Ensayo

El discurso de Alberto Fernández


Sinfonía para un nuevo equilibrio

En la apertura de sesiones legislativas Alberto Fernández planteó los ejes rectores sobre los cuales piensa mover el statu quo cambiemita hacia uno nuevo. Hizo un repaso sobre la economía, el Estado y el país que recibió, y dejó en claro los temas prioritarios: deuda, reforma judicial y las demandas de los feminismos. Tomás Aguerre analiza lo que pasó en el Congreso y dice: “Ampliar la coalición que ganó las elecciones para construir un nuevo equilibrio pareciera ser la vara con la que, de ahora en más, puede comenzar a medirse el éxito de esta experiencia”.

En las aperturas de sesiones en el Congreso del ex presidente Mauricio Macri, la tarea analítica fue buscar los hechos para interpretar -a favor o en contra- sus metáforas. Este primer discurso de Alberto Fernández tuvo poco de aquellas metáforas -no más que alguna apelación a que “estamos todos en el mismo barco”- y mucho más de enunciación de propuestas de reformas y políticas hacia adelante. La tarea entonces es la inversa: encontrar el hilo conductor de todas ellas, lo que las une y las vuelve parte de un universo de sentido.

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En todo discurso de inicio de gestión el presidente o la presidenta elige su escenario y, con él, las dos cuestiones centrales que lo componen: los actores y sus temas. El listado de las elecciones de Alberto Fernández surge sencillo porque los temas y sus abordajes fueron los que se esperaban. La centralidad de la crisis económica, con la deuda y la emergencia social. El funcionamiento del Poder Judicial en general, el vínculo con los servicios de inteligencia y la propuesta de reformas. El Estado y la administración pública, con la propuesta de una agencia federal de evaluación de políticas públicas y algunos procesos para revalorizar la carrera pública. Y, finalmente, la agenda impuesta por el movimiento feminista, con el anuncio de un proyecto de legalización de la interrupción voluntaria del embarazo a ser enviado por el Poder Ejecutivo en los próximos diez días.

Una premisa de estos días dice: mientras el Gobierno intenta resolver la situación material -es decir, la deuda- tiene para ofrecer recursos simbólicos. Es un análisis en espejo de lo que se decía cuando el presidente Macri anunció que habilitaría el debate -no que enviaría un proyecto- sobre la interrupción voluntaria del embarazo. Esta premisa parte de una forma de concebir la política como si existieran en paralelo dos agendas: una verdadera y material; la otra, simbólica y etérea. La primera es real y concreta mientras la segunda permite distraer, ganar tiempo, entretener.

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Aunque quienes así conciben la política suelen definirse como materialistas poco tienen de apego a las condiciones materiales. La agenda feminista tiene la lucha por la legalización del aborto en el centro de sus demandas y cuesta pensar una reivindicación más material que el derecho a la decisión sobre el propio cuerpo. Lo que suele ocurrir las más de las veces es que resulta imposible separar el carácter simbólico y material de una política pública. ¿El matrimonio igualitario -que habilitó a millones a que personas del mismo sexo pudieran por ejemplo heredar del otrx cuando uno de los dos falleciera- no es tan material como simbólico? ¿Tener la identidad de género autopercibida en el DNI es una cuestión simbólica o permite acceder a beneficios materiales concretos de un género u otro?

Esta doble condición estuvo también a la inversa en otro de los centros del discurso de Alberto Fernández en la apertura de sesiones del Congreso: la necesidad de realizar “un esfuerzo” para que la Argentina “salga adelante”. Allí aparecen las discusiones sobre el nivel de retenciones a las exportaciones e incluso la que se dio la semana pasada por los regímenes jubilatorios especiales (o de privilegio). Cuestiones que a primera vista parecen tener solamente un carácter material -incrementar la recaudación–, si este argumento es correcto, tienen en realidad un segundo motivo: empezar a componer un nuevo equilibrio, una idea no casualmente incorporada como cierre del discurso de Alberto Fernández. Allí sostuvo:

Poner a la Argentina de Pie requiere que reconozcamos la importancia del equilibrio. Del equilibrio económico, social, ecológico, federal. Vengo a proponer que reconstruyamos los equilibrios que nunca debimos perder. El equilibrio no es neutral ni indiferente. El equilibrio es restablecer prioridades. Equilibrio significa integración social, justicia y democracia. Sabemos que cuando decimos “primero los últimos” estamos marcando que hay necesidades que reclaman ser atendidas. Sabemos que ello nos obliga a definir prioridades y que de ese modo aparecen sectores que deben esperar que posteriormente la recuperación los beneficie”.

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Es un debate central: cómo se reparten los costos de un gobierno en situación de administrar la crisis. Quién va a pagar una fiesta en la que no va a haber música. Algo de lo que demostró la discusión por los regímenes especiales es lo que en ciencias sociales se conoce como el fenómeno de la privación relativa. Nadie está mirando sólo “su propio bolsillo” sino de qué manera es afectada su posición en relación con la del resto de los sectores. El fenómeno de la privación relativa nos dice que la activación política de una demanda no se produce tanto por tocar a un sector individualmente como cuando ese sector siente que está perdiendo demasiado mientras otros ganan -o no pierden tanto. Que hay una crisis parece ser un consenso entre todos los sectores. Quién debe pagar más y quién menos por ello no tanto. Cuando el presidente Fernández propuso “tomar una enérgica decisión en las prioridades” propone eso: un nuevo equilibrio, el suyo.

