El libro La masculinidad incomodada ofrece una interesante cartografía de las difracciones1 que se producen cuando los hombres entran en relación con el feminismo. Da cuenta de las interferencias, interacciones y variados efectos que este proyecto teórico, político y ético ha tenido en sus prácticas y discursos, y en la comprensión de la masculinidad, en singular y en plural, para adoptar la distinción que propone Luciano Fabbri en este volumen; es decir, entre el “dispositivo de poder orientado a la producción social de varones cis hetero” y las “múltiples y diversas expresiones e identidades de género que reclaman la masculinidad para sí mismas”.
Como en buena parte del mundo, una de las transformaciones más importantes que se han dado en los últimos años en América Latina es la que proviene del mayor protagonismo social, político y cultural de las mujeres. Por cuenta de ello, este es también uno de los momentos en que se denuncia con mayor fuerza la persistencia de las desigualdades y las violencias en sus experiencias. Con todas sus contradicciones y complejidades, este es un período de fuertes vaivenes políticos y culturales en las subjetividades masculinas, confrontadas al “jaque mate en el que las puso el feminismo”, como plantean Ignacio Véliz y Franco Castigniani. El ejercicio de difracción que propone este libro surge de la puesta en tensión de entendimientos hegemónicos y contrahegemónicos del género y sexualidad en Argentina, cuando finaliza la segunda década del siglo 21, una etapa de particular revigorización del feminismo como movimiento político.
El libro consta de trece capítulos agrupados temáticamente en tres partes. La primera reúne seis textos que exploran “el desconcierto, las resistencias y las reconfiguraciones de las masculinidades” que provocan los movimientos feministas y la desestabilización de los órdenes de género, sexualidad y erotismo. La segunda parte está compuesta por cuatro artículos que identifican con agudeza las disputas y el desplazamiento de las fronteras del género a partir de experiencias militantes, interrogaciones y exploraciones epistémicas, existenciales, políticas y artísticas. Los tres textos que componen la tercera parte indagan un tema de gran pertinencia y actualidad, “el backlash antifeminista y el posmachismo en tiempos de varones enojados”. Sus autores identifican y confrontan las distintas estrategias empleadas por estos movimientos reactivos para presentar a los hombres, en el ámbito público y en las redes sociales, como víctimas del feminismo. En suma, los distintos apartados del libro ofrecen claves de lectura fundamentales para entender y evitar muchos de los riesgos y lugares comunes que subsisten en el campo teórico de las masculinidades y en el activismo político de los hombres aliados del feminismo2.
Uno de los riesgos más frecuentes al incluir a los hombres y las masculinidades en un análisis de género es la ilusión de simetría que puede encubrir una comprensión limitada del significado del carácter relacional del género. Incluir a los hombres como parte de un binomio simétrico sin “historizar”, contextualizar y comprender desde una perspectiva crítica el funcionamiento de este binomio, puede contribuir a ocultar las desigualdades de género y a reificar la posición dominante de los hombres. En este libro se evita este escollo subrayando el carácter procesual y dinámico de este “dispositivo de poder orientado a la producción social de varones cis hetero, socializados en la idea y creencia de que las mujeres y feminidades —sus cuerpos, sexualidades, tiempos y capacidades— deberían estar a su disposición”3.
Además, los escritos están elaborados desde una perspectiva situada, ya sea la de los varones “cis hetero” interpelados por los movimientos feministas y de mujeres contemporáneos, ya sea la del Colectivo de los Varones Antipatriarcales de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, la de la experiencia masculina lésbica o la de los varones y personas trans. Cada una de las temáticas exploradas implica directamente a sus autorxs y las versiones del mundo que proponen no solo reconoce la imposibilidad de producir conocimientos de manera neutra, sino que asume las fuentes que los generan: inquietudes políticas, ideológicas, personales y existenciales.
