La sociedad argentina presenta, desde hace años, signos de una profunda mutación, agudizada por los efectos disolventes de la pandemia. La derechización de la opinión pública, el debilitamiento de la confianza interpersonal, la ruptura de consensos en materia de cultura política y la viralización de la decepción constituyen señales de un cambio, o más bien de un desplazamiento hacia un porvenir incierto. Mientras tanto, la pelea cotidiana por la supervivencia atomiza y desintegra. Si hasta cierto umbral la inflación es un problema económico, superada esa frontera se transforma en un inquietante síntoma (y causa) de anomia.
Un malestar impregna a toda la sociedad, despedaza sus lazos, corroe el capital social y electrifica el ánimo colectivo. Frente a escenarios de creciente insatisfacción, donde se disuelve la fidelidad a aquello que se elegía, el “menos economista de los economistas”, Albert Hirchsman (1915-2012) conceptualizó dos metabolizaciones diferentes: la salida (exit) o la voz (voice). Una deserción silenciosa de aquello que ya no conforma o una ruidosa impugnación ante un funcionamiento injusto o defectuoso.
Estas reflexiones de Hirschman —cuya agitada vida transcurrió combatiendo con el cuerpo al fascismo y con las ideas a la ortodoxia— pueden ayudarnos a pensar el presente y porvenir del Frente de Todos.
1. El malestar en la cultura política
Las extremas derechas contemporáneas operan como voice y exit al mismo tiempo. En nuestro país, Javier Milei captura desertores de las dos alternativas electorales "mainstream" ofreciéndoles una ruidosa protesta vicaria. En este sentido, el candidato libertario puede ser pensado como un estallido político sublimado o tercerizado; más que una esperanza, es el idioma de la furia. Las próximas elecciones no estarán regidas por una ola de cambio sino por la combinación de furia y resignado abatimiento, lo que resulta potencialmente mucho más sísmico y corrosivo.
Milei, más que una esperanza, es el idioma de la furia. Las próximas elecciones estarán regidas por la combinación de furia y resignado abatimiento.
En su tan breve como brillante libro “Interés privado y acción pública", Hirschman sostiene que las sociedades oscilan “fatalmente” entre diferentes ciclos; un ciclo movido a través de pulsiones participativas y acciones orientadas hacia esferas colectivas con otro período de vidas privatizadas, anemia participativa y énfasis en los intereses individuales. De la vida como aventura colectiva a la vida como novela personal. El ingrediente trágico que añade Hirschman reside en que, según su perspectiva, llegado a un cierto punto ambos paradigmas fracasan e incuban decepción. La fuerza de la desilusión empuja el péndulo hacia el otro extremo y la felicidad empieza a buscarse en otro lado. Tales oscilaciones alumbran la naturaleza política de la desilusión.
2. Las pasiones y los intereses
En otra de sus obras, Hirschman reconstruyó el storytelling que desplegó el capitalismo durante sus primeros pasos en la historia. Algunas veces como subtexto y otras articulada en una larga tradición de filosofía política, esta narrativa tenía como pieza central de su tesis la capacidad pacificadora que se le atribuía al comercio. La transacción comercial, sostenía aquel relato, está provista de propiedades socialmente sanadoras: acerca, amiga, integra. Las pasiones, por el contrario, dividen, gestan rencor y estimulan la violencia.
En suma, el capitalismo no sería un programa económico, sino mucho más: consistiría en sustituir pasiones por intereses como camino al orden y al progreso. Sociedades regidas por intereses serían sociedades lanzadas a un progreso inexorable; sociedades regidas por pasiones estarían constantemente al borde de su disolución. El doloroso y reiterado fracaso de este paradigma es notorio. En efecto, la lógica de los intereses ha teñido todas las esferas de la vida sin que ello comporte el desarrollo de sociedades más integradas y armónicas. Sobre las cenizas de ese fracaso resurgen las pasiones como elemento rector del espacio público contemporáneo. El marco de fragmentación y fragilidad sumado a la sombra de guerra y escasez constituyen un territorio fértil para el cultivo de pasiones tristes. Por su parte los afectos más luminosos quedan acorralados por una insoportable realidad y por una retórica política que explota con eficacia el rencor, el miedo y el odio. Allí donde no queda nada bueno por esperar, solo resta odiar. Si no hay futuro, hay que romperlo todo.
3. Perder perdiendo
En el medio de una turbulenta mutación epocal —y bajo una coyuntura teñida de furia y malestar— el Frente de Todos ingresa en la recta final hacia el encuentro con la voluntad popular. La coalición oficialista arrastra al menos dos largos años de disfunciones internas que desfiguraron su fisonomía original. A esta altura se vuelve muy difícil identificar cuáles son las pasiones y los intereses que mueven al oficialismo.
