedo, en invierno es mucho más húmedo, los fríos.

Andrés: Imaginate yo vivía allí [en Nueva España], y vos cruzas el puente pa’ allá, y es otro clima que del puente pa’ acá. Y cuando venís de la esquina esa pa’ abajo... Porque acá es muy bajo. Vos subís pa´ arriba y cambia el clima al toque. Bajás pa’ acá abajo, una heladera. Pero en el verano es fresco, porque no tenés la calor que tenés allá arriba. En el verano es más fresco.

- Y se inunda también, ¿no?, acá...

Fernando: .

- Y tu hija, la que tiene asma, ¿sufre desde chica o se lo detectaron ahora?

Fernando: Sí, no, de chiquita. [silencio] De chiquita fue... Estuvo internada. [silencio] Después el varón, ta, el varón, Ezequiel, que tiene cinco, estuvo en CTI [terapia intensiva] también, por problemas de asma también. Le funciona un pulmón solo.

[Silencio prolongado]

La temporalidad de la pobreza es también la del “tiempo”, la de la naturaleza, la de las estaciones y el clima, el invierno largo si es frío, el verano de días y noches largas si son calurosos. Las inclemencias contra las que la vivienda no protege lo suficiente, las enfermedades que se instalan sobre los más débiles, los más chicos, los más viejos. La naturaleza que se impone con el paso de un arroyo que desborda cuando llueve, de una loma que hace más difícil soportar el calor porque “allá arriba es muy seco”, y difícil de llevar el frío porque “acá abajo es muy húmedo”. ¿Cuánto duran 15 años? Tres períodos de gobierno, cinco nacimientos, cuatro años de asma… (…)

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Por otra parte, la profunda transformación social provocada por la extensión del consumo de drogas, principalmente la llamada “pasta base”, y la penetración del narcotráfico bajo la forma de bandas que disputan el control del territorio constituyen sin dudas un retroceso negativo, la degradación de las condiciones de vida más importante que afecta a estos barrios. No se exagera diciendo que escuchamos, a lo largo de todo el trabajo de campo, un fuerte grito de alarma pidiendo ayuda al respecto.

Así ingresa la pobreza en el espacio de las representaciones sociales, frecuentemente a través de hechos policiales como éstos. Sus representaciones artísticas, o a través de la prensa, nos obligan a tener en cuenta toda la complejidad de la temporalidad social y política. Puede consultarse también, por ejemplo, la serie de artículos periodísticos publicados por La Red21 sobre los asentamientos del CCZ 9 a inicios de los años 2000: “Vivir y morir en un asentamiento”. Del mismo modo, el relevamiento fotográfico que alimenta las imágenes de Street view de la cartografía que Google maps pone a disposición de los usuarios en 2019, data de 2015. Visto hoy desde el punto de vista de la imagen de desamparo que ese relevamiento fotográfico ofrece, las fotos de 2015 no parecen desactualizadas en 2019. Como si en la zona el paisaje social no hubiese cambiado.

Se entiende entonces por qué la complejidad de la temporalidad social es uno de los factores centrales que hemos podido captar a través de nuestro relevamiento de campo, el cual, no sin cierto desorden, tratamos de traducir aquí. Poder describirla en toda su densidad es indispensable para comprender con mayor precisión el impacto de las políticas sociales. Debemos tener en cuenta el contraste existente entre, por un lado, estas imágenes, relatos y percepciones de la situación social que permanecen presentes y que aparecieron permanentemente en nuestras entrevistas, observaciones y conversaciones con los habitantes de esos barrios y con los técnicos y militantes que allí trabajan, y por otro lado, la evolución de esa misma situación que objetivamente registran las estadísticas. Todos los indicadores muestran una evolución social muy favorable debido a múltiples factores, entre los que cuenta el impacto de las políticas sociales. Repitamos lo ya señalado: en el período 2005-2017: la pobreza pasa de 40% a 7,9%, la indigencia de 4,7% a 0,1% (un uruguayo de cada mil), el desempleo de 13,1% a 7,4%, y el trabajo en negro de 41% a 25%67. Sin lugar a dudas, la evolución de estas curvas permite orientar la percepción que el gobierno tiene de su propia labor, una temporalidad que encuentra su año cero en el 2005 cuando el Frente Amplio llega al poder. Y esa es también la temporalidad del MIDES, que comienza en el momento de su creación, y que evalúa naturalmente con ese criterio el impacto de sus políticas sociales.

El MIDES focaliza su acción en la población de menores recursos. Entonces, cuando a nivel nacional la pobreza, el desempleo o el trabajo en negro bajan a tal punto, nosotros concentramos la mirada sobre ese 8% de pobres o ese 7% de desempleados que persiste. Pero no es sólo el MIDES ni nuestra investigación la que concentra allí la mirada. La sociedad toda mira esa deuda que tiene para con muchos de sus ciudadanos y es normal que sea así. Ese es un factor de crítica social perfectamente legítimo, y es lógico que se dirija a quienes ocupan los cargos de responsabilidad en el gobierno. Es también razonable que los medios dirijan hacia allí los proyectores, y que esas imágenes de sufrimiento social alimenten la contienda política. Y como en el pasado, la prensa suele poner el acento en hechos policiales que contribuyen a alimentar ese viejo problema social que desde hace poco se llama “inseguridad”. También el Frente Amplio en el poder, pone de relieve las curvas que muestran claramente la positiva evolución de la situación social, unas curvas que evidencian una mejoría prácticamente sin pausa. Para el gobierno, la historicidad de la coyuntura se inicia en 2005, con un quiebre que puede claramente identificarse hacia el pasado de los años 1980 y 1990 en el que esos mismos indicadores mostraban un deterioro constante de la situación de un número creciente de personas y de hogares bajo la línea. El tiempo de la pobreza también es objeto y territorio de las contiendas políticas.