El segundo riesgo que enfrentan los escritos de hombres profeministas está relacionado con el modo de considerar los dolores y los costos que tiene para los hombres cumplir o no cumplir las expectativas sociales y culturales en relación con la masculinidad, observancia de acuerdo a la cual se mide su valor social. La retórica de los costos y dolores masculinos es un campo minado4. Muchos de los trabajos que describen la opresión de los hombres por estas normas lo hacen desde una perspectiva únicamente subjetiva, sin identificar con claridad las dimensiones sociales de este malestar identitario que pueden experimentar los hombres no conformes a la norma. Una primera salvedad que es necesario hacer es que no se puede hacer un análisis de este malestar, a partir del solo discurso de los actores sociales, sin tener en cuenta las relaciones de género y las relaciones intragénero en las cuales están inscriptos. Así lo confirman Daniel Jones y Rafael Blanco en este volumen cuando señalan que “el debate impulsado por los feminismos y movimientos de mujeres no conmueve sólo la relación que los varones (nuevamente, en especial los cis-hetero) mantienen con estos colectivos y sus reivindicaciones, sino también los vínculos entre varones”.
Ahora bien, como feminista afrolatinoamericana, extrañé las referencias a los efectos de la racialización —y la superposición de distintas lógicas sociales— en la experiencia de la dominación masculina y en las relaciones intragénero. Inevitablemente, vinculé este silencio a las narrativas de blanquitud y europeidad de la sociedad argentina, supuestamente “libre” del mestizaje presente en otros países de la región, un mito de origen cuyos efectos persisten5.
El racismo también ha moldeado la cultura y las instituciones argentinas desde sus inicios y hoy muestra en este país, como en otros de la región, la misma cara brutal; la de la violencia policial que se ensaña contra los jóvenes y personas no conformes con el género, racializados. Las conexiones entre la violencia policial y una larga historia de vejaciones, deshumanización y terror infligida sobre estos cuerpos, con el fin de oprimirlos, es, sin duda, un tema que será necesario abordar en futuras publicaciones.
El tercer riesgo que enfrentan los trabajos sobre masculinidades proviene de asumir que el sexismo es fruto de la ignorancia y que los hombres pueden aprender a no ser sexistas, y a eliminar la violencia contra las mujeres a través de la educación, de talleres de sensibilización y autoayuda, etc. Esto sería equivalente a ignorar la profunda complicidad de los hombres en relación con el proyecto y el modelo hegemónico de masculinidad, y el interés que pueden encontrar en apoyarlo, incluso cuando sus propios comportamientos individuales se distancien parcialmente del modelo.
Por supuesto, la pregunta sobre qué pueden hacer los hombres para combatir el sexismo es más que bienvenida. El impulso hacia la acción de parte de los hombres es comprensible y necesario, pero no deja de ser complejo: puede provenir de una actitud defensiva contra el malestar que produce la conciencia sobre el sexismo y su complicidad con él, revelada por este malestar; puede estar orientado hacia la reconciliación, a partir de un “recubrimiento” del pasado (animado por el deseo de sentirse mejor); puede estar encauzado hacia la posibilidad de hacer público el propio juicio de que lo sucedido en relación con el sexismo y las mujeres es incorrecto; puede ser también una expresión de solidaridad o simplemente, expresar una forma de apertura hacia acciones futuras. El Colectivo de Varones Antipatriarcales de la ciudad de Buenos Aires señala que su motivación como organización política es “evidenciar tanto las heridas de [sus] compañeras (profundamente atravesadas por la opresión del patriarcado y otros sistemas de violencia, xeno/lesbo/trans-odio, racismo, odio de clase, etc.), así como [sus] propias heridas (esas que el patriarcado, en menor medida, también [les] generó) para construir empatía política.
Sin embargo, como lo señala la “Carta a los varones desorientados” de las feministas argentinas Mariel Martínez y Diana Broggi, todavía falta mucha escucha de parte de los hombres, y antes de que decidan orientarse hacia la construcción de sociedades futuras se requiere que enfrenten, “aquí y ahora”, los retos que plantea la dominación masculina en vigor.
Ya sabemos que el acto performativo de afirmar la existencia de unas “nuevas masculinidades”6 no les da existencia social real, porque la emisión del enunciado de esta postura no es la realización de su acción7. Antes de afirmar “yo no soy sexista, o machista, yo no soy un hombre de aquellos que critica el feminismo”, que no es siempre una afirmación de mala fe, ni implica necesariamente la ocultación de la intensidad de los efectos del sexismo, se debe habitar el espacio de la crítica permanente, en una temporalidad de larga duración, y reconocer el mundo que se critica como el mundo en el que se vive y al que se contribuye con los comportamientos cotidianos.
