Guillermo Francos camina de una habitación a la otra sin parar. En una mano tiene el celular, en la otra un cigarrillo. Fuma como cuando era joven, incluso un poco más. Sólo se detiene para escuchar, en absoluto silencio, los pedidos de los diputados opositores que están acomodados en el despacho de la presidencia de la Cámara de Diputados, en el primer piso del Congreso.
—Esperen, tengo que consultar —dice el ministro del Interior, que semanas después será ascendido a jefe de Gabinete.
Desde el cuarto contiguo llama a Karina Milei. Ella tiene la última palabra, es la encargada de achicar al máximo los límites del acuerdo. Javier Milei hace rato delegó esa labor en ella y en su asesor estrella y arquitecto del relato libertario, Santiago Caputo.
Esta vez, el gobierno está obligado a negociar con más soltura. Por eso Francos está de nuevo ahí. El debate de la Ley Bases quedó trunco el 6 de febrero, cuando el oficialismo levantó la sesión ante lo que era una derrota irremontable. En este repechaje, dos meses y medio después de aquel fracaso, el hombre que el Presidente eligió para traducir su mesianismo y hacer de nexo con la casta sabe que no hay plata, pero tampoco tiempo.
Los cambios que Francos tiene permitido hacer al proyecto no son muchos. Los suficientes para que la oposición apoye en el recinto. El Régimen de Incentivos a las Grandes Inversiones (RIGI), corazón de la norma, no se toca. Tampoco Blanqueo, Ganancias y Bienes Personales, los capítulos del paquete fiscal.
—¿Y privatizaciones? —pregunta un diputado radical.
—¿Qué hacemos con la reforma administrativa? —consulta otro.
—Hago otro llamado y vuelvo —responde el funcionario.
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Francos llegó al gobierno de La Libertad Avanza (LLA) para cumplir una misión: hacer lo que el presidente no puede o no quiere. Desde el comienzo estuvo a cargo de contrarrestar la furia que Milei despliega contra adversarios o potenciales aliados. “Viste cómo es Javier”, suele excusarse. Con el tiempo, la frase se transformó en un latiguillo repetido ante la falta de argumentos para defender las acciones intempestivas del mandatario —como cuando armó listas negras de diputados durante el debate de la Ley Bases— o, simplemente, para rechazar algunos pedidos de la oposición.
Francos siempre fue un “negociador”. Su principal virtud es escuchar lo suficiente y hablar lo estrictamente necesario. En medio siglo de actividad pública —en el que fue concejal, diputado, funcionario provincial y de la Nación—, con frondosa relación con una amplia gama de partidos que estuvieron en el poder, logró convertirse en uno de los actores políticos de mayor peso en una fuerza que busca mostrarse lejos de la política.
—Es más casta que todos nosotros juntos. Es un bicho político —dice uno de los diputados que tiene diálogo permanente con él.
—Su rol es de traductor. Habla el mismo idioma que nosotros —sostiene uno de los legisladores de la oposición amigable que más participó de las negociaciones con Francos en el Congreso.
—La oposición puede leer a Guillermo, es un código que entienden, el de la política tradicional —explica una funcionaria que lo conoce hace tiempo.
En estos siete meses de gobierno de Milei, Francos se sentó a negociar con casi todos los opositores. Negoció en Diputados, pero sobre todo en el Senado (incluso puso sobre la mesa propuestas que luego no cumplió). Se detuvo a hablar con cada uno de los gobernadores: peronistas, radicales, de PRO y de partidos provinciales. Viajó a sus provincias y los recibió en su despacho del ministerio del Interior de la planta baja de la Casa Rosada, la misma que todavía ocupa ahora que es jefe de Gabinete.
Entre cigarrillo y cigarrillo, que le saca cada vez que puede a Lisandro Catalán, vicejefe de Gabinete del Interior, Francos hace volteretas discursivas para convencer a los mandatarios provinciales de que acompañen al Gobierno. Primero lo hizo para reunir los votos en el Congreso; después, para que asistieran a la firma del Pacto de Mayo y ahora para que colaboren con el Consejo de Mayo, donde se buscará sellar una especie de Gran Acuerdo Nacional que ayude a implementar los diez puntos rubricados en la provincia de Tucumán el 9 de julio. A cambio, los gobernadores conseguirán un magro envío de fondos o el traspaso de las obras públicas de la Nación a las provincias.