A estos primeros elementos de la temporalidad se suman otros. Del lado de la evolución positiva de las condiciones de vida debe observarse que mucho del progreso no es registrado por esos mismos indicadores que acabamos de citar respecto a la Línea de pobreza, el desempleo o el trabajo registrado en el BPS. El progreso viene muchas veces de la mano de la evolución de las “obras” que mejoran las condiciones habitacionales, urbanas o de infraestructura. Tener agua potable de red y energía eléctrica en condiciones regulares aumenta la seguridad social y mejora las condiciones de vida, y ello sin que varíen el desempleo o el ingreso. La cuestión del progreso social es delicada. Los barrios cambian cuando “llega” la UTE [la compañía de luz] y “llega” OSE [la compañía de agua], cuando se arreglan las calles, cuando se construye una policlínica, un CAIF [un jardín de infantes] o una escuela. Le preguntamos a un grupo de discusión, en el que participaron madres y padres de niños beneficiarios de becas de estudio [las becas BIS] y que viven en el asentamiento 24 de Junio, si había habido cambios recientes en el barrio:

- Si, para lo que estaba, si.

- Y ahora hay luz, el agua…

- Caminábamos sobre el barro… con los chanchos, porque no había calle.

- Era un lodo todo, era. Nos pusieron la luz, mismo por UTE, la OSE también llegó al barrio. Esos tres cambios son bien…

- Esos tres cambios si, esos tres cambios hubieron.

[…]

- Si, pero donde yo vivo todavía no. Porque es un pasaje donde yo vivo, ahí arreglaron la calle principal, pero las partes que son pasajes así, no. Porque yo vivo en una parte que es donde se termina la calle, ahí vivo yo. Y ta, ese pedazo no lo arreglaron, arreglaron la calle principal.

- Para que entre la policía. Porque [antes] no entraba la policía, no entraban las ambulancias, no entraba nadie. Hicieron las calles por eso… porque fue así. Cuando se inundaba no podías salir, por la rodilla te llegaba el agua y no podías salir.

Aquí los vecinos identifican tres cambios recientes significativos para el barrio: la regularización de la energía eléctrica en el barrio por parte de UTE, la regularización del suministro de agua potable por OSE, y la construcción de la calle principal del barrio. Esas mejoras en infraestructura se asocian con la “entrada” de la policía. El progreso está principalmente marcado por la llegada del Estado a esta zona de la sociedad. La presencia del Estado es claramente valorada como un indicador de integración social. No hay referencia precisa de cuál es el organismo que hace la calle. No se menciona si fue la Intendencia, el Ministerio de Transporte y Obras Públicas, el PIAI, el Ministerio de Vivienda, Ordenamiento Territorial y Medio Ambiente. Podría haber sido UTE como parte del proceso de la regularización de la provisión de energía eléctrica. Solo sabemos que “ellos” la hicieron. Al decir “ellos” pueden estar aludiendo al gobierno, al partido de gobierno, al gobierno nacional o departamental…. Indirectamente vemos que los vecinos del barrio no participaron de la decisión de hacer la calle, ni en la ejecución de la obra; y que tampoco es muy importante quién la haga. Más adelante se tratará el tema de la posible crítica que se desprende hacia la obra: “es para que entre la policía”, lo que parece reflejar, en opinión de los vecinos del barrio, el objetivo que se busca al hacer la calle principal.

Al mismo tiempo, sabemos que esa mejora de las condiciones habitacionales de los asentamientos los vuelve para muchos casos más interesantes. Esos segmentos de la ciudad se vuelven atractivos para las fracciones más precarias de la sociedad. El progreso de un asentamiento torna a ese barrio atrayente para aquellas familias a las que el alquiler les lleva una buena parte del ingreso, aunque se trate también de una vivienda muy precaria y localizada en zonas alejadas o incómodas. Liberarse del costo del alquiler mudándose a un barrio que mejora y en el que ya vive una buena parte de la parentela se vuelve una opción racional. Este es un cambio producido por el progreso que, paradójicamente, puede provocar una extensión de las zonas de precariedad y alimentar el estancamiento social. Nuevamente progreso y estancamiento se enredan en la trama de una temporalidad compleja. La extensión de las zonas de habitación precaria puede ser vista como un síntoma de que las cosas no mejoran cuando se las observa desde lejos, al pasar por la ruta o al observar las estadísticas de población en asentamientos. Sin embargo, este estancamiento puede estar provocado por una mejora en las condiciones urbanas y habitacionales de la población que vive allí.