En ese nuevo equilibrio el Estado, que no es neutral nunca, define ganadores y perdedores: hay algunos -“los últimos”- que tienen necesidades que deben ser atendidas con urgencia y otros sectores con capacidad de “esperar que posteriormente la recuperación los beneficie”. Es la propuesta de un nuevo equilibrio económico pero también social, político y simbólico. Un equilibrio que aparece atado por un invisible y frágil hilo rojo que se corta sin previo aviso. A la primera experiencia kirchnerista (2003-2015) le ocurrió cuando el conflicto con las patronales agropecuarias en 2008, con ese sector en la calle rechazando recalcular el equilibrio conseguido hasta allí. Fue a menos de un año de la primera elección de Cristina Fernández de Kirchner. Al macrismo en diciembre de 2017, apenas dos meses después de haber revalidado electoralmente en las elecciones de medio término.

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Sostener ese equilibrio, que no se corte ese hilo rojo, es un juego complejísimo que implica atender el fenómeno de privación relativa que se produce entre todos los sectores. La reforma a los regímenes especiales como el de jueces y diplomáticos tiene también este objetivo simbólico. No faltó quien aclarara, con razón técnica, que no se trata de jubilaciones de privilegio sino de regímenes especiales. Pero el debate no era técnico ni semántico sino político. En el nuevo equilibrio del post macrismo toda ventaja es pasible de ser convertida en privilegio.

Ningún gobierno empieza de cero y todos construyen sobre las legitimidades, los avances y los retrocesos del anterior. El primer discurso de apertura de sesiones de un gobierno nuevo funciona, como en Estados Unidos, como un informe sobre el estado de la unión. Sin ser el eje central, el discurso hizo un repaso sobre la economía, el Estado, la sociedad y el país que recibió. Pero fundamentalmente planteó los ejes rectores sobre los cuales piensa mover ese statu quo hacia un nuevo.

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Esto es fundamental para comprender que el gobierno de Fernández busca mover el statu quo desde donde está hacia un lugar nuevo. La agenda de interpretaciones -y de interpretadores- del nuevo gobierno tiene el marco tan seteado por su forma de ver al proceso kirchnerista que sólo puede entenderlo en esos términos. Así, llega a confundir moderación con inacción y radicalización con movimiento. Si todo intento de reforma se traduce en una victoria “del ala radical” del Frente de Todos será necesario advertir que van a encontrarse con muchas de aquí en más. Porque incluso para ser moderado o disputar el centro, gobernar la Argentina significar reformar aspectos estructurales de su funcionamiento. El discurso de Alberto Fernández les puso luz a algunos de ellos. Seguramente, en los próximos cuatro años, haya más.

El éxito de un gobierno se mide por la capacidad de vencer en sus propios términos. Ser capaz de implementar de manera eficaz una agenda de temas. Por el diseño institucional del sistema político argentino los presidentes cuentan a priori con una serie de herramientas que balancean el campo de disputa a su favor. Pero, lo hemos visto, no le garantizan ningún resultado en sí mismo. El politólogo Facundo Cruz señaló en Twitter un detalle de vital importancia para el futuro del gobierno: el discurso de Alberto Fernández alternó entre el uso del plural y el singular. Lejos de una cuestión gramática, se trata de un síntoma del balance entre ser el presidente de un país diseñado institucionalmente como presidencialista; y el primer presidente de una coalición tan autopercibida como tal. Allí también habrá un equilibrio nuevo que construir para una situación nueva. Gobiernos anteriores lo han conseguido e incluso han sido capaces de incrementar el volumen de sus propias alianzas.

En mayo de 2019, cuando cualquiera de las fotos que se produjeron ayer hubiese parecido una película de ciencia ficción ridícula, Cristina Fernández de Kirchner publicó un video anunciando que acompañaría a Alberto como vicepresidenta de una fórmula. Allí decía:

La situación del pueblo y del país es dramática. Y esta fórmula que proponemos estoy convencida que es la que mejor expresa lo que en este momento de la Argentina se necesita para convocar a los más amplios sectores sociales y políticos, y económicos también, no sólo para ganar una elección, sino para gobernar. Porque algo le tiene que quedar claro a todos y a todas: se va a tratar de tener que gobernar una Argentina otra vez en ruinas, con un pueblo otra vez empobrecida. Está claro, entonces, que la coalición que gobierne deberá ser más amplia que la que haya ganado las elecciones.

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Ampliar la coalición que ganó las elecciones para construir un nuevo equilibrio pareciera ser la tarea que se dio a sí mismo el gobierno de Alberto Fernández. La vara con la que, de ahora en más, puede comenzar a medirse el éxito o no de esta experiencia.

Fotos de portada e interior: Senado y Casa Rosada.