Quienes vieron negociar a Francos cuentan cómo es su método: escucha y promete —hasta donde puede—. El poder de decisión no lo tiene él. Karina es "El Jefe". Para todo y para todos. Si se trata de dinero, hay que hablar con el ministro de Economía, Luis "Toto" Caputo.
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Después de la media sanción de la Ley Bases en Diputados, Milei premió a Francos con la jefatura de Gabinete luego de desplazar a Nicolás Posse en medio de sospechas de espionaje.
—El Presidente me elige a mí porque se da cuenta (de) que con la política argentina se le hace complicado, porque no la entiende, porque se le hace complicado por equis motivos, y yo tengo una posibilidad mayor de dialogar y de ahí viene mi propuesta —explicó Francos al periodista Marcelo Longobardi a las pocas horas de haber asumido el nuevo cargo.
El Presidente y su hermana le reconocen su don para dialogar en nombre de un gobierno que se vanagloria de despreciar a gran parte de la dirigencia política. También la capacidad de no inmutarse ante hechos que a otros funcionarios los hacen temblar, como sucedió con las denuncias contra la ministra de Capital Humano, Sandra Pettovello, por la retención de alimentos para los comedores. Francos transmite lo que les falta a casi todos, en la oposición y en el oficialismo, en este nuevo ciclo político que subvirtió la lógica tradicional: tranquilidad.
Pero no todos lo consideran el verdadero arquitecto del triunfo de la Ley Bases. “El que sacó adelante la ley es Cochi”, dice un diputado opositor. “Cochi” es José Rolandi, el otro vicejefe de Gabinete. Son varios los que comparten esa mirada. Una legisladora de la oposición autodenominada “dialoguista” destaca también el papel que tuvo la secretaría de Planeamiento Estratégico, María Irazabal Murphy. Nadie puede negar que los dos conocen a la perfección el texto aprobado y llevan más millas en los pasillos y las oficinas del Congreso que el mismísimo jefe de ministros.
—Guillermo es como un pino, crece pero no deja crecer nada debajo de su sombra —apuntan desde las filas de La Libertad Avanza.
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El vínculo de Francos con Milei excede lo político. El respeto que el inquilino del Sillón de Rivadavia tiene por su jefe de Gabinete —según cuentan amigos de ambos— se explica porque Francos fue uno de los pocos dirigentes del “sistema” que “siempre lo respetó” y “confió en él cuando casi nadie lo hacía”. Incluso mucho antes de que el economista comenzará su raid mediático que lo llevó a la primera plana de la política.
Cuando Milei intentó entrar en la Corporación América de Eduardo Eurnekián reprobó la prueba de grafología a cargo de “la bruja” —como llaman los empleados a la encargada de hacer ese test—. Francos lo ayudó a tener una segunda chance. Le pidió al empresario de origen armenio otra oportunidad para el joven defensor de las ideas de Murray Rothbard. El trámite fue más simple de lo esperado: los tres se reunieron a conversar y Milei quedó a salvo.
Fue en ese lugar de trabajo donde Francos afianzó su relación con Milei, sin imaginar que años después los uniría un proyecto político en común. Allí, también conoció a Posse, de quien se hizo amigo y con quien sigue en contacto.
Francos y Milei también compartieron tiempo en la Fundación Acordar, un think tank que colaboró con la campaña presidencial de Daniel Scioli de 2015. En esa época, Francos destacaba al hoy jefe de Estado como "un economista preciso". En las largas comidas que solía tener en El Mirasol de La Recova, lo defendía ante sus pares, que lo consideraban un “delirante”, “un loco”.
En noviembre de 2022, cuando Milei era apenas diputado nacional, Francos advirtió lo que pocos se animaban siquiera a pensar.
—En las elecciones del año que viene va a ganar Milei. Va a ser presidente —le dijo a Aníbal Asseff, histórico dirigente de la Ucede y ex intendente de Moreno, durante una cena en Washington.
Su amigo se quedó boquiabierto.
—Por el agotamiento que hay en las sociedades, en la Argentina, va a llegar alguien como Milei. Pasó en Chile con Boric, en Brasil con Bolsonaro y en Colombia con Petro —insistió Francos.