El Frente de Todos ha entrado en una zona de riesgo, no solo de perder sino de caer por debajo del umbral mínimo de dignidad electoral.
Si bien las plagas bíblicas que cayeron durante este tiempo imponen piedad a la hora de juzgar su funcionamiento y sus resultados, también es cierto que el oficialismo tenía muchos aspectos a favor para imaginar un desenlace distinto: asumía la presidencia del país luego de un estruendoso fracaso del gobierno anterior, se ponía en marcha dotado de un envidiable poder territorial e institucional y estaba provisto de un sólido capital en la opinión pública. La caja de herramientas del FdT lucía bastante equipada. Asimismo, la derechización de la derecha y la irrupción de discursos agresivamente promotores de la austeridad y el ajuste renovaban (¡renuevan!) el sentido histórico del peronismo como escudo protector frente a una globalización neoliberal crujiendo en todas partes. Sin embargo, una circunstancia muy desfavorable, el duro fracaso de la gestión económica y el comportamiento (por momentos incomprensible) de muchos de sus dirigentes más relevantes aproximan al peronismo y al kirchnerismo hacia un furioso o silencioso castigo electoral. “Silencioso” por la posibilidad de que se repita una importante deserción, a través de la abstención, en sectores de la sociología electoral peronista, tal como sucedió en el 2021.
Perder una elección representa una contingencia democrática, pero la descomposición de una fuerza que aspira a representar los intereses de los sectores populares y a defender un programa de desarrollo con eje en la industria nacional, el mercado interno y la distribución del ingreso, es otra cosa. Es perder perdiendo.
Cuando se quiebra la lealtad, dice Hirschman, solo quedan la fuga o el enojo. El desempeño económico, político y narrativo del FdT ha contribuido a evaporar la lealtad electoral de amplios sectores —especialmente entre jóvenes y segmentos populares— que se sienten desprotegidos. En el último tiempo, la misma fuerza que años atrás fue capaz de multiplicar la pasión política desmovilizó el deseo militante de muchos ciudadanos cuya representación política vuelve a estar en duda o vacante. Este extendido sentimiento de desprotección, desilusión y duelo ante la pérdida de representación adquiere un agravante: frente a la decepción suscitada por el gobierno nacional del FdT, el país avanza hacia una alternativa que por ahora no promete orden y progreso, sino más bien sacrificio y castigo.
La escena política regional cambió sustancialmente con la aparición de Gustavo Petro en Colombia y Gabriel Boric en Chile, el retorno del MAS en Bolivia, la consolidación del proceso liderado por Lopez Obrador en México y el retorno de Lula al gobierno del país más importante del continente. Dejando de lado las causas de sus triunfos, es evidente que esta renovada constelación política regional sintoniza mejor con la melodía del FdT que con las propuestas opositoras que acorralan al oficialismo. En otras palabras, la región es más un empujón que un obstáculo. Y a la vez, las turbulencias internacionales abrieron dolorosamente oportunidades de revisar certezas incuestionables y resetear el borde entre lo posible y lo imposible. A contramano de estas condiciones favorables a una acción política más transformadora, el gobierno nacional eligió el camino de un gradualismo político tan negador como voluntarista y autodestructivo. Las circunstancias que envolvieron la actuación del gobierno (pandemia, guerra, sequía) son atenuantes legítimos, pero de ninguna manera determinaron la nula coordinación, escasa audacia y pobre imaginación política.
El Frente debe romperse u organizarse, ya no queda espacio ni tiempo para reproducir esta desordenada agonía crónica.
El FdT ha entrado en una zona de riesgo, no solo de perder sino de caer por debajo del umbral mínimo de dignidad electoral y de romper el instrumento de representación política que necesita un sector importante de la sociedad argentina. Tal vez el destino, antes de imponerse, ofrezca una última oportunidad: el Frente debe romperse u organizarse, ya no queda espacio ni tiempo para reproducir esta desordenada agonía crónica. El Frente cambia o se desintegra con consecuencias que durarán años.
Ante un destino electoral severamente comprometido, aún quedan algunos gestos y aportes para evitarlo. Un primer paso para torcer ese destino requiere responder una serie de incógnitas que se evaden: ¿el FdT es más que la suma de sus partes? Es decir, ¿existe algún cemento programático o afectivo que logre detener la entropía? ¿Cómo puede el Frente reconstruir una voluntad y una voz para reiniciar la conversación con la sociedad? Además de administrar urgencias y atenuar herencias, ¿cuál es la promesa política del FdT hacia el futuro?
Las bases electorales que respaldaron masivamente a la coalición oficialista hace tres años y medio esperan estas respuestas antes de decidir entre la lealtad, la salida o la voz. La moneda aún sigue en el aire.
Fotos: Télam + Senado