Ensayo

Humor y feminismo


Sigo sin entender cuándo es violación

“Ser mujer es ser una contradicción, porque vivimos en un mundo diseñado por y para hombres, y a nosotras nos tocó ser el otro. Nosotras mismas nos consideramos “lo otro”, escriben Malena Pichot y Charo López. A partir de esa idea reflexionan sobre la condición femenina desde el absurdo para poner en evidencia el prejuicio y los estereotipos. Un texto, aseguran, para que los hombres te quieran por lo que ven y entres al camino perfecto para ser fecundada, desposada y explotada. Adelanto de Hermostra, editado por Reservoir Books.

Sigo sin entender cuándo es violación. No te preocupes, es comprensible que sea confuso. Crecemos y nos desarrollamos en una sociedad donde la mujer que tiene mucho sexo es fuertemente despreciada y pasa a ser lo que conocemos como “puta reventada”. Nos educan para reprimir nuestros deseos sexuales y así evitar convertirnos en este ser desechable, inmundo y todo manoseado. Por supuesto que ser mujer siempre supone una contradicción; por lo tanto, luego de reprimirnos tanto, resulta que no sirvió de nada porque ahora nos pasamos y somos unas “monjas frígidas” o, en su variedad un poco más hostil, unas “concha seca”, o en un concepto algo contradictorio, unas “malcogidas”, como si fuera responsabilidad nuestra que el otro no pueda cogernos bien.

Esta contradicción nace con la virgen María, una mujer jamás penetrada pero con un niñito adentro. Esta demencia es la que nos define como género. Ella es la primera hermostra. Lo siento, no hay que intentar resolver este acertijo: debemos abrazar la contradicción. Ser mujer es ser una contradicción, porque vivimos en un mundo diseñado por y para hombres, y a nosotras nos tocó ser el otro. Nosotras mismas nos consideramos “lo otro”. Fuerte, ¿no? Y en esta nebulosa, ¿cómo saber si nos violaron o si no nos violaron? ¿Cómo saber cuándo tenemos ganas de tener sexo realmente o cuándo estamos complaciendo al hombre al que fuimos educadas para complacer? ¿Cómo saber si queremos o si no queremos? Es difícil, realmente. Cuando nos agarran en un callejón, nos pegan una trompada, nos desmayan y nos penetran, se entiende como violación. Es simple, y mientras lo relato estás sintiendo que claramente es culpa de la mina. Es lo primero que te viene a la cabeza: “¿Qué hacía en un callejón?”, “¿qué hacía así vestida?”, “¿qué pasa, no sabe correr?”. Todas preguntas que nos hacemos todos. Sí, fue violación, ¡pero ella nos da más bronca que el violador! ¿O no? ¡Qué bronca las violadas! ¡Qué pesadas! ¡Bua!

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Pero hay situaciones más confusas que nos dejan eternamente con la duda. Muchas de nosotras hemos tenido citas que mucho no nos entusiasmaban pero les pusimos garra, les dimos una oportunidad a nuestras ganas apenas incipientes de salir y fuimos al cine, a comer, muchas veces intentando pagar nuestra parte del entretenimiento, pero no nos dejaron. Esto puede entenderse como un gesto avalado por la cultura, como un acto entre heroico y caballeresco por parte del muchacho que nos invitó a salir. Nosotras, desde nuestra humilde experiencia ya pasados los treinta, en realidad lo consideramos, en la mayoría de los casos, una clásica técnica de negociación: “Dejá que yo pago ahora y vos después me lo das en concha”.  La noche termina y no tenemos ningún interés en ver a este ser desnudo. Pero la cena y el cine ya te lo pagaron, ¡a ver cómo devolvés todo eso! No tenemos nada que decir sobre esta persona, no se ha desubicado ni ha tenido ningún tipo de actitud desagradable; sencillamente no queremos verle el cuerpo desnudo. Es posible que el muchacho no entienda que no lo ames perdidamente y en su cabeza esté elucubrando teorías del tipo: “Pero no le hice daño, ¿por qué no me ama?, no le pego, soy un gran hombre”. Incluso quizás vos, en el asiento del acompañante, mientras te dirigís a su casa sin saber bien ni cómo ni por qué, estés pensando: “Pero si no me hizo nada malo, ¿por qué no me interesa?”.