Francos, por ese entonces, no era parte del armado político de La Libertad Avanza. Se desempeñaba como representante de la Argentina ante el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en el gobierno de Alberto Fernández. A mediados de 2023 dejó ese puesto para sumarse a la campaña presidencial de Milei. Desde ese momento supo que iba a ser la cara amable de La Libertad Avanza. Tenía por delante el desafío de fortalecer los vínculos con parte del peronismo y tender puentes con los gobernadores.
Desde que se convirtió en ministro del Interior y luego en jefe de Gabinete se mantuvo al margen de las disputas de poder. Sobrevoló los conflictos y entendió que en la mesa chica libertaria sólo hay tres sillas y ninguna es para él. También aprendió rápido que hay una sola persona con la que no puede enemistarse: Karina Milei.
Su presencia en el Ejecutivo nacional no se circunscribe a garantizar la gobernabilidad.
—Francos cuida los intereses de Eurnekian en el Gobierno —dice un dirigente que lo conoce desde hace tres décadas.
Siempre fue el hombre político de Corporación América, el que desde esa compañía se encargó de estrechar lazos con los políticos de turno. Tan cercana es su relación con Eurnekian que cada tanto, antes de asumir como funcionario, utilizaba el yate que el empresario nonagenario tiene en Barcelona, "Surpina" en honor a su madre.
Francos llegó a la empresa de Eurnekián cuando el gobierno de Fernando De la Rúa tambaleaba, envuelto en una crisis económica y política indomable. Ocupó varios cargos dentro del holding, entre ellos el de presidente de Aeropuertos Argentina 2000 y de LAPA (Líneas Aéreas Privadas Argentinas). Pero, sobre todo, en esos años se transformó en una de las personas de mayor confianza del empresario.
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Francos nació rodeado de militares. Fue el 19 de abril de 1950, en la Base Naval Puerto Belgrano. Su padre, Raúl Francos, fue un vicealmirante de la Armada ligado a la autodenominada Revolución Libertadora. Por intermedio de él, años después, conoció al capitán de fragata Francisco Manrique, ferviente antiperonista que tuvo una participación muy activa en el golpe de Estado de 1955 y luego en los gobiernos de Eduardo Lonardi y Pedro Eugenio Aramburu. Con el tiempo, se convertiría en su principal referente político.
El primer contacto con el mundo de la política lo tuvo en su casa. Su padre fue clave en su formación. Eran tiempos en los que los golpes de Estado eran una constante en la Argentina y la democracia no era una condición —en especial para los militares— para hacer política.
—Guillermo es de izquierda para como fue criado —dice con sorna uno de sus amigos, con el que compartió años de trabajo en Corporación América.
Y concluye:
—Ideológicamente es Manrique pero tiene la amplitud para conformar un gobierno con Scioli en la provincia o con Cristina Kirchner en la Nación.
Cuando a finales de los 60 ingresó a la Universidad del Salvador para estudiar derecho, su interés por lo que pasaba en el país y el mundo empezó a crecer. Se dedicó a la militancia en el ámbito universitario hasta convertirse en el presidente del Centro de Estudiantes por una agrupación de centro-derecha. Lo que vino después —su labor en el ministerio de Justicia durante las dictaduras de Roberto Levingston y de Alejandro Lanusse— prefiere dejarlo en el cajón de los recuerdos.
Su verdadero debut en el terreno político fue en 1973, cuando se sumó a la campaña presidencial de Manrique. El líder del Partido Federal se convirtió en su principal referente político. En poco tiempo, Francos logró ser su mano derecha y, con el tiempo, su sucesor dentro del espacio.
—Guillermo respondía ciegamente a Manrique, que era muy antiperonista, pero él nunca fue antiperonista ni antinada—cuenta uno de sus compañeros de aquella época.
En 1985 Francos fue electo concejal de la ciudad de Buenos Aires por el Partido Federal. Allí aprendió lo que es la rosca, pero sobre todo se fogoneó en un lugar del que era difícil salir indemne y logró colgarse el cartelito de “honesto”mientras varios de sus pares eran señalados como corruptos.
A mediados de los 90, cuando Carlos Menem iba por la reelección, se convirtió en subsecretario de Inspección General de la Ciudad. Se acercó al dirigente riojano a pesar de que antes se había mostrado próximo al radical Eduardo Angeloz. En 1996 fue candidato a vicejefe de Gobierno porteño en la boleta que encabezaba Gustavo Beliz, líder de Nueva Dirigencia, con quien mantiene una gran amistad.