Las difracciones que ocurren en este libro son igualmente el resultado de los cuestionamientos críticos que se plantean al “giro” que pueden representar las posturas de los hombres que se presentan como aliados del feminismo. La duda que subsiste es sobre el significado de este giro; porque si este giro significa fundamentalmente atender el llamado de unos pocos hombres esclarecidos y de buena voluntad hacia las mujeres y el feminismo, éste no sería más que su afirmación narcisista. Por esta razón, vale la pena preguntarse con lucidez, como lo hacen Jones y Blanco en este volumen, cuáles son las relaciones posibles entre masculinidad, sensibilidad y poder y si este “giro emocionalista” supone alguna renuncia a privilegios o conmoción de estructuras generizadas de poder. O si simplemente se trata de una “vuelta de tuerca” del patriarcado, para que los varones (cis-hetero) muestren un rostro menos hostil y así garantizar la legitimidad de la dominación masculina.
La masculinidad incomodada explora muchas de las preguntas que suscita analizar este giro, no solo desde los cuerpos y subjetividades de quienes han sido beneficiarios de los réditos patriarcales, sino también desde la crítica de su participación y responsabilidad en este ordenamiento de género como un asunto del presente. Este libro pone en evidencia además el efecto performativo que tiene en la industria académica la “confiscación de la masculinidad en los cuerpos y sexos ‘apropiados’ para representarla” y el silenciamiento de las masculinidades encarnadas en “cuerpos que han rechazado, desistido o resistido” al modelo binario heteronormativo8.
Las masculinidades lésbicas, los varones trans o los performer drag kings, cada uno en su singularidad, se rebelan contra el mutismo, relegamiento e invisibilización de sus existencias, percibidas como espantajos amenazantes, anomalías o delitos.
Desde esta diversidad de voces La masculinidad incomodada es un libro esperanzador, en un momento en que requerimos convicciones confiadas en que “un mundo mejor es posible”. Las marcadas tendencias conservadoras, excluyentes, misóginas, homófobas y racistas que caracterizan muchos gobiernos populistas y autoritarios en distintas partes del mundo, incluida América Latina, exigen de nuestra parte un gran esfuerzo intelectual y político para poder las explicar y desafiar en forma conjunta. Este libro contribuye a abonar el terreno para que se sigan librando esas luchas necesarias, “en los sindicatos, en los movimientos sociales, en las orgas políticas, en las casas, en las plazas y en las camas”9.
Citas
1.Ver Haraway, D. J. (2000). “Diffraction as Critical Consciousness”. En How like a leaf: An Interview with Donna Haraway. Pp. 101-109. Routledge.
2.Ver Viveros Vigoya, M. (2018). Les couleurs de la masculinité. Expériences intersecc tionnelles et pratiques de pouvoir en Amérique Latine. Paris: la Découverte.
3.Luciano Fabbri, en este volumen.
4Así lo señala Christine Guionnet en “Introduction. Pourquoi réfléchir aux coûts de la domination masculine?”. En D. Delphine, C. Guionnet, & É. Neveu (2012). Boys Don´t Cry. Les coûts de la domination masculine. Rennes: Presses Universitaires de Rennes.
5Ver entre otros textos al respecto: Lamborghini Torrecillas, Eva Lucia; Geler, Lea Natalia; Guzman, Maria Florencia (2017). “Los estudios afrodescendientes en Argentina: nuevas perspectivas y desafíos en un país “sin razas”; Tabula Rasa, 27, 12: 67-101.
6.Si bien las “nuevas masculinidades” han sido descritas como unos posicionamientos que se resisten a ser asociados permanentemente al modelo hegemónico patriarcal, se debe tener en cuenta que afirmarlo no significa volverlo acto. Para que un enun ciado sea realmente performativo, deben cumplirse ciertas condiciones. Y en el caso de las “nuevas masculinidades”, declararlas, sin tener en cuenta las condiciones que permiten este enunciado (la existencia previa de actos que lo autoricen) es imaginar que una práctica puede ser traída a la existencia a través del habla y la representación.
7.Ver, en esta misma perspectiva el texto de Ahmed, Sara. (2004). “Declarations of Whiteness: The Non-Performativity of Anti-Racism”. Borderlands e-journal, 3(2).
8.Así lo señala Valeria Flores, en “Masculinidades de niñas. Entre “mal de archivo” y “archivo del mal”. En Tron Fabi y Flores Valeria (ed.) (2013). Chonguitas. Masculi nidades de niñas. Pp. 180-193. La Mandonga Dark: Argentina.
9.Ignacio Véliz y Franco Castignani, en este volumen.