La realidad es que una fuerza mayor que no podés distinguir de dónde viene te impide hablar claramente sobre tus sensaciones, básicamente porque a lo largo de tu vida has aprendido que tus sensaciones estaban en esencia mal, equivocadas, y es más importante lo que ese tipo piense de vos que lo que vos pensás de vos. Cuando te cogiste a Carlos en el baño del bar fuiste una puta reventada y tuviste que dejar el bar para siempre, y cuando le dijiste a Santiago que no tenías ganas fuiste una histérica de mierda que jugaba con sus huevos doloridos. ¿Quién vas a ser ahora? ¿La puta reventada o la histérica frígida? Lo único que sabés es que no querés estar desnuda con este ser, pero ya es tarde: estás en el ascensor subiendo a su departamento, y eso es universalmente entendido como “quiero tu pito”. Estás en su casa, ¡ya no tenés voluntad de decidir! Una frase rebota en tu mente, incluso cuando preferías estar en tu casa viendo la tele: “Bueno, ya llegué hasta acá, no le voy a decir que no ahora”. Sos su propiedad, como su sillón o su cenicero. “Si no querés tener sexo, no vayas a la casa de un hombre”, repiten todos una y otra vez. ¡Listo, ya está! Lo-la-men-to. Lo único que te queda es hacerle el camino fácil; ahora ya estás planeando dejarte coger, tomarte un vino entero y fumar un poco de porro y que haga lo que quiera, así vos no decidís sobre tu propia vida. Después de todo, nunca lo has hecho. Bueno, estás fumada, fue claramente un error, todo lo que dice te causa gracia, pero a la vez creés que te odia y puede matarte. Tenés muy en claro que decirle que no ahora es sumamente peligroso, querés evitar la situación tensa de que te cague a pedos: “¿Para qué viniste acá si no querías el pito en la boca?”, “¿quién te pensás que sos?”, “Te juro que no te entiendo”. Para evitar el momento tenso abrimos las piernitas y de esta manera complacemos al otro en lo que quiere y desea, que después de todo para eso vinimos las mujeres: a complacer. Mientras el muchacho descarga sobre vos tantas cosas, contás los minutos para fingir el orgasmo y que él sienta que tú eres una mujer maravillosa que acaba fácilmente; hasta en eso vas a complacerlo, porque no querés importunarlo.

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Al terminar la pantomima, te das cuenta de que a él no le interesa para nada y que bien podrías haber cantado el “Cumpleaños feliz” en vez de reproducir a la perfección los espasmos y alaridos de un orgasmo. Te pide un remís. Estás en tu casa, qué pérdida de tiempo, no te sirve ni como anécdota esta noche de verga. Una leve bronca se apodera de vos: no tenías ganas, ni siquiera de ir a su casa. Te duele la concha. Pero algo te impidió frenarlo todo, sentiste tu obligación de complacer. Y sí, un poco es violación, pero a quién le importa. Se sintió casi como un trabajo, ¿verdad? Fue como si hubieras pagado la cena y el cine. Empezás a pensar que debés mejorar esta negociación.

Sigo sin saber cuándo es prostitución. No te estreses con esto, lo es en la mayoría de los casos. Sobre todo si estás casada y sos ama de casa y tu único ingreso es lo que te pasa tu marido. No te preocupes, desde aquí consideramos tu trabajo fundamental para el correcto funcionamiento del mundo. Sin la ayuda de las amas de casa, todos esos miles y miles de trabajadores no podrían haber llegado a sus trabajos ni ser la pieza fundamental de este sistema capitalista. Y por supuesto, no debemos olvidar que sin el hecho de la gratuidad de todos tus partos hubiera sido imposible generar una clase obrera casi esclava. Vamos, que si empezamos a cobrarle al Estado o a los varones el hecho de llevar nueves meses un ser humano y parirlo nos castran a todas, de verdad.