Beliz lo llevó al gobierno de Alberto Fernández y con él habló cuando decidió irse para sumarse a La Libertad Avanza. El diálogo entre ambos sigue siendo fluido. Entre las coincidencias que todavía tienen, ninguno ve con buenos ojos que Antonio Stiuso vuelva a la renacida Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE), como pretende Caputo. El ex ministro de Justicia de Néstor Kirchner había exhibido en 2004 la figura del ex espía ante las cámaras de televisión y tuvo que irse del país durante diez años. Sin embargo, Francos no está dispuesto a dar ninguna pelea para impedir que suceda algo que no está bajo su órbita.
Francos dio el gran salto en 1997, cuando fundó Acción por la República con Domingo Cavallo, quien había roto con Menem después de que lo echara del ministerio de Economía. Francos -al igual que Cavallo- fue electo diputado nacional. Su participación en la Cámara baja fue algo deslucida e intrascendente.
—Era un tipo bien trajeado que deambulaba por ahí —dice una legisladora que compartió el recinto con él.
Uno de sus momentos más destacados fue cuando impulsó, junto a Elisa Carrió y Alfredo Bravo, el juicio político contra el fallecido juez federal Norberto Oyarbide por el escándalo de Spartacus. El otro, en 2000, cuando anunció que renunciaba a su banca por “cansancio moral” en medio de las denuncias de coimas en el Senado.
El vínculo con Cavallo se mantuvo intacto. Francos fue su asesor en los meses que el economista estuvo al frente del Palacio de Hacienda, hasta que estalló la crisis del 2001. Luego se convirtió en su operador político y lo defendió incluso cuando empezaba a dar sus primeros pasos en Corporación América. Lejos de molestarle, Eurnekián aprobaba esa incondicionalidad. El magnate tenía una muy buena relación con Sonia Abrazian, la esposa del ex ministro, también descendiente de armenios.
En 2007 aceptó la propuesta del entonces gobernador de Buenos Aires, Scioli —a quien luego llevaría al gobierno de Milei— para que presidiera el Banco Provincia. Al año siguiente, incómodo con el conflicto del campo, intentaba colarse en los viajes con Emilio Monzó -ministro de Asuntos Agrarios de la provincia de Buenos Aires- para despegarse de las críticas por la resolución 125. Sin embargo, jamás pensó en renunciar. Tiempo después, hasta se animó a defender en público el segundo mandato de la presidenta.
—Antes de generar preocupación, alarma o zozobra sobre la situación económica del país, que creo que es buena, me parece que tenemos que ver cuáles son los pasos que viene dando una presidenta que fue electa con el 54 por ciento de los votos, tenemos un poder político consolidado con un presidenta que tiene apoyo popular —dijo en 2011 en una entrevista televisiva, antes de volver con Eurnekián.
Francos nunca dejó de ser de derecha, tampoco olvidó a la familia militar. En 2003 respaldó la candidatura a gobernador bonaerense de Luis Patti, acusado y luego condenado por delitos de lesa humanidad. Jamás consideró eso un problema para sellar acuerdos. Ni antes ni ahora, que es parte de un Gobierno negacionista.
—Guillermo es de los tipos que se mete en el peronismo para desperonizarlo —dice un dirigente del PJ que tiene trato con el jefe de Gabinete hace muchos años.
El gobierno de Milei despertó su faceta más peronista. No sólo por el pragmatismo que aplica para tejer alianzas que son imprescindibles para concretar los deseos del presidente, sino por su pelea con Mauricio Macri, a quien no lo quiere cerca de la Casa Rosada. En eso coincide plenamente con Karina Milei, que no está dispuesta a regalarle nada al líder de PRO. Ambos prefirieron unirse a los peronistas desterrados —como los Menem— o a los suficientemente camaleónicos como para no necesitar dar demasiadas explicaciones, como Scioli.
Su zigzagueo político es ineludible. Atento al devenir de los humores sociales en el país, supo moverse de un modo que le permitió sobrevivir en el terreno público durante dos tercios de su vida. A veces, más agazapado; otras, como ahora, con una visibilidad que ni siquiera él mismo se imaginó. Si no tuviera 74 años, hasta se animaría a soñar con llegar a la presidencia, aseguran quienes lo conocen.