Docentes, orgullo y conflicto


Soñar con Thatcher, despertar con Galtieri

Los maestros de la contemporaneidad podrán ganar poco, podrán estar descreídos y frustrados por las hiperexigencias, la paga mala y los obstáculos que la realidad le opone a los ideales, pero eligieron su quehacer y lo practican con orgullo. En el magisterio conviven vocación y humillaciones económicas y simbólicas que son tanto más dolorosas cuanto más proletarizada está la profesión. Pablo Semán echa luz sobre el conflicto salarial docente, atravesado por las marchas y las bravuconadas mediáticas.

Dejenme anticipar mi conclusión más general. En diversos conflictos políticos y sociales las actuaciones del kirchnerismo, exacerbando lugares comunes del nacionalismo popular, tuvieron ribetes tragicómicos de galtierismo de izquierda (bravuconadas revolucionarias y luego contra-revolucion). El gobierno actual no va en zaga: es probable que la tentativa de hacer del conflicto salarial con los docentes la confrontación que blinde, relance y potencie su mandato contenga un galtierismo al que se habrá arribado por el camino de la tentación de mímesis con Thatcher y la derrota “ejemplar” que la “Dama de Hierro” propino a los mineros. Y la razón de que esto pueda ocurrir es que, aunque no se lo pueda ver tan claro, los maestros a los que se agrede pública, material y simbólicamente conforman una capa social al mismo tiempo proletarizada y estructuralmente “militante, en un área sensible y extendida de la sociedad. Tal vez esté sucediendo que en pos de mejoras en algunos números negociables de la macroeconomía se haya atacado a un segmento ocupacional que en el transcurso de la batalla activa pliegues conocidos pero ignorados por los estrategas de gobierno, actúa como clase, contraataca y suma segmentos en un proceso de “ponerse de pie”.

 

Ni quemados ni Gasallas

Los presentes en la marcha del 22 de marzo eran de muy diversas proveniencias sociales y muy distintas trayectorias profesionales. Para algunos el magisterio ha sido una cumbre social y formativa. Para otros el magisterio ha sido una posibilidad que se elige como consecuencia de cálculos y definiciones que por alguna razón confluyen en el goce de ser educador aunque ese no sea el punto más alto de su posible trayectoria profesional económicamente concebida. También los había de muy diversas inscripciones profesionales: privadas con orientación religiosa, escuelas públicas y todos ellos de las más variadas inscripciones territoriales, sociales y sindicales. En síntesis no solo, como es común en otras manifestaciones, había una presencia socialmente plural: en esta manifestación estaba representada una variedad importante de las gamas y la extensión de toda la categoría profesional. El segmento socioeconómico de los maestros está conmocionado como hace tiempo que no sucedía.

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Quienes son los maestros, al menos quienes parecían ser algunos de los que estaban ahí?. Una impresión parcial, que puede ser totalmente contrastable, sirve al menos para organizar una discusión y contraponernos a dos relatos que distorsionan y absolutizan parcialidades: el del maestro que podría dar a una versión bis del retrato infame que hacía Gasalla del empleado público o el del maestro asediado por los límites y contradicciones de la institución escolar, el régimen de trabajo y salario insultante, la falta de sentido actual del proyecto educativo, la presencia erosiva de alumnos desinteresados, hóstiles y empobrecidos y de padres que en toda circunstancia atacan a los maestros para beneficiar a sus hijos (sobre este último retrato, cuya validez no discuto, aun cuando creo que se combina con lo que sugiero acá es posible leer el blog https://fuelapluma.com/ y los tuits de @chemendele y @basileus1986 que viven esa realidad y la sobreviven objetivándola).

Había maestros “viejos”, de más de cuarenta años. Y había muchos maestros “jóvenes” de entre veintipico y cuarenta años. En el conjunto predominaban los “jóvenes” aunque no de manera aplastante. No eran presencias adocenadas ni burocráticas: individualidades elaboradas, formas de moverse que muestran el impacto sobre los cuerpos de formas de trato más horizontales y creativas. Todos en algún grado son hijos de viejas ideas educativas, pero todos en algún grado, sobre todo los más jóvenes, son hijos, también, de nuevas ideologías pedagógicas que pueden ser todo lo discutibles que se quiera (y creo que por muy distintas razones lo son) pero que son muy conscientes de que ser docente no es simplemente transmitir contenidos, verticalizar militarmente un aula, aplicar un protocolo administrativo. Saben, como mínimo, que deben adaptarlo. Los maestros de la contemporaneidad podrán ganar poco, podrán estar descreídos y frustrados por las hiperexigencias, la paga mala y la falta de fuerzas por los obstáculos que la realidad le opone a los ideales, pero eligieron su quehacer y a eso deben un sentido del deber y del orgullo que es parte de la situación.