En fin, queda claro que históricamente hemos puesto el cuerpo gratis para un montón de cosas, desde mantener un hogar hasta traer hijos al mundo. Trabajás todo el día en tu casa gratis, como un esclavo. Pero no te sentís una esclava porque te encanta hacerlo, te encanta hacer de tu casa un hogar para tu familia, amás lo que hacés. Bueno, atención, sorpresa: tu marido también ama su trabajo, pero a él le pagan. No importa, no pensemos en esto, volvamos a tu lugar. A la casa. ¿Alguna vez te sucedió que cogerte a tu marido se volvió una labor más de la casa? ¿Alguna vez sentiste el coger como limpiarle el pene a tu marido por dentro? Si es así, no te sientas mal. Sucede. Si querés ser feliz de verdad, es importante no sobreanalizar este punto; un consejo —que sí puedes pensar un poco— es cobrarle a tu marido algo simbólico cada vez que no tengas ganas reales de tener sexo. Si se vuelve loco y decide irse con otra, reconfigurá tus prioridades: una vez divorciada, quizás empiecen finalmente a pagarte por tu labor doméstica.

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Cómo aprender a tener sexo....sin quedarme pelada. El sexo es bueno, le hace bien al cuerpo, lo adelgaza, lo tonifica. Sirve para conseguir cosas, como dejar de hacer cola para entrar a la disco, cenas, autos, un marido y bebés. Si te profesionalizás, el sexo puede darte dinero para que compres todo tipo de cosas. Vos podés hacer de tu vagina un cajero automático. Pero todo a su debido tiempo.

Mientras tanto, ¿no sabés qué hacer en la cama? ¿Tenés miedo? ¿No sabés qué orificios hay que usar? ¿Cuánto tiempo debe durar? ¿Es verdad que las mujeres pueden tener orgasmos? ¿Cómo adelgazar y tonificar? ¿Cómo embarazarte? ¿Cómo elegir partenaire? Tranquila. Nosotras sabemos todo, por eso somos tan perfectas, lobas esteparias de la noche y ángeles afelpados de día. Lo primero que tenés que saber es el tipo de sexo que estás dispuesta a tener:

***Sexo normal. Se necesita una vagina y un pene. No es necesario que el pene esté erecto ni que la vagina esté humedecida. Un pene que quiere y una vagina que no es el sexo más habitual.

***Sexo lésbico. Solo está bien si hay un hombre mirando.

***Sexo sola.  Se llama “masturbación”, y está bien únicamente si un hombre está mirando. Entraría en la categoría sexo lesbiano, ya que vos sos una mujer teniendo sexo con vos misma, que sos mujer. La cuenta nos da: mujer más mujer, sexo lesbiano.

***Sexo salvaje. Es cuando se practica sexo al aire libre, como por ejemplo en un baldío.

***Sexo tántrico. Lo practican la mayoría de las estrellas mundiales, como Sting y Rolando Hanglin. Se trata de mantener relaciones sexuales durante mucho tiempo —más de diez minutos—, y por lo general se acompaña la actividad con sahumerios, velas y aceites (recomendamos el de girasol, porque mancha menos las sábanas). Es verdad que esta práctica es para gente o muy rica o muy pobre, ya que hay que tener mucho tiempo para dedicarle. Tiene efectos secundarios, como picazón, ardor y enrojecimiento en los genitales.

***Sexo casual. Tiene lugar cuando solo te sacás una pierna del pantalón y te tirás en la cama a repasar mentalmente la lista de compras del supermercado mientras tu partenaire hace lo mismo, pero pensando en River o en María Julia Alsogaray.

***Sexo cochino. Se da cuando se introducen a la actividad sexual elementos o conductas inusuales, como:

**Disfraces. En general la que se disfraza sos vos, de enfermera, mucama, maestra... Las disciplinas poco remuneradas de las mujeres son las que más calientan a los hombres.

**Dirtytalk. También llamado “palabras mugrientas”. Tené en cuenta que el dirtytalking puede ser extremadamente excitante para muchos hombres si lo acompañás con gemidos y tu respiración agitada. Lo ideal es imitar sonidos de animales por ejemplo:

**Mugir como vaca: esto vuelve locos a los hombres, un “muuu” en el momento justo va a extasiar a tu amante. El mugido de vaca transporta a los varones al mundo de los lácteos y los hace eyacular con mayor caudal. Podés acompañar el sonido con alguna palabra que recuerdes de la góndola, como manteca, Casancrem o cheddar.

**Piar como pollo o cacarear como gallina: podés empezar con suaves “pío, pío”, y cuando la cosa está muy hot los combinás con unos “cocorocó”. Si el sonido va acompañado de un aletear de tus codos que simulen un despegue volador hacia el techo, el resultado va a ser inolvidable. Todos los hombres fantasean con penetrar una gallina, ¿qué estás esperando para cumplir su sueño?