 Desde hace muchos años la profesión ofrece un piso de seguridad económica mínima que opera en el reclutamiento de sus cuadros más allá de pisos históricos que fueron expulsivos (es un un ingreso peleado, desgastante y lamentable se dirá con razón, pero comparemos con otros universos laborales y se verá todo lo “bien” que se encuentra este rubro). Una profesión que ya no es el simple espacio de realización parcial y personal despreocupado del rendimiento económico garantizado por otro miembro del hogar y en consecuencia es también es un terreno de fuerte luchas reivindicativas.

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En el magisterio conviven profesión y vocación, orgullos de status y humillaciones económicas y simbólicas que son tanto más dolorosas cuanto más proletarizada está la profesión y cuanto más se extiende una forma del malestar econónómico que consiste en tener oficio, expectativas y exigencias de clase media, por un lado y, por el otro, ingresos que a veces no alcanzan superan por poco o no superan muchas veces un nivel de pobreza definido con tan poca exigencia que deprime saber con que poco se conforman las mediciones públicas.

La actividad docente es un campo de actividad que implícita o explícitamente contiene una apuesta política en un sentido muy específico. La profesión educativa construye sobre las vocaciones una forma de voluntad no prefigurada en todo lo que evoca la palabra militancia en la tradición de “izquierda”, pero contiene un programa específico de actividad que implica promover cambios, atacar ignorancias e inercias en relaciones sociales. Además los maestros son trabajadores que más allá de la relación que mantienen con su sindicato tienen practica en la discusión de posiciones laborales que implican discutir gobiernos (que son tanto empleadores directos como reguladores de las condiciones generales de empleo). No es inesperado entonces que reaccionen en el espacio público, con pertinencia política, cuando son atacados objetiva y subjetivamente.

Nunca arrincones a un gato

En ese contexto la asistencia fue multitudinaria y se retiraron de la marcha con la sensación de triunfo que puede ser parcial pero renueva sus ánimos: las caras de alegría, los abrazos de tantos encuentros inesperados pero entrañables, la satisfacción de percibirse tantos lo evidenciaban sin ninguna duda. Creo que nadie hubiera esperado tanta concurrencia en una marcha que fue gigantesca, pero fue además un desagravio.

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Si el magisterio se manifestó tan ampliamente en sus vetas y extensión fue porque es uno de los segmentos de las clases medias que ve erosionados al mismo tiempo sus intereses y su orgullo profesional de forma sistemática. De lo que se trataba era no solo de reclamar un salario sino de responder a una situación global que implicaba también una serie de insultantes expresiones oficiales presentes en la negociación salarial y en toda la escenificación pública de la misma. Los mismos que reaccionaron desde el bolsillo a las contradicciones del kirchnerismo (y con esto no quiero ser crítico de los maestros) se indignan hoy frente a un gobierno al que muchos de ellos mismos votaron ante maltratos superadores de los del anterior. Los maestros han sido el blanco constante de una parte de la sociedad que se acuerda a través de gobernantes y periodistas (por definición alcahuetes, maltratadores, ignorantes y oportunistas) de lo mal que hacen su trabajo los docentes y de lo mal que está el sistema educativo justo y solamente cuando estos reclaman por salarios que todos sabemos que son bajos. Agravios que tuvieron en la expresión presidencial “caer en la escuela pública” un culmino incendiario que para muchos redondeó retrospectivamente una posición del gobierno que desvaloriza la educación, la educación pública y a los trabajadores independientemente de cuan blanco sea su cuello.

Queriendo ser Thatcher le dijeron al principito “si quieren venir que venga” y ganen o pierdan la batalla están resolviendo un conflicto que podría ser sólo salarial con gestos que lo transforman en batalla moral y política y que se asemejan a una guerra civil en la que nadie puede ganar.

Posdata

Una nota personal. He dado clases es muchos niveles y tipos de educación. Un encuentro en la marcha me hizo acordar de la época en que trabajé en jardín de infantes y colonias de vacaciones. El recuerdo condensaba una sensación recobrada en la misma marcha al ver los guardapolvos y los gestos de mis colegas. Me explico: el esfuerzo que significa poner el cuerpo ante decenas de niños, adolescentes o jóvenes vivifica, sin duda, pero desgasta: la atención del docente, incluso del que no está comprometido con su tarea, esta exigida por horas y de forma múltiple. Sin contar las horas fuera del aula hay que recordar que un docente “en acción” realiza al menos tres tareas: administra cosas, transmite un “contenido” y atiende reacciones colectivas y, al mismo tiempo, contiene sensibilidades individuales. Puedo asegurar que pocas veces sentí al mismo tiempo tanto cansancio y tanta satisfacción como la de dar una buena clase. Creía reconocer en esos docentes la mezcla de euforia y cansancio que es constitutiva de la vivencia profesional. Fui a la marcha como observador y cómo interesado genérico: terminé implicado como trabajador, como un sujeto que se reconoce con los otros en una misma gama de esfuerzo y oficio.